Primero de mayo, día de los trabajadores
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Dos palabras, que han sido por más de treinta años un grito de guerra, un grito de alegría... ¡Cuántos recuerdos, a este grito, retornan a nuestra menta, suscitando en el corazón un sentimiento de melancólica nostalgia, acompañada de ese tenue pero infrangible hilo de esperanza que nos hace permanecer en la brecha fieles a nuestra a nuestro ideal! Nombras queridos, fechas radiosas, mártires sublimes, todo retoma ante nosotros; y entonces nosotros nos decimos: —¿Tantos sacrificios, tanto trabajo, tanta sangre vertida, tantas palabras y tantas ideas, todo estará destinado entonces a desaparecer, a ser arrollado en la tempestad. infernal que, hace ya 12 años, sopla sobre el mundo sus miasmas envenenadoras y sus violencias destructoras? ¿Nos hemos conmovido, entonces, inútilmente en aquel lúgubre noviembre de 1887, que nos trajo la noticia del martirio en Chicago de los cinco héroes que en mayo de 1886 osaran levantar la bandera de la rebelión obrera? Inútilmente, pues, en las plazas de París, de Fourmies, de Roma, de Barcelona, el 1º de mayo de los años sucesivos los proletarios afrontaron la ira burguesa, regando el suelo con su sangre? En cada parte del mundo, cada 1º de mayo, hombres de coraje y hombres de fe, hombres de pensamiento y hombres de acción —Kropotkin y Most, Reclús y Gori, Salvochea y Ferrer, Luisa Michel y De Clsyre, y tantos y tantos otros, — iban entre las multitudes para alentarlas a pensar y obrar, para hacer acto de solidaridad con ellos contra la tiranía y la explotación. ¿Serán entonces, aquéllas, palabras inútilmente arrojadas al viento? ¿Inútilmente, entonces, pensadores innúmeros, científicos y filósofos, habrán llenado bibliotecas para demostrar el buen derecho del hombre, de todos los hombres, al pan y a la libertad? —;No! ;no! ;no!... responde con ímpetu de protesta, desde lo profundo de nuestro corazón, nuestra conciencia de hombres que, aún entre cadenas, se sientan espiritualmente libres. Eso no es posible. A través de los milenios el ideal sublime de la libertad y de la fraternidad humana ha progresado, entre victorias y derrotas parciales, siempre más adelante; y si por el momento deberemos soportar el tedio de una tregua, los peligros de un retroceso, no pasará mucho tiempo sin que la historia reemprenda su fatal andar. La humanidad atraviesa hoy uno de los períodos más oscuros, como siempre los hubo después y en vísperas de las grandes guerras. Especialmente Europa es presa de una espantosa crisis, que no es solamente económica y política, sino también moral. Quizá es sobre todo moral... Un período semejante, de regreso espiritual, les historiadores lo describían al día siguiente de las guerras napoleónicas, cuando los ejércitos de la Santa Alianza, bajo la guía política de Meternich y la militar de tres emperadores, sofocabas todo anhelo de libertad desde París a Milán. Fue un período histórico igualmente oscuro aquel que en el declinar del Renacimiento. mientras los últimos vestigios de las libertades comunales calan bajo la tiranía de los príncipes, por el esfuerzo asociado de la Iglesia y del Imperio, arrancaba acentos de ira a la gran alma de Miguel Ángel: Dolce m'ú ti sonso e plfi l'esser di saaao. Infln che U diurno e la veigogna dura! no es previsible a qué conducirá esta crisis de conciencias, en la cual lo que sobre todo nos espanta es el oscurecimiento casi completo del sentimiento de libertad. Muchos, también, de los que se dicen revolucionarios, y que en el terreno político y de la lucha de las clases persiguen un fin de igualdad social, parece que rían de esta aspiración a la libertad, que se ha formado a través de siglos de lucha entre pueblos y tiranos y que ha sido el resorte intimo de todas las revoluciones. En cada nación los conatos liberticidas de las castas y de las clases dirigentes asó. mes un aspecto espec al. y se di3f:azab con los colores del patriotismo, pe:o, en realidad, ellos son lo más internacional que existe actualmente en Europa. Bajo nombres diversos, con manifestaciones vi. rías, la contrarrevolución descarga en todos los países los mismos golpes contra ei mismo objetivo: la libe:tad del proletariado, vale decir, todos bus derechos en el terreno político, económico y espiritual o cultural. No solo en todos los países -Hungría y España, Francia e Italia, Alemania e Inglaterra, y hasta en los Estados Unidos— la reacción se desencadena en daño del proletariado y de ¡a libertad con todas las formas de violencia, legales e ilegales, pública y privada, sino que la reacción de una parte es íntimamente solidaria con la de todas las otras. Más aún la reacción en cada país sería imposible, o superficial, o de corta duración, si se limitase a ese país solamente y no tuviese su apoyo, directo o indirecto, o por lo menos, su justificación, en la reacción de todas las otras naciones. De esta manara los proletarios y revolucionarios de cada país, vencidos y en lucha con sus propios tiranos, no pueden dar las pruebas de solidaridad que de otro modo darían a sus hermanos de más allá de las fronteras. Leyendo los diarios extranjeros se ve en este momento la marcha de la reacción que cada vez parece consolidarse más. En efecto, parece que la contrarevolución preventiva no tenga más oposiciones que vencer. Y sin embargo su triunfo sería del todo superficial y pronto aparecería nulo, si el estado de las cosas cual es actualmente en toda Europa no constituyese su mayor razón de ser, es decir, si el espíritu de libertad se afirmase fuertemente más allá de las fronteras, si la guerra más infame no continuase en mil puntos, desde el Bósforo a la Mancha, desde el Bhin hasta los Urales; si media Europa no estuviese todavía bajo el talón de la otra mitad. Y lo que se dice de Italia, Alemania, etc., podría ser dicho del terror antiobrero en España, de la reacción militaresca en Hungría, de las persecuciones antianárquicas y antisindicalistas en Estados Unidos, de los arrestos de comunistas en Francia, etc., etc. Los peores instintos humanos, resurgidos a causa de la guerra, las ambicionas más locas, los intereses más vulgarmente materiales y más ciegos están adquiriendo el predominio en perjuicio de ese poco de progreso moral que la humanidad y más especialmente Europa, había alcanzado tan trabajosamente a través de más de trescientos años. Todos los sentimientos de superior humanidad, de justicia y de respeto recíproco entra los pueblos y entre los individuos, que hasta a la lucha entre enemigos habían llegado a poner limites, son hoy despreciados y aplastados con la tolerancia pasiva del mayor número. Si no nos detenemos en esta pendiente, las consecuencias serán terribles: terribles especialmente para las mayorías más débiles, para el proletariado de todos los países, el cual, sujeto como está a los privilegiados del poder y de la riqueza, a los privilegiados de la fuerza material y armada, encontrará en el fondo de la pendiente, en el abismo, el retorno a las peores esclavitudes que la historia recuerda. El primero de mayo de este año, con un espectáculo tan triste ante los ojos en más de la mitad de ese mundo que se pretende civil, mientras el porvenir se perfila tan oscuro en el horizonte, no podrá ser, por cierto, un día de alegría y mucho menos de fiesta, como se había convertido en los últimos tiempos —antes de la guerra— para una parte del proletariado. Ni siquiera podrá ser, muy probablemente, un día de lucha, especialmente en algunos países. Que sea lo que pueda ser; pero que sea al menos un día de meditación. Del gran latido de la solidaridad humana, que en ese día se manifestará en las pocas formas exteriores consentidas por las circunstancias, saquemos el consuelo, el bálsamo para muestras heridas, el valor para resistir la tempestad, para seguir siendo nosotros mismos, para seguir abrazados con todas nuestras fuerzas a nuestra bandera. Y meditemos —reflexionen los trabajadores— en el porvenir que se perfila ante nosotros si no sabemos detenernos en la pendiente. Es preciso que el proletariado y todos los hombres de conciencia libre de todas las naciones encuentren la fuerza para salvarse a si mismos, salvando al menos la parte de libertad ya conquistada a través de las revoluciones y los movimientos sociales del pasado, si no sabe o no tiene la fuerza para alcanzar la libertad integral con la liberación de todas las servidumbres políticas y económicas. Pero, en todas partes, piense que la primera condición para poder ser eficazmente solidario con los perseguidos y opresos de los otros países es la de ser libre, al menos relativamente, él mismo en su propio país, la de impedir a los propios opresores las infamias y los delitos que se cometen en otras partes. En algunas naciones ¡a partida parece perdida para ¡a libertad para el proletariado; pero no es así todavía, pues que aún la partida no se ha perdido en el terreno internacional. Sepa el proletariado, en el nombre y por medio de la libertad, recomenzar su revancha, haciendo pie firme en los países donde sus posiciones son todavía relativamente buenas y fuertes; y logrará, sin duda, más o menos rápida o lentamente, recuperar sus posiciones hasta donde parecen irremediablemente perdidas. Y así habrá salvado no solo algo materialmente útil para si y la esperanza de progresos suyos ulteriores, si que también la esperanza de la liberación completa. El proletariado habrá salvado con ese esfuerzo consciente las superiores razones de vida de toda la humanidad, la causa misma de la humana civilización. ¡Un, pueblo trabajador de todas las patrias, ¡ayuda! ¡ayuda! |
Luigi Fabbri
Revista "Caminos" Año I Nº 3
Montevideo, mayo de 1935
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Uruguay, por su editor, Carlos Echinope
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