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Compartiendo diálogos conmigo mismo |
Hacia el encuentro |
Somos peregrinos de sueños, caminantes
de miradas, andarines de verbos, viandantes de sensaciones, exploradores de atmósferas, pasajeros del tiempo. De un tiempo que no vuelve atrás, de una atmósfera que dejará de revivirnos en nuestros abecedarios, de sensaciones que han de terminar en discernimiento, de verbos que no son parte de nadie y son de todos, de miradas que se abrazan dentro de sí, unos en otros, de sueños que es lo que hace que vivir sea fascinante. Existimos en virtud de una pasión, la del amor de amar; nos movemos en la bondad de ser, y uno es lo que es, un pensamiento en la búsqueda de su propio creador. Nos asiste la certeza de su luz que nos protege. En la penumbra todo se desmorona, nada se levanta. Nos acompaña la convicción de sentirnos acompañados. De que la eternidad es la propia vida en sentido pleno. Y que esta plenitud es un sentimiento de gozo sin igual. No hay mayor liberación que despojarse de egoísmos. No se trata de dominarse en el camino, sino de donarse. Tampoco es cuestión de engañarse, sino de crecerse. No hay otra ascensión más sublime que la de desvivirse. Al prójimo hay que volverlo próximo a nosotros. Un latido no es nada, pero dos unidos ya es un mundo. Tanto es así, que coexistimos de la unidad en el todo, que cohabitamos con el verso que da valor a la existencia, y hasta yacemos con la vida sin vivir, pero vivimos. Porque hallarse el alma es brotar en la pureza del silencio, es nacer en el espíritu veraz de lo invisible y hacerse ver, y es no morir jamás en la simulación de los lenguajes. |
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