El arte de divagar

por Camilo José Cela

Hoy me corresponde divagar; la divagación puede ser saludable, a veces, y en todo caso es siempre un eficaz antídoto de la holganza. Yo no soy ni me siento holgazán, pero, por si acaso, me tomo mis precauciones. Dorisa, la heroína de la tragicomedia de Corneille Clisandra o la inocencia libertada, le saltó un ojo a Pimanto con un alfiler, por lenguaraz y mal hablado. Hizo bien, porque bueno está lo bueno y ella era la misma imagen de la decencia. Pimanto, recién tuerto, en vez de escarmentar a Dorisa haciéndole tragar el ojo con un poco de sifón, prorrumpió en un bellísimo y prolijo discurso sobre el alfiler y sus usos y características. Pienso que no se consuela sino quien huye del consuelo. A la una, a las dos y a las tres.

Paquito Herguijuela era tan fino que llamaba múridos a las ratas y los miércoles de ceniza, para que todos supiesen que empezaba la cuaresma, se la cascaba a la pata coja y dando saltos mortales. ¡Qué prepotencia viril, Nuestra Señora de los Desamparados y su padre! ¡Qué prepotencia varonil digna de los mejores capitanes del imperio, cuando en España no se ponía el sol, ni la luna, ni nada, y los conquistadores nacían entre puercos, alcornoques y otros productos de la naturaleza! ¡Aún quedan hombres, vive Dios! ¡Viva el pijo de Paquito! ¡Lo cortés no quita lo valiente! ¡Viva España! ¡Viva el término municipal de Peñaranda de Bracamonte! ¡Arriba el campo! ¡Vivan los huevos de kiwi-kiwi!! ¿Quién es kiwi-kiwi? Un ave australiana. ¡Ah! Paquito Herguijuela, años ha, quiso ser de los cuarenta de Ayete, pero se quedó con las ganas, porque no lo nombraron. ¿Y por qué no lo nombraron? Pues ya usted ve: se conoce que por eso de la cochina envidia, manjar de dioses. Eso no pega. ¿Y quién le dice a usted que pegue, so mandria? ¡A mí no me llama mandria ni mi padre, que en gloria esté! Su padre, no: digo, su padre, que en gloria esté, no. Pero yo, sí. ¿Pasa algo? No, ¿qué iba a pasar? Dejemos esto. Oiga, ¿a usted le hubiera gustado refocilarse, vamos, quiero decir, darse el lote con Friné en el archivo parroquial? ¡Anda! ¿Y por qué no? En peores garitas hice guardia y aquí me tiene: fresco como una orsa mañanera en la que todavía laten las gotas del rocío. ¡Eso se lo copió usted al del burro! ¿Al de Huelva? ¡Ese mismo! Pues no, señor: se equivoca. Eso me lo inventé yo solo y bien solo. ¡Eso es producto de mi minerva particular! ¡Jo, qué tío! ¡Y parecía bobo! Entonces salió un fraile disfrazado de gaviota y empezó a sobrevolar tejados y tenderetes. ¿Y también tiovivos? No; tiovivos, no. ¿Usted leyó lo que dice Lepschy, en su Lingüística estructural sobre los tiovivos? No. ¿Y sobre los frailes disfrazados de graznadoras gaviotas? No. ¡Vaya por Dios! ¡Y después hablamos de culturizar el país! Oiga. Mande. ¿Usted baila el pasodoble Gallito como es debido o como le sale?

Más bien como me sale. ¿Cómo le sale de dónde? Eso ya no lo sé, se conoce que la pertinaz sequía me ha agrietado las circunvoluciones del cerebro. Usted dispense, pero a mí no se me hace que usted tenga circunvoluciones del cerebro. A mí tampoco; la verdad es que lo digo a ver si cuela. ¿Le gustaría ser subsecretario de algo? No, señor, no tengo posibles; ahora, con lo de la boda de la nena, me quedé sin un cuarto. ¡Mientras haya salud! Eso es lo que uno dice, ¡no hay bien comparable a la salud! ¿Está usted enfermo? No, ¿por qué? No, por nada; es que ésa suele ser una idea de enfermo. ¡Anda, pues es verdad! Qué cosas más raras pasan, ¿verdad, usted? Pues tampoco; a mí me parece que no se debe ser nunca demasiado exagerado. ¿Por qué no dice usted exégeta? Porque es otra cosa, ¿lo entiende? Sí, señor, sí que lo entiendo. Plutarco dice que entonces Chiomera, la esposa de Ortiagón, tetrarcá gálata, se acercó a las candilejas, levantó una cacha y, en vez de un cuesco, habló por el ano (Chiomera practicaba las artes de la rectiloquia): ¡Qué bello es poder jurar, Ortiagón, que dos hombres no podrán vanagloriarse de haberme poseído! ¿Qué pasa? ¿Salió decente? Como usted lo oye: más decente que nadie. Entonces Ortiagón, conmovido, exclamó: ¡Oh, esposa mía! ¡Qué grande cosa es la fidelidad! Demos tierra al sangrante despojo de la cabeza del centurión cachondo que quiso hacerte suya. ¿Verdad, amor mío, lucero de la mañana, que semeja un cordero degollado? ¡Eso! ¡Démosle tierra y que se aguante y se fastidie y baile! Esta escena fue siempre muy del agrado del P. Laburu. Ortiagón, remangándose la túnica empezó a cantar: Y si no se le quitan bailando, los colores a la Chiomera, y si no se le quitan bailando, etc. Paquito Herguijuela Guiamets fue el inventor del múrido errante, juego de sociedad que consiste en perseguir ratas a palos. ¿Cómo en la petanca? No: más bien, no. ¿Por qué? Nada, por decir. Paquito Herguijuela, cuando lo de la cartilla de racionamiento, tuvo amores (¿consumados?) ¡hombre, cómo se lo diría!) con Linda Lovelace, que, por entonces, aún no había interpretado Deep Throat, y que estaba de chica para todo en casa de doña Régula la de don Matías, el registrador, con quien se dice que hubo sus más y sus menos, Paquito para consolarse de las relativas, que esto es relativo, infidelidades de Linda, se hizo medio volante y ofreció sus servicios al Rayo Vallecano, pero como le dijeron que no, que para eso no servía, se dio al vermú, vicio del que lo redimió la halterofilia. ¿No le parece un poco raro? Quizá, pero, ¿qué quiere que le haga? La historia de España contemporánea no hay quien la entienda. ¿Se acuerda usted de aquellos versos de Espronceda? Decían así:

¡Y es la historia del hombre y su locura

una estrecha y hedionda sepultura!

Oiga, ¿y por qué no la hicieron un poco más ancha y confortable? ¡Vaya usted a saber! Se conoce que para que diese más asco. ¡También es ocurrencia! Paquito Herguijuela, montera en mano, correspondió desde el tercio a la ovación que le tributara el respetable. (No continúa, pero podía haber continuado).

 

por Camilo José Cela

 

Publicado, originalmente, en:  Jaque Revista Semanario Año I Nº 7 - Montevideo, 30 de marzo al 6 de abril de 1984

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto:  https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3090

 

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