El mito quijotesco en
un texto inédito de
Unamuno Universidad de Salamanca paulacantero@usal.es / ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-2428-2220 |
Resumen Este estudio pretende dar a conocer un texto inédito de Miguel de Unamuno en el que se manifiesta la presencia de un aspecto del mito quijotesco, el de la lectura compulsiva. Además, se intenta establecer una posible fecha de escritura del mismo, de manera tal que, a partir de nuestra investigación, se puede pensar en una correspondencia con Amor y pedagogía (1902), ya que en ambos textos se encuentra presente el mito en una de sus variantes: la del erudito o pedante quijotesco. De esta manera, el mito creado por Cervantes resulta la clave del proceso creativo de este texto que ha permanecido oculto. Palabras clave: Unamuno; texto inédito; mito quijotesco; lectura voraz; Amor y pedagogía. Title: The Quixotic Myth in an Unpublished Text by Unamuno Abstract The aim of this paper is to unearth an unpublished text of Miguel de Unamuno in which we can find a feature of the myth of Don Quixote, that of compulsive reading. According to our investigation, the significant bond between Amor y pedagogía (1902) and this un-published text helps to propose a writing date. This is possible due to the presence in both texts of a particular character type: the Quixotic pedant or erudite. Therefore, the myth created by Cervantes is the key to understand the writing process of this unknown text. Keywords: Unamuno; Unpublished Text; Quixotic Myth; Obsessive Reading; Amor y pedagogía. Lo primero que un investigador se plantea al encontrar un texto inédito de Unamuno es la causa por la que ha permanecido sin publicarse; y, en segundo lugar, se pregunta dónde estaba dicho manuscrito y si alguien más lo conoce. El manuscrito autógrafo que lleva por título «Lectura sosegada» no se encuentra en los nueve tomos de las Obras Completas editadas por Manuel García Blanco en Escelicer entre 1966 y 1971, ni en las editadas por Ricardo Senabre en Turner en 1995. El texto es calificado como «cuento» por María Concepción de Unamuno Pérez (2008, 78); pero no figura en los cuentos completos que reunió Eleanor Krane Paucker, editados por Minotauro en 1961, ni en la edición de Óscar Carrascosa Tinoco que publicó Páginas de Espuma en 2011. En Cuentos de Unamuno (1997) Laureano Robles realiza un listado de cuentos y relatos breves inéditos, en el que aparece «Lectura sosegada» sin fecha estimada de escritura. Pero Carrascosa Tinoco sostiene que varios de los textos mencionados como inéditos por Laureano Robles no se incluyen en su corpus por no considerar que se trate realmente de cuentos (2011, 21). En 2021, el texto inédito aparece nombrado en la tesis doctoral de Anna Montes Espejo titulada La narrativa breve de Miguel de Unamuno: cuentística y pensamiento, pero solo como reproducción del listado elaborado por Laureano Robles. Así es como entendemos que dicho manuscrito, compuesto de 11 folios en perfectas condiciones y archivado en la caja n.° 3/16 de la Casa Museo Unamuno (Fig. 1), no se haya publicado hasta hoy. 1. Datación del manuscrito y género literario Para Laureano Robles, «hay textos imprecisos e inacabados; textos que no pasaron de ser un boceto, nota o apunte; escritos para darles posteriormente cuerpo, pero que no llegaron nunca a tenerlo» (1997, 14). Pero «Lectura sosegada» no parece ser un simple apunte ni un texto inacabado. Por alguna razón, el autor decidió no publicarlo, por lo cual no conocemos la fecha de escritura. Sin embargo, hay un dato que nos puede acercar a una datación estimada: a lo largo de todo el manuscrito, Unamuno escribe la preposición a con tilde [á]. Según la Real Academia Española, la preposición a se escribió con tilde hasta principios del siglo XX, cuando se plantea la eliminación de esa tilde en el capítulo sobre ortografía de la Gramática de 1911. Unamuno tilda la preposición a a lo largo de todo el monodiálogo titulado «El ajedrez y el tresillo», publicado en Nuevo Mundo el 14 de noviembre de 1914, pero ya no lo hace a partir del titulado «Sobre el gran Roque Guinart y su Imperio». publicado en El Día Gráfico el 15 de enero de 1915. Por este dato, podemos inferir que el texto fue escrito antes de 1915. Además, el protagonista del texto inédito vive en Salamanca, ciudad a la que Unamuno llega en 1891. Si consideramos el carácter autobiográfico de la mayoría de los monodiálogos, debemos suponer que el manuscrito es posterior a ese año, por lo cual establecemos que pudo haber sido escrito entre 1891 y 1915. El texto nos presenta una conversación en la que uno de los dialogantes defiende la vida en Salamanca frente a la de Madrid, ciudad en la que abundan las bibliotecas y donde los intelectuales pueden caer en la pedantería de creer que saben mucho por leer en exceso. Hay tres cosas que no podemos pasar por alto ante este texto inédito: primero, la datación estimada, que guarda una relación directa con el concepto que Unamuno tenía de Madrid y de Salamanca. Como cuentan sus biógrafos, en 1880 el joven Miguel parte a Madrid a realizar la carrera de Filosofía y Letras. El primer impacto es negativo: las diferencias en el clima, el paisaje y la gente le hacen echar de menos su Bilbao natal. Entre tanto bullicio y gente de la capital, Unamuno se siente. paradójicamente, más solo y más triste. A pesar de tener una vida académica activa, Madrid no lo hace feliz, ni a su llegada con 16 años, ni cuando, acabado el doctorado en 1884, vuelve a Bilbao a preparar oposiciones y a enfrentar el malestar económico familiar. Por eso, cuando en 1891 gana la cátedra de griego y debe mudarse, recién casado, a Salamanca, llevará consigo ese gran contraste entre la vida en la capital española y la que le toca ahora en una capital de provincia. Esa mirada negativa es doble: espacial, en cuanto que Unamuno contempla Madrid desde Salamanca, y temporal, puesto que evoca su pasado desde un presente muy distinto. El estilo peripatético que desarrolla en Salamanca, al reflexionar en conversaciones con conocidos o desconocidos, ha hecho que sus coetáneos reparen en su carácter dialógico, que Unamuno toma prestado para su escritura, tanto la ficcional como la ensayística. Ello nos lleva al segundo punto que hay que destacar: la cuestión del género literario al que adscribir el manuscrito en cuestión. La estructura del texto, como podrá ver el lector en la transcripción que aquí presentamos, es la de los monodiálogos publicados por Unamuno en diversos periódicos locales y extranjeros. El encargado de darles ese título es Manuel García Blanco, quien en 1958 reúne 82 artículos publicados por Unamuno desde 1892 hasta 1936[1]. Muchos de estos textos presentan la misma estructura que «Lectura sosegada», la del diálogo entre un personaje (don Miguel) y su interlocutor (alter ego). Pero también hay textos en los que el diálogo se da entre dos personajes designados con una letra o pronombre -entre A y B, entre P y R, o entre Yo y Él-; entre don Miguel y alguno de sus personajes de ficción -Augusto Pérez o don Fulgencio Entrambosmares-; mientras que otros guardan la forma de meditación o soliloquio. Si hay algo que se evidencia en estos monodiálogos, es que son testimonio de que toda la obra de Unamuno rebosa de ideas y pensamientos que son más importantes que el relato en sí. Si bien la temática de los textos es muy variada, ha sido su forma externa la que ha llevado a García Blanco a reunirlos bajo un mismo título[2]. Se trata de un género nuevo, propio del autor vasco, textos breves que están entre el ensayo y la ficción, y que tienen un fin educativo o moral. En el prólogo-epílogo a la segunda edición de Amor y pedagogía, el autor reconoce dicho fin pedagógico de sus artículos, que además sostiene que comenzó a escribir después de 1902: Ha sido después cuando el Hado de la Providencia me llevó a una actividad pública y de publicista para el público, para la masa de los lectores y de los oyentes, y con ello a un menester de demagogia -acentúese en la i, como en pedagogía-, de conducción o educación del pueblo niño (19661971, II, 313). Si tenemos en cuenta que Unamuno había publicado su primer artículo en 1879 y que en 1887 ya escribía para periódicos bilbaínos, cabe pensar que en la declaración anterior se refiere a la publicación de los llamados monodiálogos[3]. No estamos ante el único género inventado por Unamuno -pensemos en la teoría de la nivola expuesta en Niebla (1914)-, aunque sí quizás ante el primero. El esquema que siguen estos monodiálogos es el adoptado en otro de sus libros, Soliloquios y conversaciones, publicado en 1911, al que García Blanco considera un antecedente de su selección. Ana Vian Herrero analiza el carácter reflexivo de la voz de los ensayos de Unamuno: El ensayo es un soliloquio [...] del escritor escenificado o, mejor aún, exhibido y ostentado, ante un lector abstracto o concreto al que se busca cómo implicar [.] Seguimos en el territorio del yo que Unamuno calificó en el prólogo de Amor y pedagogía como «monodiálogo», o Max Bense como «monólogo reflectante». Unamuno no dialoga con nadie, ni hace falta alguna que así haga (2000, 434). A pesar de usar el término “monodiálogo”, en efecto, Vian Herrero no hace referencia específica a los artículos editados por García Blanco. Habla del procedimiento retórico y argumentativo de dirigirse al lector, pero no de este como un interlocutor, como alguien a quien la voz narradora cede la palabra, sino de una conversación simulada presente en ensayos como los de En torno al casticismo (1895) y Mi religión y otros ensayos breves (1910). En el caso de los Monodiálogos editados por García Blanco, la contestación del interlocutor sí existe. He aquí la dificultad de clasificar estos artículos. En los últimos textos que publicó en vida, Unamuno reconoce este género inventado, tal como se lee en el prólogo de La agonía del cristianismo (1931): «Así han dado en decir mis... los llamaré críticos, que no escribo sino monólogos. Acaso podría llamarlos monodiálogos; pero será mejor autodiálogos, o sea diálogos consigo mismo. Y un autodiálogo no es un monólogo» (19661971, VII, 306); y en el prólogo-epílogo a la segunda edición de Amor y pedagogía, que publica en 1934: «Me has venido, lector, acompañando en este mutuo monodiálogo; me lo has estado inspirando, soplando, sin tú saberlo, me has estado haciendo mientras yo lo estaba haciendo y te estaba haciendo a ti como lector» (1966-1971, II, 316). La Casa Museo Unamuno custodia los impresos de todas las publicaciones de estos artículos; pero los manuscritos originales no se conservan, excepto el de «Lectura sosegada», que se conserva de manera íntegra[4]. Este dato nos lleva a pensar que, posiblemente, al ser uno de los primeros que Unamuno escribía en este formato, no estuviera conforme para su publicación y no fuera enviado, lo que acercaría su fecha de escritura a los años que atraviesan el cambio de siglo. 2. Relación con el mito quijotesco Por aquellas fechas, Unamuno escribió su comentario Vida de Don Quijote y Sancho (1905). Como es de sobra sabido, la obra magna cervantina se hace eco en toda la producción del autor vasco, desde sus primeros artículos -pensemos en «Quijotismo», de 1895- hasta sus últimas obras de ficción. En la tesis doctoral El quijotismo de Unamuno entre filosofía y mito, Luis Iglesias Ortega reúne hasta 370 escritos de temática quijotesca, entre ensayos, artículos, prólogos, poemas y proyectos, sin contar el amplio epistolario. Pero, como él mismo confiesa, «desenvolver todo este programa [...] sería exactamente exponer la totalidad del pensamiento unamuniano, ya que, como se ve, el quijotismo es la gran metáfora, o, mejor dicho, la gran alegoría sobre la que pretende montar toda su filosofía» (1990, 13). Resulta imposible desarrollar aquí el amplio estado de la cuestión con respecto al quijotismo en Unamuno[5]. Por eso, nos limitaremos a hablar específicamente del Quijote como mito literario en su obra. Baste aclarar brevemente que el proceso de mitificación del Quijote comienza con la publicación de la obra en 1605, que da lugar a sucesivas reescrituras a lo largo de los siglos subsiguientes en diferentes lenguas y literaturas. En el siglo XIX, cuando el Desastre del 98 hace evidente la decadencia española, el mito se hace muy presente en España al ser tratado por casi todos los intelectuales de la época. En Don Quijote, mitologema nacional, María Ángeles Varela Olea (2003) utiliza el término “mitologema quijotesco” para expresar la disparidad en el tratamiento regeneracionista del mito[6]. El ensayo En torno al casticismo (1895) y artículos como «¡Muera Don Quijote!», «¡Viva Alonso el Bueno!» y «Más sobre Don Quijote», todos ellos de 1898, cobraron tanta relevancia que es necesario ponerlos en relación con «Lectura sosegada». En estos escritos tempranos Unamuno no exalta al caballero andante, sino al sosegado Alonso Quijano[7]. Por eso no es casual que este texto inédito guarde relación con el anciano devorador de libros, y no con el combativo hidalgo deshacedor de entuertos. El ensalzamiento que Unamuno realiza en esos textos tiene sus raíces en la voluntad de recomposición nacional de los noventayochistas: «El contexto intelectual, social y político de esos momentos favorece la recuperación de las figuras cervantinas para su consagración como mitos, no ya literarios, sino en el resto de los órdenes: como mitos sociales, económicos o políticos» (Varela Olea 2003, 27). Varela se refiere a la faceta política del mito, es decir, a su uso en torno al problema de España, tal como lo reafirma en un artículo posterior, al decir que la «mitificación política de los personajes cervantinos» permite «darle una operatividad política como mitologema interpretador de la nacionalidad» (2015, 333). Pero nuestra intención aquí es distanciarnos de los ensayos en los que Unamuno reflexiona sobre su contexto histórico y poner el foco, en cambio, en el aspecto de la lectura monomaníaca del personaje, pues lo que al autor vasco le interesa del mito quijotesco es «la abstracción de ciertas imperfecciones humanas del ingenioso hidalgo [...] Así el Quijote del mito ya no es el de Cervantes, sino otro, nuevo» (Schürr 1958, 23-24). El pensamiento y la obra de Unamuno comparten con el Quijote patrones estructurales o narrativos que van más allá de su uso político o social y que trascienden su obra ensayística y periodística, como puede observarse ya en su primera novela, Paz en la guerra (1897)[8]. Es en su obra ficcional donde el mito se manifiesta de manera más sutil -quizás por eso dicha presencia es la más discutible-. La relación no es con el argumento creado por Cervantes, sino con la esencia del personaje, que se ha reconfigurado más allá de las intenciones de su autor. Tanto Ian Watt (1996), como Edward C. Riley (2001), Jean Canavaggio (2006), Esther Bautista Naranjo (2015) o Aaron R. Hanlon (2019), por nombrar algunos de los estudiosos más actuales, se han acercado a esta trascendencia mítica de la obra cervantina[9].
Dentro de los estudios del mito quijotesco en la obra ficcional de Unamu-no destaca «El
Quijote transnacional» (2019), de Pedro Javier Pardo, por establecer una serie de temas o elementos constitutivos del mismo que pueden reaparecer de forma conjunta o aislada en los diferentes sintagmas -esto es, reescrituras- en que se manifiesta el paradigma mítico, así como una serie de tipos a los que puede dar lugar. Uno de ellos -en el que se encarna el tema que Pardo designa «el síndrome literario» (2019, 58), es decir, la lectura compulsiva o monomaníaca que conduce al sujeto quijotesco a leer la realidad como si fuera literatura- es un erudito o pedante que se caracteriza por el uso inapropiado o desproporcionado de un saber adquirido a través de los libros.[10]. Según Pardo (2019), esta es una variante del mito generada por su reescritura en obras de la literatura inglesa y francesa que funcionaron como sintagmas mediadores del paradigma mítico[11].
Amor y pedagogía (1902) sería una reescritura del mito en su variante tipológica del erudito quijotesco, ya que presenta un personaje que, en su extremismo y fascinación por la lectura de textos científicos, cae en la desgracia al planificar la vida y educación de su hijo de manera absurda (Pardo 2019, 47). Es con este componente del mito -el del síndrome literario[12] La esencia del texto «Lectura sosegada» está en la manifestación de que el exceso de medios estorba. El protagonista atribuye la falta de verdadero conocimiento a «la avidez de saberlo todo y satisfacer a una curiosidad omnilateral que nos llevan a devorar libros y revistas». De esta manera, critica a aquellos que hacen un uso inapropiado de la erudición, por el afán de saber absoluto, pero también por preferir las novedades literarias y artículos de revistas, en lugar de los textos clásicos, cuya lectura defectuosa, para el protagonista, es la responsable de la falta de armonía en su cultura. En estos “traga-revistas” está encarnada la figura del erudito quijotesco, de forma que «Lectura sosegada» podría entenderse como una pieza clave en el proceso creativo que conduce a Amor y pedagogía. Tal como dice el mismo Unamuno en el artículo «De vuelta», publicado justamente el mismo año que Amor y pedagogía: «Otras ventajas tienen para mí estos articulitos, y es que como soy escritor ovíparo me sirven de huevos para obras posteriores y extensas» (1966-1971, VIII, 207). Además, según García Blanco, el monodiálogo titulado «El guía que perdió el camino» -que forma parte de los cinco agrupados bajo el epígrafe «Diálogos del escritor y el político», publicados en 1908- es un anticipo de la novela San Manuel Bueno, mártir, aparecida veinticinco años después (1958, 39). No es descabellado, entonces, pensar en «Lectura sosegada» como un anticipo de Amor y pedagogía, en el que incluye no solo uno, sino dos personajes que encarnan la figura del erudito quijotesco, don Avito Carrascal y don Fulgencio Entrambos-mares. De hecho, en el prólogo de Amor y pedagogía, el autor dice: «Porque es indudable que hay quienes compran los libros para leerlos, y son los menos, y hay quienes los compran para formar con ellos biblioteca, y son los más» (1966-1971, II, 308). Compárese este fragmento con lo que dice en el manuscrito hallado: «Los que compran muchos libros los compran para coleccionarlos más que para leerlos, a lo sumo para consultarlos, y raro es el estudioso que tenga una regular biblioteca que la haya leído». Estas tres cuestiones que acabamos de esbozar -la oposición entre Madrid y Salamanca, el género del monodiálogo y la presencia del erudito quijotesco-convergen en este tema de la lectura, primordial para Unamuno. Para Pedro Salinas, Unamuno fue uno de los dos mayores lectores del mundo español -el otro era un personaje ficticio, Alonso Quijano- (Salinas 1967, 202). Del autor bilbaíno, Salinas aprendió que la lectura transforma, pero no toda lectura. En la misma sintonía, Carrascosa Tinoco dice: Miguel de Unamuno presume de su vocación de lector. Su particular visión finisecular le lleva a aunar la tradición canónica y el problema íntimo de la identidad en figuras en las que confluyen la agonía y la contemplación, lo bufonesco y lo trágico, como don Quijote, lector de lectores. Se trata de un ejercicio cervantino con el que el autor intenta (y consigue) romper los modelos tradicionales de la novela como género narrativo por excelencia (2011, 9). Tanto Luis Andrés Marcos (2008) como Carlos A. Longhurst (2009) analizan la fuerte presencia de la figura del lector en las novelas de Unamuno, que el autor toma del Quijote y de la hermenéutica alemana. Para Longhurst, la idea que tiene Unamuno del lector como agente activo en el desarrollo de una obra es un leitmotiv en la tradición hermenéutica, algo que le viene de sus lecturas de Humboldt y Schleiermacher (Longhurst 2009, 354). En todo caso, la propensión de Unamuno a la hermenéutica no fue solo en el plano teórico -el de él mismo como lector-, sino que la llevó a la praxis y fue así capaz de crear un pacto de confianza con su destinatario, en esa búsqueda insaciable de un lector activo que rellenase los huecos de lo no dicho, de lo latente. Es este lugar primordial que el autor bilbaíno le da al lector dentro de su obra lo que produce el nacimiento de este género exclusivamente unamunia-no: el monodiálogo. El gusto de Unamuno por la literatura epistolar y confesional -que adquiere de su lectura de libros ingleses[13] - explica las apelaciones a la figura del lector, especialmente visible en el Unamuno de la prensa diaria. Juan Marichal, quien estudia el estilo de Unamuno y el hibridismo de sus ensayos, sostiene que el diálogo con el lector se explica porque Unamuno «era un hombre dominado por lo que él llama “el instinto de charla”. [...] En él [...] conversación, carta, ensayo, llegaron a ser lo mismo, en cuanto al contenido y en cuanto a la forma: en todas esas formas de comunicación se confesaba, se “derramaba”» (1984, 158-159). 3. Edición del texto Sin más preámbulos, y para dar sentido a todo lo aquí dicho, dejamos al lector la transcripción del manuscrito hallado. El criterio de edición empleado ha sido el de subsanar las erratas e indicarlas a pie de página cuando corresponda. Se ha corregido el uso de las tildes, por falta o por exceso (en el caso de la preposición a y del nexo disyuntivo o), así como los signos de apertura en el caso de las interrogaciones, ausentes a lo largo del manuscrito original. Lectura sosegada -A usted le conviene ir a Madrid, amigo Don Miguel. -Tal vez, pero lo apetezco poco. -Entre otras cosas porque aquí, en esta ciudad de Salamanca, dispone usted de pocos medios de estudio. Allí tiene usted bibliotecas, museos y tiene usted el Ateneo con las principales revistas. -Ese es el peligro para el estudio. -No lo comprendo. -Cierto es que en una ciudad mayor, como Madrid, hay más medios para ciertas investigaciones, pero para quien como yo, fuera de la vida misma y del campo -y aquí le tengo más cerca que allí- apenas usa de otros medios de estudio que los libros, mejor una ciudad como ésta, donde me están tasados y tengo que seleccionarlos, que no Madrid. -Pues yo creo que cuantos más medios. -Su exceso puede estorbar. Si a usted le traen un artístico jarrón o un hermoso cuadro y tiene usted sosiego lo contempla tranquilamente, pero si tiene usted el tiempo tasado, y una fila de jarrones artísticos o una galería de cuadros delante, por querer verlos todos, no ve ninguno. Son un peligro las bibliotecas copiosas y nutridas de curiosidades o novedades, y son mayor peligro las revistas. Vaya usted al Ateneo y vea a los traga-revistas: las devoran sin masticar. Mientras están leyendo un artículo están pensando en lo negativo del título de otro, y con frecuencia tienen debajo de la revista que leen la otra, la que trae el otro artículo, escondida allí para que no se la arrebaten. De leer libros se pasa a leer revistas, luego revistas de revistas, artículos bibliográficos, después índices y se acaba leyendo catálogos. El exceso de material ahoga. -Algo hay de eso, pero aquí. -Aquí tengo lo suficiente para mis necesidades espirituales y aun me sobra. Con lo poco que de mi peculio puedo distraer para comprarme libros -que por ser poco, muy poco, me obliga a seleccionarlos- con los que me regalan sus autores, los que me restan los amigos y los que adquieren las bibliotecas universitarias, tengo hasta sobrado. Todo consiste en elegirlos. Los que compran muchos libros los compran para coleccionarlos más que para leerlos, a lo sumo para consultarlos, y raro es el estudioso que tenga una regular biblioteca que la haya leído. -Pero ¿y las novedades.? -Soy poco amigo de las novedades literarias y las conozco mucho menos de lo que usted, y otros con usted suponen. Vale más rumiar y repensar las viejas verdades que engullirse las nuevas y no bien formadas[14] Vale más releer los clásicos -cada cual los suyos, los que le emocionaron y edificaron y elevaron el espíritu- que ojear las obras de todos los ingenios de última hora. A la relativa pobreza de libros de que disponían en ciertas épocas haya que atribuir acaso la madurez de las obras en ellas producidas. Los fuertes y robustos ingenios fueron de no mucha pero sí muy escogida lectura, y yo quiero imitarlos. Y de tal modo tiro a ello que se asombraría usted si le diese una lista de autores contemporáneos y modernos, tanto nacionales como extranjeros, de los más sonados y de los que no conozco ni una sola obra. Es frecuente que cuando a un muchacho que sacó el premio en historia universal se le pide que nos diga algo sobre la Revolución Francesa conteste diciendo: «no dimos eso; no llegamos hasta ahí; nos quedamos en la guerra de los treinta años» o algo por el estilo. Así un amigo mío, muy aficionado a la literatura dramática, preguntándole un día por uno de los dramaturgos franceses que hoy más priman contestó: no he llegado aún a él; estoy en Schiller. Coja usted los sucesos del siglo XVII y observará que su cultura es más armónica, más completa, más redonda que la nuestra, aunque, claro está, la de su tiempo. La nuestra es más fragmentaria y descosida. Hoy apenas hay una verdadera y sólida enciclopedia de los conocimientos humanos; sabemos muchas noticias sueltas, curiosidades, teorías, etc., pero la mayoría de los doctos carecen de[15] una visión de conjunto que sea algo armónica. Y a ello contribuye, aparte del desbarajuste filosófico que reina, el exceso de medios de información y la avidez de saberlo todo y satisfacer a una curiosidad omnilateral que nos llevan a devorar libros y revistas. Y aquí, en una ciudad como ésta, me es más fácil defenderme. -Pero ¿no teme usted que se le escape algo importante y grande, algo que varíe el rumbo del pensamiento humano? -Es casi imposible. De las cosas de verdadero bulto se entera uno aun sin quererlo. Vea usted cómo nos hemos enterado al punto de la revolución que el descubrimiento del radio empieza a traer a las ciencias físico-químicas. Las revistas son uti-lísimas y no mayor utilidad es la parte bibliográfica. Son catálogos razonados que nos permiten escoger nuestros libros de lectura, pero puede uno caer en leer los catálogos y no más que ellos. Vea usted por qué tengo miedo al exceso de medios de información y me encuentro muy bien con la selección que aquí se me impone.
Figura 1. Manuscrito del texto «Lectura sosegada» (folios 1 y 11). Fuente: Casa Museo Unamuno. Bibliografía citada Alberich Sotomayor, José. 1959. «La literatura inglesa bajo tres símbolos unamunianos: el hombre, la niebla y el humor». Bulletin of Hispanic Studies 36 (4): 210-218. Andrés Marcos, Luis. 2008. «El lector unamuniano como clave filosófica». En Miguel de Unamuno. Estudios sobre su obra, III, editado por Ana Chaguaceda Toledano, 89-97. Salamanca: Universidad. Basdekis, Demetrios. 1969. «Cervantes in Unamuno: Toward a Clarification». The Roma-nic Review LX, 3: 178-185. Bautista Naranjo, Esther. 2015. La recepción y reescritura del mito de don Quijote en Inglaterra (siglos XVII-XIX). Madrid: Dykinson. Canavaggio, Jean. 2006. ‘Don Quijote’, del libro al mito. Madrid: Espasa. Carrascosa Tinoco, Óscar, ed. 2011. Miguel de Unamuno, Cuentos Completos. Madrid: Páginas de Espuma. Cerezo Galán, Pedro. 1996. «La voluntad heroica». En Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, 311-371. Madrid: Trotta. Earle, Peter. 1960. Unamuno and English Literature. Nueva York: Hispanic Institute in The United States. Ferrater Mora, José. 1957. «España, el mundo hispánico, el quijotismo». En Unamuno: bosquejo de una filosofía, 83-97. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. García Blanco, Manuel. 1958. «Prólogo». En Obras Completas (Miguel de Unamuno), vol. IX, 9-41. Madrid: Afrodisio Aguado. González Vicén, Felipe. 1943. «La figura de don Quijote y el donquijotismo en el pensamiento de Unamuno». Romanische Forschungen 57: 192-227. Hanlon, Aaron R. 2019. A World of Disorderly Notions: Quixote and the Logic of Excep-tionalism. Charlottesville: University of Virginia Press. Iglesias Ortega, Luis. 1990. El quijotismo de Unamuno entre la filosofía y el mito. Madrid: Universidad Complutense de Madrid. Levin, Harry. 1970. «The Quixotic Principle: Cervantes and Other Novelists». En The Interpretation of Narrative, editado por Morton W. Bloomfield, 45-66. Cambridge: Harvard University Press. Longhurst, Carlos A. 2009. «La tradición hermenéutica en la narrativa unamuniana». En Miguel de Unamuno. Estudios sobre su obra, IV, editado por Ana Chaguaceda Toledano, 349-361. Salamanca: Universidad.
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Watt, Ian. 1996. Myths of Modern Individualism: ‘Faust’, ‘Don Quixote’, ‘Don Juan’, ‘Robinson Crusoe’. Cambridge: Cambridge University Press. https://doi.org/10.3989/anacervantinos.2023.012 Notas: [1] En el tomo IX de las Obras Completas editadas por Afrodisio Aguado (1958), García Blanco reúne bajo el título de Monodiálogos artículos publicados en El Nervión de Bilbao (1892), El Imparcial de Madrid (1900-1917), La Ilustración Española e Iberoamericana de Madrid (1902-1904), Los Lunes de “El Imparcial ” de Madrid (1906-1916), La Noche de Madrid (1911), Mundo Gráfico de Madrid (1912), La Nación de Buenos Aires (1913-1922), Nuevo Mundo de Madrid (1914-1924), El Día Gráfico de Barcelona (1915), La Esfera de Madrid (1916), La Publicidad de Barcelona (1916), El Sol de Madrid (1917-1932), La Lucha de Barcelona (1918), El Mercantil Valenciano de Valencia (1920), Caras y Caretas de Buenos Aires (1920-1924), El Liberal de Madrid (1920), Ahora de Madrid (1932-1936). En la edición de las Obras Completas que publica la editorial Escelicer en 1966-1971, García Blanco incluye en el tomo V 81 monodiálogos -falta «Nuevas contemplaciones» (1935)-. [2] En 1972 la colección Austral de la editorial Espasa-Calpe publica estos textos, también con el título de Monodiálogos, aunque no está la lista completa ofrecida por García Blanco, sino solo los artículos publicados desde febrero de 1915 hasta marzo de 1936. No se conoce ninguna explicación para dicha selección. [3] Solo dos de ellos fueron publicados antes de 1902: «Elecciones y convicciones (diálogo diva-gatorio)», publicado en el suplemento literario de El Nervión de Bilbao, el 3 de julio de 1892, y «De la vocación (diálogo)», publicado en La Ilustración Española y Americana de Madrid, el 30 de noviembre de 1900. [4] La Casa Museo Unamuno contiene en su archivo un manuscrito de «El reposo es silencio», título de otro de los artículos de Monodiálogos. Se trata de un folio con fecha del 31 de mayo de 1922, donde están expuestas una serie de ideas que Unamuno usó para ese artículo, es decir, que es el boceto del artículo que publicaría un mes después en el diario Nuevo Mundo de Madrid, pero no se trata del manuscrito íntegro. [5] La relación de Unamuno con el Quijote ha sido abordada por casi todos los que han emprendido estudios sobre su pensamiento, por ejemplo, González Vicén (1943), Serrano Poncela (1953), Ferrater Mora (1957), Schürr (1958), Basdekis (1969), Cerezo Galán (1996), o Vauthier (1999). No ahondaremos aquí en la amplia bibliografía existente sobre el tema, pues nuestro interés es destacar la relación del texto inédito con un rasgo recurrente del mito quijotesco, el de la lectura obsesiva. [6] La autora toma el término «mitologema» de Jung y Kerényi, porque, según sus palabras, «la palabra “mito” era demasiado equívoca, confusa y vaga para sus propósitos. En cambio, la palabra “mitologema” es la palabra griega que mejor designa aquellos relatos que, aun siendo ya bien conocidos, todavía son susceptibles de reformulación» (Varela Olea 2003, 12-13). [7] Las ideas sobre el Quijote presentes en En torno al casticismo reaparecen posteriormente en Vida de Don Quijote y Sancho (1905); sin embargo, la situación de España ya no es la misma y ahora Unamuno aboga por la acción del personaje en busca de nombre y fama, debate que se hace público también en la correspondencia que Unamuno mantuvo con Ángel Ganivet y que se encuentra recogida en El porvenir de España (1912). Dicho cambio de ideas comienza a vislumbrarse ya en las «Glosas al Quijote», publicadas en Los Lunes de El Imparcial, en diciembre de 1902 y enero de 1903. [8] Aparte de los ensayos, artículos y cartas de Unamuno, el estudio de Varela Olea (2003) menciona la presencia del mito quijotesco en esta novela histórica unamuniana, en la que el protagonista crece leyendo abusivamente relatos épicos que conforman su carácter y sueña con batallas legendarias que no reflejan la realidad que luego debe enfrentar en la guerra. [9] Sin pretender entrar en debates que desviarían la intención de este estudio, debemos aclarar que, para José Manuel Losada, hablar del mito de don Quijote es «cometer un contrasentido», pues, para él, toda la estructuración del libro «revela una intención netamente desmitificadora» (2017, 30). Así, advierte del peligro de confundir mito con tema, arquetipo, prototipo, esquema, personaje, símbolo, recepción; y acusa de caer en la «tentación mitológica» a varios críticos de los aquí mencionados, como Varela Olea, Canavaggio, Bautista Naranjo, y también a Daniel-Henri Pageaux, quien relaciona el contenido mítico de la obra con el esquema narrativo de los episodios y con el mundo imaginario del personaje (Losada Goya 2017, 17). [10] La variante del erudito o pedante quijotesco es estudiada por Pardo (2004) también en «Sa-tire on Learning and the Type of the Pedant in Eighteenth-Century Literature», en donde desarrolla los rasgos de esta variante y analiza su transformación en diferentes obras del siglo XVIII. [11] Es así como Madame Bovary (1857), la obra de Flaubert que más se ha relacionado con el Quijote, es una expresión de una variante quijotesca, la del quijote femenino decimonónico, a tal punto que se ha definido como ‘Bovarismo’ al autoengaño incitado por la literatura, es decir, a la contraparte femenina del quijotismo (Levin 1970, 63). Unamuno conoce bien la obra de Flaubert, que lee a través de la lupa cervantina. Por ello, la relación última que establecemos es con el personaje de Cervantes y no con otros lectores voraces de la literatura que son descendientes suyos. [12] Bautista Naranjo (2015) utiliza el término “mitema”, mientras que Pardo (2019) emplea “núcleo semántico” o “tema”. Aquí, por no poder ahondar en una clarificación teórica, preferimos hablar de aspecto, rasgo o componente del mito. [13] En Unamuno and English Literature (1960), Peter Earle sostiene que Unamuno admiraba el género confesional de la literatura inglesa, estaba familiarizado con las cartas de Stevenson, Cowper, Oliver Cromwell (editadas por Carlyle) y Thomas Gray, así como con la biografía de Trelawny sobre Shelley y Byron, que está en su biblioteca marcada por el mismo Unamuno. José Alberich Sotomayor sugiere que la inclinación de Unamuno a la literatura confesional pudo haber sido inspirada por las letras inglesas, más que por los ensayos de Montaigne y las Confesiones de Rousseau. «Hay un hecho, además, que quizás venga a reforzar la suposición de que nuestro escritor siguió más de cerca la pauta inglesa que el modelo de los grandes «interiorizadores» centroeuropeos, y es que Unamuno abandonó pronto el monólogo de su diario íntimo por el diálogo de sus ensayos y cartas, de toda su obra, en realidad, a la que él llamaba su “diario extimo”» (Alberich Sotomayor 1959, 212). [14].En el original, «formados». [15] En el original, «que». |
ensayo de María Paula Cantero
Universidad de Salamanca
paulacantero@usal.es / ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-2428-2220
Publicado, originalmente, en:
Anales cervantinos VOL. LV, PP. 293-306, 2023, ISSN: 0569-9878, e-ISSN:
1988-8325
Anales cervantinos es una revista publicada por el CSIC, editada en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del CCHS,
Link del texto: https://analescervantinos.revistas.csic.es/index.php/analescervantinos/article/view/551 / https://doi.org/10.3989/anacervantinos.2023.012
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