Rubens y las leyendas mitológicas
por Enrique Díez Canedo

Ceres y Pomona
Peter Paul Rubens

Un cuadro de Rubens, entre los que tiene el Museo del Prado, el que se llama “Ceres y Pomona", pudiera tomarse como símbolo exacto del arte de este pintor. Están las dos rozagantes bellezas sosteniendo la cornucopia o Cuerno de la Abundancia, de que se desbordan los frutos de toda especie. Esta misma profusión jugosa, fragante, tiene la obra entera de Rubens. Es el pintor de la Abundancia. Abundante en el producir, porque es abundante en el imaginar; abundante en el imaginar, porque es sano y robusto, porque su entendimiento y su fantasía son tierras fértiles donde todo germen grana y se logra.

Abundante, también, por su misma facilidad. Pasma la cantidad de cuadros que deja. Mil doscientos, mil quinientos, dos mil, indican los catálogos, entre originales y copias, entre cuadros hechos enteramente de su mano expedita y cuadros en que le ayudan sus discípulos, como el mismo de “Ceres y Pomona". Esta facilidad no ha dejado de atraer sobre él algún vituperio. Pero no es el “faprestismo” del que, empezando, sólo piensa en acabar, sino la exuberancia del que tiene fuerza y empuje para producir, siendo uno solo, como muchos.

Es un Don Juan de la pintura, si se considera a Don Juan, no como el frió burlador de mujeres, sino como el amador sobrehumano de cien amores perfectos en que no son solas en amar las mujeres. Es la diferencia que va de un Don Juan a un caballero de Casanova, de un Rubens a un Lucas Jordán.

Delacroix, en uno de sus momentos de desvío, se dice: “Rubens no es sencillo, porque no está trabajado.” Pero al hablar así, en su "Diario”, no recuerda que antes dijo lo contrario y más exactamente: “Ticiano, Rafael, Rubens, etc., trabajaban con facilidad. Pero verdaderamente no hicieron sino lo que sabían hacer bien: sólo que su registro era más extenso que el de quien hace, por ejemplo, no más que paisajes o flores. A pesar de tanta facilidad, hay tiempo consagra las imperfecciones”.

Este es el secreto de Rubens, el don recibido por él en la cuna de unas hadas a las que sin dificultad vemos en carne humana tan sonrosada, con cabelleras tan rubias y ondulantes .como las más hermosas mujeres que triunfan en sus tablas y lienzos.

En propio Delacroix, tan entusiasta casi siempre, y de cuyos cambios de humor tiene la culpa el mismo entusiasmo, incapaz de sufrir la contradicción más leve por parte de quien se lo inspira, considerándole alguna vez entre los “genios fogosos de quien el tiempo consagra las imperfecciones", no duda en cantarle por el arranque profundo de su fortaleza: “Gloria al Homero de la pintura—dice—, al padre del calor y del entusiasmo en un arte donde todo se borra ante él, no, si se quiere, por la perfección que puso en esto o en aquello, sino por la fuerza secreta y la vida del alma que en todo puso."

Al llamarle Homero no arriesga el gran romántico una comparación que no está autorizada para establecer. El apelativo es mero encomio. Con igual derecho se le puede aplicar a un pintor de Italia; es decir, tampoco se le puede aplicar. Es la grandeza, la sencillez primitiva, la imaginación creadora de dioses, lo que hace que Homero sea Homero. Es nna augusta serenidad de que Rubens se encuentra muy alejado.

Max Rooses, su más minucioso biógrafo, señala muy bien el carácter de la pintura de Rubens: “Pero al lado de ellos (de los pintores italianos) se hizo un puesto aparte, el de pintor dramático por excelencia de la vida, el movimiento y la acción heroica. Miguel Ángel le precedió como creador de colosos; pero hay gran diferencia entre uno y otro padre de Titanes. Los gigantes del cielo y de la tierra, creados por el cincel del último, seguían siendo de piedra hasta cuando los transportaba al lienzo: los de Rubens eran hombres de carne y sangre, evocados por un pintor: los héroes de Miguel Ángel eran pensadores sombríos, los de Rubens seres nacidos para la vida y la acción; los hombres del maestro italiano eran robustos de sobra para su existencia pasiva; los de Rubens, por poderosa que sea su musculatura, se lanzan de continuo a acciones que exceden a sus fuerzas. La Muerte y el Sueño, he aquí las obras maestras del uno: el Descontento y el Odio, he aquí sus sentimientos dominantes: los héroes del otro son Amazonas que luchan, verdugos encarnizado s, mártires que sangran por todos sus miembros, cazadores intrépidos, vir-genes arrebatadas al cielo en santos éxtasis, sátiros entregados a la comilona, cuantos en la lucha dan, barata su vida, cuantos en el placer gozan de la vida en toda su plenitud.”

No falta nada para que se pronuncie un nombre, para que se concrete su calidad con una comparación precisa, no ya vaga como la de Homero. Max Rooses apunta dos nombres en lugar de uno: "Es el gran poeta dramático de la pintura, y su puesto está entre Shakespeare y Corneille, personificando con ellos el espíritu del tiempo y uniendo en sus creaciones el mundo germánico y el mundo latino de que eran aquéllos la más alta expresión."

Un español se quedaría con el nombre de Shakespeare — así lo ha hecho Eugenio D’Ors en su libro “Tres horas en el Museo del Prado"—, descartando a Corneille. Yo, al nombre de Shakespeare, preferiría el de otro genio de la abundancia, portento de facilidad: el de Lope de Vega. Como Lope, Rubens nos cuenta las historias de la antigüedad y sus propios amores; las vidas de los santos y las alabanzas de los poderosos; los festines de los dioses y los regocijos populares.

Con la facilidad, tiene su genio la amabilidad, la sonrisa de gran estilo. Convive con sus alumnos, les prepara el trabajo, y a la hora de las cuentas establece, con formalidad burguesa, el tanto de cada cual. Y siempre declara la colaboración. Al encargarse de los cuadros de asunto mitológico para la Torre de la Parada, para servir al monarca español, deja que algunos discípulos firmen sus obras más personales, aun vigilándolas él todas. Ruskin cita un trozo de carta en que le parece ver nna irónica excusa por no haber terminado completamente de su mano cierta obra: “He contratado, según costumbre. a un hombre habilísimo para que continúe y termine los paisajes, sólo para aumentar el placer de Vuestra Excelencia.”

Entre Rubens y sus discípulos está trazada en salas del Museo de Madrid una historia casi completa de los dioses: apenas falta una figura, un episodio importante. Sabido es que, al encargársele al pintor de Amberes, de orden de Felipe IV, los cuadros que habían de decorar el pabellón del Pardo, se le señaló un texto abundantísimo en sugestiones y asuntos: la "Metamorfosis” de Ovidio. No todas las composiciones que con tal motivo se hicieron tienen su fuente inmediata en el libro del poeta de Sulmana. Pero muchos le siguen exactamente. Los asuntos se avienen de modo perfecto con el sentido de lo dramático imperante en Rubens, tanto bajo la máscara risueña como bajo la máscara trágica; sentido que se comunica naturalmente a su círculo de arte.

Veamos, con Rubens y con Ovidio, una comedia y una tragedia. La leyenda de Pomona y Vertumno, tratada en un boceto de Rubens para su discípulo Cossiers, da ejemplo de la primera. Podemos seguir a Ovidio en la versión castellana de Antonio Pérez Sigler, impresa en Salamanca, en 1580. Es un poco tosca, llena por lo mismo de sabor, y preferible, en sus versos sueltos, a elaboraciones más artificiosas:

Ninguna, entre latinas Hormadríades

fue en cultivar los huertos más curiosa

que ella, ni en ingerir los tiernos árboles

de adonde de Pomona el nombre tuvo;

no gusta de la caza, ni de pesca,

al campo ama y los árboles que llevan

feliz y dulce fruto solamente.
La hoz en vez de dardo trae en la mano,

con que corta los ramos que se apartan

mucho del árbol, porque' formen copa;

tal vez abriendo de algún leño inútil

la corteza, le ingiere allí una yema

de algún frutal ilustre, y el silvestre

con su zumo mantiene al nuevo alumno.

Si viene el calor grande no consiente

padezcan sed sus árboles la Ninfa,

mas con las claras ondas las raíces

torcidas riega, porque el fruto medre.

Este es su estudio, en esto se entretiene,

no se acuerda de Venus ni Cupido;

y de la gente agreste se temiendo

cercó sus huertos y cerró con puertas,

no consintiendo en ellos hombre entrase.

¿Qué no hicieron Sátiros, y otros

dioses que andan de pinos coronados?

¿qué Sileno tan mozo cuanto viejo

y Priapo por gozar aquella Ninfa?

Vertumno más qué todos éstos la ama,

mas no es con ella más que ellos dichoso;

¡oh, cuántas veces segador, pues, hecho

de manadas de espigas se cargaba

por gozar solamente de su vista!
Muchas veces de heno coronado

guadañador de heno parecía;

hora vaquero hecho la aguijada trayendo

parecía que en aquel punto

de desuncir los bueyes acababa;

hora la hoz en la derecha mano

parecía podador de viñas y árboles;

tal vez la escala al hombro se poniendo

creyeras era cogedor de fruta;

ceñida espada, parescía soldado;

con caña, pescador: al fin, Vertumno,

después de haber tomado tantas formas

vínole a la memoria una tan buena

con que consiguió el fin de su propósito.

Pone una toca vieja conveniente,

las sienes con canicie grave adorna,

y afirmando en un báculo, hecho vieja

entró en los bellos huertos de Pomona...

No es el disfraz lo que llega a persuadir a Pomona, ni el discurso amoroso que, siempre desconocido, le espeta Vertunino. La alegoría, en que el galán significa, a través de sus disfraces, las labores del año en sus diversas estaciones, y la dama el fructificar de la tierra propicia, está transparente. Triunfa Vertumno, cuando, desechado el atavío invernal, se muestra en su verdadera hermosura varonil. Rubens pinta este desenlace. Y así lo cuenta Ovidio:

Después que todo aquesto dijo en vano

el dios que se transforma en varias formas

los arreos de vieja quita al punto,

y vuelto en joven, tal se le presenta

qual la imagen del sol parecer suele

cuando vense las nubes ante él puestas,

que esparciéndolas queda claro y lúcido.

Ya los brazos tendía por forzarla,

mas no fue necesario hacer la fuerza

que de la gran belleza de Vertumno

la ninfa enamorada, sintió luego

la mutua herida en el exento pecho...


Después que todo aquesto dijo en vano

el dios que se transforma en varias formas

los arreos de vieja quita al punto,

y vuelto en joven, tal se le presenta

qual la imagen del sol parecer suele

cuando vense las nubes ante él puestas,

que esparciéndolas queda claro y lúcido.

Ya los brazos tendía por forzarla,

mas no fue necesario hacer la fuerza

que de la gran belleza de Vertumno

la ninfa enamorada, sintió luego

la mutua herida en el exento pecho...

Después de la comedia, la tragedia nos solicita. Hallarémosla, con la furia más torva y sombría, en el cuadro que refiere la leyenda de Progne y Tereo, antes de su transformación, la una en golondrina, el otro en abubilla, y Filomela, causa de la peripecia trágica, en ruiseñor.

Tereo, rey de Tracia, casado con Progne, hija de Pandión, rey de Atenas, de la que tuvo un hijo llamado Itis, fue en busca de Filomela, hermana de Progne .que la amaba con ternura, y enamorado de ella, y no logrando persuadirla a su voluntad, le arranca la lengua y la encierra en un lugar solitario donde nadie pueda encontrarla. Mas la infeliz halla medio de hacer que sepa Progne su desventura, trazando la historia en un bordado hecho 'con seda roja sobre blanco lienzo y enviándoselo a su hermana, que la cree muerta.

Arde entonces la esposa de Tereo en ansias vengativas y, yendo en busca de su hermana, toma una tremenda resolución que Ovidio cuenta con las tintas más crudas en un relato que ha dado su pauta a Rubens. Celebrábanse las fiestas de Baco. Progne se une al cortejo de las mujeres, vestida de bacante y llevando el tirso, y buscando a su hermana guíala a palacio para cumplir su venganza. Oigámoslo en los versos de Pérez Sigler:

En tanto que la reina esto decía

vio venir para ella su hijo Itis,

el cual tomar le hizo otro consejo:

y con ojos airados le mirando

dijo a su hermana: Aqueste es semejante

a su padre; y callando con aquesto

se aparejaba a una maldad enorme,

ardiendo el pecho con secreta ira:

mas como llegó el hijo, y a la madre

saludó, al cuello echándole los brazos,

y con pueril regalo fue a besalla,

movióse Progne y la ira fué vencida,

lágrimas derramando stu querello,

que vacilar la hace piedad grande:

mas volviendo los ojos a su hermana

mirando a veces a ambos, así dijo:
—Como éste llama madre con humana

lengua a la mujer triste de Tereo.
¿por qué ésta llamar no puede hermana

a la hija infeliz del rey aqueo?
Piedad cierto seria harto inhumana

usar piedad con hombre inicuo y reo:

contra mi esposo, de piedad desnudo,

será piedad todo acto horrendo y crudo.—

Como tigre cruel que al bosque lleva

la triste cervatilla que mamaba,

así ella lleva a Itis; y en la parte

de todo el gran palacio más remota,

al triste (que tendía los tiernos brazos

al cuello, viendo ya su duro hado,
—¡madre!, ¡madre!—a menuda la llamando).
el pecho le atraviesa con la espada

y no vuelve para ello atrás los ojos!

Filomena, viendo esto, muy rabiosa

le quitó la cabeza de los hombros;

y entre ellas dos, los miembros aun calientes
despedazando, parte en ollas cuecen,

parte ponen al fuego en asadores.

Después de aquesto va la cruda Progne

y convida a comer a su marido;

fingiendo quiere hacer aquel convite

según que se acostumbra en toda Grecia

cuando se hacen las fiestas del dios Baco,

que es comiendo marido y mujer solos;

aceptó Tereo, y siéntase a la mesa

con Progne su mujer, y descuidado

harta su vientre de su propia sangre,

y a aquel tiempo de Itis se acordando

con grande priesa manda se lo llamen.

Progne disimular ya no pudiendo

su cruel gozo, dijo muy contenta:
—Dentro tienes el hijo que demandas.—

Miró él a todas partes, y entretanto

que le llamaba en vano, Filomena

salió con los cabellos esparcidos

y dio con la cabeza ensangrentada

de Itis a su padre; y nunca tuvo

tanto deseo de hablar como aquelo tiempo

para mostrar con dichos su alegría.

Derriba, el rey con gran clamor las mesas,

y llama del infierno las hermanas

que tienen por cabellos fieras sierpes;

llora, y del hijo mísero sepulcro

llamándose a sí mismo, por vengarlo

con la desnuda espada va siguiendo

las hijas de Pandión por el palacio.
Mas por una ventana se arrojando

las griegas, ven con plumas sustentarse,

y Filomena, en ruiseñor mudada,

se fue a la selva por llorar su afrenta:

mas Progne, transformada en golondrina,

en la más alta torre hizo su nido,

y hoy día tiene el pecho señalado

con la bermeja sangre del muerto Itis...

Comparando este asunto con el de los amores de Pomona y Vertumno, henchido de gracia primaveral, vemos que Rubens anima igualmente lo risueño y lo trágico, y vuelven a nuestro ánimo el nombre de Shakespeare, el de Lope. Como narrador, Rubens tiene pocos rivales. Al cumplir sus encargos da gusto a su fantasía, satisface la tendencia de su ingenio más adecuada a los temas que se le brindan. Pero tiene, ante todo, el interés de su pintura. Sólo que aquí el asunto, derivado de fuentes literarias y necesitando, para su comprensión cabal, de algún comentario, sobre todo en casos como el de la historia de Progne y Tereo, pasa casi siempre a primer término. Para la contemplación de un Rubens quieto, triunfador con toda la fuerza de su paleta, volvamos a las Diosas, volvamos a las Gracias.

por Enrique Díez Canedo

(Para LA NACIÓN) MADRID, junio de 1929.

 

Publicado, originalmente, La Nación Magazine – La Nación Revista Nº 4, 28 de julio de 1929

La revista La Nación Magazine – La Nación Revista Fechas de publicación: nº 1, 7 de julio de 1929 – nº 89, 15 de marzo de 1931 . Lugar de edición: Ciudad de Buenos Aires/

Link del Nº 4:  https://ahira.com.ar/ejemplares/la-nacion-magazine-n-o-4/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.


Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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