T. S. Eliot: función de la poesía y función de la crítica

Ensayo de Jaime Gil de Biedma

 

Si yo tuviese de scoger, más querría con mediano ingenio buen juizio, que con razonable juizio buen ingenio.
—¿Por qué?
-Porque hombres de grandes ingenios son los que se pierden en beregías y falsas opiniones por falta de Juizio. No ay tal Joya en el hombre como el buen juizio.
                                    Juan de Valdés, Diálogo de la Lengua

Conocido en los aspectos creadores de su obra, vertido a nuestra lengua y representado con éxito. Thomas Stearns Eliot nos ofrece una vertiente menos familiar: su notable labor crítica; cierto que Vicente Gaos, en el prólogo a su versión de los Cuatro Cuartetos publicada en la colección «Adonais», ha dedicado a ella la atención debida, pero, como es lógico, le interesa sobre todo en cuanto noticia del arte poética de Eliot, útil para un mejor acceso del lector a los poemas. La versión argentina de los Selected Essays, que aunque algo confusa hubiese puesto a los lectores españoles en un pie de mayor intimidad con el pensamiento eliotiano, ha tenido escasa difusión en nuestro país. Era oportuna, pues, una versión española de este libro; la obra crítica de Eliot, aparte que posee verdadera importancia, nos procura un excelente contraste para las ideas acerca de la poesía y la crítica de poesía vigentes hoy entre nosotros.

«De tiempo en tiempo —se dice en uno de los capítulos de esta obra— es deseable la aparición de un crítico que emprenda una revisión de la literatura del pasado y establezca un nuevo orden de poetas y poemas.» Esas palabras ilustran perfectamente la empresa llevada a cabo por su autor. Dentro de la historia de la literatura inglesa, el crítico Eliot, inglés por elección, ocupa ya un puesto semejante al de Johnson o al de Arnold. Acaso la misión más urgente de la crítica literaria sea el rescate continuo, generación tras generación, de lo que por estar ya hecho amenaza perderse o, por lo menos, despreciarse; Eliot ha cumplido con ese deber de modo casi impecable, restaurando en su significado justo la aportación de los primeros dramaturgos Isabelinos y de los poetas metafísicos. sometiendo a nueva prueba los valores ya demasiado a ciegas aceptados; el esquema apreciativo de todo lector actual de poesía inglesa es. en gran medida, obra suya. A lo largo de su labor nos ha mostrado además cuán profundamente el pasado nos configura y, a la vez, es configurado por nosotros, y cómo toda auténtica revolución en arte es históricamente justa. Nada de vanas nostalgias eruditas. El pasado no es un perdido paraíso al cual, sin excesiva convicción, se sueña con volver: interesa porque es presente; la entera tradición literaria europea nos aparece como una sucesión y como un «orden simultáneo» (como una «norma de momentos intemporales», se dice en Little Gidding). La crítica de Eliot, lo mismo que su poesía, responde en última instancia a ese anhelo por descubrir el «punto de intersección de lo intemporal con el tiempo» que es la espiga de la personalidad humana y artística de Eliot.

He hablado de personalidad y debo hacer una aclaración Ignoro hasta qué punto es Eliot una gran personalidad o un hombre con mucha personalidad, según suele decirse; posee, en cambio, algo no tan espectacular pero mucho más raro: una personalidad consistente. Para que el conjunto de su obra —poesía, teatro, ensayo— logre unidad no necesita referirla a su propio yo, no precisa ser personal; la página escrita no nos refiere, obligatoriamente, al hombre que la ha escrito, mas siempre en ella advertimos las mismas cualidades, que a ciertos críticos y poetas parecerán sin duda bien modestas: sensibilidad, intuición, algo que podríamos llamar humildad manual, y —¡o que es más precioso— sentido común, tan imprescindible para ser un gran crítico.

Esa consistencia entre los distintos órdenes de actividad intelectual se manifiesta también a lo largo de cada uno de ellos. Allá en 1917, época en que él y sus amigos eran tenidos por unos revolucionarios ruidosos y mal educados, Eliot publicaba su primer ensayo importante. Reflections on "vers Ubre»; su lectura nos hace hoy pensar si el verdadero fermento revolucionario de la poesía y de la crítica de Eliot no residiría en una cordura poco frecuente; porque a ese temprano trabajo pertenecen estas sensatas palabras: «En arte no hay libertad. Lo que se llama verso libre, y que si es bueno es cualquier cosa menos libre, se defiende mejor bajo otra etiqueta». Dos años más tarde publicaba Tradición y talento individual, ensayo que defiende una teoría clásica del arte poética y que se ha convertido en un clásico de la crítica literaria inglesa. Ha transcurrido más de un cuarto de siglo desde entonces y el pensamiento de Eliot ha ganado en hondura y extensión mas apenas precisó rectificar; y es que su obra no se realiza en un desplazamiento sucesivo, no engendra trayectoria: cuando desembarca en un nuevo territorio no lo hace en son de aventura, sino que lo anexiona gradualmente y lo funde sin esfuerzo con los reductos iniciales de su pensamiento.

La obra de Eliot —igual que la de otros contemporáneos suyos— nació en parte como un escape del callejón sin salida en que los Georgian Poets, última encamación del impulso postromántico, habían metido a la tradición poética inglesa. Esa reacción adoptó un principio —o, mejor dicho, se vio forzada a adoptar— un modo programático: el imagismo. Pero Hulme, Pound o Eliot se proponían sobre todo afirmar lo que la poesía tiene de arte frente a lo que en ella puede haber de efusión; el movimiento postulaba una nueva toma de contacto con la realidad, no para quedarse en ella, naturalmente, sino para llenarla de sentido, para transformarla en eso tan raro y tan difícil que es un tema artístico, lo mismo que hizo Wordsworth, lo mismo que hizo Baudclaire, lo mismo que hicieron dos inmediatos maestros de Eliot: Jules Laforgue y Trisan Corbiére. Se trataba, en el fondo, de una restauración Hoy. al cabo del tiempo, es fácil advertir que Reflections on very libre aclara, y no contradice, los poemas de Prufrock and otber observations. publicados el mismo año. Es el arranque A partir de ese momento, teoría y práctica, crítica y poesía, avanzan de consuno y despiertan una atención y ejercen una influencia siempre crecientes. En 1920. The Sacred Wood agrupaba una serie de ensayos antes aparecidos por separado; un par de años después, el número inicial de The Criterion —la revista que fundó y dirigió hasta el número final de enero de 1939— insertaba una obra decisiva: The Waste Land. Otra colección de ensayos. For Lancelot Andrewes (1928), señala un momento culminante; en el prólogo estampaba Eliot una declaración que fue pronto famosa; «clásico en literatura, monárquico en política y anglocatólico en religión»; él mismo ha descrito, con bastante gracia, el efecto que en mucha gente produjo:

«Cuando hace algunos años publiqué un librito de ensayos, titulado For Lancelot Andrewes, el anónimo crítico del Times Literary Supplement tomó de ello pretexto para lo que sólo puedo describir como una lisonjera necrología. Con palabras de absoluta seriedad y manifiesto pesar señalaba que, de súbito, me había detenido en mi marcha —ignoro hacia dónde me suponía avanzando— y había tomado, no quedaba duda, por el mal camino; de algún modo yo había fracasado y admitía mi fracaso: si no un caudillo renegado, era una oveja perdida y, lo que es más, una especie de traidor; aquellos que iban a encontrar la ruta hacia las tierras de promisión, al otro lado del desierto, derramarían una lágrima sobre mi ausencia cuando el momento llegase de pasar lista a los nuevos santos. Temo que muy pocos adviertan lo curioso de tal punto de vista, pero su aparición en la mejor, más respetable y respetada de nuestras publicaciones literarias me sobrecogió como un esperanzador signo de los tiempos: significaba que, en Inglaterra, la fe ortodoxa se ha visto al fin aliviada del peso de la respetabilidad.»

En realidad, ese triple acto de fe es sólo una afirmación más concreta y asentada de la creencia que orientara sus tempranas vicisitudes intelectuales: la creencia en el valor permanente de la tradición. No hay rompimiento; la visión crítica que informa las páginas de For lancelot Andrewes es la misma que conocimos en The Sacred Wood. Por lo que respecta al proceso espiritual del hombre Eliot, que aquí interesa menos, queda implícitamente claro en su obra poética de esos años: The Hollow Men (1925), en que la quieta desesperación que alienta en el espantoso final de The Waste Land se convierte en horror, y Ash Wednesdav (1930), donde al horror sucede la entrevisión de la gloria Joumey of the Magi y A Songfor Simeón (1932) expresan la muerte del hombre antiguo, en el sentido paulino. El mundo eliotiano es ahora más vasto: el paraíso existe, pero el purgatorio y el infierno son todavía una terrible realidad; recordemos que Eliot —lo repite en un pasaje de este libro— no cree en un posible sentido ideológico de la historia humana. En el terreno poético, quien desee asegurarse de esa esencial continuidad puede cotejar la parte cuarta de The Waste Land con la sección segunda de The Dry Salvages: el mar cumple en ambas la misma función simbólica.

La conversión tuvo, empero, importancia para el trabajo crítico de Eliot. Su mirada se dirige ahora, con preferencia, hacia las cuestiones sociales y religiosas: After Strange Gods, The Idea of a Christian Society y Notes towards the Definition of Culture son muestra de ello. Sus convicciones religiosas le imponen además cierto didactismo contra el cual el escritor ha luchado con mucho tacto y a menudo con éxito.

Esos nuevos intereses no lo hacen cesar en sus tareas de pura crítica literaria. A Función de la poesía y función de la critica, que recoge un curso profesado en la Universidad de Harvard en el invierno de 1932-1933, se añade una serie de conferencias, revisadas c impresas subsiguientemente; The Music ofPoetry, What is Minor Poetry?, What is a C.lassic?, Milton, Poetry and Drama, son las más notables entre ellas[1].

II

Función de la poesía y función de la crítica tiene, dentro de la obra de Eliot, un valor fundamental; en efecto, la crítica eliotiana. parte por necesidad, parte por voluntad, se ha ejercido casi siempre sobre temas concretos y en ensayos más bien breves: Tradición talento individual es una excepción a lo primero, Función de la poesía y función de la crítica constituye una excepción a lo primero y a lo segundo; y .si en aquel ensayo encontramos una declaración de principios, éste representa su aplicación a una realidad: la poesía y la crítica de poesía en Inglaterra, desde el siglo XVI hasta nuestros días; los dos, sean cuales fueren los supuestos de que parten, se refieren expresamente a la tradición literaria anglosajona. Hay en esa triple restricción una modestia deliberada: Eliot —a pesar de su no desdeñable erudición histórica y filosófica— se acerca a la actividad crítica a título de practicante del arte poética y gustador de poemas-, se propone, antes que descubrir la esencia última de lo poético —si es que existe— hallar orientación para quienes, como él, escriben y leen poemas. Al examinar la historia de la poesía y de la crítica de poesía no cae en la embriagadora tentación de pronunciar excomuniones y conceder salvoconductos: se contenta con hacer valer aquellas observaciones y experiencias del pasado que todavía son útiles y con poner en claro la continuidad —y necesidad— de un proceso histórico. Hay, al cabo, una mayor ambición expresada con típica cautela: «Acaso el estudio de la crítica como un proceso de readaptación (de la poesía al mundo en el cual y para el cual se produce), y no como una serie de azarosas conjeturas, nos ayude a extraer alguna conclusión acerca de lo que es permanente en poesía y lo que es expresión del espíritu de una época, y descubriendo lo que cambia, y cómo cambia y por qué. acaso lleguemos a aprehender lo que no cambia». Ya tenemos otra vez a Eliot ocupado en «aprehender el punto de intersección de lo intemporal con el tiempo»; el tono y las palabras son inconfundibles.

                                     (And ivhat tbere is lo conquer

By slrength and submlssioti, bas already been discovered

Once or twice, or several times, by metí whorn one catmot hope

To emulate —huí there is no competítion—

Tbere is only Ibe fight to recover tvbat bas been lost

And found and lost again: and noto, under conditions

That seern unpropitious. But perhaps neither gain norloss.

For us, tbere is only tbe trying The rest is not our business.)[2],

El carácter específico del tema —la crítica y la poesía de una tradición literaria extranjera— acaso haga dudar a algunos del interés que esta obra puede tener para el lector español. Cierto, las fronteras intelectuales de los pueblos europeos se han vuelto un tanto coriáceas en los últimos años; creo, sin embargo, que Función de la poesía y función de la crítica resultará interesante incluso para quienes están poco familiarizados con la historia y los problemas de la poesía inglesa: si el tema es particular no lo son desde luego la inteligencia y la cultura que con él se enfrentan. Hemos de recordar que Eliot es, antes que nada, un europeo, un norteamericano que se nacionalizó inglés porque ser inglés era para él la única forma posible de ser europeo. Recordemos, también, que a pesar de todas las peculiaridades de nuestro temperamento, nuestra historia y nuestro arte que a veces, un tanto imprudentemente, nos complacemos en exacerbar —bien está que existan, pero si existen, ¿a qué preocuparnos por ellas?: ya se manifestarán por sí solas—, a pesar de todas esas diferencias somos, antes que nada, europeos, y todo lo que hace referencia a una tradición literaria europea hace referencia a nuestra tradición: expresados en términos algo distintos, sus problemas serán también los nuestros.

Por si ello fuera poco, lo que Eliot intenta precisamente es hallar unas normas críticas generales, por escasas y modestas que sean; frente a la crítica impresionista de finales del siglo pasado y de principios de éste, se esfuerza en hallar unos criterios apreciativos aplicables a cualquier tipo de poema, por el solo hecho de ser un poema y no otra cosa, abstracción hecha de la personal relación en que se encuentra con su autor, o con un lector determinado; para la crítica lo importante son las relaciones entre ese poema y las demás criaturas poéticas, antecesoras, contemporáneas y sucesoras suyas. Esos criterios apreciativos acaso hayan de ser predominantemente formales —sobre todo si queremos aplicarlos con un mínimo de éxito a la poesía de nuestro tiempo—, como un correctivo a nuestra impertinente afición a adoptar y defender posiciones personales en terrenos donde personalmente no tenemos maldita cosa que hacer. Importa, para empezar, distinguir la naturaleza de la poesía y las funciones que la poesía desempeñó a lo largo de la historia o desempeña en nuestros días, porque todos —poetas, lectores y críticos— damos en definir la poesía de acuerdo con la peculiar función que tiene asignada en la economía interior de nuestra vida; Eliot incide discretamente sobre ese punto, y nos hace ver que lo que la poesía es y lo que la poesía hace por nosotros no son la misma cosa.

III

Una cuestión interesante asoma, entre otras muchas, a las páginas de este libro: la de las relaciones entre comunicación y poesía. La idea de que el arte es comunicación se remonta a los albores del Romanticismo, su extraordinaria fortuna en nuestro país a fecha más reciente-, en los tres últimos lustros, gracias al magisterio poético de Vicente Aleixandre y a la obra teórica de Carlos Bousoño, la identidad poesía-comunicación ha tomado carta de naturaleza entre nosotros.

En Función de la poesía y función de la crítica, Eliot, al referirse por primera vez a la comunicación, hace un inciso certero: "un término que quizá plantea una cuestión». Es cierto. Todos, a nuestro modo, sabemos lo que es comunicación —como todos sabemos lo que es poesía, por lo menos hasta que nos creamos la necesidad, y la dificultad, de definirla—, pero lo que cada cual entiende por comunicación, al referirse a ella cuando de poesía habla, no siempre es lo mismo. Creo que un examen de esa diversidad, de algunas de las posibles diversidades. merece la pena de emprenderse: y no es mal lugar para hacerlo este prólogo a un libro y a un autor que jamás ha mostrado simpatía por las generalizaciones.

Habría que hacer una salvedad inicial: a menudo, quien afirma que la poesía es comunicación sólo pretende afirmar que la poesía, en lo que a él respecta, cumple primordialmente una función comunicativa; me parece que tal es el caso de Vicente Aleixandre: la poesía es, para él, comunicación. Aleixandre habla como poeta y como lector, y lo que enuncia es un hecho de su experiencia, no una proposición teórica.

La noción más extendida y más simple de lo que se entiende por comunicación está claramente expresa en la definición que del arte da Tolstoi: "evocar un sentimiento que uno ha experimentado, y, una vez evocado, transmitirlo por medio de movimientos, líneas, colores, sonidos o palabras, de modo tal que los demás experimenten el mismo sentimiento". Vemos que Tolstoi: distingue en el proceso tres fases: experiencia de un sentimiento, evocación, transmisión. Ahora bien, ¿que especie de sentimiento, o dicho de modo más general, qué especie de emoción es ésa? ¿Cómo la experimenta el sujeto? ¿Y qué transmite: la emoción que experimentó o la emoción que experimenta al evocarla? Parece que Tolstoi estuviera pensando en una emoción cualquiera de un hombre que, luego, resulta ser artista; uno inevitablemente se pregunta por qué necesitó comunicarla en forma de obra de arte, cuando miles de compañeras suyas se comentan con mediaciones mis inmediatas. y quizá más eficaces, tales como el suspiro o la bofetada. Wordsworth, que fue uno de los primeros en adelantar la idea de que la poesía es comunicación, hilaba en ese punto bastante más delgado: «la poesía nace de la emoción revivida en tranquilidad... La emoción es contemplada hasta que, por una especie de reacción, la tranquilidad desaparece poco a poco y una emoción emparentada con la que era antes objeto de contemplación, se produce de modo gradual y llega verdaderamente a existir en la mente». Acaso no hubieran estado de más unas cuantas precisiones acerca de esa nueva emoción que de modo gradual llega verdaderamente a existir en la mente, aunque sólo fuera para diferenciar el proceso ahí descrito de los mecanismos de autoinducción que todos, en nuestra infancia, alguna vez pusimos en marcha para llenarnos de lágrimas los ojos en el justo momento-, pero hay algo que queda muy claro: que para el poeta lo decisivo es la contemplación de una emoción, no la experiencia de ella.

Para quienes entienden la comunicación a la manera de Tolstoi, el poema se limitaría a transmitir, sin configurarla, una emoción vivida por su autor; lo que se produce no es propiamente comunicación sino transmisión. Es posible que así ocurra en ciertos casos, pero creo que más bien deben considerarse como excepciones a la fundamental autonomía del acto poético; porque ello supone, como dice Carlos Barral, «la preexistencia al poema de un contenido psíquico que pudiera ser explicado idiomáticamente. y que es transmitido al lector, por medio de una manipulación estética de la lengua, en el acto de la lectura. De tal modo que se establece una corriente entre poeta y lector, por la que viaja, sin haber sido abstraído por el idioma, un contenido de la vida psíquica de aquél. Por donde, a la manera romántica, sería ese contenido preexistente al poema el elemento sustancial de la emoción poética, y los demás que se distinguieran, y el procedimiento mismo, medios con que se operaba»[3]. En ese tipo de poesía, el poema referiría inmediatamente a un término que está más allá de él. Hoy, cuando «poesía» vale para casi todos como una abreviatura de «poesía lírica», la referencia al autor, a la subjetividad del autor vista al modo romántico, es la más abrumadoramente frecuente. Desde esa perspectiva, el inconveniente de toda concepción de la poesía como transmisión reside en olvidar que la voz que habla en un poema no es casi nunca la voz de nadie real en particular, puesto que el poeta trabaja la mayor parte de las veces sobre experiencias y emociones posibles, y las suyas propias sólo entran en el poema — tras un proceso de abstracción más o menos acabado— en tanto que contempladas, no en tanto que vividas. Curiosamente, el mismo reparo suscita la definición que de la poesía daba Carlos Bousoño en la primera edición de su Teoría de la expresión poética y que, aunque bastante más profesoral y cauta, revela un parentesco indudable con la de Tolstoi: «transmisión puramente verbal de una compleja realidad anímica previamente conocida por el espíritu como formando un todo, una síntesis». Pero lo que un poema transmite —suponiendo que, en efecto, algo transmita— no es una compleja realidad anímica, sino la representación de una compleja realidad anímica. Por eso. por ser una representación, puede el poeta previamente conocerla como formando un todo, una síntesis. De otra parte, es más que dudoso que la lectura de un poema consista en revivir emociones idénticas a las experimentadas por su autor, no importa si en el curso de su vida ordinaria o en el trance estricto de la composición, otro extremoso extremo en que la primera edición de la Teoría... de Bousoño enfáticamente coincidía con Tolstoi como observa T. S. Eliot. «lo que el poeta experimenta no es la poesía, sino el material poético; escribir un poema es una experiencia original, la lectura de ese poema por el autor u otra persona es cosa distinta».

Hay otro modo de entender la comunicación mucho más modesto, menos simplemente literal, porque se funda en un explícito reconocimiento de la autonomía del acto creador. El poema aparece en principio como la posibilidad de una cierta fluencia verbal, no definida todavía —unas pocas palabras irradiantes, una atmósfera y un tono nada más que presentidos— pero ya poseedora de signo afectivo, y va cuajando a compás de la faena creadora: las vicisitudes de ésta le dan contorno y contenido. El proceso lo ha descrito Carlos Bousoño en su obra La poesía de Vicente Aleixandre. Aquí el poema no es un mero vehículo transmisor: acaso el autor opere a partir de personales emociones y experiencias suyas, o de formalizaciones temáticas y conceptuales que se incorporarán a la obra en tanto que presupuestos, pero todo ese material se organiza de manera imprevista, según leyes instantáneas, y es decisivamente modificado por los elementos lingüísticos y formales; la comunicación es mediata: no se produce de hombre a hombre, sino de poeta a lector, y lo comunicado es, ante todo, el signo afectivo que la realidad del poema confiere a los heterogéneos materiales que lo integran y que desprendidos de él carecerían de unidad de sentido. Ya se habrá adivinado que la forma extrema —y, en cierto modo, clásica— de este tipo de comunicación la encontramos en el surrealismo. La poesía surrealista es, efectivamente, comunicación, por que se limita a expresar estados anímicos en magma, que si bien poseen signo afectivo no han llegado aún a constituirse en representaciones objetivadas y concretas, poseedoras de sentido por sí mismas. Fuera del surrealismo, la comunicación del signo afectivo opera como uno de los factores constituyentes de esa experiencia bastante extraña y gratuita en que consiste la lectura de un poema-, pero no es más que eso: un factor constante entre otros. Digamos, por ejemplo, que, al leer la Oda a Juan de Grial, la comunicación del signo afectivo es uno de los elementos formadores de nuestro entendimiento y de nuestro goce, pero no el único. Leer ese poema de Fray Luis de León, me parece a mí. resulta una experiencia más complicada y más rica que leer L’Union libre de André Bretón, precisamente porque en éste la comunicación del signo afectivo es un elemento decisivo, y en aquél no.

Quedaría aun otro modo de entender la comunicación, quizá más retorcido pero genuino. Si es el poema en curso quien orienta y conforma la emoción; si ésta no es origen, sino consecuencia que existe sólo en función de él y que no puede existir sin él, ¿no será en muchos casos el poema quien suscita la posibilidad de esa emoción, al poner al poeta, consciente o inconscientemente, en comunicación con ella? Cierto que los materiales que entran en el juego estaban latentes en el poeta; pero el poema los trae a la conciencia, los polariza, y les confiere un valor operacional que los hace inteligibles. Poesía es comunicación, porque el poema hace entrar a su autor en comunicación consigo mismo. O quizá: poesía es conocimiento, según asegura otra ecuación bastante frecuente y cuyo preciso importe me parece igual de incalculable; al fin y al cabo, en el juego de reducir un término abstracto a otro término abstracto, no apostamos a otra ganancia que a la de las posibilidades metafóricas de entrambos, y las metáforas posibles son muchas.

Del otro lado del poema, en el acto de lectura, ocurre parecidamente: ciertas experiencias tácitas son polarizadas y el lector es puesto en comunicación con ellas, o sea, consigo mismo. Pero la emoción que el lector experimenta no se parece en nada a las experimentadas en el curso de su vida ordinaria, y si el poema es expresivo de una de ellas, lo que hace es despersonalizarla, porque le da forma objetiva. La emoción del arte es impersonal; y casi no es una emoción, porque ésta deja de existir como tal cuando está realizada, cuando de ella obtenemos una imagen clara y distinta.

Así pues, en los casos de transmisión, la comunicación pretende establecerse directamente, de hombre a hombre, despojando al poema de «oda entidad, y de toda autonomía al acto de composición y al acto de lectura; la comunicación del signo afectivo, en cambio, es mediata y harto difusa: se establece de poeta a lector, dos modos muy peculiares que los hombres adoptan en determinados momentos. Hay, por último, otra especie de comunicación en que autor y lector, cada uno por separado, se enfrentan con el poema y entran en comunicación consigo mismos. El acto de la lectura es también un acto creador, y la emoción poética puede tener para el lector un valor muy distinto del que tuvo para el poeta. Probablemente esa forma de comunicación, o de conocimiento, es en poesía un elemento tan constante como la comunicación del signo afectivo entre poeta y lector; pero tampoco me parece definitorio, puesto que puede producirse mediante estímulos verbales de muy otra índole. No toda comunicación mediante meras palabras es poesía. Tiene que haber algo más.

Y ese algo más no es otra cosa que la intención formal, raíz de todo poema: la voluntad, por parte del poeta, de hacer un poema —y, correlativamente, la voluntad por parte del lector de leer un poema— es lo que finalmente constituye a éste en cuanto tal. Acaso pudiera hablarse, en última instancia, de una mera comunicación estética: lo que se comunica es el poema mismo en tanto que forma dotada de virtualidad propia.

Bien, si la poesía no es comunicación, y tampoco es conocimiento, ¿qué es entonces? Ni lo sé ni estoy demasiado seguro de que interese saberlo; o quizá sí lo sé, cuando no me empeño en definirla. «La gente es aficionada a creer que existe una esencia única de la poesía, susceptible de formulación», dice Eliot. Ganas de simplificar. Todas las artes son obra del hombre y son, por ello, fundamentalmente impuras, es decir, complejas; la poesía, debido al material con que opera, es la más impura de todas. La comunicación es un elemento de la poesía, pero no define la poesía; la actividad poética es una actividad formal, pero nunca es pura y simple voluntad de forma. Hay un cierto grado de comunicación en todo poema; hay una mínima voluntad de forma —una voluntad de orientación del poema— en el poeta surrealista. La poesía es muchas cosas, y un poema puede meramente consistir en una exploración de las posibilidades concretas de las palabras.

IV

Sólo me queda hacer unas cuantas observaciones a propósito de mi trabajo.

Como todo traductor, empecé mi tarea decidido a guardar una fidelidad literal al texto extranjero para advertir muy pronto que la traducción literal es a menudo la más infiel, porque conceptos equivalentes poseen en cada lengua un valor idiomático distinto; no queda otro remedio que apartarse de la letra. Si traducir es siempre traicionar, mejor traicionar a conciencia y con toda la ciencia de que uno sea capaz. Eliot es un gran poeta y un gran escritor, su prosa la precisión misma: toda palabra cuenta. Y tras la palabra escrita se transparenta siempre, dándole viveza, la palabra hablada, el modo de entonar y acentuar, el tono ligeramente más bajo con que en el diálogo se marca uno de esos incisos, tan frecuentes en esta prosa escrupulosa, que parecen reflejar los rodeos del pensamiento hasta llegar a la formulación exacta, una vez hechas todas las salvedades y habida cuenta de cada posible excepción. Él mismo se ha reído de su conversación

so nicely

restricted to What Precisely

and If and Perbaps and But.

Pero el estilo jamás se hace pesado, y por momentos, al enfrentarse con alguna cuestión demasiado seria, un amago de humildad irónica nos hace sonreír. Lamento no haber sabido dar una correspondencia exacta de la prosa eliotiana; espero, con todo, haber evitado ése aire de hospiciano recién rapado tan frecuente en las traducciones españolas.

Notas:

[1]. Los Selected Essays Incluyen en la edición de 1951 cuatro trabajos del volumen antológico Essays Ancient and Modem; son: In Memoríam, Religton and Literature, The Pensées of Pascal y Modem Education and the Classics.

[2]. Y lo que hay que conquistar / por fuerza o sumisión, ha sido ya descubierto / una, dos o varias veces, por hombres con quienes no cabe / la emulación —pero no hay competencia— / sólo la lucha por recobrar lo perdido / y encontrado y vuelto a perder una vez y otra, y ahora en condiciones / que no parecen propicias Más quizá ni ganancia ni pérdida. / Para nosotros sólo hay el intento. Lo demás no es cosa nuestra. (T. S. Eliot: East Coker.)

[3]. «Poesía no es comunicación», en el no. 23 <le la revista Laye.

 

Emitido en directo el 29 jul 2021 En esta nueva sesión del ciclo, el ensayista mexicano abordará la faceta crítica del poeta Thomas Stearns Eliot, líder del movimiento modernista en poesía y ganador del Premio Nobel de Literatura y de la Orden del Mérito, ambos en 1948. Conferencia del ciclo Grandes críticos literarios del siglo XX Coordina y participa: Christopher Domínguez Michael* *Miembro de El Colegio Nacional

Ensayo de Jaime Gil de Biedma

 

Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía No. 10 Nueva época / Primavera de 2005

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura,

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4770

 

Ver, además:

 

Thomas Stearns Eliot en Letras Uruguay

Jaime Gil de Biedma en Letras Uruguay

 

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