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Entrevista sin palabras Crónica de Francisco Ferrándiz Alborz Suplemento dominical del Diario El Día Año XXI Nº 1104 - Montevideo, febrero 17 de 1952 versión en pdf.
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Diferentes rutas intelectuales nos han conducido al pensamiento de Rodó. La relectura del articulo que Clarín dedicó a “Ariel" en “Los lunes de Imparcial” de Madrid, en el año inicial del siglo. Una carta de Miguel de Unamuno, también sobre “Ariel" fechada el 5 de mayo de 1900 en Salamanca, señalando su admiración a la obra y sus discrepancias. Un trabajo de Mariano Picón-Salas en “Cuadernos Americanos”, titulado “Américas Desunidas”, que dice: “Acaso fue Rodó quien con más gracia que sagacidad se acercó a uno de los problemas más tensos, de más conflictiva vigencia en la cultura americana”. Y la relectura del comentario que Alfonso Reyes dedica a Rodó en su “Calendario”, acuciando, hace más de veinte años, la necesidad de volver al ritmo espiritual que el autor de “Ariel” quería imprimir a las nuevas generaciones. Estas incitaciones me han impuesto una nueva lectura de “Ariel” . Quisiéramos prescindir de todo adjetivo. La inteligencia hispanoamericana rebosa de adjetivaciones. Y se nos escapa lo sustantivo en la frívola maraña cortesana. Los maestros que dieron estilo a nuestra vida espiritual necesitan amor de intelecto, ese mismo amor que Dante señalaba como distintivo del alma renaciente. Y con deseos de hallar la significación intelectual de Rodó, el contenido dinámico de su inteligencia, nos preguntamos: ¿Qué queda de la obra de Rodó que pueda ser elemento activo, formativo, del alma hispanoamericana? Lanzado su mensaje de “Ariel”, a los pocos años, nuevos maestros de energía y eficiencia extendieron papeleta de defunción a lo que había sido impulso alado para la misión de la juventud. Se impuso la rectificación de rumbos. La enfermedad de Hispanoamérica — se decía— era precisamente el morbo espiritual. El afán de vuelo nos desconectaba de la realidad, y como el símbolo del albatros baudelairiano, las alas eran las que nos impedían realizar el único vuelo válido del espíritu, el que se inicia desde el plano de nuestras realidades terrígenas. De esto podía deducirse que el “Ariel” de Rodó estaba desconectado de la realidad. Fue contra “Ariel” que se revolvieron los nuevos teorizantes. Esto nos recuerda lo que, en los prolegómenos de la llamada generación del 98, se produjo en España el “ ¡Muera Don Quijote!”, de Unamuno, y el “ ¡Hay que cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid!”, de Joaquín Costa. Pero no se puede ir a contracorriente de nuestro destino. Fue el mismo Miguel de Unamuno quien, en desagravio, escribió la “Vida de Don Quijote y Sancho”, la más exaltada reivindicación del quijotismo, y de la pluma de Joaquín Costa salió el proyecto de una nueva empresa cidiana, con miras a la expansión material y espiritual de España en África. En la sístole y diástole de las corrientes espirituales, se va contrayendo en la mente de los avisados, la euforia energética de una supuesta eficiencia, y el hombre se contempla a sí mismo, síntesis de unos cuarenta años de vida, y se pregunta: ¿qué queda de aquella realidad transformadora del mundo que prescindía del vuelo de Ariel? ¿En qué medida aquellas fuerzas mecánicas pueden contribuir a la formación espiritual del hombre? Porque lo cierto es que el hombre aparece deformado en la directriz de sus ambiciones. El símbolo no es ahora de excesivas alas para el paso medido de las criaturas, sino de pies tan deformes y pesados que se clavan sobre el lodo e impiden al hombre andar sobre la tierra que él creía haber poblado de realidades. ¿Se impondrá una nueva rectificación de rumbos, una vuelta al espíritu alado de Ariel? ¿Habrá fracasado todo alas para volar y pies para el camino? Pero se parte de una base errónea en la interpretación del pensamiento de Rodó. Más acertado sería decir que se ha hecho un lugar común considerar el mensaje que nos legó con su “Ariel”, como un incentivo contra toda empresa material, práctica de inmediatos fines utilitarios. El pensamiento de Rodó lo comprobamos mucho más complejo, más profundo, si bien a veces contradictorio En los primeros párrafos del ensayo, refiriéndose al programa que la Juventud debe formularse, dice: “Si con relación a la escuela de la voluntad individual, pudo Goethe decir profundamente que sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarla día a día por si, con tanta más razón podría decirse que el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas", Y párrafos más adelante: "Y ningún otro espectáculo imaginarse más propio para cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista, que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente... ” Y en otros párrafos: “Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente". Y persiste en el tema: "La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda acción enérgica y de todo propósito fecundo.” Podríamos acumular citas y más citas demostrativas de que la acción es el permanente ideal del pensamiento de Rodó. Sin embargo, dice en otro lugar, refiriéndose a la diversidad de las vocaciones personales: “Loe unos seréis hombrea de ciencia; los otros seréis hombres de arte; los otros seréis hombres de acción”. Esta clasificación supondría que la acción es una entidad, física o metafísicamente considerada, independiente de la obra científica o artística. Y no parece así La acción es el medio por el que la ciencia y el arte se convierten en realidad. Recordemos a este propósito la frase de Goethe: “Si tienes ciencia o arte, tienes religión; si no tienes ciencia ni arte, ten religión” . Es decir: el hombre necesita de una misión de orden superior para convertir en histórica su fisonomía natural, y es por la acción que realiza su obra. No hay ciencia ni arte sin acción. Pero fuera de la ciencia o arte, o de las mismas corrientes religiosas, tampoco hay acción. Apenas hay movimiento, traslado espacial de las cosas, mientras que la acción se dirige hacia la profundidad de los cambios. Rodó se encarga de definirse en la posición del hombre, expresando a continuación del párrafo anteriormente citado: “Pero por encima de loa afectos que hayan de vincularos individualmente a distintas aplicaciones y distintos modos de la vida, debe velar en lo íntimo vuestra alma la conciencia de la unidad fundamental de vuestra naturaleza, que exige que cada individuo humano sea, ante todo y sobre toda otra cosa, un ejemplar no mutilado de la humanidad, en el que ninguna noble facultad del espíritu quede obliterada y ningún alto interés de todos pierda su virtud comunicativa.". Redondeando su pensamiento con estas palabras: “ ¡Aspirad, pues, a desarrollar en lo posible, no un solo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser!” ¿En qué se opone este reiterado principio activo de Rodó, al desarrollo de las exigencias útiles, prácticas, de la vida? ¿En qué medida este principio es responsable de lo que se ha venido en llamar atraso de nuestras posibilidades de desenvolvimiento material? Si meditamos y maduramos el pensamiento de Rodó, veremos que conserva las líneas generales de Fichte en Alemania, de Renán en Francia, de Carlyle en Inglaterra, de Emerson en Estados Unidos. La transformación de estos pueblos durante los siglos XIX y XX, en el terreno de las ideas aplicadas a la realidad, fue la posibilidad de aplicar a un plano de realidades materiales los principios normativos de aquella filosofía. Pero la oposición al idealismo de “Ariel” se dirige, fundamentalmente, a la polarización que Rodó en su libro, señalando a Estados Unidos como índice de una civilización materialista. “Huérfano de tradiciones muy hondas que le orienten —dice— ese pueblo no ha sabido sustituir la idealidad inspiradora del pasado con una alta y desinteresada concepción del porvenir. Pero es el caso que, antes, refiriéndose a Estados Unidos, dice: “En el principio la acción era. Con estas célebres palabras del Fausto, podría empezar un futuro historiador de la poderosa república el génesis, aún no concluido, de su existencia nacional.” Y agrega: “Su genio podría definirse, como el universo de los dinamistas, la fuerza en movimiento". Muchas otras cualidades señala Rodó al pueblo norteamericano, todas ellas de orden biogenético, pero la diferenciación respecto de nuestros pueblos la hallaríamos en un ejemplo cuando afirma: “Nadie negará que Edgard Poe es una individualidad anómala y rebelde dentro de su pueblo”. No obstante las características norteamericanas de los personajes de Poe. “Y sin embargo, —termina— , la nota fundamental —que Baudelaire ha señalado" profundamente— en el carácter de los héroes de Poe, es todavía el temple sobrehumano, la indómita resistencia de la voluntad”. Así pues, un pueblo cuyas características son “la capacidad, el entusiasmo, la vocación dichosa de la acción, la voluntad”, resulta que habría desembocado en una empresa histórica de valores subalternos, precisamente por el camino que Rodó señalaba necesario para una vida adornada con “inteligencia, sentimiento, idealidad”. Las influencias intelectuales de Rodó podrían permitir deducciones sobre datos teóricos que escaparon a su información, pero no es así. El mismo afirma en “Ariel”: "Sin la conquista de cierto bienestar material, es imposible en las sociedades humanas el reino del espíritu”. Y refiriéndose a Estados Unidos: “La obra del positivismo norteamericano servirá a la causa de A n e l en último término”. Luego, ni el idealismo de Rodó es opuesto al desenvolvimiento de las fuerzas materiales, ni el positivismo norteamericano es contrario al espíritu idealista que Rodó deseaba como distintivo de nuestros pueblos. Las divergencias y diferentes resultados de las dos corrientes históricas, la hispanoamericana y la norteamericana, obedecen a diferentes condicionamientos. Si Rodó recoge el símbolo de Ariel transformado por Shakespeare en “la parte noble y alada del espíritu”, quiere decir que también en el genio inglés, modelador de la vida norteamericana, alienta el ideal de la vida desinteresada y noble: Pero la homogeneidad de tipos humanos integradores de la nueva república norteamericana, dio al progreso de sus instituciones y transformaciones económicas un ritmo acelerado, intensivo, cuantitativo, respecto de sus antecesores europeos. Otro es el ritmo de Hispanoamérica, donde la complejidad mestiza, elaborada, también durante siglos en España, imposibilitaba un proceso que no fuera de contradicciones, tanto en la estirpe conquistadora como en la aborigen. No hay entre ambas corrientes diferencias de calidad sino de proceso. Lo conveniente será acelerar a ambos hacia una conjunción integradora, pero conservando ambas sus características. Creer que los pueblos de espíritu hispánico son incapaces de llegar a una cultura funcional de valores materiales, es un absurdo. La superación constante de ciudades como Buenos Aires, México, Montevideo, La Habana, Bogotá, Lima, Santiago, etc. —y hablamos de ciudades porque ellas dan el tono de la civilización mecánica— demuestra lo contrario. Pero igualmente no tiene sentido hablar de Estados Unidos como un país huérfano de alita creación espiritual. Que hombres como Einstein y Tomás Mann se hayan hecho ciudadanos norteamericanos; que músicos como Tchaikowsky, Strawinaky y directores como Toscanini, hayan tenido que trasladar su actividad creadora a Estados Unidos, es bien sintomático. Este fenómeno evidencia que no se trata sólo de un desplazamiento para efectos de remuneración económica, sino de la necesidad de un clima de libertad, sin el cual no es posible la creación artística. Sin embargo, creemos cierta la dualidad Ariel-Calibán. Las alas del primero anuncian la libertad alada. En los mitos americanos, el símbolo alcanza más compleja transformación. Aquí la imagen espiritual no radica en la estatua de bronce con impulso de elevación, rozando apenas con el pie la dura tierra. Nuestra imagen es la serpiente con alas, el Quetzaltcoalt, cuyas plumas le brotaron por el incontenido afán de ascender siempre. Es un ideal brotado de la propia realidad, del mismo barro de nuestra miseria. Pero Calibán no es símbolo o entidad ajena a nosotros; lo llevamos como siempre en nuestra propia luz y es en nosotros que hay que vencerla. No hay pueblos Ariel ni pueblos Calibán; estas dos entidades forman la realidad de vida de todo hombre, y es luchando entre ellas que Ariel vence a Calibán. ¡Cuánto esfuerzo para alcanzar la liberación por nosotros mismos! Rodó señalaba el objetivo con estas palabras: “No desmayéis en predicar el Evangelio de la delicadeza a los escitas, el Evangelio de la inteligencia a los beodos, el Evangelio del desinterés a los fenicios”! ¿Pero qué hubiera dicho Rodó al comprobar que pueblos cuyas culturas considerábamos símbolos de nuestra estirpe espiritual, España e Italia, la primera sigue aún esclava y la segunda fue liberada del barbarismo escita, beodo y fenicio del fascismo, gracias a la intervención de los que él calificaba de herederos de Calibán? ¿Qué diremos de un pueblo como el alemán, el más alto exponente de la música y de la filosofía, envilecido bajo el bestialismo de Hitler? ¿Dónde está Ariel, dónde está Calibán? Dilatemos el mensaje de Rodó hasta que alcance al escita, al beodo y al fenicio que cada hombre lleva en la intimidad de su miseria inconfesada. No siempre Ariel ha sido un espíritu de luz. En la mitología moabita, fue un ídolo que se convirtió en ángel maligno. Fue preciso la grada creadora de la cultura de occidente para que se transformara en sueño de esperanza liberadora. Ariel, en “La Tempestad", de Shakespeare, preso estaba en la incertidumbre de los destinos, hasta que Próspero le devolvió la libertad:
“My Ariel —chic— Si, vuela hacia la libertad en procura del bien, dos cosas que los hombres han deseado siempre y jamás han logrado en su cabal plenitud. Su mensaje es de liberación, pero no Pasiva “Su fuerza incontrastable —dice Rodó— tiene por impulso todo el movimiento ascendente de la vida. Vencido una y mil veces por la indomable rebelión de Calibán, proscrito por la barbarie vencedora, asfixiado en el humo de las batallas, manchadas las alas transparentes al rozar el “eterno estercolero de Job” Ariel resurge inmortalmente, Ariel recobra su juventud y su hermosura y acude ágil, como al mandato de Próspero, al llamado de cuantos le aman e invocan en la realidad”. Pero no, ¡oh maestro Rodó!, volviendo “para siempre al centro de su lumbre divina, sino para seguir luchando siempre contra nuestra intima sombra, porque Ariel no es un fin, sino el camino que conduce a nuestra humana finalidad. |
Crónica de Francisco Ferrándiz Alborz (Especial para EL DIA)
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Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
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José Enrique Rodó en Letras Uruguay
Francisco Ferrándiz Alborz en Letras Uruguay
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