Al paso de medio siglo largo por Camilo José Cela
|
Pepe, el guardia municipal, robó una bicicleta a Pepe, el repartidor de telegramas, y se la vendió por doce duros a Pepe, el verdulero. La policía detuvo a Pepe, el verdulero, por comprar un objeto robado a sabiendas de que lo era, y a Pepe, el repartidor de telegramas por tomarse la justicia por la mano y deslomar con un bastón de raíz de rosal, que es durísima, a Pepe, el verdulero, quien convalece en la enfermería de la cárcel de la manta de palos recibida y que, según testigos presenciales, fue de pronóstico o, como también se dice, de campeonato, de órdago a la grande o de padre y muy señor mío. ¡Qué barbaridad! ¡Cuán desconsiderada fue la paliza que descargó Pepe, el repartidor de telegramas, sobre el zurrable lomo de Pepe, el verdulero! También según testimonios fehacientes, Pepe, el repartidor de telegramas, mientras arreaba estopa y se hacía sus dialécticas aguas mayores sobre la madre de Pepe, el verdulero, le decía: “¡Toma candela! ¡Para que aprendas, desgraciado! ¡Anda y vuelve por otra! ¡Muerto de hambre!”. A quien no pudo echarle el guante la policía fue a Pepe, el guardia municipal, porque saltó al Protectorado de Marruecos —¡qué tiempos de bonanza imperial a escala de país agrícola!— y se alistó en la Legión Extranjera. ¡Caray, qué tío! A grandes males, grandes remedios, y, de otra parte, cada uno será lo que quiera, nada importa su vida anterior, según se dice en el himno del Tercio. La sección de efemérides que publican algunos periódicos es muy aleccionadora y, a lo que se ve, hubo un tiempo en el que las gentes de nuestra zarandeada piel de toro eran más decentes y heroicas y se tomaban las cosas muy a pecho, a lo mejor demasiado a pecho. En las calendas que ahora corren y a veces vuelan, los nietos de aquellos Pepes ya no tienen tanta vergüenza y tanto de lo que hay que tener como sus abuelos. Es lástima, pero carezco de datos suficientes sobre la última conducta de Pepe el guardia municipal, que escapando más de su propia conciencia que de la justicia (o al revés, que el orden de factores es lo de menos), sentó plaza de legionario de segunda en 1925. Los historiadores que suelen ser muy maniáticos y clasistas, dedican escasa atención a los guardias municipales, aunque roben bicicletas y se apunten en el Tercio como quien se toma una cucharadita de bicarbonato, y después la asignatura Historia de España (grado medio), queda muy aburrida y gubernamental y didáctica, y no hay quien le meta el diente. ¡Qué pena, tanto esfuerzo para tanto olvido! El guardia Pepe hubiera podido ser un magnífico y preocupador personaje de Carranque de Ríos, por ejemplo, el novelista que retrataba de mano maestra golfos sentimentales y caballerosos y zascandiles, a quienes jamás falló un último punto de dignidad, ¡y así les lucía el pelo! Seria bonito saber que el guardia Pepe llegó a sargento, tuvo amores con una morita de Dar Riffien, que le dio siete zagales, jugaba al mus y fabricaba Pipas de kif en los ratos libres y murió en batalla de la sierra de Alcubierre a resultas de un balazo que le entró por un oído y le salió por el otro (con pérdida de masa encefálica). Lo malo es que no lo sabemos de cierto y en estas cosas más vale no inventar, porque después siempre alguien protesta y se arman unos líos muy considerables y pegajosos. De quienes sí se guarda memoria histórica es de Pepe, el repartidor de telegramas, y de su pretérita víctima, Pepe el verdulero. Ambos tuvieron un final dramático, aunque a algunos contribuyentes sin caridad les produzca mucha risa. A Pepe, el repartidor de telegramas, le dieron el paseo en Madrid por haber repartido telegramas a don Antonio de Goicoechea, que era el jefe de Renovación Española, y a Pepe, el verdulero, lo pasaron en Valladolid por despachar pimientos morrones que, como es bien sabido, son rojos. A lo mejor, en el sacrificio de ambos influyó la misteriosa ley de las compensaciones, cuya regla de oro está todavía por descifrar. El hermano Bruno, que fue el encargado por mis padres de desasnarme, previo estipendio y algún que otro capón, en el colegio de los Maristas de la calle del Cisne, solía decir a cada paso: “¡Váyase lo uno por lo otro!”. Por lo común no acertaba, pero cuando lo hacía (qué cosas más raras se han visto y aquí estamos todos), daba gimnásticos y descomunales saltos de gozo (remangándose la sotana para mayor soltura) y nos regalaba a los alumnos puntos de conducta y de aplicación que eran muy estimados. Sí; la sección de efemérides que publican determinados periódicos es más bonita y ejemplarizadora que el resto del papel impreso que se nos sirve. Antes, las cosas discurrían a nivel do1méstico y como para andar por casa, pero también encerraban su tragedia y su moraleja, no por minúsculas menos eficaces. Para uso de un país como el nuestro, que propende a la grandilocuencia y al mesianismo, sería muy conveniente el estudio y la ulterior redacción de unas biografías manuales que tratasen tan sólo de los olvidados españoles de tercera, de los españoles —mansos o bravos— cuyo tránsito por este bajo mundo no produce más consecuencia que un levísimo y bien llevadero luto familiar: los que roban por lo menudo, salen de naja a destiempo, son zarandeados por tirios y troyanos y mueren, con más pena que gloria, en cualquier oscuro rincón y sin decir frases para la posteridad ni adoptar posturas estatuarias. Si de los menesterosos y cagapoquitos será el reino de los cielos, ¿por qué no darles una piadosa esquina de la memoria cuya meditación a todos habría de aprovechar? A Pepe, el guardia municipal que robó una bicicleta y se fue al Tercio; al otro Pepe, el repartidor de telegramas que se quedó sin ella y se cobró repartiendo lapos a mansalva, y al tercer Pepe, el verdulero que se llevó la tunda, dedico el modesto homenaje de mi recuerdo. Yo estaba ingresando en el bachillerato cuando ellos pasaron a la historia que nadie quiere escribir. |
por Camilo José Cela
Publicado, originalmente, en: Jaque Revista Semanario - Año I Nº 8 Montevideo, 27 de enero al 3 de febrero de 1984
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3089
Ver, además:
Camilo José Cela en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a página inicio |
|
Ir a índice de crónica |
Ir a índice de Camilo José Cela |
Ir a índice de autores |