Horacio Quiroga

Crónica de Francisco Ferrándiz Alborz

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXVII Nº 1375 - Montevideo, mayo 24 de 1959 versión en pdf.

Los libros también tienen su aventura venturosa o desventurada. De la Argentina nos llega un libro publicado en Montevideo. Se titula, “El Hermano Quiroga”, de Ezequiel Martínez Estrada, editado por el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, del Uruguay. Aunque la edición lleva fecha 1957, no lo hemos visto en las librerías montevideanas que frecuentamos. ¿Se habrá comentado en nuestra prensa, no en la especializada sino en la popular, la que ocupa la atención del pueblo? Lo ignoramos. ¿O habrá entre editores y libreros una convicción tácita de que al lector uruguayo no le interesan los problemas uruguayos? ¿Es Horacio Quiroga un problema uruguayo? Creemos que si. Problema en realidad de hombre zarandeado por la tragedia; problema su necesidad de salir del Uruguay para encontrar ambiente de publicidad para su creación literaria; problema su fuga de las ciudades para encontrarse a sí mimo en la selva de Misiones. Y como problema, un gran tema literario, un gran cuento, más aún, una gran novela, más aún, una gran tragedia.

Siempre que nos enfrentamos con la narrativa de Horario Quiroga se nos aparece la figura personal del autor, el que nosotros nos imaginamos. Cada cual lee como puede. Yo sé que hoy prima el criterio de que el objeto de la literatura es la obra literaria, y nada más. Aquel criterio de Taine de que para comprender la obra literaria antes hay que conocer al autor, ya no está en curso. Hoy se llega a tal grado en la interpretación formalista de la literatura, que se la estudia y se obliga a estudiarla a los alumnos, desvinculándola de sus relaciones de tiempo, lugar, circunstancia, etc. Para sostener esta tesis, cualquier critico o profesor de literatura nos aplasta con una losa inamovible de erudición, pero nosotros seguimos ateniéndonos al anterior criterio, el que hace posible conocer la obra literaria como centro interpretativo de una serie de complejos psicológicos, sociales, históricos, precisamente los complejos que condicionan bien la creación del artista. Afortunadamente, la literatura existencialista, la buena, ha barrido el trivialismo, la artificiosidad, y a cuantos ismos rehuían al hombre y su circunstancia". Y a la par de la literatura existencialista, la literatura rusa, si falsa por su supeditación a las consignas y a la censura, de un gran contenido humano, de trascendental parezca, a veces ñoña, pero asequible al lector común, captando su voluntad. Esto asombrara a muchos anticomunistas bobos, como a muchos filocomunistas del arte nuevo que ignoran que en la URSS no se permiten experimentos en el arte que desvíen a esto de su trascendencia social.

Una valoración de Horacio Quiroga desde el exclusivo punto de vista formalista, nos desviaría de su autenticidad creadora. Decía lo que pensaba, pero su pensamiento venía reelaborado por su experiencia vital y expresaba su vida más que su pensamiento, y la vida de su mundo de cosas y hombres. Vivía en el fondo de sus días y de su tierra. Para cualquier crítico erudito de hoy, pero analfabeto de vida, Horacio Quiroga es un melodramático. El dolor, la desesperación, la agonía (en el sentido unamunesco), la muerte de sus persona es, son testimonio de su dolor, su desesperación, su agonía y su muerte. Para comprender la suciedad y limpieza de la vida, su grandiosidad o ruindad, no necesitaba, como el personaje de “El Infierno”, de Barbusse contemplar la vida por el ojo de una cerradura, sino mirar con ojos claros el paisaje y auscultar solidariamente el corazón de las criaturas. Es un escritor que va directamente a la emoción de las situaciones y, queriendo o sin querer, se apodera del sentimiento del lector. ¿Es esto un defecto?

No es un defecto pero es el escollo por el que una literatura se hace selecta si lo supera o se queda en vulgar si en él encalla. El mercado del libro está supersaturado de una literatura sentimental para un público ídem —público que va desde las marquesas hasta la sirvienta, incluyendo muchos graves señores—, pero hay una cierta literatura sentimental que ya no agrada a estos lectores: Carlos Dickens, Benito Pérez Galdós, León Tolstoi, por ejemplo. A estos maestros de la literatura universal se llega con el sentimiento a flor de piel, pero el sentimiento es en sus obras una culminación de situaciones psicológicas, sociales, morales, patéticas que trascienden en dramatismo. Para comprender este dramatismo, además del sentimiento, hace falta ejercicio de voluntad y esfuerzo comprensivo, por eso, cuando de ese doble ejercicio aflora el sentimiento a nuestra alma, podemos comprender que la obra rebasa el sentido vulgar de las impresiones para hacerlas selectivas.

Horacio Quiroga pertenece a esa clase de creadores, es de su mismo estilo. ¿Estilista Horacio Quiroga? Leímos una polémica en le que se afirmaba y negaba a Quiroga como estilista. Viejo pleito este de los estilos en literatura. Cuando aparece un escritor que desborda los modos, usos y obras de una promoción literaria que repite siempre los convencionalismos de una clase social, se dice de él que no tiene estilo. El estilo no sólo es el hombre, según la clásica definición, es también la clase a que el hombre pertenece y el mundo en que el hombre vive. En la Inglaterra de la Revolución Industrial, aparece un novelista como Dickens denunciando la explotación inhumana a que son sometidos los hombres especialmente los niños, y los escritores indiferentes a ese problema dicen que Dickens no tiene estilo, en la Rusia zarista aparece un Dostoyevski denunciando la mentira del hombre y de las instituciones, y los escritores zaristas dicen que Dostoyevski no tiene estilo; en la Francia post-napoleónica (de Napoleón III), cuando se inicia la decadencia burguesa, aparece un Romain Rolland con un nuevo mensaje revolucionario, y los editores burgueses dicen que Romain Rolland no tiene estilo; en la España borbónica aparecen Blasco Ibáñez y Pío Baroja, demostrando que algo había en España que no estaba podrido, y los escritores seudo-revolucionarios, hoy sacristanes de Franco, dicen que Blasco Ibáñez y Pío Baroja no tienen estilo; en la región del Plata, de escribas con marbete europeizante, aparece un Horacio Quiroga rompiendo con la vanidad de sapo y se describe a sí mismo describiendo a la vez un mundo desconocido por los escribas y dicen éstos que Horacio Quiroga no tiene estilo. Lo cierto es que no tiene el estilo de ellos sino el suyo propio, incompatible para lo quo fuera crear teniendo en cuenta la venta sino creando recreándose en su pathos y en el de los que le rodeaban.

Era de la madera de los Kipling, Conrad, Hudson, Thoreau, London, traductor de su profunda aventura, o desventura, en la aventura o desventara de los demás. Pero en ninguno de ellos como en Quiroga la tierra se hace paisaje y este nos lleva a estados de alma de composición terrígena. Mis aún; en Quiroga los elementos: la tierra, la selva, los ríos, la luz y la sombra se nos aparecen con un trascendente estado de alma ante el cual el de los hombres resulta insignificante. Leyendo a Conrad o a London, el héroe se desprende de la realidad que le rodea para convertirse en eso, en héroe. En Quiroga casi siempre sus personajes son complemento de un drama superior en el que se integran los elementos. Y no sabemos qué admirar más, si la transubstanciación humana de los elementos o la transubstanciación terrígena de los hombres. Todo con estilo directo, emocional, estimulante, rudo, de elemental fuerza, cualidades que no le valoran los de estilo reblandecido por las conveniencias.

Martínez Estrada hace un símil entre Tolstoi y Quiroga, diciendo:

“Si he de valerme de auxilios metafóricos declararé que no conozco psicología más afín con la de Quiroga que la de Tolstoi ni, en consecuencia, “daimon” más inexorable de su destino. El hecho de que ambos hayan sido escritores es, a mi juicio, sólo uno de los coeficientes integrantes de la personalidad, pues la vocación es una resultante de los complejos anímicos que condicionan la vida. Las desavenencias conyugales del maestro ruso, su sensualidad y castidad, su soberbia de aristócrata y su masoquismo de humillarse a los pies del mujik, su relación incómoda con los hijos, a quienes idolatraba, las oscilaciones bruscas de su carácter, su sibaritismo de anacoreta, sus raptos místicos y salvajes, el asco por una vocación que integra su destino, montar un escárdalo doméstico como capítulo de una novela, la náusea de sí mismo como intelectual y la derivación hacia estudios y preocupaciones de otra índole, la educación de los niños, el respeto por todo ser viviente, el amor al trabajo manual (como ejercido, como disciplina moral y como enervante), la necesidad imprecisa de soledad y aislamiento y de comunión con todos los seres de la naturaleza, el repudio del poder autoritario y de las formas artificiales y convencionales de vida y muchísimos datos fundamentales más, hacen que, sin influencia literaria del mayor sobre el menor, ambas personalidades se asemejen y hasta se identifiquen.”

No se llega a esta complejidad de reacciones sino descendiendo a la elemental animalidad sin perder la excelencia de un alma selecta, o elevándose a las más egregias relaciones de espíritu sin renunciar a la base animal de nuestra existencia. No es contra la tierra que se eleva el hombre sino sobre la tierra. Quiroga estaba bien plantado sobre la tierra, la hizo suya con sus pies, con sus manos y con su alma. Por eso sus criaturas son como brotadas de la propia tierra, con raíces de tendencia y pulso universal. Esto es lo que hizo de él un poseído, un endemoniado, un primitivo con voluntad de sabio, un artista de savia estelar.

En cierto sentido, la obra de Martínez Estrada nos ha defraudado. Su amistad con Quiroga, su versación en los temas quiroguianos —en realidad, ‘‘Radiografía de la Pampa" y “Muerte y transfiguración de Martín Fierro'’ son teoría de aquella realidad cósmica en la que Quiroga recreó su vida y su arte— todo esto nos hacía esperar una novela o biografía en la que la teoría de Martínez Estrada se hiciera espíritu de la letra al personaje dedicada. En su libro hallamos atisbos interesantes, pero predomina el tema de lo ya redicho sobre Quiroga: sus rarezas, sus excentricidades según el espíritu burgués de las calificadores, su sinceridad de alma y letra, su impulso cordial hacia las cosas y los hombres, pero no se acentúa lo que consideramos esencial en aquel gran hombre y artista; su desesperación de vida y muerte, que lo hicieron personaje de una tragedia clásica con perfil contemporáneo. Fue uno de esos raros creadores cuyo anecdotario no desmerece su personalidad sino que nos lo reelevan y nos lo elevan con signo más acusado. Vida y obra cuyos equivalentes hay que buscarlos en Van Gogh, pero más afín aún a Gauguin. ¿Por su huida de la civilización y su comunión con la vida primitiva? Eso es anécdota. Lo de Gauguin y Horacio Quiroga no es huida sino una fuga rítmica hada la autenticidad del ser, fuga existencial.

Y solo, la soledad, que es fortaleza, según el personaje ibseniano. He incomprendido por los hijos de su sangre y los hijos de su conciencia social. Es aleccionador a este respecto lo que dice en párrafo de una de sus cartas a Martínez Estrada:

“Casi todo mi pensar actual al respecto proviene de un gran desengaño. Yo había entendido siempre que yo era aquí muy simpático a los peones, por mi trabajar a la par de los tales, siendo un sahib. No hay tal. Lo averigüé un día que estando yo con la azada o con el pico, me dijo un peón que entraba: “Deje ese trabajo para lo» peones, patrón”. Hace pocos días, desde una cuadrilla que cruzaba a cortar yerba, se me gritó, estando yo en las mismas actividades “¿No necesita personal, patrón?". Ambas cosas con sorna.

“Yo robo, pues, el trabajo a los peones. Yo no tengo derecho a trabajar; ellos son los únicos capacitados. Son profesionales, usufructuadores exclusivos de un dogma. Tan bestias son, que en vez de ver en mi un hermano, se sienten robados. Entienda un poco más esto y tendrá el programa total del negocio moral comunista. Negocio  con el dogma Stalin, negocio Blum, negocio C. I. Han convertido el trabajo moral en casta aristocrática que quieren  apoderarse del gran negocio del Estado. Pero respetar el trabajo, amarlo sobre todo, minga. El único trabajador que lo ama es el aficionado. Y ése roba a los otros. Como bien ve un solitario y valeroso anarquista no puede escribir para la cuenta de Stalin y Cía.”

Era un alma pura y por eso exigía pureza en la creación artística y en el trabajo, que es otro modo de enfrentarse artísticamente con la vida. Por su pureza es que no le hallaron estilo los aburguesados del arte ni los estultos de la faena diaria, más disculpables éstos que aquéllos. La impureza en sus fuentes y derivaciones es la característica de la creación artística de nuestros días, asi como del trabajo manual. Por eso Quiroga vivió como un expatriado en su propia patria y un desterrado en la tierra que había elegido como definitiva morada, hasta que se entregó a ella en un gesto de fuga voluntaria, a ritmo acompasado de serenidad y fuerza.

 

Crónica de Francisco Ferrándiz Alborz

 

Suplemento dominical del Diario El Día Año XXVII Nº 1375 - Montevideo, mayo 24 de 1959 versión en pdf.

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                        Horacio Quiroga en Letras Uruguay

 

                     

                                                      Francisco Ferrándiz Alborz en Letras Uruguay

                    

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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