Crucifixión

poema de Federico García Lorca

 

La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.
Un rayo de luz violeta que se escapaba de la herida
proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.
La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaban los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente

ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura
había encerrado a las tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabán rodeaban a un camello blanco

que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh esclavos! ¡Oh espina!
¡Oh espina clavada en el hueso hasta se oxiden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón

mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores

y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.
Esa maldita vaca
tiene las tetas llenas de perdigones,

dijeron los fariseos.
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos

estrellaban ampollas de laguna sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida

porque la luna lavó con agua

las quemaduras de los caballos

y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones

y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del río.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita

no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.
Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.

poema de Federico García Lorca

(Poema perteneciente al libro Poeta en Nueva York, que con notas de Miguel Benítez Inglott publicaron Agustín, José María y Manuel Millares en sus

“Planas de poesía” (número IX) de Las Palmas de Gran Canaria, el año 1950).

 

Tomado de Mairena Revista de la Poesía Nº 1 año 1953 Buenos Aires (Argentina)

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/mairena-no-1/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

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