El sagaz conocidísimo aviador millonario Héctor Spring, llevando un cesto de rosas, otro de cigarros puros, varias palomas mensajeras y un paquete de ejemplares de la Antología Poética Argentina 2010 dedicada a Lucina Medida de Barry, subió a su avioneta y la hizo remontar lentamente hacia los cielos montegrandinos con rumbo a la Capital Federal. Al sobre volar Lomas de Zamora, pasó casi rozando la azotea del edificio donde vive su amigo Hugo Marino y como ya se habían hablado previamente por teléfono, éste lo esperaba. Se saludaron con la mano a la vez que el sagaz aviador le dejaba caer el paquete de Antologías y un puro con una tarjetita de salutación con motivo de las fiestas de fin de año. Después puso el control del aparato en automático y echó una ojeada a los diarios para ver las últimas novedades culturales. Pero ese día no había ningún evento de relevancia al que asistir, de modo que resolvió regresar a sus pagos, no sin antes cumplir con su tarea de repartir las rosas y los puros. Como no podía ser de otro modo, volvió a su habitual y eterno monólogo acerca de su ingrato e insolvente amigo Coco Arizmendi.
-¡Pero este tipo me tomó por idiota!- exclamó mientras retomaba el comando del aparato.- ¡Lo que él hace es abusar de la amistad! O sea, como diría Segismundo (ese pibe sabio): Atilasi pravulante arcobias. Y tiene mucha razón, porque una cosa es una gauchada que uno hace sinceramente a cualquiera (hasta a un desconocido a veces), y otra muy distinta practicar el pravulante arcobias, o sea que la gauchada convertida en una obligación, que es lo que hace el Coco conmigo. ¿Pero qué se cree, que soy el hijo de la pavota, se cree? ¡Sssss!...
El aparato ya cruzaba el Riachuelo dejando atrás la Capital, mientras Héctor seguía con su monólogo, por momentos casi gritando para contrarrestar el estrépito del motor de la avioneta que le dificultaba escucharse a sí mismo:
-¿Cuántas veces te ayudé, Coco, a ver decí la verdad? ¡Yo perdí la cuenta!... ¡Y no sé para qué te sigo ayudando si siempre estás en la miseria por tu mala cabeza!... ¡Si no asumís las cosas con seriedad y trabajás de una vez por todas, vas a estar toda la vida así! Si yo te estuve ayudando hasta ahora, fue por los tuyos, no por vos que si voy a ser franco (no el de España) no lo merecés. La vez pasada me espetaste: ¡Me decís a mí, pero vos tampoco trabajás, Héctor! Ahí estuviste mal, Coco, pésimamente mal. ¿Y por qué digo que estuviste pesimamente mal? Por dos razones: primero porque somos amigos y a un verdadero amigo no se lo puede tratar con dureza insolente ¡e inmerecidamente, que es lo peor!, y segundo porque yo no tengo la culpa de que mis padres me hayan dejado una sustanciosa herencia y no sólo la supe conservar sino excrementar… ¡incrementar quiero decir! Vos también tenías un buen legado de los tuyos, pero lo despilfarraste estúpida e inconscientemente. Bueno, hiciste lo mismo que hacés ahora pero con plata mía: poner un negocio, fundirte, después poner otro y fundirte también, y así sucesivamente. ¿Y eso qué es? ¡Insolvencia e incapacidad total! ¡Sssss!...
A medida que pasaba por las ciudades del cono sur importándole un comino los cortes de rutas de los piqueteros, iba dejando caer sobre la terraza de la casa de los colaboradores de la mencionada Antología, una rosa en el caso de las “chicas” y un puro en el caso de los “muchachos” con la correspondiente tarjetita de saludos. A los que vivían lejos o muy lejos como Lucina, les mandó el obsequio y la tarjeta de salutación por medio de las palomas mensajeras que traía de ex profeso.
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