Tienda de fieltro El malestar de la lógica ensayo de Miguel Casado
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Luis Santana (Medina del Campo, 1957) publicó en 1999 Sombra
mínima, un libro insólito en la poesía española, tejido con
anagramas que en su juego y jugo fonético venían a ofrecer su ley
antes de todo sentido. Cuando al empezar se leía: “Abrázame nimbo /
bajo no nombre”, la formulación negativa hacía a las cosas existir
solo en el juego de la lengua, que adquiría realidad memorable en su
consistencia. En el epílogo de Sombra mínima, afirmaba
Olvido García Valdés que el de Santana era “un mundo transparente,
es decir, peligroso”, y añadía: “dos rasgos parecen definir una
actitud de carácter ascético: por un lado, distancia, pasividad y,
por otro y a la vez, una extremada forma de atención”. Hasta quince
años después, volvieron a aparecer sus poemas –sí, entre tanto, sus
traducciones de poesía y narrativa catalanas, su novela Al final
ni nos despedimos–, con el título Carta no enviada.
Escueta su escritura poética, pero tan alta, pocas gotas de un jugo
sustancial con el que podría nutrirse la vida; y que quizá, con los
años, se ha ido haciendo más exigente para la mirada crítica que
quiera detenerse en ella, lo que también es índice de su
singularidad. Un poema se llama “Luz del sueño” y su hacerse de saltos y contradicciones ayuda a ver, no que en el libro se refieran sueños y sea onírico su curso, sino lo que se pone en juego: un sistema que no reconoce las normas ni las jerarquías de la gramática textual, aunque la sintaxis de sus frases sea impecable; la intensidad de unas sensaciones casi sin cuerpo, un cine de sensaciones, una abstracción viva y dinámica. Este alterar y producir lógicas es una de las tareas de la poesía. Su pensamiento incluye la razón, pero es más amplio que ella (y ya la propia razón abarca más —comprende, produce, explica— de lo que el racionalismo pragmático asume); la incluye, pero no le es dócil. Constatar este trabajo de Luis Santana, apuntar apenas otras de sus materias: un intenso funcionamiento de la analogía, pero sacándola de sus casillas —poner la metonimia a la par de la metáfora, no desplazar sentido sino inducir una especie de temblor en red, como si fuera del subsuelo—, una sugerencia de posiciones imposibles al modo de los juegos de lenguaje que propone Paolo Virno en Palabras con palabras, hipótesis alternativas de secuencias temporales o causales —aquí es un ahogado que siguiera sin resignarse, aun a riesgo de enloquecer, o la fuerza de una súplica que no tiene ya su tiempo ni su objeto, pero sí energía existencial. |
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La dureza lingüística es correlato de la dureza existencial, del tenor de los sentimientos. Una impronta negativa (“Textos para no”, se titula la segunda parte) marca el curso de Carta no enviada, su subversión lógica, su inventario cotidiano (“Breviario” es la tercera). Aquello de lo que se carece, lo que es en sí mismo impugnado, lo que ha sufrido deterioro o pérdida, lo que vacila y se tambalea van tejiendo esta red; pero sobre todo lo que no está, lo que opera en el hueso de su ausencia. La soledad entre las personas próximas, la casa como un paisaje de restos orgánicos, el miedo concretado en un cambio de sitio de los muebles. El no como núcleo semántico universal. Esta negatividad no es metafísica; no es la creencia heideggeriana en el hombre como “lugar-teniente de la nada”, o la idea de Agamben de que el lenguaje y la muerte, a la vez que constituyen lo humano, fundan su negatividad esencial. Puestos a comparar, yo pensaría otra vez en Paul Celan, en su espacio de negatividad material, fundada en la vida (energía que sin cesar desteje las telas de la muerte) y en el violento poder de la desesperación. Así, en Carta no enviada: “apenas / muñón de lengua, / forma dulce de hule / en su oquedad de rosa mutilada– / quien no dice, quien únicamente respira”. Recuerdo ahora un pasaje de Crisis de la exterioridad, ejemplar volumen colectivo del grupo surrealista de Madrid, en el que Ángel Zapata reflexionaba sobre el impacto de un solar vacío, un agujero, en medio de una calle densamente comercial, y los transeúntes que se paraban a mirarlo: “No es más ‘sentido’ lo que necesitamos, sino ‘más realidad’. Pero precisamente este plus-de-realidad no puede advenir a nosotros sino como efecto de una ‘sustracción’: como desnudez súbita, como caída brusca de todas las fachadas, de todas las construcciones, de todos los semblantes”.
Lecturas.– (Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla) |
ensayo de
Miguel Casado
Publicado, originalmente, en Periódico de
Poesía, Número No. 101 / Julio-Agosto 2017
Publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México http://periodicodepoesia.unam.mx
Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4749
Editado por el editor de Letras Uruguay
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