La desconfianza en el lenguaje tiene sus raíces en la antigüedad, pero
también entonces se alzaron las voces de quienes como Sócrates, se
esforzaron por hacer ver su dignidad. La confrontación ha llegado a
nuestros tiempos en los que muchos pensadores han alimentado la
desvalorización del lenguaje, imputándole o bien vaguedad o bien
fosilización. Ellos habrían dejado de ver que el hombre no es sino su
lenguaje, que el lenguaje es a la vez lo social y lo individual y que en
la palabra se articulan lo personal e irrepetible y lo general
normativo. Más aun el yo, una formación social, está en el cruce de las
palabras y las palabras dan la medida de su libertad. Llevamos dentro
una "sociedad de palabras", modelo de una sociedad a la vez libre y
orgánica, solidaría y peculiar y estas pretendidas antinomias están
resueltas en el punto de partida, en esa capacidad del hombre de crear
colectivamente, hablando.
"El nombre del arco es vida (bios), su
obra es muerte'', decía Heráclito para dar un ejemplo de la esencial
ambigüedad que él atribuía no sólo a las palabras sino al mundo humano
que, a través de las palabras trata de fijarse y hacerse comprensible.
Su discípulo Crátilo fue más allá y le quitó al lenguaje toda
legitimidad. Con él coincidían, en este punto, los sofistas. Hay muy
poco en común -decían estos últimos- entre la imagen que tiene en la
mente quien pronuncia la palabra y la que esa palabra suscita en
la mente del que escucha. Además, entre lo visual de esa imagen y lo
auditivo del signo hay una heterogeneidad que excluye la posibilidad de
una correspondencia.
Contra esta andanada de desconfianzas, que hacía ilusorias no sólo la
correspondencia de la palabra con la cosa, sino también la validez de la
memoria sintetizante y, por lo tanto, de la personalidad, y que anulaba
la posibilidad de definir lo bueno y distinguirlo de lo malo, levantó su
voz Sócrates. Este demostró que las palabras generalmente no designan a
cosas y seres particulares, sino a la representación mental de clases de
objetos. Cada una corresponde a una clase y genera una imagen
correlativa a todas las cosas que dicha clase contiene, pobre por lo
tanto en caracteres (sólo los necesarios y suficientes para esa
pertenencia), pero rica en posibilidades de ulteriores determinaciones,
a medida que se llega a particiones menores hasta alcanzar al objeto
individual.
Cada palabra es, pues, una caja de sorpresas de límites definidos, pero
de la que el hablante extrae mundos inéditos, que son sólo suyos y que
constituyen su "libertad". Esto no lo dijo Sócrates, pero está en la
línea de desarrollo lógico que parte de su definición del "concepto"
como correlato de la "palabra".
La actual desvalorización del lenguaje
A pesar de él y de la resonancia que su enseñanza ha tenido en los
siglos a través de la obra de sus discípulos, la desconfianza de los
sofistas en el lenguaje y en la realidad que en el lenguaje se hace
conciente, resurgió en forma intermitente, para adquirir en nuestro
siglo caracteres agudos, especialmente por obra de las corrientes
irracionalistas que tanto terreno han ganado en el ámbito de la cultura
contemporánea. De Pirandello a Lacan, el terreno se ha hecho cada vez
más movedizo.
En los últimos tiempos,
la desvalorización del lenguaje ha adquirido una especial virulencia;
es una característica de la inseguridad existencial con la que hemos
salido de la segunda guerra mundial. Las grandes conquistas científicas
actuales, en lugar de aumentar, como la ciencia del período positivista,
nuestra estabilidad, acentúan la conciencia de una universal
precariedad. La imagen o la sigla parecen destinadas a sustituir a la
palabra, la tecla de la computadora al trabajo de la mente. Los
escritores juegan con la ambigüedad de las palabras para mover los
horizontes, en vez de aprovecharla interpretando su polisemia como
fertilidad creadora.
Dos reproches opuestos hace hoy el hombre a esta criatura suya,
alejándola violentamente de sí, con arbitrario desgarro, en un esfuerzo
por objetivarla: su vaguedad que encierra múltiples sentidos y deja al
ser pensante desamparado en la niebla en que su misma personalidad se
pierde (Pirandello); su fosilización tradicionalista que encierra al
pensamiento vivo y aprisiona en moldes, comunes a todos, la irrepetible
e impetuosa originalidad de cada uno (Handke en "Kaspar").
Se trata de autocrítica y de autocrítica justificada; lo que no se
justifica es el alejamiento, la objetivación. Al sentar el lenguaje en
el banquillo de los acusados, el hombre se juzga a sí mismo y se
reprocha su dúplice alienación, pues él es su lenguaje; la carne se ha
hecho verbo cuando el pitecántropo erecto ha empezado a fabricar
instrumentos, al escudriñar las cosas con mirada clasificadora y
generalizadora, y a transformar sus recuerdos borrosos en imágenes
precisas.
El lenguaje es lo más individual y lo más social
Hablamos con la naturalidad con que respiramos. Por eso pocos se detienen a considerar el milagro por el cual este
"bípedo implume" ha logrado pensarse como yo, pasar del yo al tú y al
nosotros (o inversamente), ordenar el caos y dar, con el nombre,
personalidad a las cosas, y comunicar a los demás un universo interior
que él iba creando a medida que iba nombrando —en el terreno de esa
comunicación— sus detalles y etapas. El hombre es creador de historia en
cuanto la fija en palabras; es capaz de abstracción porque dispone del
lenguaje. Que se me perdone el apasionamiento: amar a las palabras es
amarse a sí mismo y amar a los demás como a sí mismo.
Pero la característica más impactante que, creo, se encuentra en el
lenguaje (¿no será una característica inherente a la vida, que el hombre
ha desarrollado en medida excepcional?) es la perfecta complementación
-en el hecho de hablar- de lo irrepetiblemente individual y de lo
normativamente colectivo. Las dos fuerzas que se consideran
—equivocadamente— como antagónicas: individuo y sociedad, en el terreno
de la expresión lingüística no sólo se concilian, sino que se necesitan
mutuamente. No hay creación más solidaria que el lenguaje; ninguna, en
que el individuo sea más independiente. Las normas que lo gobiernan no
son impuestas, pues responden a esquemas mentales comunes (tanto que los
niños tienden a regularizar las formas anómalas).
La capacidad de la palabra hace del hombre la autoconciencia del mundo.
El es el animal que fabrica una parte de las cosas y da el nombre a
todas las cosas. El lenguaje no es sólo comunicación externa, sino
también diálogo interno, es decir, pensamiento. El ser humano no empieza
a existir como tal, sino a medida que empieza a hablar. La
representación de las cosas, que se hace concreta en el nombre,
constituye el contenido del conocimiento del mundo, pero también el yo
nace de la memoria, y esta no se desarrolla sin la palabra. Si esta última resulta de un
proceso de abstracción, la abstracción misma, como decíamos, en un
cierto estadio, presupone el lenguaje; no se trata de sucesión, sino de simultaneidad. Todo esto significa que el lenguaje es constitutivo del
proceso de autoformación personal.
Pero el lenguaje se hereda; el yo es, pues, una formación social, un
cruce de corrientes lingüísticas (es decir conocimientos y pensamientos)
tan numerosas. que es imposible identificarlas reconstruyendo su
recorrido. Y al mismo tiempo y a través del mismo proceso, en la palabra
se afirma vigorosamente la personalidad individual en lo que tiene de
más suyo y creativo.
Cada uno de nosotros está sumergido en el gran río y es a la vez una
pequeña fuente de la que el gran río se alimenta. Somos un cruce de
fuerzas e irradiamos fuerza; siempre damos más de lo que recibimos. Con
ese plusvalor, crece y se transforma, positiva y negativamente, toda la
sociedad, vive y se transforma el lenguaje, producto colectivo y
producción individual.
El nombre mítico del lenguaje es alma; el alma individual, pensaba
Averroes seguido por un amplio sector de la herejía medioeval, se hace
inmortal sumergiéndose en el alma colectiva de la que surgió (intelecto
agente); se trata, naturalmente, si laicizamos la expresión
transportándola al terreno lingüístico, de una inmortalidad relativa,
que dura lo que la humanidad sobre la tierra, y que puede ser truncada
por cualquier catástrofe nuclear suficientemente expansiva y abarcadora.
Cualquiera sea el destino de esta población mundial semienloquecida,
nadie puede borrar de su historia ese milagro del que ha sido y es
continuamente capaz: hablar, pensar, escribir; negando, en esta acción
potentemente solidaria que es la creación lingüística, base de las demás
creaciones colectivas, la agresividad que la consume y amenaza
conducirla a la muerte.
Si reflexionamos sobre el lenguaje, renace la esperanza.
El lenguaje, como terreno del libre albedrío
El hombre es capaz a la vez de solidaridad y de libertad, pues ha creado
la realidad más libre y más auténticamente colectiva, fruto de una
plurisecular e incesante colaboración espontánea, a la que cada uno, aun
sin querer, aporta una pequeña (tú, yo, el vecino), o no tan pequeña
(Dante, Cervantes, Chaucer), fuerza transformadora.
Nada, decíamos, más organizado, y a la vez más libre. Sus normas son un
producto intrínseco, aceptado tácitamente por todos a modo de pacto
social, y se modifican por inconciente consenso a medida que cambian las
necesidades expresivas. Y esa creación común es a la vez el instrumento
y el campo del coloquio interior, de la creación irrepetible, la
expresión de esa libertad individual que es, en ese ámbito, una
conquista continua. La personalidad se forma gracias a las palabras, sin
las cuales no se puede pensar, gracias a las cuales se fijan los
recuerdos y el sentimiento se hace conciente y continuado. En música,
siete notas alcanzan para infinitas y siempre nuevas creaciones; del
mismo modo, cada uno de nosotros tiene a su disposición un mar de
palabras viejas que pueden dar lugar a las más inesperadas
combinaciones, las que surgen unitariamente y dentro de las cuales cada
palabra es una recién nacida.
El lenguaje nos da la medida de nuestro pequeño y variable libre
albedrío entre las infinitas fuerzas determinantes, la medida en que el
hacer depende de lo hecho y lo sobrepasa, la medida del equilibrio
inestable entre individuo y sociedad, entre el presente y el pasado.
También el lenguaje de la música y el de las artes plásticas tiene el
mismo carácter expresivo-comunicativo, contiene, pues esa chispa de
libertad que crea algo nuevo e inteligible en un ámbito de socialidad
más o menos gobernada por normas. Pero sólo el mundo de las palabras
es directamente matriz de historia, se traduce naturalmente en acción,
es el puente que une la íntima libre voluntad frente a lo dado con la
reivindicación de la libertad del individuo, del grupo, de la nación, en
el tejido espeso de las relaciones humanas, frente a las estructuras del
poder.
También lo inauténtico se refleja en el lenguaje
Dado que la humanidad del hombre consiste en su capacidad de hablar
consigo mismo, con los demás, con su pasado y con su futuro, de irradiar
en palabras su ser individual y su ser colectivo, también la mentira se
hace palabra, pues está en el ser humano. El lenguaje es a menudo
ambiguo, impreciso, burocrático, vacío, pues se enferma de todas las
enfermedades espirituales de la humanidad. En su terreno, la repetición,
la copia, el eslogan son formas de esclavitud.
Hay una escena, en Fontamara de Ignacio Silone, en que los pobladores de
la aldea de ese nombre, sometidos a un interrogatorio por los "camisas
negras" de Mussolini, por temor físico, tratan de alcanzar en las
respuestas la uniformidad del esclavo y no hacen sino afirmar
peligrosamente la libertad de su imaginación, dando cada uno una
solución distinta al problema de adivinar la respuesta más conformista a
la pregunta discriminatoria: "¿Viva quién?"
"El primero en ser llamado fue Teófilo el Sacristán. -¿Viva quién?- le
preguntó el hombrecillo de la faja tricolor. Teófilo pareció caer de las
nubes. -¿Viva quién?- repitió, irritado, el representante de la
autoridad. Teófilo se volvió despavorido hacia nosotros, como para
recibir alguna insinuación, pero ninguno de nosotros sabía más que él
mismo. Como Teófilo no daba señales de poder dar una respuesta, el
hombrecillo se dirigió a Felipe el Bello que tenía un gran registro en
la mano y le ordenó: -Escribe junto a su nombre: refractario.
El segundo en ser llamado fue Anacleto el sastre. -¿Viva quién?- le
preguntó el panzudo. Anacleto, que había tenido tiempo para reflexionar,
respondió: - ¡Viva María! -¿Qué María?- le preguntó Felipe el Bello.
Anacleto reflexionó un poco, pareció vacilar y luego contestó: -La de
Loreto- -Escribe-ordenó el hombrecillo al peón caminero: -refractario
(........)
- ¡Viva el pan y el vino! -fue la respuesta sincera de Pascual Cipolla.
También lo anotaron como refractario. (.......)
Antonio Zappa (...) gritó: ¡Abajo los ladrones!- provocando las
protestas generales de los milicianos de camisas negras. -Escribe: -dijo
el panzudo a Felipe el Bello- anarquista. (.............)
Con Jacobo Losurdo se reinició el desfile de las personas prudentes. -
¡Vivan todos! -respondió (........) -Escribe: dijo el hombrecillo a
Felipe el Bello - liberal".
El examen es largo. Quien grita: ¡Abajo los bancos!, será calificado de
"comunista" y quien contesta: ¡Vivan los pobres!, de "socialista", sin
que ningún habitante de la aldea supiera el significado de tales
palabras.
Este episodio de Fontamara es el triunfo de la incomunicación en una
situación en que seres humanos que hablan el mismo idioma están
enormemente distantes y utilizan las mismas palabras, pero distintos
códigos. Trágica y humorística a la vez, esa tentativa de anularse
delante de los fusiles y las cachiporras, de pasar por encima del
imposible diálogo, penetrando en la mente del adversario para dar la
respuesta que él quiere y espera, tentativa que sólo consigue revelar
los límites de la capacidad de mentir de cada uno, los límites en el
conocimiento del mundo del "otro" y del esfuerzo para imaginar, por
vagas analogías, ese código desconocido. Generalizado, se podría decir
que toda la historia comprueba el carácter recíprocamente inhibitorio
que caracteriza la violencia y el lenguaje.
Pero hay formas más sutiles de lucha, en las que el lenguaje se
encuentra necesariamente implicado. Las palabras mismas pueden
transformarse en un arma insidiosa. En la Edad Media, cristianos y
musulmanes se tildaban mutuamente de ínfleles; y esta palabra
correspondía a la idea que forzosamente tenían unos de otros. Pero
cuando, en La chanson de Roland, los demás poemas épicos del ciclo
carolingio y también en el lenguaje común del mundo cristiano, los
musulmanes figuran como paganos, este adjetivo, con sus connotaciones de
politeísmo e idolatría, no es, como se suele decir, un documento de la
falta de sentido crítico característico de la cultura de la época, sino
una deformación conciente de tipo polémico, dirigida a ocultar la
naturales esencialmente monoteísta del islamismo. En la misma forma,
durante la guerra civil española, el sector de la gran prensa mundial
favorable a la República, al hablar de los obreros catalanes en lucha
contra el franquismo, siempre los llamaba "leales", "patriotas" y
"republicanos", para cubrir, con generalizaciones desenfocadas, su
fundamental calidad de revolucionarios. Así, el fascismo se llamó
"revolución", y hay dictaduras que se llaman "democráticas". Orwell, en
su 1984, dedica un capítulo a este fenómeno, que él llama "Neolengua".
En nuestro tiempo, esta tentativa de modificar ideas empleando palabras,
con sentido distinto y a veces contrario al que tienen por espontánea
convención colectiva, para hacer suponer una realidad que no existe, se
ha agudizado enormemente. Ha llegado la hora de que alguien que pueda
hacerlo escriba un tratado acerca de "Las transformaciones semánticas
originadas por el uso político del lenguaje".
Pero estas deformaciones no son inherentes a la naturaleza misma del
lenguaje, sino que son manifestaciones del mal uso que hace el hombre de
su inteligencia y de su fuerza.
Conclusiones primeras
De todo esto creo que se. pueden extraer algunas afirmaciones (o, mejor, propuestas
de afirmaciones, temas de discusión) de carácter general:
a) La personalidad de cada uno es dada por un largo e incesante trabajo
de autoconstrucción lingüística, con raíces en una matriz común y
resultados progresivamente individuales.
b) En cada fase de esta auto formación,
la originalidad individual se va afirmando cada vez más, con la
contribución lingüística del entorno social. Contribuyen también los
elementos no lingüísticos (solicitaciones sensoriales de todas clases,
impulsos, sentimientos), pero incorporados al mundo conciente por medio
de la palabra.
c) Cada palabra tiene una historia y en este sentido en ella cuaja la
experiencia de muchos siglos en su área semántica, y a la vez forma
parte de esa estructura actual que es la lengua, renovándose en su ser
cada vez que se pronuncia o se escribe.
d) La libertad del ser humano frente a los factores determinantes
(herencia biológica, medio físico, historia, medio social) es a la vez
una seguridad íntima de raíz desconocida y una hipótesis necesaria para
la acción. Parece ser que existe embrionariamente en todos, pero sabemos
que se desarrolla y se afirma a través de un esfuerzo de construcción
interior y de conocimiento exterior y es por lo tanto distinta en los
distintos individuos en un momento determinado.
e) La libertad de un individuo frente a los demás, de una sociedad
frente al estado, si bien en los momentos críticos se puede reducir a
una relación de fuerzas físicas (número, armas), puede encontrar su
fundamento en la autoconciencia del mayor número, proyección colectiva
de la independencia interior individual y, en este último sentido, está
íntimamente relacionada en la historia con esa otra libertad frente a
los factores determinantes que llamamos libre albedrío (Dante las
identificó en la figura simbólica de Catón).
f) La existencia misma del lenguaje, obra de todos y raíz de la
individualidad, organización compleja y fuertemente trabada a la vez que
espontánea en cada uno de los hablantes, prueba que el ser humano es
capaz de la solidaridad en la libertad, que entre individuo y sociedad
no hay oposición sino ineludible integración, que la fuerza y la
coacción no son ineluctablemente necesarias para la colaboración
inteligente, basada en la inserción de todos en un sistema orgánico, por
complicado que sea.
Ahora y aquí
Todos estos puntos son susceptibles de amplios desarrollos. Pero
prefiero dedicarme a extraer de ellos algunas consecuencias de carácter
práctico.
En este momento en que la tensión entre libertad y dominación se ha
exasperado hasta aproximarse al punto de ruptura, esta comunión
permanente entre los seres humanos en el lenguaje, cuyas dos funciones,
la comunicativa y la expresiva son tan íntimamente complementarias que
hacen de la solidaridad el fundamento mismo de la originalidad
individual, representa un baluarte de lo humano, una esperanza de paz,
pero también un ámbito de trabajo y de lucha, en la medida en que los
enemigos de la libertad, de la paz y de la creatividad popular lo
atacan.
Nos sentimos verdaderamente libres si somos los dueños y no los esclavos
de las palabras, si no repetimos en coro frasecitas de tipo publicitario
("Duce, Duce", "La vida por Perón"...) Nos sentimos libres, si pensamos
y hablamos cada uno con nuestras propias palabras y si la unidad de
acción que consigamos es convergencia de diversidades, basada en una
solidaridad que deriva de lo humano que tenemos en común, representado
por el lenguaje.
Este es mucho más que comunicación: es el fundamento de lo individual en
lo social, de la sociedad en cada uno. De ahí la importancia que tiene
en la historia y en la vida actual la libertad de palabra, que es la
libertad no de pensar (la libertad de pensamiento se conquista con el
conocimiento y el ejercicio, y es relativamente independiente del poder
político, pues se desarrolla en la intimidad individual), sino de
manifestar el pensamiento, de intercambiar pensamientos, de ayudarse
mutuamente a pensar.
La autoformación es una conquista continua y es, en último análisis, un
hecho lingüístico. De ahí la importancia no sólo de la libertad de
palabra en una sociedad determinada, sino también del cultivo del idioma
materno en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria.
Importancia, pero también peligro. Esa potencia de la palabra que cada
uno de los niños en trance de crecimiento lleva en sí es sumamente
vulnerable y delicada: no es arcilla moldeable, como sueñan algunos
docentes; es una planta que crece según sus propias leyes, una parte de
las cuales es común a toda la especie. La tarea del docente es la de
ayudar a cada uno de sus alumnos a familiarizarse con lo común y a
descubrir su propia originalidad a través de un continuo esfuerzo por
expresarla. Es la tarea más humilde y oscura (pues supone una actividad
interpretativa en la que el maestro debe prescindir en lo posible de su
originalidad expresiva, supeditándola a la del alumno), pero tiene
alcurnia: es la "mayéutica" de Sócrates, el gran partero. Cómo él, hay
que ayudar a nacer.
En terreno práctico, es indudable que el idioma materno es la más
importante de las asignaturas en la enseñanza primaria y secundaria y
debería ser el eje del plan de estudios. El gran absurdo del plan
uruguayo, que fue antaño, al confrontarlo, nuestro orgullo (y —entre
paréntesis— una de las bases de la dignidad con que se diseminaron por
el mundo nuestros exiliados), es el hecho de que Idioma Español se
estudie sólo en los primeros tres años de Enseñanza Secundaria. Y no hay
que olvidar que el tercero fue agregado a los dos tradicionales a costa
de grandes esuerzos y con poca convicción por parte de las autoridades.
Y el curso de "Expresión y comunicación", establecido -en el entusiasta
1963- en el sector "humanístico" del II ciclo, fue muy pronto suprimido.
Literatura y Filosofía, bien dadas, continúan en cierta forma la
enseñanza del idioma, más sólo en aspectos parciales.
Pero la insuficiencia principal es que, tanto en enseñanza primaria como
en secundaria, el alumno escribe y habla poco y sólo se tienen en cuenta
en terreno expresivo sus escritos de Idioma Español, o, a lo sumo, los
de Literatura, mientras los demás se consideran sólo desde un punto de
vista nocionístico cuando no se recurre al sistema mutilante de la
"múltiple opción". En cambio, en esa fase educativa, que es de
preparación general, todas las materias deberían consistir —como leí una
vez en la introducción a los programas belgas de la Enseñanza Media— en
el aprendizaje del idioma materno en ocasión de los temas específicos de
cada una de ellas.
La conquista del idioma propio es, en sus distintas fases, una conquista
que el niño y el adolescente realizan de sí mismo y de sus relaciones
naturales con los demás. Más aun: el alumno, a medida que progresa en la
apropiáción del caudal lingüístico que está a su disposición y en el
descubrimiento simultáneo de sí mismo, aprende a dominar sus relaciones
con el mundo humano que lo rodea. Y se apodera de su libertad a través
del proceso por el cual su uso del lenguaje se hace activo, venciendo la
pasividad de la repetición literal. La técnica del resumen que es parte
de ese aprendizaje, nos da la posibilidad de posesionarnos de un texto
en forma no servil, de incorporarlo a nuestra estructura mental, en la
que el lenguaje es inconfundiblemente nuestra estructura mental, en la que el
lenguaje es inconfundiblemente nuestro, sin dejar de ser la obra de
todos los hispanohablantes a través de los siglos y sin que el español
deje de ser una de las tantas manifestaciones de esa aptitud, común a la
especie humana, que llamamos gramática y a la que Chomsky atribuye una
base biológica.
Desde este punto de vista, adquiere un nuevo significado también el
estudio de los idiomas extranjeros. Cada nuevo idioma que adquirimos
enriquece nuestra personalidad individual en sentido libertario, pues
elimina una limitación y abre la puerta a nuevas solidaridades directas.
Una pregunta a Chomsky
Siendo el lenguaje tan nuestro como nuestra voz y teniendo cada uno de
nosotros experiencia directa de él, pienso que sea legítimo hablar sobre
él, si se cree tener algo que decir, sobre la base de lo aprendido
hablando, escribiendo, enseñando, aun sin tener en este terreno una
especialización teórica, aceptando, eso sí, correr los riesgos
inherentes a tal atrevimiento. No quiero, pues, no podría resumir laS
discusiones que sobre estos temas han tenido lugar entre los
especialistas en lingüística, pero no puedo dejar de mencionar al
estudioso de esta disciplina que siente más hondamente el vínculo entre
lenguaje y libertad, y de plantear, a la vez, las dudas que su
pensamiento en materia lingüística ha suscitado en mí, que soy lega en
ese ámbito.
Noam Chomsky, con su hipótesis innatista relativa ál lenguaje y al
sentido común, hace posible que se piense en un ser humano que no sea un
mero producto de su ambiente y de su pasado, sino, dentro de ciertos
límites, un creador, un sujeto agente de su propia historia. Dice: "La
hipótesis del innatismo puede formarse como sigue: La teoría
lingüística, la teoría de la G.U. (gramática universal) (...) es una
propiedad innata del entendimiento humano. En principio, deberíamos ser
capaces de explicarla en términos de biología humana".
En el hombre habría, pues, al nacer, una disposición al lenguaje ya
marcada en su estructura, biológica, y esto explicaría la existencia de
un molde lógico común, que hace que el niño aprenda a hablar con
asombrosa rapidez y haga frases suyas con las palabras que oye.
Ahora bien, si yo fuera alumna de Chomsky (mucho me gustaría o, mejor,
me hubiera gustado), levantaría la mano y preguntaría: "¿Algo se opone a
que se piense, siempre en el terreno de las hipótesis sujetas a
verificación, que las raíces biológicas del lenguaje, dentro de ese
molde común, presenten diversidades individuales tan irreductibles como
las huellas digitales?". Chomsky parece no dar valor a las diferencias
individuales originarias, aunque considera el problema del lenguaje
mucho más desde el punto de vista individual que del colectivo (que
generalmente se juzga preponderante). Concibe la lingüística como
psicología, no como sociología. La esencia del lenguaje no es para él la
comunicación, sino la expresión (hay aquí convergencia con Croce): "La
comunicación es una de las funciones del lenguaje, no la esencial".
Subrayar la importancia de la expresión es afirmar el papel
esencialmente creativo del lenguaje, el momento de la afirmación
individual. Sin embargo, el otro momento, el de la comunicación, que
podríamos llamar el de la creación colectiva, me parece su complemento
necesario. Juntos, los dos momentos creo que definen el doble carácter,
individual y social, del ser humano.
Lenguaje, individuo, sociedad
En realidad, que sea cierta la hipótesis empirista de la "tábula rasa",
o la innatista basada en la biología de Chomsky, o la innatista
tradicional que postulaba "el alma'', ello no cambia nada al hecho
maravilloso de que el hombre habla y se sitúa así entre sus congéneres
como miembro de una gran familia, en la que el lenguaje es vínculo y a
la vez condición de independencia.
La "sociedad de palabras" que llevamos adentro es el modelo de una
sociedad libre y orgánica, un modelo que sale de todos nosotros y
corresponde a nuestra más íntima naturaleza de seres humanos. La
solidaridad de la especie y la originalidad irrepetible de cada
individuo se refleja en el lenguaje, porque son propias del hombre. La
pretendida antinomia individuo-sociedad, libertad-organización,
espontaneidad-necesidad, egoísmo-solidaridad está resuelta en el punto
de partida en esta capacidad que tiene el hombre de hablar, de crear
colectivamente un ámbito espiritual en que la norma forjada entre todos,
acaso en base a una predisposición de la especie, y aceptada sin
coacción es la condición misma de la expresión individual, única,
irrepetible y, a la vez, de la comunicación. El yo, el tú, el nosotros
coexisten y se condicionan recíprocamente, pues conjugamos con ellos
cualquier verbo a medida que lo vayamos incorporando al esquema
originario.
Si hay quien usa ese don precioso para enseñar a sus semejantes, la
defensa no puede estar sino en un dominio del lenguaje igual o mayor,
que permita descubrir las falacias de los demagogos y de los poderosos.
A pesar de las fáciles ironías, es posible que, en la hora decisiva, la
habilidad de los pocos tenga que ceder ante el discurso auténtico y
transparente de los muchos, esos "oi pollói" a los que Platón
despreciaba por boca de Sócrates, porque se detenían en la "opinión" y
no llegaban a las verdades esenciales. El día en que "oi pollói" dejen
de ser "masa" y, gracias a la profundización de la palabra, tengan una
más entera conciencia individual y colectiva, ya no se dajarán dominar
por los pocos, sean los filósofos de la República imaginada antaño por
Platón o los conductores, a veces semi-iletrados, de nuestros días que,
apoyándose en una tecnología sofisticada que instrumentaliza y
esquematiza el lenguaje, emplean estratégicamente las fuerzas del dinero
y la que procede de los reactores nucleares y nos abruman bajo el peso
de una burocracia que envejece y de una ciencia que masifica.
Referencias
Angel Cappelletti. Los
fragmentos de Heráclito. Ed. Tiempos Nuevos. Caracas 1972. P. 88.
Rodolfo Mondolfo. II pensiero antico. Ed. La Nuova Italia. Firenze,
1950 .Pp. 139-141,
Recuérdense las orgullosos palabras de Leonardo acerca de la
potencia creadora del pintor: "Si el pintor quiere ver bellezas que lo
enamoren, él es dueño de engendrarlas; y si quiere ver cosas
monstruosas que asusten, o que sean payasescas y risibles, o
verdaderamente dignas de compasión, él es amo y creador de ellas (...).
Y todo lo que hay en el universo, en esencia, presencia o imaginación,
él lo tiene antes en la mente y luego en las manos..." Y aun más: "Los
objetos naturales son finitos, mientras que las obras que el ojo manda
hacer a las manos son infinitas, como demuestra el pintor en la creación
de infinitas formas de animales y hierbas y plantas y lugares. (Tratado
de la pintura. Trad. Farías. Ed. Shapire. B. Aires, 1958. p. 28 y p.
55).
Ignacio Silone. Fontamara. Trad. T.S. Ed. Biblioteca Democracia y
Libertad. Montevideo, s/f (¿1935?). pp. 109-112.
Chanson de Roland. Texte annoté par E. Aubé. Garnier. París,
1945. passim. Por ejemplo: pp. 2-3, penúltimo verso de la "laisse" 2a.
("N'y a paién qui un seul mot reponde") y primer verso de la 3a. ("Blancandrin
fut des plus saves paiéns). Por otra parte,
ya en la primera estrofa, el rey Marsilio es presentado como alguien
"que no ama a Dios, sirve a Mahoma e invoca a Apolo"; con una tentativa
muy hábil de inscribir a Mahoma en el Olimpo pagando. Todo eso no tiene
nada de ingenuo.
Noam Chomsky. Reflexiones sobre el lenguaje. Ed. Ariel.
Barcelona-Caracas México. 1979. p. 58.
Ibidem. p. 184. Más ampliamente considera el punto en otras obras;
por ejemplo en "Reglas y representaciones" (Ed. Fondo de cultura
económica. México, 1983. p. 55) "Dos individuos que comparten la misma
herencia genética y experiencia común alcanzarán el mismo estadio,
específicamente el mismo estado de conocimiento del lenguaje (excluyendo
elementos del azar). Mas lo anterior no excluye la posibilidad de la
diversidad en el ejercicio de ese conocimiento en el pensamiento o en la
acción. El estudio de la adquisición del lenguaje o de la interpretación
de la experiencia a través del uso del conocimiento adquirido todavía
deja sin respuesta la cuestión de la causalidad del comportamiento, y en
forma más amplia, la cuestión de nuestra habilidad para elegir y decidir
nuestras acciones".
Chomsky. "Reflexiones..." p.
111. |