Memoria, soledad y muerte en La hoja roja, de Miguel Delibes ensayo de Agustín Cuadrado Gutiérrez Texas State University-San Marcos
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Séptima novela escrita por Miguel Delibes, La hoja roja fue publicada en 1959, año en el que el autor castellano cumpliría 39 años de edad. Marcadas por un ya reconocido estilo propio, en sus obras se puede distinguir un doble compromiso de difícil separación: humano -preocupado por crear personajes veraces y entrañables- y geográfico -que utiliza su Castilla natal, la rural y la urbana, como escenario de sus historias-.[1] La hoja roja exhibe ambas características: tiene lugar en una ciudad castellana[2] y en ella aparecen dos personajes, don Eloy y la Desi, de una extraordinaria hondura humana, con sus virtudes y sus defectos. Con el fin de alcanzar una amplia cota de credibilidad en cuanto a los personajes de sus novelas, Delibes se sirve de diversas técnicas narrativas, entre las que cabe destacar una en particular: el hecho de que sus figuras aparecen dotadas de recuerdos. Esta característica, unida a la descripción de sus prácticas cotidianas, contribuye a conformar individuos con un pasado propio así como con un presente donde la interacción con el resto de los personajes resulta fundamental. Este es el caso de don Eloy y de la Desi[3], cuyos recuerdos, que aparecerán entrelazados con sus quehaceres rutinarios, contribuyen de manera decisiva a conformar sus identidades. Paradójicamente, en las numerosas y variadas aproximaciones críticas a la obra de Delibes, el tema de la memoria nunca ha sido considerado como elemento central de la investigación, aunque en ocasiones aparezca mencionado de refilón en algún estudio concreto. En el caso de La hoja roja este tema adquiere un papel relevante[4]; especialmente si se tiene en cuenta que la obra gira en torno a las figuras de un jubilado y una emigrante: don Eloy es un anciano de unos 70 años, mientras que la Desi es una joven emigrada desde el pueblo a la ciudad, en donde ha pasado aproximadamente dos años. El continuo recordar de ambos personajes implica una situación de nostalgia que viene desencadenada por un doble detonante. Por una parte, la recreación de vivencias pasadas es consecuencia de la soledad que padecen el anciano y la criada. Asimismo, este aislamiento respecto a la sociedad a la que pertenecen alcanzará un punto de ruptura total debido a la desaparición de los seres más cercanos a los protagonistas[5] Para don Eloy, su amigo Isaías simboliza el presente y, sobre todo, un pasado común. Por su parte, el Picaza representa para la Desi un presente, un pasado -ya que son del mismo pueblo- y, especialmente, un posible futuro común que se verá truncado tras el encarcelamiento del muchacho. Mediante estas historias particulares, que entrelazan a los protagonistas entre ellos y con los otros seres que los rodean, Delibes recupera una memoria colectiva, a la vez que narra la construcción de un presente. En la particular visión del autor puede leerse la relación directa entre memoria, soledad y muerte como un aviso sobre la precaria condición de las relaciones humanas en la sociedad española de finales de los años 50. Estas relaciones, que han pasado a un segundo plano, se encuentran en un proceso de continuo deterioro debido a la obsesión por el futuro. Ante esta situación, aquellos miembros - o colectivos - que permanecen anclados en sus recuerdos, como es el caso de don Eloy y la Desi, han de quedar obligadamente relegados a un espacio marginal cuya patología principal es la soledad. En términos espaciales, aunque la obra se desarrolla en un entorno urbano, la historia narrada no solamente se limita a advertir al lector sobre los recambios generacionales en la ciudad, sino que también hace referencia a la lenta agonía de las costumbres propias del ámbito rural. Ya desde las primeras páginas de la obra el lector puede observar cómo la soledad y la muerte aparecen dibujadas de una manera explícita. Don Eloy, funcionario municipal del servicio de limpieza durante 53 años, asiste el día de su jubilación a la cena que en su honor ha organizado la ciudad y en la que está presente el alcalde. Tras la cena, y antes de llegar a casa, le aparece la hoja roja en el librillo de papel de fumar cuando se dispone a liar un cigarrillo. Según la nota del editor de la primera edición de la novela, “Los librillos de papel de fumar para envolver el tabaco suelen incluir, en España, una hoja roja, en la que se advierte al usuario ‘Quedan cinco hojas’” (21). Don Eloy, obsesionado con la muerte, interpreta este hecho trivial como una señal que anuncia el próximo final de su existencia. A partir de ese momento su vida transcurre de una manera rutinaria. Aunque en su día había pensado que, llegada la jubilación, ocuparía su tiempo libre en la fotografía, lo cierto es que su pensión no llega para pagar unos materiales fotográficos que tienen unos precios prohibitivos. El recién jubilado, por tanto, se limita a pasear con su amigo Isaías, a esperar carta de su hijo Leoncito, notario en Madrid, y a conversar con la Desi, su sirvienta, a la que además está enseñando a leer. La relación de don Eloy con su criada[6] se desplaza hacia un plano más personal cuando, para no gastar más de lo necesario, decide pasar parte sustancial de su tiempo en la cocina, con lo cual no tendrá que calentar el resto de la casa. La Desi, por su parte, tiene 20 años recién cumplidos, lleva dos al servicio de don Eloy, y su sueño es casarse con el Picaza, vecino de su pueblo que está a punto de trasladarse a la capital para realizar el servicio militar. La vida de la Desi se limita en la práctica a trabajar para el anciano, por quien siente afecto, y a sus conversaciones y paseos con la Marce, prima de un primo de la protagonista que la ayudó a instalarse en la ciudad tras la muerte de su padre. El poco tiempo libre que le queda lo pasa contemplando el ajuar que está reuniendo o lo ocupa rezando, más por superstición y rito que por fervor religioso (así lo hace todas las noches antes de acostarse, cuando se encomienda a la virgen de la Guía, patrona de su pueblo). Aunque La hoja roja es una novela de las consideradas “urbanas” dentro de la producción literaria de Delibes, la Desi va a recordarle al lector que campo y ciudad no pueden entenderse de manera independiente, sino que ambos conceptos se definen mutuamente. Francisco umbral -uno de los escritores que mejor han sabido captar y expresar algunos aspectos esenciales de la obra de Delibes- explica que ‘por los ojos analfabetos de la Desi asoma el campo a la novela’” (López Martínez, 1973: 131). La presencia del campo se manifiesta, por tanto, a través de la forma de ser y de la memoria de la criada. Asimismo, el hecho de que ambos personajes, a pesar de sus diferencias, sufran igualmente el mismo mal de la soledad, indica que el alcance del problema va más allá del género, la edad, el estatus social o la procedencia geográfica del individuo. Entre las diversas aproximaciones críticas a la novela, hay algunas de especial interés para este estudio. Así por ejemplo, José Ramón González destaca que en la obra “No hay casi argumento ni acción y el escritor se concentra en el estudio de los personajes y en la descripción de sus circunstancias” (51). Esta descripción y estas circunstancias[7] creadas por Delibes presentan a los protagonistas en el momento en el que ingresan en una situación de aislamiento producto de un involuntario alejamiento de la comunidad en la que habitan. Esta idea es compartida por Andrés Trapiello, que describe la obra como una “Novela de interiores friolentos, de gélidos desamparos. Todo se limita a la puesta en escena de la inmensa soledad en la que esas dos criaturas viven sus vidas” (Trapiello, 2003: 158-59). La situación de incomunicación tiene como resultado el que los recuerdos de ambos personajes adquieran una importancia crucial en su reafirmación existencial. Para Andrés Trapiello, “La novela habla de los amores [...] de don Eloy por su pasado, cada vez más borroso” (2003: 159). El protagonista, abandonado por su familia y tras haber perdido el contacto con sus ya ex-compañeros de trabajo, se limita a pasear con su amigo isaías y a conversar con la Desi, con quien comparte sus recuerdos. La situación de la Desi, aunque diferente de la de don Eloy por cuestiones de género, edad y clase social, coincide con la de su patrón en tanto que, como reciente emigrada rural, sus recuerdos del campo todavía están muy presentes. Asimismo, al igual que sucede con el anciano, la relación con su familia es casi nula, y sus únicas amistades son la Marce, criada en el mismo edificio, y el Picaza, con quien sueña casarse. Existe por tanto una coincidencia directa en el hecho de que, tanto don Eloy como la Desi se aferran a su pasado para defenderse ante una situación de abandono, que alcanza una situación extrema con la muerte de isaías y el encarcelamiento del Picaza. Tal y como mencionaba anteriormente, los personajes son para Miguel Delibes uno de los pilares fundamentales de su narrativa. sobre este asunto, el propio autor explica: [y]o he sido siempre novelista de personajes [...]. Sencillamente he poblado mis libros con unos tipos tan definidos desde el punto de vista humano que harían creíble la más absurda peripecia [...]. Porque lo fundamental para mí ha sido siempre el personaje, un personaje sobre un determinado fondo y con una pasión que lo mueva (“Palabras inaugurales”, 15). Además de imaginar individuos humanos muy comunes y creíbles, otra característica destacable en Delibes, vinculada muy posiblemente a su compromiso social, es el hecho de que muy a menudo sus personajes operan desde una posición de marginalidad, independientemente de la clase social a la que pertenezcan. Esta tendencia a concebir seres sencillos y a menudo marginales, o con alguna característica que los marginaliza, ha sido destacada por diversos estudiosos de la obra de Delibes, como Amparo Medina-Bocos[8], Glenn G. Meyers[9] o, para el caso de La hoja roja, Luis López Martínez, que recuerda: “En cuanto a los personajes que ahora nos presenta en La hoja roja poseen toda la sencillez y humanidad que hasta ahora ha caracterizado a todos los que pueblan sus novelas” (1973: 127). Tanto el autor como la crítica coinciden, por lo tanto, a la hora de señalar la profundidad humana de sus personajes, al tiempo que destacan una cierta debilidad por los individuos con algún tipo de conflicto. Sin embargo, en un autor tan íntimamente asociado con un espacio concreto (hasta el punto de que podría hablarse del compuesto Castilla-Delibes), tan importantes como los personajes son los lugares que éstos habitan, característica propia del tipo de literatura realista que Delibes cultiva. Conocido especialmente por sus novelas de ambientación rural, en el caso de La hoja roja personajes y espacios se funden para presentar “[l]a vida de una capital de provincias con una gran capacidad de síntesis y una observación profunda de la vida provinciana, al estilo de Galdós o Baroja” (López Martínez, 1973: 134)[10]. En sus historias urbanas, el pulso vivencial del espacio viene sugerido por medio de las múltiples actividades en las que participan los muchos personajes que aparecen en la obra —lo cual es signo del buen conocimiento por parte del autor de su entorno, cualidad probablemente adquirida en sus tiempos de periodista[11]—, unidas a su memoria, tanto individual como colectiva. Con respecto al tema de la memoria, una de las referencias obligadas -la primera si se trata de memoria colectiva- es Maurice Halbwachs (1877-1945). Considerado como uno de los primeros sociólogos franceses, fue estudiante de Henri Bergson, aunque finalmente acabó alejándose del individualismo de sus propuestas filosóficas para formar parte de la escuela del también francés Émile Durkheim, cuyas contribuciones fueron cruciales para la creación de disciplinas como la sociología o la antropología. Durkheim consideraba el concepto de “morfología social” - entendido como el estudio de la distribución espacial de la población y las infraestructuras en la sociedad (Coser, 1992: 15)- un instrumento básico en el campo de los estudios sociológicos. Una de las principales diferencias entre Durkheim y Bergson fue el énfasis del primero en el análisis de lo colectivo, frente al estudio del individuo propio del segundo. Esta sustancial diferencia haría que finalmente Halbwachs se inclinara por la escuela de Durkheim, enfocando sus estudios en la memoria colectiva. Según el pensador galo, existen tres tipos de memoria: histórica, colectiva e individual. La primera de ellas, según la caracteriza Lewis A. Coser: [r]eaches the social actor only through written records and other type of records, such as photography. But it can be kept alive through commemorations, festive enactment, and the like [...]. When it comes to historical memory, the person does not remember events directly; it can only be stimulated in indirect ways through reading or listening or in commemoration and festive occasions when people gather together to remember in common the deeds and accomplishments of long-departed members of the group. In this case, the past is stored and interpreted by social institutions (Coser, 1992: 23-24). Salvo alguna posible excepción, La hoja roja apenas refleja este tipo de memoria marcadamente institucional. De hecho, en un autor tan apegado a un espacio concreto como es Delibes, la historia de la región con la que se identifica es un tema que, según la crítica, apenas tiene presencia dentro de su producción literaria. Sobre este asunto, Gonzalo Sobejano explica que “A Miguel Delibes nunca le preocupó tanto la historia de Castilla, ni las varias y sucesivas interpretaciones de esa historia, como la realidad, vivida por propia experiencia, de una tierra que fue siendo para él, desde que vino al mundo, su cuna, su cauce, su campo” (2003: 177). Delibes expresa su sentimiento castellano enfocándose en problemas reales - de su momento o de un reciente pasado - que de alguna manera repercuten en la actualidad de su tiempo y están presentes en las vidas de los habitantes de Castilla. De acuerdo con esta preocupación, los dos tipos de memoria que tienen una mayor presencia en sus obras, particularmente en La hoja roja, serían la individual y la colectiva. una posible definición de la memoria colectiva es la que ofrece Patrick H, Hutton: “Collective memory is an elaborate network of social mores, values, and ideals that mark out the dimensions of our imaginations according to the attitudes of the social groups to which we relate” (78). A lo que habría que añadir su condición de construcción social: “Collective memory is not a given but rather a socially constructed notion” (Coser, 1992: 22). La mayoría de los recuerdos, como explica Maurice Halbwachs, no son individuales, sino colectivos. Es el grupo, por tanto, el que recuerda. La distinción fundamental entre ambas categorías tendrían que ver con el alcance de los recuerdos: si funcionan únicamente a título individual o si, por el contrario, tienen un efecto en el grupo. Asimismo, según Halbwachs, “Every collective memory requires the support of a group delimited in space and time” (Coser, 1992: 22). Este dato es fundamental a la hora de diferenciar la memoria colectiva de la memoria histórica, ya que la primera—al igual que la memoria individual—posee mayores limitaciones espaciotemporales que la segunda. Una última característica de la memoria colectiva es la importancia de las relaciones interpersonales dentro del grupo. Es por medio de esta interacción como se crea y negocia la identidad de grupo, apoyándose en unos recuerdos compartidos que, con el paso del tiempo, serán inevitablemente modificados. Esta propiedad de la memoria, el nivel de distorsión que los recuerdos, ya sean personales o colectivos, poseen, es variable; sin embargo, el hecho de que exista una alteración, en última instancia, es irremediable: una cosa es lo que sucedió, y otra, a veces muy diferente, lo que se recuerda. Con respecto a la maleabilidad de los recuerdos, Lewis Coser explica que We preserve memories of epoch in our lives, and these are continually reproduced; through them, as by a continual relationship, a sense of our identity is perpetuated. But precisely because these memories are repetitions, because they are successively engaged in very different systems of notions, at different periods of our lives, they have lost the form and the appearance they once had (1992: 47). Patrick Hutton, por su parte, está de acuerdo con esta idea de provisionalidad, al afirmar que: “In and of themselves, the images of memory are always fragmentary and provisional” (Hutton, 1993: 78). De estas explicaciones, se puede concluir que, si bien la memoria colectiva sirve para unir al grupo y moldear su identidad, un determinado recuerdo, debido a su propensión al cambio, no tiene por qué ser idéntico al hecho recordado y es necesario proceder con cautela en su estudio. Así como existen diferentes tipos de memoria, existen igualmente diferentes categorías dentro de estos tipos. De entre ellas, La hoja roja presta especial atención a diversos aspectos: el religioso -por ejemplo, cuando se habla de la importancia de la Virgen de la Guía en el pueblo natal de la Desi-, el familiar -parte fundamental en los recuerdos de don Eloy y la Desi y tema común en las conversaciones entre ambos-, y los recuerdos de clase. Respecto a este último aspecto, la posición social de ambos personajes vendrá principalmente determinada por su procedencia geográfica; mientras que los orígenes de don Eloy son urbanos, los de la Desi son rurales. Asimismo, y siguiendo el enfoque espacial, mientras que los espacios del recuerdo en don Eloy mezclan ámbitos públicos y privados (su trabajo, su pertenencia a la sociedad Fotográfica), la Desi evocará principalmente lugares públicos. A lo largo de la novela, la distancia entre ambos personajes se revela, además de por su condición de empleador y empleada y sus orígenes geográficos, por medio de su relación con los personajes secundarios con los que don Eloy y la Desi comparten sus recuerdos. Mientras que para Eloy su única alternativa es Isaías, el último amigo de la infancia que le queda, en el caso de la Desi la relación se establece con la Marce, emigrada del mismo pueblo. En ambos casos la memoria es fundamental ya que la conexión se establece entre personajes que pertenecen a los mismos colectivos. sin embargo existe una diferencia fundamental: mientras que para don Eloy, ya anciano, su vida se limita casi exclusivamente a recordar - “A Eloy, desde la muerte de su esposa, sólo le queda el calor de las memorias de su juventud, de su trabajo, y de las memorias que él comparte con el único de sus amigos que aún sobrevive” (Pauk,1975: 190)- la Desi, con veinte años recién cumplidos, entremezcla sus recuerdos del pueblo con los planes de futuro en la ciudad. Todo este orden, no obstante, acaba abruptamente a consecuencia de dos muertes: la de isaías -comprensible debido a su edad- y el asesinato de una prostituta, la Yaya, a manos del Picaza por “haberle mentado a la madre.” En este momento, la situación de ambos personajes cambia radicalmente. Eloy se queda solo, ya que isaías era el último amigo de su generación, y es rechazado por sus antiguos compañeros de trabajo, mientras que su hijo y su nuera -únicos familiares que tiene- no demuestran ningún afecto por él. La Desi, por su parte, que apenas tiene trato con sus hermanas debido a la distancia, nunca sintió afecto por su madrastra y carece de padre, fallecido años atrás. La únicas relaciones vivas que mantiene con el pueblo -cuyas cinco leguas de distancia con respecto de la ciudad constituyen un trecho insalvable en la mente de la Desi- es el Picaza -que acaba encarcelado para bastante tiempo-, y la Marce, con quien rompe relaciones por las constantes críticas y burlas hacia su novio. Ante esta situación, ante la ruptura de lazos con los colectivos en los que han crecido y donde han formado sus respectivas identidades, la única solución que les resta es la de atenuar la soledad por medio de una compañía mutua. La relación entre ambos llega aquí a su momento más álgido, pero se ha ido forjando a lo largo de toda la novela cuando ambos personajes comparten sus recuerdos, ya que éstos, como señala Lewis Coser, refuerzan los lazos personales (1992: 24). Asimismo, el estrechamiento de su relación es a la vez un proceso de creación de nuevos recuerdos que, además de unir a ambos personajes, también unirá a otros colectivos que se oponen a una relación de tales características, contraria a toda convención social por la edad, los orígenes y el estatus social de don Eloy y la Desi. Según explica el propio autor: La soledad del viejo deriva de un proceso normal, enteramente normal. El proceso de la Desi es anormal: el Picaza, su novio, mata a una prostituta; la Marce, su amiga, en la que confiaba más que en nadie la abandona y se ríe de ella y de sus amores con el Picaza. Anteriormente había sido repudiada por su madrastra. De manera que en la novela convergen dos soledades (Ríos, 1971: 86). Aunque cada unos de ellos por caminos diferentes, la separación del grupo al que han pertenecido lleva, en última instancia, a ambos personajes a una situación de aislamiento casi radical. Este hecho, no obstante, no debe sorprender al lector, pues se ha ido perfilando a lo largo de la novela. La situación de marginalidad de don Eloy queda ya patente desde las primeras páginas de la obra y apenas sufrirá variaciones. Sirva como ejemplo la ocasión en la que el anciano, sin saber muy bien cómo rellenar su tiempo libre, decide visitar a sus antiguos compañeros del negociado. Lamentablemente para el jubilado, además de la poca atención que le prestan sufre el ataque de un antiguo compañero, el malintencionado Carrasco, que le echa en cara una vez más que su contratación fue mediante recomendación, y no por méritos propios. Tras su retiro, don Eloy ha dejado de ser útil, y una sociedad como la española que comienza a creer en el progreso lo deja de lado. El sentimiento de alienación se repite también en el ámbito familiar. Tras la muerte de su esposa y de su hijo menor, el único familiar que le queda -si descontamos a su hermana Elena, que vive en un convento en Bilbao- es su hijo Leoncito, que trabaja como notario en Madrid. Todos los días le pregunta a la Desi si ha llegado alguna carta, esperando noticias de su hijo, hasta que finalmente la carta llega, e inmediatamente viaja a Madrid pensando que, quizás, su hijo y su nuera lo inviten a quedarse con ellos. Nada más lejos de la realidad, don Eloy se convierte mitad en un estorbo, mitad en un objeto de mofa. Finalmente el anciano se da cuenta de que Madrid no es su lugar y decide regresar a su casa, con la Desi. La pieza fundamental que determina la desoladora situación de don Eloy es la muerte de isaías, su único amigo y amigo desde la infancia. Este hecho, unido al desafecto de los ex-compañeros de trabajo y de la familia, hace que se encuentre en la soledad más absoluta. Es aquí cuando se da cuenta de que el único lazo afectivo a su alcance es el de su sirvienta, a la que propone, por miedo a la soledad, que se quede con él, a cambio de que cuando él muera ella pueda heredar las pocas pertenencias que el anciano tiene. En palabras de Edgar Pauk, “En Desi, Eloy buscará un refugio, alguien con quién hablar y crear así un calor humano que la pérdida de su trabajo de tantos años ha puesto en peligro” (1975: 69). Los recuerdos colectivos que don Eloy tiene, en definitiva, dejan de corresponderse - por unas o por otras razones - con los grupos de los que formaba parte. El propio anciano se refiere a esta búsqueda afectiva como a una pérdida de “calor humano” que él asocia con el calor físico. Para Pauk, “‘El calor humano’ o solidaridad [...] representa la necesidad vital del hombre de no estar solo, [...] de unirse con otros seres humanos para conseguir aquel equilibrio presente en la naturaleza” (1975: 27). “En ella [en La hoja roja], más que en ninguna otra muestra Delibes la preocupación por la solidaridad humana, la cohesión social” (Pauk, 1975: 69). “La hoja roja representa la culminación en Delibes de la preocupación por el calor humano” (Pauk, 1975: 190). Eloy se reencontrará con este calor humano, perdido en los ámbitos familiar y laboral así como en el de su generación vital, en la figura de la Desi. Por su parte, la Desi representa otro tipo de marginalidad completamente diferente a la de don Eloy. La joven, emigrada del campo a la ciudad, es parte de la fuerza laboral que, sin sitio en el entorno rural, decide trasladarse a las ciudades en busca de un futuro mejor. En el caso del hombre, gracias a la aparición de numerosas fábricas; en el de la mujer, principalmente para dedicarse al servicio doméstico. Por lo general, como le sucede a la Desi con la Marce, el emigrado encontrará en la ciudad a un familiar o un convecino cuya amistad se basa en una memoria colectiva compartida, en un recordar historias de sus lugares de origen. Además de la memoria, de entre los diversos y variados temas con los que el lector puede encontrarse al leer los cuentos y novelas de Miguel Delibes, hay cuatro, según explica el mismo autor, que destacan especialmente sobre el resto: la muerte y el prójimo, como preocupación, y la naturaleza y la infancia, como vocación (Medina-Bocos, 2005: 168)[12]. En la hoja roja aparecen de manera explícita, como ya se ha repasado, la muerte y el prójimo[13], enfocándose en la soledad de éste. La presentación de estos temas, así como el tratamiento de los mismos, dará a la obra un tono melancólico y a la vez desesperanzador. En cuanto a la preocupación por la muerte, para Jonathan Dollimore siempre ha estado relacionada con la identidad, siendo este vínculo más estrecho en tiempos modernos: “The preoccupation with death probably always involved problems with identity, but in the modern period became more acute” (1998: 84). Sobre este concepto, y en referencia a la propia novela, Miguel Delibes dirá lo siguiente: “Hoy, a los 49 años, me doy cuenta de lo duro que debe ser ir enterrando a personas que estimas: familiares, amigos, conocidos..., y erigirte en el último superviviente. Este es don Eloy. Don Eloy vive esperando que le digan: ‘Ahora, tú’”[14] (Ríos, 1971: 85). Como indica Luis López, en el caso de La hoja roja la preocupación por la muerte llega a convertirse en obsesión. Janet Diaz realiza una observación interesante en su estudio sobre el personaje: “While most people would experience some difficulty in adjusting to retirement after more than half a century at the same position, this is part of Don Eloy’s problem. He is tortured by a former friend’s remark, some twenty years earlier, that ‘retirement is the waiting room of death’” (Diaz, 1971: 108). La muerte física tiene en este caso una relación con la utilidad del individuo en una sociedad donde arbitrariamente se ha marcado una edad concreta, 65 años, como fecha de caducidad laboral. Esta situación, si bien puede verse desde un punto de vista positivo, de recompensa a una trayectoria profesional, también presenta una dimensión problemática, que es la que expresa la novela. Para José Ramón González, el texto “cuestiona los principios sobre los que se organiza una sociedad en la que el hombre es, en el fondo, material desechable” (González, 2003: 51). Sin embargo, el sentimiento que ofrece la obra en cuanto a una sociedad en la que el progreso se ha convertido en fin más que en medio, con las consecuencias negativas que esto acarrea tanto para el individuo como para el colectivo, como sería la soledad, ya fueron expuestas en 1898 por Miguel de Unamuno cuando escribe “Pero del progreso real y concreto, que es un medio, hacemos progreso ideal y abstracto, fin e ídolo. ¡Progresar por progresar, llegar a la ciencia del bien y del mal para hacernos dioses! Todo esto no más que avaricia, forma concreta de toda idolatría, hacer de medios los fines” (177). Delibes, por tanto, sigue y confirma las visionarias predicciones del escritor vasco, presentando un problema, la transformación del progreso de medio orientado hacia la felicidad humana a fin último, que puede hacerse extensivo al resto de la sociedad occidental. Retomando la obsesión de don Eloy por el final de la vida, la observación antes mencionadas por Díaz, “la jubilación es la antesala de la muerte,” no es más que una de las muchas referencias que aparecen reiteradamente en la obra. Como ya he mencionado antes, el propio título de la obra, La hoja roja, es una alusión metafórica a la muerte; y a lo largo de la novela las alusiones a la muerte son constantes y explícitas. Así se hace mención de numerosas personas fallecidas -la esposa de don Eloy, Lucita; su hijo Goyito; sus amigos Pepín Vázquez, Poldo Pombo e Isaías Cobos; el padre de la Desi; su hermanastro Marcos; Adriana la resinera; etc.- y hay además continuas referencias directas, como por ejemplo cuando se menciona que “Los viejos se ponen al sol porque llevan el frío de la muerte dentro” (83), o cuando el cura le advierte a don Eloy, tras el entierro de isaías, de que no será la última vez que suba a una carroza fúnebre (192). Esta preocupación es consecuencia, para Gonzalo Sobejano, de dos factores: por un lado, la sensibilidad del autor; por otro, la actitud que frente a la muerte tiene la sociedad española en la que el autor crece y de la que el autor se nutre: No extraña que persona de sensibilidad tan aguda como Delibes, inquietado desde niño por la densa presencia de la muerte entre la gente de España con su aparato de mortajas, esquelas, entierros y lutos, se muestre tan vulnerable al miedo radical, el de la muerte. El hecho se explica mejor teniendo en cuenta otros datos; la guerra civil, el servicio temprano en la Marina, la estrechez local que tata que tanto recalca la visibilidad de la muerte, la acribillada España de los años 40 decisivos para el destino del escritor, la opresión letárgica de los años 50, y el giro desde entonces hacia la guerra fría y la amenaza nuclear (Sobejano, 2003: 181). En definitiva, la muerte funciona en La hoja roja, como se explicó anteriormente, a modo de elemento que potencia la marginalidad de don Eloy y la Desi, al tiempo que actúa como nexo de unión con el tema de la memoria. Esta situación de desamparo ante un final próximo que aqueja a don Eloy debido a su edad - es uno de los pocos representantes vivos de su generación, el único en su grupo de amigos -, es completamente diferente a la que sufre la Desi. La muerte, entendida como final de la vida física, no representa una preocupación para la muchacha debido a su juventud. Sin embargo, en su caso la muerte puede entenderse como el final de unas formas de vida rurales que están cambiando debido al profundo proceso industrializador que está sufriendo España. La Desi, más que testigo de este momento histórico, representa a los cientos de miles de españoles que abandonaron sus pueblos en busca de un futuro mejor en la ciudad dejando atrás unos modos de vida en trance de desaparición. La migración masiva que se produce desde el campo a la ciudad es consecuencia directa del desarrollo económico que se produce en España durante los años en los que se ambienta la novela y en décadas posteriores. Sobre el asunto, que ha sido ampliamente estudiado, Gabriel Tortella escribe que “No se está de acuerdo en presentar los ritmos y las causas del proceso, pero en lo que sí se está de acuerdo es en que, opuestamente a lo ocurrido en el siglo XiX, el XX fue el del éxito de la industrialización” (1994: 255). De ahí el apelativo de “milagro económico.” Precisamente la historia narrada en La hoja roja ocurre en los albores de este “milagro”, allá por 1955. Si bien hasta 1950 la economía española no había llegado a superar los datos anteriores a la Guerra Civil.[15], entre 1951 y 1955 -la llegada de la Desi a la ciudad se situaría más o menos en 1953- comenzó un tímido despertar que se vería truncado debido a la inflación producida por un abaratamiento del dinero[16]. Es a partir de 1957 cuando se establecerán una serie de medidas preestabilizadoras que van a sentar las bases de un progreso económico estable. Y gracias al Plan de Estabilización económica implantado entre 1959 y 1961 España acabará, tiempo después, por incorporarse al primer mundo[17]. Una de las consecuencias fundamentales de este proceso económico serán los flujos migratorios que se producen tanto dentro de la geografía española - y así aparece reflejado en La hoja roja - , como hacia Europa. Con respecto a la emigración al extranjero, y según Joseph Harrison, el Plan de Estabilización económica facilitó la salida del país en busca de trabajo: “Rapid economic growth in Western Europe resulted in France overtaking Latin America in 1961 as the leading recipient of Spanish emigrants; large numbers also emigrated to West Germany, Switzerland and the Netherlands” (Harrison, 1985: 156). En cuanto a la migración interna, los principales puntos de destino fueron Madrid, Cataluña y País Vasco, además de las diferentes capitales de provincia. El sector más negativamente afectado en este proceso fue el agrícola. Llegados los años 60, las miras estaban puestas en un desarrollo estable de la industria dejando de lado la agricultura española, que no se benefició de la llegada de capital extranjero. Esta crisis fue la que, en definitiva, derivaría en un masivo éxodo rural (Harrison, 1985: 158). Consecuentemente, los que no emigraron al extranjero encontraron trabajo en las ciudades debido a la extraordinaria expansión del sector industrial (Harrison, 1985: 160). Como dato significativo, la tasa de empleo en el sector agrícola pasó del 47,57 por ciento en 1950 al 22,91 por ciento en 1975 (Harrison, 1978: 150). Este aspecto de la historia de España - la despoblación de las zonas rurales y la muerte de una forma de vida - es un tema que a Miguel Delibes le preocupó siempre de manera especial. Y aunque en La hoja roja se muestra sólo vagamente dibujado, reaparecerá en sucesivas novelas hasta convertirse en el eje central de El disputado voto del señor Cayo. Como he tratado de explicar, a pesar de las sustanciales diferencias entre ambos personajes, el final de la novela estrecha la relación de don Eloy y la Desi más allá de lo que sería el trato entre patrón y sirviente. El anciano y la joven, en lucha desesperada contra la soledad, se encuentran de repente en una situación de marginalidad que viene desencadenada por las dos muertes ya mencionadas: el fallecimiento del señorito isaías, amigo de la infancia de don Eloy, y el asesinato cometido por el prometido de la Desi, que tiene como consecuencia su posterior encarcelamiento. Éstas serán los detonantes para que se produzca la separación completa de ambos personajes y los colectivos a los que hasta ese momento habían pertenecido. Cierto es que seguirán compartiendo recuerdos comunes con dichos grupos, pero la relación con sus integrantes desaparece de manera abrupta, y el único contacto afectivo que les queda es el que se establece entre ellos dos. El libro, por tanto, se convierte en una advertencia sobre un futuro obsesionado por lo material cuyas relaciones humanas están cambiando. De esta manera, una de las varias lecturas posibles de La hoja roja sería la de interpretarla como alegato contra una forma de vida que estimula la desmemoria colectiva y, en definitiva, marginaliza al individuo (en un caso, el de la joven, debido a los procesos migratorios; en otro, el del anciano a consecuencia a un proceso fisiológico natural, como es el del envejecimiento). Esta situación de desociabilización no es, en última instancia, más que una consecuencia del proceso industrializador que comienza en España a finales de la década de los 60. El afán práctico de este nuevo modo de vida prima sobre unas formas de existencia más armónicas, en las que el individuo establecía vínculos sólidos, tanto con sus semejantes como con el entorno natural en el que él residía. Ante esta situación, Miguel Delibes crea a don Eloy y la Desi, y al hacerlo da voz a millones de personas, rescatándolas del olvido al que los había condenado una sociedad donde el progreso se ha convertido en el fin último. Bibliografía Coser, Lewis A, On Collective Memory, ed. Maurice Halbwachs, trad. y ed. Lewis A. Coser, Chicago, The U of Chicago P, 1992. Delibes, Miguel, La hoja roja, Barcelona, Destino, 1959. -, “Palabras Inaugurales” en José Jiménez Lozano (ed.), El autor y su obra: Miguel Delibes”, Madrid, Actas, 1993, pp. 15-18. Diaz, Janet, Miguel Delibes, Nueva York, Twayne Publishers, 1971. Dollimore, Jonathan, Death, Desire and Loss in Western Culture, Nueva York, Routledge, 1998. García Domínguez, Ramón, El quiosco de los helados, Barcelona, Destino, 2005. González, José Ramón, “Miguel Delibes: los caminos de un novelista”, en María Pilar Celma (ed.), Miguel Delibes, Valladolid, Universidad de Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003, pp. 43-60. Harrison, Joseph, An Economic History of Modern Spain, Nueva York, Holmes and Meier Publishers, 1978. -, The Spanish Economy in the Twentieth Century, Nueva York, St. Martin’s Press, 1985. Hickey, Leo, Cinco horas con Miguel Delibes: el hombre y el novelista, Madrid, Editorial Prensa Española, 1968. Hutton, Patrick H., History as an Art of Memory, Hanover, UP of New England, 1993. López Martínez, Luis, La novelística de Miguel Delibes, Murcia, Publicaciones del Departamento de Literatura Española, Universidad de Murcia, 1973. Medina-Bocos, Amparo, “Claves para leer a Miguel Delibes”, Siglo XXI 3, dic. 2005, pp. 165-183. Meyers, Glenn G., Miguel Delibes: An Annotated Critical Bibliography, Lanham, The Scarecrow Press, 1999. Pauk. Edgar, Miguel Delibes: desarrollo de un escritor (1947-1975), Madrid, Gredos, 1975. Ríos, Cesar de los, Conversaciones con Miguel Delibes, Madrid, Editorial Magisterio Español, 1971. Sobejano, Gonzalo, “El lugar de Miguel Delibes en la narrativa de su tiempo”, Siglo XXI 1, noviembre 2003, pp. 175-187. Tamames, Ramón, Estructura económica de España, Madrid, Alianza Universidad. Textos, 1980, 13a ed., 2 vols. Tortella, Gabriel, El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX, Madrid, Alianza Editorial, 1994. Trapiello, Andrés, “Cadencia de un apaño (A propósito de La hoja roja)”, en María Pilar Celma (ed.), Miguel Delibes, Valladolid, Universidad de Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003, pp. 154-160. Umbral, Francisco, Miguel Delibes, Madrid, Epesa, 1970. Unamuno, Miguel de, “La vida es sueño”, en Obras selectas de don Miguel de Unamuno. Madrid, Plenitud, 1956. Notas: [1] Para Francisco Umbral, “Toda la novelística de Miguel Delibes puede dividirse en dos grandes familias: la provinciana y la rural” (1970: 79). Sin embargo, en numerosos casos, como en La hoja roja, ambos espacios van a estar presentes, independientemente de si la acción transcurre en el campo o ciudad, complementándose como dos caras de una misma moneda. [2] Si bien el texto no señala explícitamente la ciudad donde transcurre la historia, existen varios indicios que apuntan a Valladolid, ciudad natal del autor: se menciona el pueblo de La Parrilla (Delibes, 1959: 49), próximo a la capital castellana; se cita la inauguración de la estatua de Colón en 1905 (75); y se hace referencia a Sandovala, la campana de la iglesia de San Benito (189). [3] Esta característica no ha pasado desapercibida para Janet Diaz, para quien: “[m]uch of the novel consists of retrospectives and memories” (1971, 108). [4] Otras novelas donde la memoria tiene especial interés serían, por ejemplo, Cinco horas con Mario, El disputado voto del señor Cayo, El camino, los diarios de Lorenzo o Señora de rojo sobre fondo gris.
[5]
[6] El desenlace de la novela causó algún revuelo debido a la proposición de don Eloy a la Desi, que rompe con los moldes de comportamiento social de aquellos años. Ramón García explica que “La novela produjo un cierto escándalo [...]. Eran los años 50 y eso de que un funcionario, aunque pobre, propusiera relaciones a su criada de pueblo ponía en entredicho muchos convencionalismos. Y Luego estaba la edad: ‘un viejo con una muchacha veinteañera. Demasiado para los bien pensantes de la época’” (254).
[7]
Leo Hickey, de acuerdo con esta idea, señalará: “En
La hoja roja la acción está reemplazada por la insistencia en la situación, y en la soledad y simplicidad de los personajes. Delibes ha sabido extraerles su último jugo y dejar al lector con un sabor a melancolía y tristeza” (342). [8] Para Amparo Medina-Bocos, “La preocupación ética de Delibes está presente en todas sus obras. Para nadie es un secreto su preferencia por los personajes sencillos, a veces incluso marginales” (2005: 180).
[9] Según Glenn G. Meyers, “Delibes’s characters, as is observed in critical studies, are often members of the most vulnerable segments of society [...]. It has also been pointed out that characters in Delibes’s novels are portrayed as unique individuals who rarely appear as archetypes” (1999: 307).
[10] Francisco Umbral se referirá a Miguel Delibes como “Cronista de la pequeña vida provinciana” (1970: 80).
[11] Antes de dedicarse plenamente a la literatura, Miguel Delibes trabajó en El Norte de Castilla, diario del que llegaría a ser director.
[12]
[13] Luis López Martínez señala la muerte y la soledad como obsesiones representadas en La hoja roja (126).
[14].
[15] “[h]asta 1950 el nivel general de producción en España se mantuvo por debajo de las cotas anteriores a 1936 [...]. Entre 1951 y 1955 se realizaron progresos más rápidos” (Tamames, 1980, vol. 2: 1129).
[16] “Pero desde mediados de 1955 el desequilibrio del sector público, la política del dinero barato del sistema bancario y las subsiguientes alzas de salarios de 1956 [...], promovieron una inflación creciente que desequilibró la balanza de pagos [...], lo que originó la baja de la cotización de la peseta en los mercados libres de divisas del extranjero” (Tamames, 1980: vol. 2, 1130).
[17] “During the 15 years from the implementation of the Stabilization Plan in 1959 to the beginning of the word recession of the mid-1970s, caused by a quadrupling of oil prices in 1973, Spain experienced unprecedented rates of economic growth. More surprisingly, after presenting the world with a clear-cut example of economic backwardness for over a century, the country suddenly found itself next to the top of the international growth table” (Harrison, 1985: 194), sólo superada por Japón. |
Una tarde con Miguel Delibes: Cómo conocí a DelibesSu personalidad a través de los librosEl Club de Lectura de la Universidad de Léon (tULEctura) ha organizado una actividad denominada “Una tarde con Delibes”, que se celebró el miércoles 25 a las 17:00 horas en el Aula Magna San Isidoro: Fue una interesante jornada que comenzó con una presentación a cargo de la hija del desaparecido escritor, Elisa Delibes de Castro, Presidenta de la Fundación Miguel Delibes, a la que siguieron varias intervenciones en torno a la figura y obra del escritor. Serie: Club de Lectura tULEctura Rafael F. J. de Garnica Cortezo Profesor Titular Biología Animal, Universidad de León Presenta: Ana María Rodriguez Otero |
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Agustín Cuadrado Gutiérrez
Texas State University-San Marcos
Originalmente publicado en Castilla. Estudios de Literatura, 2 (2011): 73-90 ISSN 1989-7383
Universidad de Valladolid (España)
Link del texto: https://revistas.uva.es/index.php/castilla/article/view/59
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