El Cid humanístico: La configuración del paradigma caballeresco

por Fernando Gómez Redondo

Universidad de Alcalá de Henares

 

Estatua ecuestre del Cid en Burgos,
obra de González Quesada e inaugurada en 1955.

Resumen

Si bien el Cid sigue su camino cuatrocentista en las derivaciones cronísticas y en el romancero épico, se afirma paralelamente a lo largo del siglo xv un nuevo paradigma en torno a Rodrigo, para acercarlo a los esquemas de la actuación caballeresca con que se entraman las biografías o crónicas particulares de héroes reales. Las ponderaciones del héroe en la literatura de la época se vinculan con los principales proyectos de renovación de la caballería, instigados a lo largo de los tres reinados de esta centuria, en especial a los promovidos en el entorno de don Álvaro de Luna y en el marco militar de los Reyes Católicos.

Palabras clave: Cantar de mio Cid - caballería - siglo XV

Abstract

Although the Cid follows his quattrocentist way in chronicle derivations and in epic balladry, a new paradigm around Rodrigo is simultaneously affirmed throughout the fifteenth century, in order to move toward the schemes of chivalric behaviour, whereupon the biographies or particular chronicles of real heroes are woven into. The considerations of the hero in the literature of the time are linked with the main projects of renova-tion of the cavalry, enhanced throughout the three reigns of this century, especially with those promoted in the close proximity of Don Álvaro Luna, and within the military structure of the Catholic Kings.

Keywords: Cantar de Mio Cid - chivalry - fifteenth century Olivar N° 10 (2007), 327-345.

La andadura cuatrocentista del Cid es variada y compleja. Las derivaciones de las crónicas generales siguen difundiendo la memoria de unos hechos en la que se integran las tramas relativas a las mocedades con las principales secuencias del Cantar de mio Cid que no en vano se había copiado a mediados del siglo xiv, en un taller historiográfico, para informar la redacción de la Crónica de Castilla (Orduna 1989); las líneas argumentales de la materia cidiana sufren, en la adaptación a los nuevos esquemas historiográficos, cambios impuestos por los compiladores y ajustes a los diferentes procesos de recepción, ligados básicamente a intereses nobiliarios[1]. Otro cauce de transmisión de las hazañas de Rodrigo articula el romancero épico, atento a los episodios más espectaculares de unas gestas y unos comportamientos que acercan al héroe al modelo de vasallo rebelde, incidiendo en las iniciales empresas del Campeador en los reinados de Fernando i -con el telón de fondo de la partición de los reinos-, así como en las intrigas y en las guerras intestinas que se libran entre Sancho II, Alfonso Vi y García i (Gómez Moreno 2002 y Zaderenko 2005).

Al margen de estos dos núcleos de transmisión cidiana, a lo largo del siglo xv comienza a afirmarse un nuevo paradigma en torno a Rodrigo, para acercarlo a los esquemas de la actuación caballeresca con que se entraman las biografías o crónicas particulares de héroes reales; éste es el camino que conduce a la formación de las dos crónicas -la «popular» y la «particular»- que, sobre la vida del Cid, se imprimen ya en el reinado de los Católicos, al resguardo no sólo del rastro de referencias preservado en la cronística general, sino de los valores con que se reconstruye la dimensión de una figura convertida en cumplida imagen del esfuerzo militar con que la misma institución de la caballería tiene que remozarse, con el fin de adaptarse a las nuevas situaciones bélicas que acabarán exigiendo, prácticamente, su sustitución a favor de las fuerzas de infantería en las contiendas que se librarán ya en las primeras décadas del siglo xvi. Pero antes de que ello ocurra, dos héroes de la antigua épica, Fernán González y Rodrigo Díaz de Vivar, prestarán las secuencias principales de sus hechos para acotar un nuevo orden de pensamiento caballeresco, además de para recordar los hitos principales de la fundación de Castilla y de su configuración -siempre turbulenta- como reino.

1. El Cid en el coro de la fama

El primer ajuste de Rodrigo a esta nueva identidad caballeresca se produce en el proemio del Victorial, una compilación biográfica dedicada a magnificar las hazañas de un héroe real, Pero Niño, en el momento de su vida en que aparece ligado a la figura de don Álvaro de Luna, a quien deberá su promoción al condado de Buelna; para Gutierre Díaz de Games, Niño le servirá de soporte para construir un doctrinal de caballería en el que fija uno de los análisis más rigurosos de esta institución con el fin de alejarla del brillo y de la apariencia cortesana, a la par de incidir en que su principal función no era otra que la de la defensa militar del reino, sobre todo ante los enemigos de la fe; tales habían de ser los valores de la honra y de la fama caballerescas; por ello, convoca el recuerdo de Rodrigo en el capítulo sexto del prólogo, dedicado a explorar el símbolo de la palma de la victoria; el Cid aparece en un extraño grupo de los Nueve de la Fama, del que salen los tres héroes de la Antigüedad -Héctor, Alejandro y César- para posibilitar la entrada de los caballeros cristianos que más se habían significado en su lucha contra los árabes; quedan, de este modo, las tres figuras canónicas de las Sagradas Escrituras -Josué, David y Judas Macabeo-, los tres forjadores de la identidad de Europa -Godofredo de Bullón, Carlos Martel y Carlomagno-, más los tres héroes hispanos que habían alcanzado un número mayor de victorias sobre los moros, Fernán González, el Cid y Fernando iii; los tres retratos llevan incorporada una valoración hagiográfica[2] a la que no debe ser ajena la nueva caballería demasiado entretenida en divertimentos cortesanos; la ejemplaridad derivada de estas figuras ha de recaer en los valores que tienen que ser recuperados por los caballeros que pretendan seguir el duro oficio de las armas:

E tomen enxenplo del conde Fernán González, amigo de Dios, que peleando con grand esfuerzo e fee, venció el grand poder de Almangor. E del £id Ruy Díaz: seyendo un pequeño cavallero, peleando por la fee, e por la verdad, e por la honra de su rey e reino, vengió muchas batallas, e le fizo Dios grande e honrado, e fue muy tenido de sus comarcanos. Otrosí, tomen enxenplo del muy noble rey don Fernando el Casto, que peleando por la fee ganó a Córdova e a Sevilla, donde es santo non calonizado (268).

De las tres semblanzas, la más extensa es la de Rodrigo; en ella, se incide en el esfuerzo militar de este caballero, volcado sobre todo en defensa de la fe, en sus orígenes humildes y en el modo en que el mantenimiento de la verdad y la búsqueda de la honra política y social -como si no fuera éste el motivo recurrente del Cantar- habían logrado ensalzarlo a los más altos estados. Rodrigo prefigura el principal esquema de actuación militar de Pero Niño, otro «buen cavallero» que «nunca fue vengido de sus enemigos, él ni gente suya» (281).

En este mismo dominio cultural, en la Historia de don Álvaro de Luna, y también con el propósito de significar la figura del Maestre en sus principales pautas de comportamiento militar, aparece una referencia puntual a la geografía cidiana, que demuestra el valor de una tradición asociada a sus gestas:

Aquel gerro llaman los de la tierra las Peñas de Ruy Díaz, que algunos dizen que le llaman assí porque el Cid Ruy Díaz, viniendo a gercar aquella villa e castillo, ovo tenido real en aquel gerro. E allí paregió al Maestre que quedaría bien asentada aquella gente con aquellos caballeros, fasta en tanto que el Rey viniese (185)[3].

La referencia se sitúa en el año de 1446, en el momento en que don Álvaro es considerado ya como Maestre de Santiago -tras la crucial victoria de Olmedo sobre el bando aragonesista- y Condestable, justo cuando va a someter a asedio la villa de Atienza.

El propio don Álvaro pudo instigar la inclusión en su Libro de las claras e virtuosas mugeres de una referencia no tanto al Cid, como a ese coro de caballeros de la fama con el propósito de encarecer, en el capítulo viii del Libro ii, el esfuerzo desplegado por Bilia, mujer de Diulio:

E como quier que mucho sean de loar Éctor, el troyano, e Archiles, el griego, e el grande iosué, e el fuerte Sansón, e el religioso cavallero Judas Macabeo, e el conde don Fernand Gongález, e el £id Ruy Díaz, e otros muchos cavalleros que fueron muy valientes e esforgados e esmerados en el fecho de las armas, así en el pueblo de los gentiles como en el pueblo de israel, como después d’ellos en el pueblo católico e cristiano, por los muy grandes e notables fechos que cada uno d’ellos, en su tiempo, loable e bien aventuradamente, fizo e cometió, en el muy grande e alto fecho de la cavallería e armas, segund se fabla por la Sacra Escriptura, e por diversas corónicas e istorias auténticas, e aprovadas en muchos e diversos lugares, por donde paresge que ellos ayan pasado e sobrepujado, en toda virtud de cavallería, a todos los otros de su tiempo (105b) (Castillo 1908).

El coro se reduce a siete figuras: dos héroes de la Antigüedad, tres bíblicos y dos castellanos; éstos permiten la configuración de la pareja épica por antonomasia que servirá para conformar el imaginario caballeresco con el que se querrán renovar las funciones -militares, no se olvide- de esta vieja institución. Hay que advertir, además, el modo en que el Maestre declara las fuentes consultadas -son «corónicas e istorias auténticas»- para alejarse del conjunto de tradiciones orales en que sigue transmitiéndose la memoria de los hechos cidianos.

No es extraño que en el reinado siguiente, Enrique iV emparejara a Rodrigo -siempre acompañado del fundador de Castilla- con las figuras regias con que ordenara engalanar el Salón de Reyes del Alcázar sego-viano; Valera, en su Memorial de diversas hazañas, registra este hecho como uno de los principales logros de la escasa actividad artística promovida por el rey:

E fortificó maravillosamente el alcágar, e hizo engima de la puerta d’él una muy alta torre, labrada de magonería, y en el corredor que se llama en aquel alcágar «de los cordones», mandó poner todos los reyes que en Castilla y en León han seído después de la destruigión de España, co-mengando de don Pelayo fasta él; e mandó poner con ellos al Cid e al conde Fernán Gongález, por ser caballeros tan nobles e que tan grandes cosas hizieron. Todos en grandes estatuas, labradas muy sutilmente, de maderas cubiertas de oro e plata (Mata Carriazo, 1941: 294).

Se mantiene el valor de la nobleza inherente a estas figuras y se justifica la posición alcanzada por las empresas que han logrado realizar.

2. Don Rodrigo Ponce de León, un «segundo Cid»

En cierto modo, estos dos personajes prestarán su identidad para que puedan asemejarse a ellas los héroes reales que participarán en las campañas militares dirigidas por los Católicos, en especial en la guerra contra Granada. De toda esa nueva caballería que emerge en el entorno isabelino, descuella la figura de don Rodrigo Ponce de León; en torno a este caballero se tejerá un calculado imaginario cidiano, desplegado no sólo por el biógrafo que compila su Historia, sino por el propio Valera que no duda en comparar al marqués de Cádiz con el Cid tras la toma de Alhama, viendo en él cumplidos los atributos de los héroes épicos:

Pues de vós, señor, ¿qué se espera salvo que seréis otro Cid en nuestros tienpos nacido? Que si aquel tan estrenuo y escogido varón ganó a Valencia, cobróla después de averla tenido cercada por espacio de diez meses (...) e vós, señor, apenas vos eran las barbas nascidas, cuando todo temor olvidado sin tal certidunbre tener (...) tomastes la famosa cibdad de Alha-ma, siendo tan lexos de vuestra tierra e metida en medio de sus defensores e tanto cercana a la muy poderosa cibdad de Granada (22b) (Penna, 1959: 3-46).

También Andrés Bernáldez, en sus Memorias, en 1492.civ, cuando traza el elogio fúnebre de este militar lo compara al Cid, además de a los principales héroes de la materia troyana (238), antes de acotar su semblanza (Gómez Moreno y Mata Carriazo, 1962). No sorprende que en la Historia dedicada a registrar las principales hazañas del Marqués de Cádiz sea continua la recurrencia al ejemplo del Cid, ya desde el mismo proemio, en el que, al igual que hiciera Díaz de Games, se promueve un nuevo coro de seis figuras de la fama; el primer trío se vincula a Cádiz -Hércules, Fernando III y Alfonso X- mientras que la segunda terna de héroes prefigurará la conducta del biografiado: Fernán González, el Cid y el maestre de Santiago, Pelayo Correa. Parece clara la deuda de este biógrafo con la Valeriana, de donde toma toda suerte de noticias para ajustarlas al propósito de fijar la extraordinaria identidad militar del marqués de Cádiz; quizá, por ello, en el primer apunte cidiano se evoquen las dos hazañas principales del cierre del Cantar y de la *Estoria caradig-nense, que privilegian las dos secuencias más cercanas a la ficción:

Pues qué diremos del santísimo cavallero £id Ruy Díaz, que dexando otros muchos vengimientos que en los moros fizo en su vida, e tovo quinze reyes moros por vasallos, después de su fallesgimiento vengió treinta e dos reyes en una batalla en que avía sesenta mill de cavallo e dozientos mill moros de pie, con mil e seisgientos de cavallo e ginco mill peones. Y por su grand meresgimiento, el noble rey don Alonso, en las Cortes de Toledo, donde vino el £id Ruy Díaz e los condes de Carrión, sus yernos, mandó que la silla o escaño del £id Ruy Díaz sienpre fuese puesta junta con la de los reyes, porque allende de ser muy leal a la Corona real, vengió y prendió muchos reyes moros y christianos (Carriazo Rubio, 2003: 143).

Ese orden de triunfos sobre los infieles, por una parte, y el reconocimiento de la realeza a unos servicios prestados en el campo militar, por otra, constituyen los dos ejes en torno a los cuales se alinearán los principales núcleos temáticos de esta biografía que, como señala su compilador, se inspira en el modelo que le proprocionan las vidas que ya se han escrito de los principales héroes de la épica:

Y sus grandes y famosas virtudes me dieron cabsa aver de dezir y recontar de los fechos virtuosos d’este tan noble y tan esforgado cavallero, segund más largamente por su estoria adelante paregerá. Y así podemos bien dezir por el marqués de Cádiz, el segundo y buen conde Fernand Gongález, y segundo y santísimo cavallero £id Ruy Díaz, pues que averi-guadamente y fablando toda la verdad, tan nobles y tan esforgadas cosas d’él podemos contar, de sus grandes victorias y vengimientos que en los moros fizo, favoregiendo y ensalgando la santa fe católica (Carriazo Rubio, 2003: 145).[4]

Las pautas de actuación militar -y también de comportamiento cortesano- que están instigando los Católicos en la nueva caballería de que se rodean se encarnan en este marqués de Cádiz, en el que, a la par, se sintetizan los principales valores de los héroes épicos; esta restauración de las antiguas gestas es la que posibilita la impresión de las biografías caballerescas, por cuanto hay un orden de situaciones bélicas -y siempre se trata de una expansión territorial basada en la exaltación religiosa-que requiere de esa precisa memoria; por ello, por ejemplo, se recuerda la investidura cidiana sobre el cerco de Coimbra al hablar de Fernando iii, ya que se trata de construir una nueva caballería:

E allí armó este rey cavallero a Rodrigo de Bivar, en la mezquita mayor. E mandólo llamar Ruy Díaz, e giñóle el espada, e diole paz en la boca. E non le dio bofetada, como era costunbre, mas diole con el espada en el onbro. E mandóle que tomase el espada e que de su mano armase nueve cavalleros; e así los armó (153-154).

Si aquí aparece clara la dimensión caballeresca, el mismo Cid prestará la secuencia de sus últimas hazañas para trazar esa configuración religiosa que tiene que ajustarse también a los patrones ideológicos de la corte isabelina; de este modo, los «nobles y esforgados cavalleros» en los que fija su atención el biógrafo son Godofredo de Bullón, el maestre don Pelayo Correa y el conde Fernán González, encareciéndose del Cid la revelación sufrida de la victoria que obtendría sobre Búcar, una vez muerto:

De los cavalleros, el santísimo £id Ruy Díaz, al cual aparegió Sant Pedro de Cardeña. El cual le reveló de partes de Dios nuestro Señor cómo dende en XXX días supiese cómo avía de morir y que después de su fallesgimiento avía de venger una grand batalla de reyes moros (157).

Esta sacralización a la que es elevado el héroe tendrá que proyectarse en la construcción de la identidad del Marqués de Cádiz, requiriendo el propio rey, para agradecer unos servicios militares rendidos, esta misma secuencia de imágenes:

E dixo el rey: «¡O, bendito sea Dios nuestro Señor, que en mi tienpo quiso que oviese un conde Fernand Gongález e un £id Ruy Díaz» (206).

Este reconocimiento entra en correspondencia con el pasaje de la «letra» que el propio Varela enviara al marqués.

Lo mismo ocurre cuando Ponce de León pone cerco a Setenil en cap. xxviii, si bien ahora el elogio es formulado por el narrador:

E segund estos fechos de cavallería, bien parege el marqués de Cádiz a los nobles antigos, el conde Fernand Gongález e £id Ruy Díaz, nuestros naturales, e aun a otros nobles romanos, así como Plágido... (239).

Hay una progresiva y calculada canonización del marqués de Cádiz, semejante al proceso descriptivo que antes se había construido con la figura del Cid (Mackay, 1991: 197-207).

3. El Cid: un dechado de virtudes

Esta trama de sentidos se afirma en las varias compilaciones del canónigo Diego Rodríguez de Almela, uno de los letrados adscritos al círculo del obispo Alfonso de Cartagena[5]; este historiador manifiesta una clara querencia por los hechos y secuencias argumentales de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, al que va a convertir en soporte de las diversas indagaciones morales que practicará sobre la historia, buscando ejemplos de comportamientos heroicos y de actitudes militares que poder proyectar sobre el presente. Tal es el caso de su Valerio de las estorias escolásticas e de España, que se imprime en 1487, pero que tenía que haber compuesto veinticinco años antes.

El Valerio pudo ser instigado posiblemente por el obispo de Burgos, con el fin de contar con una miscelánea similar a la que produjera Valerio Máximo sobre la historia de Roma, si bien aplicada a los hechos de la Sagrada Escritura y de los reyes de España; se pretendía articular unas pautas de ordenación textual -habrá también nueve libros- que permitieran una rápida búsqueda de los aspectos doctrinales que esta serie hispánica de dicta y de facta había de suministrar. La figura de Rodrigo atraviesa, en buena medida, la estructura del Valerio, puesto que se encuentran episodios de las diversas materias cidianas en casi todos los libros, lo que obliga al compilador a justificar esta continua recurrencia de materiales ejemplares, tal y como ocurre en el Libro Viii, centrado en la justicia y el estudio; así en ii.iii.6 ofrece un completo resumen de los hechos relativos al Cid, enmarcados en esta presentación:

Dignos son de memoria los muy grandes fechos de cavallería que fizo el muy esclarescido en virtudes e esforgado en fechos de armas e bienaventurado en batallas don Rodrigo de Bivar, que fue llamado el Cid Campeador... (Torres Fontes 1946: 64).

La construcción del paradigma caballeresco en torno a Rodrigo se consolida en este compendio, puesto que los «fechos» por él realizados se vinculan a ese dominio temático de la «caballería», en el que adquieren sentido unas «virtudes» que van a tener una proyección fundamental en el campo militar. Rodrigo ya no es un héroe de la antigua épica, sino un moderno paladín que ha de prestar su conducta para que puedan ser asimilados, por los caballeros reales, unos modos de comportamiento similares; en el mismo Libro Viii, en iii.ii.7 aparecen estas ideas que sirven de cauce al lema ya evocado, que se aplicara a la vida de Pero Niño:

Los fechos de cavallería del Cid, don Ruy Díaz, contarlos por menudo non se podría. Este cavallero fizo fechos de armas e siempre venció e nunca fue vencido. Non se puede dezir que por sí solo o con muchos o pocos tanta buen andanga de cavallería aviniese a otro cavallero, e así es de loar su buen fin, que non solamente en la vida fue vencedor, mas aun después de su muerte por virtud de Dios, con él los suyos vencieron al rey Búcar (87).

Esa idea de siempre vencer y nunca ser vencido otorga sentido a unos ideales caballerescos que, definidos ya en el entorno de don Ál-varo de Luna, se proyectan sobre el orden militar que va a permitir la importante expansión territorial que los Católicos alcanzarán en los dos últimos decenios del siglo xv. Almela acuerda con el dominio de valores de este reinado; por una parte, el primer episodio cidiano que se evoca, en el Libro I, se refiere al relato hagiográfico del judío que pretende ultrajar el cuerpo embalsamado del Cid; siempre hay detalles nuevos -y oportunos- en estas recreaciones, así la reflexión del historiador no aparece en la fuente:

E como los judíos son escarnidores de los christianos e industriados de toda malicia, paróse ante el cuerpo del Cid... (47-48).

El Libro II es el que contiene el mayor número de referencias, puesto que se centra en nociones de la vida militar; aparece, como uno de los primeros núcleos, el don que Rodrigo obtiene de Alfonso VI para modificar la costumbre de los nueve días que se daban a los hidalgos para salir desterrados del reino y ampliar el plazo legal a treinta días; esta imposición de la caballería sobre la autoridad regalista debía ser justificada por el compilador para tornarla en una noción asumible:

En este capítulo se dize más, lo cual es de notar: como el Cid don Ruy Díaz tomó el castillo e prendió aquel traidor de Almocolas, non pidió para sí premio alguno, mas acatando que los reyes deven establescer cosas magníficas e provechosas a sus regnos e a sus súbditos, pidió previllegios para los fijosdalgo por la manera que dicha es e a los pueblos que non fuesen despechados sin causa, lo cual es de notar a este noble e virtuoso cavallero (53).[6]

La otorgación de los «privilegios» que afectan a la nobleza debe estar siempre encauzada desde una voluntad regia que no debe quebrantarse en ningún caso, aunque, tratándose del Cid, la inserción de su figura en el dominio iconográfico de la realeza (el Salón de Reyes del Alcázar) podía justificar esta corrección de unas disposiciones jurídicas atentatorias contra el derecho de los hidalgos; de ahí que se incida en la merced que Alfonso Vi concede a Rodrigo de sentarlo a su lado tras restaurar, en las cortes de Toledo, su honra familiar; la recepción -caballeresca- es magnífica:

Cid, tal sodes vós e tanta merced vos fizo Dios fasta el día de oy, que si me quisiéredes ser mandado tengo yo por bien que vos asentedes comigo, ca quien reyes vence con reyes se deve asentar» (76).

El rey se beneficia de esa honra caballeresca que Rodrigo ha ganado con el esfuerzo desplegado por sus victorias militares[7], convertidas en soporte de un ascenso que no es sólo político, sino religioso, hasta el punto de poder «ser llamado cavallero de Dios» (77), una vez trasladado a Castilla para ser enterrado después de la victoria obtenida sobre Búcar.

Hay, por tanto, una voluntad de Almela de seleccionar episodios que puedan servir de refrendo de unos códigos ideológicos que han de ser asumidos por la clase de los caballeros, además de corregir o de explicar los comportamientos de rebeldía del héroe, como ocurre en el episodio de la Jura de Santa Gadea[8], en donde Almela tiene que explicar que la conducta de Rodrigo en esta ocasión viene justificada por el juramento que él había prestado a Sancho ii; esta fidelidad a la corona exige el escrupuloso cumplimiento de unas obligaciones que deben ser convertidas en marco necesario para la aceptación del nuevo rey:

Este Cid, como él fuese noble e virtuoso, reconosció al rey don Sancho la buena palabra que dixo al rey su padre. E en reconoscimiento fizo lo que dicho es (164).

Por ello, en el título séptimo de este quinto libro, dedicado a casos de piedad, se recuerda el amor que el Cid, desterrado, sintiera por su patria y por su rey, manifestado en la serie de regalos que enviara a Alfonso VI. Esa misma clemencia se extiende también a las relaciones que mantiene con el resto de reyes peninsulares, en especial con Pedro I de Aragón al que libera después de vencerlo, mereciendo este comentario por parte del compilador:

Non solamente este Cid usó de clemencia e humanidad con este rey de Aragón e con los suyos, mas segund se lee otras maravillosas obras de clemencia fizo non solamente contra christianos, mas aun contra moros por lo cual con grand razón es de loar (158).[9]

Por supuesto, de los cristianos destaca la figura del conde de Barcelona, su captura y posterior liberación -no sin obtener cuantioso botín- con la que demuestra la magnanimidad que proclama el Cantar, así como la alegría cortesana con que sabe despedirlo, constituyendo esa dimensión humorística una faceta más de su carácter caballeresco:

Dixo el Cid al conde: «Id vos agora a guisa de bueno e franco, e agradés-covos mucho lo que nos distes, pero si acá quisiéredes tornar embiád-noslo dezir o dexaredes lo que traxiéredes o levaredes lo que agora vos tomamos». El conde dixo al Cid: «En salvo dezides vuestros jueguetes, que bien pagado vos tengo por este año, e a vuestras conpañas, por ende non he en coragón de vos buscar tan cedo» (151).

El caballero puede servirse de esas burlas corteses para proclamar, con ellas, su superioridad sobre un enemigo que lo había atacado y que había sido vencido en buena lid; distinto es el caso de los engaños de que se tiene que servir, en ocasiones, para superar las dificultades iniciales a que el exilio lo arrastra, como sucede con el caso de los prestamistas judíos; Rodrigo tiene que recurrir a esa treta forzado por la carencia en que se encuentra, pero el compilador desvela su deseo de resarcirles a la primera ocasión, como ocurre tras la toma de Alcocer; como son las virtudes de la caballería las que se están poniendo en juego, el historiador debe advertir de las graves circunstancias que habían movido al héroe a servirse de ese ardid:

Cuando la fama d’esto fue sabida en Burgos e por la tierra, fueron todos maravillados de la bondad e lealdat del Cid. El Cid era cavallero virtuoso en cavallería e en verdat tanto como en sus tienpos non avía más virtuoso cavallero que él, pero con necessidat -la cual non es subjecta a ley de cavallería nin de verdad- costriñóle de usar de aquella enfinta (262).

La institución de la caballería debe estar sostenida por la defensa de esa «verdad» que queda a salvo desde el momento en que Rodrigo logra superar la situación negativa que le había obligado a actuar de esa manera.

Distinto es el caso de la toma de Alcocer, registrada en el mismo Libro Vii, por cuanto esta «enfinta» no lleva consigo un componente moral, sino que depende de la aplicación escrupulosa de una táctica militar, como subraya el compilador:

Así tomó el Cid el castillo de Alconcier por arte de fermoso saber de guerra. Los fechos de cavallería cada día han menester grandes avisamientos, e puesto que por las batallas los vencedores quedan señores nin por tanto cessa que por otra vía non pueda el omne ser vencedor o señor. Este Cid peleó e venció, pero primeramente usó de astucia e discreción, que sacó a los del castillo por arte e después lo tomó (254).

Aquí la sutileza se vincula a esa discreción, que ha de ser una de las cualidades reguladoras del comportamiento caballeresco que se está sometiendo a examen, mediante la selección de estas variadas peripecias que Almela extrae de las diferentes líneas con que se difunde la materia cidiana[10].

Por ello, en su Compilación de los Milagros de Santiago vuelve a echar mano de estas situaciones, puesto que no en vano había considerado a Rodrigo «cavallero de Dios», de donde las intervenciones ha-giográficas de que se hace merecedor (Torres Fontes 1946), así, Almela inserta el episodio del «gafo» tras la toma de Calahorra y la romería que lleva al Cid a Santiago[11] o sitúa la investidura del Cid, conforme a la tradición, una vez capturada Coimbra[12]; como sucediera en el Valerio, se concede a la figura cidiana singular valor, convertido Rodrigo en «el bienaventurado bellicoso cavallero vencedor de batallas», merecedor no sólo de la intervención del Apóstol -que le ayudará a vencer a Búcar después de muerto- sino del mismo San Pedro, que se le aparece en sueños para asegurarle esa victoria por la honra con que el Cid trató su «casa de Cardeña» (31).

4. El marco de las biografías caballerescas

Este paradigma del esfuerzo caballeresco al que acaba asociado Rodrigo puede ya utilizarse en toda serie de tratados relacionados con asuntos bélicos o instigados para enmarcar el desarrollo de diferentes campañas militares, tal y como sucede en el Tratado sobre la guerra de Francia de Juan Núñez de Toledo, dirigido a Cisneros en 1497 e impreso en 1504, en un momento crítico en el que se estaban librando las principales batallas en suelo italiano entre franceses y españoles. En el prólogo, este letrado recuerda las victorias más destacadas obtenidas contra estos enemigos, recurriendo a la trama de la exención del tributo a que estaba sometida Castilla:

Y el rey don Hernando, primero d’este nombre, entró por Francia y quitó el tributo d’España e iva delante el Cid Ruy Días en el avanguarda, robando y quemando la tierra y vino el conde don Remón de Saboya con otros grandes señores y mucha gente de franceses e saboyanos e alemanes y el Cid los venció y desbarató y prendió al conde, y después se tornó a juntar gran muchedumbre de franceses y el Cid los venció y desbarató (a iiir).

Por este motivo, tal y como se ha señalado, se imprimen en el reinado de los Católicos las dos biografías caballerescas en las que se sintetizan los valores con que se arma el paradigma de comportamiento militar al que otorga sentido la figura cidiana. Como es sabido, la Crónica popular del Cid, que aparece en Sevilla, en 1498, extrae los materiales que precisa de los caps. xxxviii-civ de la cuarta parte de la Crónica abreviada de Valera, con el fin de formar un sumario centrado en las principales líneas argumentales de esta materia difundidas a lo largo del siglo xv; le basta, para ello, al compilador con suprimir las noticias en las que no aparecía Rodrigo; la dimensión religiosa, el mantenimiento de las virtudes y la observación de las obligaciones caballerescas asoman ya en el preámbulo de este texto:

Aquí comienga un libro llamado Suma de las cosas maravillosas que fizo en su vida el buen cavallero Cid Ruy Díaz, con gracia y esfuergo que nuestro Señor Dios le dio, porque fue desde su juventud acostumbrado en fazer cosas de virtud, temeroso de Dios nuestro Señor, leal y esforgado en todos sus fechos, según más largamente las estorias de las corónicas lo recuentan (3)[13].

Distinta es la Crónica del famoso cavallero Cid Ruy Díez Campeador -o Crónica particular-, publicada en Burgos por Fadrique de Basilea en 1512, preparada por fray Juan de Velorado y vinculada a la figura del infante don Fernando, nacido en 1503; no hay que olvidar que el Rey Católico prefería la línea de sucesión representada por este nieto, por lo que muy bien pudo instigarse esta compilación de los notables hechos cidianos para intervenir en su educación; de hecho, es el propio infante el que aparece como promotor de la obra, tal y como se declara al frente de la misma, tras una visita al monasterio de San Pedro de Cardeña:

Estando en el monesterio e casa de Sant Pedro de Cardeña, adonde está enterrado el cuerpo del muy noble e valiente cavallero vencedor de batallas el Cid Ruy Díez de Vivar, e otros muchos cavalleros que al tiempo con él se hallaron, vista allí su Crónica original, que en el tiempo de su vida se hizo e ordenó, e los muy señalados hechos que en su tiempo hizo e los muchos miraglos que en acrescentamiento de nuestra santa fee católica en aquellos tiempos subcedieron, que de no se haver publicado ni tresladada la dicha Crónica estavan ya tan olvidados que si en ello no se pusiese remedio, según la Crónica estava caduca muy presto no se pudiera remediar y en breve se perdería (a iir-v).

Lo que importa es comprobar que interesa sólo el modelo de comportamiento caballeresco que pueda asimilarse mediante la lectura de estos hechos:

Considerando ansimesmo que de se imprimir e publicar, según las obras muy virtuosas y grandes hechos de cavallerías que en el dicho tiempo subcedieron, se siguirá el fruto que arriba está dicho, y aún de allí se podría sacar dechado e dar avisos para muchas cosas de las guerras muy provechosos y necessarios (a iiv ).

Esta crónica «particular» se asemeja a un tratado de re militari, confirmando así la expectativa que se había ido creando a lo largo del siglo xv, adicionada con las referencias hagiográficas que convenían para el entorno monacal en el que se prepara esta compilación; procedía, a principios del siglo xvi, seguir informando de los milagros que continuaban produciéndose en torno a la tumba del héroe.

5. Conclusión

En resumen, el tratamiento cuatrocentista de la figura de Rodrigo en el siglo xv, se vincula a los principales proyectos de renovación de la caballería, instigados a lo largo de los tres reinados de esta centuria, en especial a los promovidos en el entorno de don Álvaro de Luna -de donde la aparición del Cid en los coros de personajes célebres del Victorial y como ejemplo en su propio Libro de las claras e virtuosas mugeres- y en el marco militar de los Reyes Católicos, como lo prueba la configuración de don Rodrigo Ponce de León como «segundo Cid»; este mismo noble presta su figura para auspiciar un acercamiento religioso a las virtudes de la caballería, que el propio Cid logra sublimar en la selección de episodios por los que se interesa Diego Rodríguez de Almela en su Valerio: esa imagen de Rodrigo como «cavallero de Dios» sintetiza, a la perfección, la espiritualidad a la que esta institución debía también aspirar. Tal es el Cid que se ha llamado «humanístico» puesto que las recreaciones de la segunda mitad del siglo xv implican una valoración erudita de su figura, apreciable si no en la Crónica popular de 1498, simple centón extraído de la Valeriana, sí en la Crónica particular de 1512, una vita caballeresca construida para educar a un infante que acabaría siendo emperador.

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Notas:

[1] Tal es lo que sucede con el Repertorio de príncipes de Pedro de Escavias, que contiene uno de los resúmenes más extensos de las diversas líneas argumentales relativas al Cid, distribuidas a lo largo de los tres reinados en que se desarrollaron sus hechos. Otro tratamiento peculiar es el que figura en la Crónica de los reyes de Navarra instigada por el Príncipe de Viana, con noticias centradas en las relaciones de Pedro I con el castellano Rodrigo, encareciendo la ayuda que este monarca le presta para defender Valencia en 1097. Véase Catalán 2002.

[2] Ya implícita en el epígrafe de este mismo capítulo: «Cómo nuestro Señor Jesucristo quiso que los vencedores de las batallas fuesen honrados, e él mismo los honró con palma que Él bendigió», (Beltrán 1997: 267).

[3] Cito por Juan de Mata Carriazo 1940. También en la Crónica de los reyes de Navarra se recuerda el origen de este topónimo; el Cid se dirige a Albarracín, en donde construye una gran fortaleza en una peña, «la quoal agora es llamada la Peña del Cid», (Orcástegui Gros, 1998: 131).

[4] La imagen de ser un «segundo Cid» la aplica también Gómez Manrique a su tío don Rodrigo en la «Defunsión del noble cavallero Gargía Laso de la Vega», el primogénito de Santillana: «En aqueste mesmo lugar dond’está I lo armó cavallero en una gran lid I Rodrigo Manrique, el segundo £id, I a quien de su muerte muncho pesara», vv. 69-72; ver su Cancionero, (Vidal González, 2003: 352).

[5] Para el tratamiento de la materia cidiana por el obispo burgalense, ver María Jesús Díez Garretas, 2000: 333), quien señala: «Los cambios que se operan en la materia cidiana, puestos de manifiesto en estas dos obras de Alonso de Cartagena, serán recogidos y ampliados por cronistas y autores de tratados políticos que florecerán durante el reinado de los Reyes Católicos».

[6] En el Repertorio de príncipes aparece el mismo episodio: «E el £id le demandó que otorgase a los fijosdalgo que, cuando alguno oviese de salir de la tierra, que oviese treinta días de plago, así como deantes avían de nueve, e que no pasase contra ningún fijodalgo ni gibdad, sin ser primero por derecho oído e juzgado, ni quebrantase a las gibdades e villas del reino sus previllegios e usos e fueros, ni les hechase ningún pecho que desaforado fuese. El rey otortógelo todo e rogóle que en todo caso se fuese con él a Castilla» (Garcia, 1972: 203).

[7] Y es el aspecto en que más incide Almela en este Libro ii: «Aquí non conviene otra cosa dezir que los fechos del Cid fueron tan grandes e magníficos e de grand victoria que non se lee de cavallero tanto nin semejante», 67.

[8] Del que es reconocible la serie de versos: «Juraron en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, diziendo así el Cid al rey e a los doze cavalleros: “Vós jurades por la muerte del rey don Sancho, mi señor, que vós non fuestes en ella”. El rey e los otros dixieron que non. “Pues si vós ende sopistes parte o mandado, tal muerte murades como él murió”. El rey fue muy sañudo contra el Cid e díxole: “Ruy Díaz, ¿por qué me afincades tanto? Que oy me tomades juramento e cras me besaredes la mano”. Dixo entonces el Cid: “Señor, como vós me fiziéredes merced, que en otras tierras soldadas dan a los fijosdalgo, e así fará a mí quien me quisiere por vasallo”», 163-164.

[9]  Como se ha advertido ya, bien distinta es la relación entre estos dos personajes en el relato de don Carlos de Navarra; es Pedro I el que instiga el socorro militar al Cid en correspondencia con sus buenas virtudes: «pero él, no queriendo fallescer al Cid porque tan buen caballero no se perdiesse, ni queriendo fallescer al servicio de Dios, en presencia de todas sus gentes, prometió al mensajero que dende a XII días sería con él el rey don Pedro con todos aquellos que avían seído con él en la batalla de Huesca», 131.

[10] Para otro análisis de este carácter, ver María Jesús Lacarra (2002).

[11] Almela renueva la tradición de estos motivos con algún aspecto nuevo: «E desque ovieron cenado, mandó don Rodrigo fazer la cama para sí e para el gafo e acostáronse amos a dos desnudos. Cuando fue media noche, durmiendo don Rodrigo, diole el gafo un grand resollo por medio las espaldas, que fue tan rezio, que pareció que le salió por los pechos», 27; ver Alberto Montaner Frutos, 2002: 121-179).

[12] «E don Ruy Díaz, el Cid, le dixo que si él quería que Dios le diese aquella cibdad que fuese primero en romería a Santiago e que le pedía por merced que le fiziese allí cavallero», 29.

[13] Me sirvo de la edición con que N. Baranda inaugura sus Historias caballerescas del siglo XVII, (1995: 1-109); se cuenta también con la ed. de R. Foulché-Delbosc (1909: 311-420 y con una reimpresión facsimilar de la ed. de Toledo, Miguel de Eguía, 1526 (1903).

Los libros - Poema del Mío Cid
11 jun 1974

Dramatización, rodada en escenarios naturales, del anónimo 'Cantar' o 'Poema de Mío Cid' que recorre los hechos más importantes en la vida de Rodrigo Díaz de Vivar. A partir del juramento de Santa Gadea, el Cid es desterrado pero aun así conquista Valencia para su rey, quien le otorga el perdón. Casadas sus hijas con los Infantes de Carrión, son gravemente humilladas por éstos en la 'afrenta de Corpes'. El Cid consigue el deshonor y la derrota de los infantes. A lo largo del programa, el actor Fernando Nogueras presenta, analiza y comenta el texto de los episodios representados.
Interpretaciones de Germán Cobos, Elisa Ramírez y Juan Sala, entre otros.

El Cid es el mayor héroe medieval

Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador es uno de los caballeros más importantes de la Edad Media y todo un icono romántico y medieval gracias al cantar de gesta más importante de nuestra literatura: El Cantar de mio Cid. Sus destierros, batallas y gestas se han convertido en leyenda convirtiéndolo en uno de los héroes más valientes que ha tenido nuestra Historia.

GUADALAJARA AL DÍA, Jueves 18 Febrero 2016

Publicado el 19 feb. 2016

Conocemos dos iniciativas con las que poder colaborar, en primer lugar la que surge en Castejón de Henares con el único interés de salvar la casa del Cid y después desde la camada nos hablan de el mercadillo de libros que han organizado para este sábado y de todos los gatos que están deseando estrenar nuevo hogar.

 

Fernando Gómez Redondo

Universidad de Alcalá de Henares

Publicado, originalmente, en revista "Olivar"  vol.8 no.10 La Plata July/Dec. 2007, p. 327-345

Link: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-44782007000200021&lng=en&nrm=iso&tlng=es

 

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