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Memorias

Recuerdos de la viuda del novelista

“A primera vista Dostoievski no me gustó nada”.

por Ana Grigorievna

 

La segunda esposa de Fiodor Dostoievski, Ana Grigorievna, recogió en su testimonio, “Dostoievski, mi marido”, los pormenores que rodearon los últimos catorce años del genial escritor ruso, un período signado por las privaciones, la enfermedad, la prisión, el vicio del juego y la misma muerte de dos hijos del matrimonio. De este texto hemos extraído el recuerdo de la autora sobre su encuentro inicial con el novelista, en lo que constituye un retrato de la época tanto como el del importante protagonista del relato.

El 4 de octubre (de 1866), memorable día del primer encuentro con mi futuro marido, me desperté descansada, agradablemente agitada por el pensamiento de que ese día se cumpliría un sueño largamente acariciado; de estudiante pasaría a ser independiente y desarrollaría mi actividad tal como deseaba.

Salí de casa un poco temprano para ir al Gostinyj Dvor[1] con el objeto de adquirir una buena provisión de lápices y también una pequeña cartera profesional, que, en mi opinión, debía contribuir a conferir un aspecto más importante a mi figura demasiado juvenil.

Terminé las compras cerca de las once y para no llegar a lo de Dostoievski, ni antes ni después[2], moderé el paso y me encaminé hacia la Bolsaia Meschanskaia y el Pasaje Stoliami, mirando continuamente el reloj. A las once y veintiocho me acerqué al edificio Alonkin y le pedí al portero que me indicara el departamento 13. Me dijo que estaba a la derecha de una gran escalera.

El edificio era grande, con muchos pequeños departamentos habitados por comerciantes y artesanos, y de inmediato me hizo pensar en el edificio que habitaba Raskólnikov, protagonista de Crimen y castigo.

El departamento 13 se encontraba en el segundo piso, a él se llegaba por una escalera señorial, por la que descendían mientras yo subía, dos o tres personas de aspecto no demasiado tranquilizador. Llamé y de inmediato me abrió una mujer de mediana edad que llevaba sobre los hombros un chal a cuadritos verdes. Hacía poco había leído Crimen y castigo y recordaba el “familiar” chal a cuadros de Marmeládov; así que también el chal de la criada de Dostoievski me impresionó.

Pensaba que de un momento a otro se abriría la puerta y entraría al estudio esa señora muy delgada cuyo retrato había visto poco antes. Pero lo hizo Fiódor Mijaílovich. Para entrar en conversación me preguntó cuánto tiempo había estudiado taquigrafía. Respondí que estudiaba desde hada seis meses.

— ¿Son muchos los alumnos del profesor Olkin?

— Al principio había ciento cincuenta inscriptos, pero en la actualidad quedan aproximadamente veinticinco.

— ¿Por qué tan pocos?

— Muchos pensaban que la taquigrafía era fácil; pero cuando vieron que en pocas semanas nada se puede hacer, abandonaron el estudio.

— Esto nos sucede ante cada nueva empresa: muchos comienzan con ardor, pero enseguida se debilita el entusiasmo y abandonan todo. Ven que es necesario trabajar, hacer un esfuerzo; y hoy, ¿quién quiere trabajar? Nadie.

Dostoievski me parecía un hombre extraño. A primera vista me pareció bastante viejo; pero cuando empezó a hablar no demostró más de treinta y siete años. Estatura mediana, muy derecho. El rostro era enfermizo y mostraba cansancio, el pelo de un castaño claro tirando al rojo, bastante peinado y alisado. Los ojos eran completamente diferentes[3], uno era común, de color castaño, pero en el otro la pupila se había agrandado tanto que no dejaba ver el iris. Esta asimetría de la mirada daba a su rostro una expresión enigmática. Me pareció que ya lo conocía; tal vez porque había visto sus retratos. Llevaba un saco liviano de paño azul bastante ajado, pero la camisa tenía la blancura de la nieve. Para decir la verdad, a primera vista, Dostoievski no me gustó en absoluto. Cinco minutos después de mi llegada entró la camarera con dos vasos de té muy fuerte, casi negro. Sobre la bandeja había dos panecillos. Tomé el vaso, y aunque no tenía muchos deseos, ya que hacía calor, para no parecer ceremoniosa, comencé a beber. Estaba sentada frente a una pequeña mesita cercana a la pared y junto al escritorio; Fiódor Mijaílovich a ratos se sentaba frente a su mesa, a ratos caminaba por la habitación, siempre fumando; apagaba un cigarrillo para encender otro. Me ofreció uno. Rehusé.

— Tal vez, por cumplido —dijo él.

Respondí que no sólo no fumaba, sino que no me gustaban las mujeres que lo hacían.

Siguió una conversación incoherente. Fiódor Mijaílovich cambiaba continuamente de tema. A medida que pasaba el tiempo me parecía más cansado, confundido, debilitado y enfermo. Me resultó extraño que de pronto me dijese que estaba enfermo y sufría de epilepsia. Del trabajo a realizar habló de un modo bastante oscuro. “Veremos qué se puede hacer, probaremos, veremos si es posible...”

Comencé a dudar que se cumpliera el sueño de nuestra colaboración, llegué a pensar que Fiódor Mijaílovich no estaba seguro de que le resultase cómodo ese método de colaboración y que pensara en renunciar a él. Para ayudarlo, dije;

— Bien, probaremos y, si no le resulta cómodo trabajar con mi ayuda, me lo dirá usted francamente. Puede estar seguro de que no tendré pretensión, alguna si el trabajo no se inicia.

Fiódor Mijaílovich preguntó cómo me llamaba. Se lo dije, pero instantes después ya había olvidado mi nombre y preguntó de nuevo. El tiempo pasaba mientras conversábamos. Finalmente Fiódor Mijaílovich quiso dictarme un párrafo del Russkii Vestnik[4] y me pidió que descifrara lo taquigrafiado. Comenzó a dictar muy rápido pero yo lo detuve y le pedí que dictara como si hablara. Después comencé a descifrar y lo hice con bastante velocidad; pero Fiódor Mijaílovich me apremiaba continuamente y se asombraba de mi lentitud para transcribir.

En general se comportaba extrañamente: fue poco cortés, un poco demasiado sincero y brusco. Se notaba que estaba muy nervioso y que no podía concentrarse en sus pensamientos. A menudo me dirigía preguntas y de inmediato se ponía a caminar por la habitación. Caminaba largo rato como si se hubiese olvidado de mi presencia y yo permanecía completamente inmóvil para no molestarlo. Finalmente dijo que no se sentía en condiciones de dictar; pero que si yo podía regresar a las ocho del mismo día, comenzaría su nueva novela. Me resultaba muy incómodo volver; pero no quería perder el trabajo; por lo tanto prometí hacerlo. Cuando estaba por salir, F. M. dijo:

— Sepa que me puse muy contento cuando Olkin me ofreció una señorita taquígrafa y no un hombre. Tal vez usted se asombre, tal vez le parezca extraño, se preguntará por qué.

— Y, ¿por qué?

— Porque un hombre seguramente comenzaría a beber; usted por cierto no lo hará.

Cuando me iba estaba muy triste. Dostoievski no me había gustado, me produjo una impresión penosa; además, me parecía que no podría seguir adelante con el trabajo y que mi sueño de independencia comenzaba a desvanecerse. Esto me resultaba todavía más penoso, porque el día anterior, con mi buena madre nos habíamos alegrado mucho del comienzo de mi nueva actividad.

Eran casi las dos cuando me despedí de Dostoievski. Era demasiado tarde para volver a casa; por lo tanto, decidí dirigirme a la de mis parientes Snitkin que vivían en el Pasaje Fonamyij, para almorzar con ellos y volver después a lo de Dostoievski." Además, aparte de la distancia, deseaba —era entonces muy joven— jactarme ante mis parientes por haber comenzado a ganarme el pan. Más de una vez me habían dado a entender que era fácil vivir apoyado en la madre y que ya era tiempo de que empezase a ganar también yo; pero cuando empecé a estudiar taquigrafía se burlaron de mí y aseguraron que era una pérdida de tiempo.

Notas:

[1] Gostinyj Dvor, amplios pórticos de Petrogrado donde se encuentran negocios de este tipo.

[2] Esta expresión era habitual en F. M. Dostoievski quien no quería perder tiempo esperando a nadie: solía fijar sus entrevistas para una hora precisa y agregaba siempre: “ni antes ni después”.

[3] Durante una crisis epiléptica, al caer, F. M. se golpeó contra un objeto agudo y se lastimó el ojo derecho. El profesor Young le prescribió atropina, de modo que la pupila derecha estaba un poco agrandada.

[4] Revista literaria: Mensajero ruso.

 

Ana Grigorievna
"Jaque" Revista Semanario - Año III Nº 100

Montevideo, 14 de noviembre de 1985

Digitalizado y editado por el editor de Letras Uruguay el día 23 de mayo de 2017, se agrega foto.

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