Coincidiendo con los inicios de cursos
académicos en España, se me ocurre hacer la siguiente reflexión,
sobre la docencia. Ciertamente uno puede saber mucho, pero otra
cuestión es saber transmitir ese conocimiento a grupos heterogéneos,
que no siempre están dispuestos a cultivarse, y esto es como sembrar
un campo sin estar arado previamente, o de enderezarse al hábito de
estudio y de las buenas costumbres. Ya lo decía el novelista español
Gonzalo Torrente Ballester, allá por los años noventa, “la enseñanza
se ha puesto muy complicada, y uno ya no sabe ni qué enseñar, ni
cómo enseñar, ni a quién enseñar”. Por desgracia, esta célebre frase
no ha pasado de ser actualidad, y, cada día, el docente se encuentra
con nuevas y variadas dificultades para llevar a buen término su
trabajo.
Lo importante es que germine en los alumnos la pasión por aprender.
Esto no es fácil hoy, con tantas fuerzas contrarias de
adoctrinamientos e intereses partidistas. Tanto es así, que la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Cultura, ha hecho una llamada con motivo del Día Mundial de los
Docentes (5 de octubre), activando un elocuente lema: “¡Apoya a tus
docentes!”. Desde luego, hace falta en todos los países, apoyar más
una educación de calidad, con docentes que sepan educar y estén
motivados para hacerlo. Por una parte, haría falta abrir más
escuelas y cerrar cárceles. También mejorar la categoría social del
educador y desterrar al funcionario que no es enseñante por
vocación. Asimismo, junto a esa valoración social del que sabe
educar, habría que desacreditar las enseñanzas que no conducen a
hacernos mejores personas. Únicamente, por la educación, puede el
ser humano socializarse y comprenderse.
Efectivamente, ya en su época nos lo advirtió Kant, “el hombre no es
más que lo que la educación hace de él”, por eso es tan vital para
una ciudadanía globalizada, tener a buenos educadores en activo.
Nada reemplazará a un buen docente. Sin duda, merecen nuestro
homenaje y recuerdo. Porque el educador, que lo es en conciencia, no
tiene horarios, y aprovecha todo el tiempo del mundo para hacer de
sus alumnos ciudadanos responsables. En un período, en que la
recesión económica mundial amenaza al cuerpo docente, es esencial
que la sociedad escuche sus reivindicaciones y no permita que se
usen las tijeras, en lo que es un derecho humano y un elemento
esencial de convivencia y desarrollo.
Está visto, pues, que sin educación no es posible entenderse. Ha
llegado el momento, por consiguiente, de avivar los sistemas
educativos con docentes que sepan enseñar en valores, en dignidad y
esperanza. Los gobiernos deben cuidar de una educación integral e
integradora, que enseñe a convivir y a salir de la pobreza, a que
las personas se comporten como ciudadanos y no como animales.
Educar, al fin y al cabo, no es más que transmitir respeto y
consideración hacia todo y por todos. Ahí radica el mérito del buen
educador, que no sólo sabe podar, sino también regar en los
desiertos. |