OBRA
TEATRAL |
Fuxir (Huir) Las causas de la emigración gallega por Héctor Victorio Bugallo Rodríguez |
ESCRITA
ENTRE LOS AÑOS 2008/2009 CONTIENE:
Una página…………….......…….. “Tapa” Una página.………………......…. “Prólogo”
Una página…………………........
“Detalles”
Veintisiete
páginas..……........ “Texto”
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I R -Huir- Las causas de la emigración gallega
PRÓLOGO Todavía están presentes en mi memoria, aquellas imágenes de mi infancia, vivida en una pequeñísima aldea gallega de la provincia de Pontevedra. Nací un año antes del comienzo de la cruel, ilógica e inconcebible guerra civil española. Todavía tengo presente, cuando apenas tenía cerca de tres años, ver llegar a nuestra casa a tres miembros de la guardia civil, en busca de mi padre, de nacionalidad argentina, casado con una gallega y por lógica con un hijo, para detenerlo y enviarlo al frente de batalla. Ante la falta de combatientes y el comienzo de grandes cambios, la fuerza militar falangista ya comenzaba a mostrar sus futuras intenciones de prepotencia, abuso y autoritarismo. Ya no respetaban a los hombres casados, al sostén de familia, ni a los nacidos en otras latitudes, como así tampoco a los que no tenían la edad suficiente. No entendieron razones, no comprendieron la importancia de un padre al lado de su hijo, no les importó que fuera de otra nacionalidad. Ante el reclamo de mi madre (embarazada) de que dejaran sin efecto dicha orden, la respuesta fue tajante y brutal. — Si vive, come y caga en España, ¡tiene que ir al frente de batalla! Solamente les importaba tener más hombres que pudieran disparar. Solamente les importaba el comenzar a demostrar lo que posteriormente vendría. Hace aproximadamente dos años, comencé a escribir exclusivamente sobre vivencias, o recuerdos de acontecimientos de mi vida, relacionados con el lugar de nacimiento o con mi condición de emigrante. Ante las distinciones recibidas y por sugerencia de un amigo, que me insinuó el tratar de convertir uno de mis escritos, en hipotética obra teatral, comencé a escribirla. Empecé a describir aquellos años de mi infancia. Aquí, está presente mi inconsciencia, mi atrevimiento y posiblemente mi total falta de respeto hacia los literatos y la literatura. Traté de transcribir un panorama real de aquella época, tomando como base hechos que sucedieron en mi aldea. Los personajes centrales, Cándida y Manuel eran mis abuelos. Lo relatado es algo que sucedió entre los años 1936 y 1946, en aquella aldea de Pontevedra, de no más de veinte casas. En las escenas solamente marco los gestos trascendentales, los hechos importantes y la entrada y salida de los personajes. No se debería bajar el toldo en la finalización de cada escena/cuadro. Dejo a criterio de “quien corresponda o loco aquel”, el dar vida a los personajes, su interpretación, su tono de voz, los gestos y hasta los movimientos, siempre que no modifique el texto. (se pueden modificar solamente los vocablos en gallego si se considerara imprescindible.) ¡Quien corresponda o loco aquel! Esta es la ilusión que tiene quien esto escribió, que piensa que alguien, alguna vez, leerá este intento de obra teatral, o en un acto de inconsciencia lo presentara en un escenario. VESTIMENTA
Los
hombres: Zapatos de cuero o pequeñas
botas, con suela de goma, cuero o de madera, para trabajar
en el campo. Zapatos clásicos, preferentemente
negros para las salidas o hechos
sociales. El pantalón, de tela gruesa
y oscura, metiendo la botamanga dentro
de la bota al ir al campo. La
camisa por lo general de
color blanco con
mangas largas. Usaban un chaleco también de
tela oscura, con botones.
En algunos casos la tela tenía
una pequeña
fantasía. El saco (chaqueta) de estilo clásico. Se usaba un camperón de tela. El
sombrero de ala corta,
siendo de juncos
para el campo y de pana para las
reuniones sociales. La boina
se usaba en ambas circunstancias. La faja de pana
negra en la cintura era muy común. Las mujeres: La pollera (saya) o el vestido eran largos, con algo de vuelo y de colores comúnmente oscuros. Blusa o camisa blanca, que se cubría con un manto. Usaban casi permanentemente un pañuelo negro a la cabeza, en señal de duelo de algún familiar, que como era prolongado, casi siempre se encadenaba con el de otro fallecido. Los zapatos de estilos clásicos de tacos cortos. Para ir a trabajar al campo usaban preferentemente zuecos de cuero con suela de madera. Los días festivos o acontecimientos sociales, la vestimenta de las mujeres cambiaba notoriamente, siendo mucho más colorida. Los hombres se ponían una faja de color y chalecos mucho más claros y alegres. Lugar y fechas: Los acontecimientos de este relato sucedieron en una pequeña aldea llamada ……….., perteneciente a la parroquia de ………, del Ayuntamiento de …………… de la provincia de Pontevedra. Galicia. España. 1” cuadro: mayo de 1936 2” cuadro: julio de 1936 3” cuadro: diciembre de 1937 4” cuadro: diciembre de 1945 5” cuadro: enero de 1946
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I R -Huir- Las causas de la emigración gallega
ESCENARIO El total del escenario es una pequeña sala de cocina/comedor. La pared del fondo tiene a un costado (o al medio) una puerta dividida en mitades, la de abajo siempre cerrada y la de arriba siempre abierta. También en esa pared esta la “lareira”[1], -mesada de piedra- donde se hace el fuego, con algunos utensilios de cocina. Hay otros colgados en la pared. Las paredes laterales tienen una puerta cada una, que hipotéticamente dan a los dormitorios. Un pequeño farol de noche y un perchero para colgar ropa y los sombreros. En el centro de la sala hay una mesa casi cuadrada, con cuatro bancos para dos personas cada uno. Cuelgan de ganchos en la pared: una imagen de la Virgen del Carmen y un reloj de pared grande. PRIMER CUADRO O ESCENA
Antes de levantarse el telón se escucha suavemente música de gaitas. Total penumbra. Por una puerta lateral entra un joven de veinte años, Eligio. Camina
casi sin hacer ruido. Trae una escopeta y canana con cartuchos, que deja sobre la mesa suavemente. Enciende
el farol de noche y se sirve en un tazón lo último que queda de leche y la bebe. Recoge la escopeta y la canana y sale por la puerta del fondo. Se va aclarando paulatinamente el ambiente. Por la otra puerta lateral entra un hombre mayor, Manuel. Apaga el farol y se fija si en el recipiente queda leche. Sale con él por la puerta del fondo. Inmediatamente, por la misma puerta lateral, entra una mujer mayor, Cándida, lo hace cantado y yendo hacia la mesada para recoger cosas y colocarlas sobre la mesa. Pone en ella cuatro tazones y un gran pan.
Para
vir a xunta min
Para
vir a xunta min
Vai
lavar a cara
Vai
lavar a cara
Jalupín
Eu queriame
casare
Miña
nai dime que e cedo
Eu
queriame casare
Miña nai dime que e cedo Ela como está casada Non sabe as ganas que teño
Entra Manuel y se corta la música. Manuel: — Aquí está la leche de cabra recién ordeñada. Coloca el recipiente en la mesada y se va a sentar en el banco de la cabecera. Cándida: — Cuando compramos la cabra, yo estaba embarazada de nuestro primer hijo. Manuel: — En aquel momento fue una muy buena adquisición. Ésta que tenemos ahora debe ser una nieta de aquella primera cabra. Cándida: — Pensar que con leche como ésta, se criaron nuestros hijos. Manuel: — No solamente nuestros hijos. También la tomaron algunos hijos de nuestros vecinos. Cándida se sienta, sirviendo la leche en los tazones. Colocan en los tazones pequeñas porciones de pan. Cándida: — Estas cabras, fueron nodrizas de muchos niños de la aldea. Manuel: — También hay mayores que la siguen tomando. Eligio no puede pasar sin su tazón de leche por la mañana. Cándida: — Hablando de Eligio. ¿Todavía no se levantó? Manuel: — ¡Claro que se levantó! Cándida: — No escuché nada. Manuel: — Estabas dormida. El disfrute de anoche te dejo cansada. Cándida: — Es comprensible, ya no tengo veinte años. Creo que ya no estoy para esos trotes. Manuel: — Vamos mujer, todavía tenemos cuerda para rato, ni siquiera llegamos a los cincuenta. Cándida: — Bueno, esta vez me tocó dormirme a mí. ¿Te acuerdas que siempre eras tú el que se dormía? Manuel: — ¡Sí que me acuerdo! ¡Qué brava que eras! ¡Qué bien que “facias o xeito”[2]! ¡Los follones duraban una eternidad, como para no quedarme dormido. Siempre terminaba como muerto. Cándida: — ¿No puedes hablar de otra cosa? Parece que estuvieras compitiendo. Manuel: — No te enojes, a ti también te gustaba competir. Acuérdate que en ocho años tuvimos cuatro hijos. Cándida: — No estoy enojada. Me molesta este tema de conversación. Manuel: — Vamos mujer, hoy es domingo, el día está espléndido. Hasta soy capaz de acompañarte a la misa. Cándida: — ¡Promesas, promesas! Yo siempre voy sola a la misa. Manuel: — Tú sabes que el campo y los animales no pueden esperar el mañana. Cándida: — Lo mismo me dijiste el domingo pasado. ¡Te pregunté por Eligio! Manuel: — Hace como una hora que se fue a cazar. Cándida: — Le encanta ir de caza. Siempre trae algún conejo. Se escucha un tiro. Cándida: — ¿Escuchaste ese tiro? Hoy comemos guiso de conejo con “patacas”.[3] Manuel: — Está bien que vaya a cazar. Lo que no entiendo es para qué quiere tener tres escopetas. Cándida: — Me dijo que está practicando tiro, así las va rotando. Manuel: — Con razón gasta tantos cartuchos. Cándida: — Quiere aprender a tirar. Quiere ser un buen tirador. Es para cuando se presente al servicio militar. Acuérdate que le corresponde el año próximo. Manuel: — ¡Justo, tocaste el punto! ¿Me quieres decir para que coño los militares tienen a los jóvenes tres años haciendo la milicia? Cándida: — ¡Será para que se hagan hombres! Manuel: — ¡Qué hombres ni qué hombres! ¡Mis hijos son hombres desde que los pariste! Estos militares son unos cabrones, deben traerse algo en entre manos. Cándida: — ¡Siempre en contra de los militares! A Manuel le agarra un ataque de tos. Se levanta y comienza a caminar por la sala. Manuel: — Tengo mis motivos. Por culpa de ellos, nuestro hijo mayor se tuvo que ir a América y Anselmo ya lleva dos años en el ejército. El mes pasado lo enviaron a Marruecos, y cuando lo den de baja, tiene que ingresar Eligio. Cándida: — A todos los jóvenes les toca el servicio militar. Manuel: — Tú sabes bien que eso no es cierto. Los hijos de los gobernantes, de los adinerados, de todos aquellos relacionados con la monarquía y la política, ésos, no hacen el servicio militar. ¡A ésos nunca los verás vestidos de soldado raso! Cándida: — ¡Yo no me refería a ésos! Me refería a los hijos de los campesinos, a los hijos de los pobres. Manuel: — No hay derecho para que sea así. Cuando los republicanos subieron al poder, yo pensé que cambiarían este privilegio. Ellos en la campaña política prometieron igualdad. Cándida: — Todos prometen muchas cosas, total, después no cumplen ninguna. Manuel: — ¡Pero la ley dice que todos somos iguales! Todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Cándida: — Eres un ingenuo. ¿Cuándo te darás cuenta que nosotros siempre tendremos todas las obligaciones? Manuel se sienta y empieza a armar un cigarrillo. Cándida: — Hablando de darte cuenta. ¿Cuándo dejarás ese maldito pitillo? Cada día que pasa toses más. Manuel: — El pitillo es para mí como un pasatiempo. Cándida: — ¡Claro, la tos que tienes también es un pasatiempo! Manuel: — Es un catarro pasajero. Con un tazón de leche caliente y una copita de aguardiente, en una semana se me va. Cándida: — Lo de pasajero ya lleva varios meses. Y el tazón siempre lo tomas con mucho aguardiente y un poquito de leche. ¿Por qué no consultas al médico? Manuel: — ¡Ni borracho! A todos los que fueron a visitarlo, siempre les encontró alguna enfermedad. Cándida: — Si les encontró alguna enfermedad es porque estaban enfermos. Manuel: — Mira lo que le pasó a doña Erminda. Estaba bárbara, fue al médico y se murió a los treinta días. Cándida: — Se murió de vieja, tenía como setenta años. Manuel: — ¡Sí, es cierto! Pero mientras no visitó al médico, no se murió. Entra Eligio, acalorado, con cara de preocupado. Manuel: — ¡Eh! ¿Qué te pasó? ¿Por qué volviste tan pronto? Eligio deja la escopeta y la canana de mala manera a un costado. Eligio: — ¡No me pasó nada! Cándida: — ¿Cómo que no te pasó nada? Entonces ¿por qué estás traspirando? Cándida levantándose. Cándida: — Mira el aspecto que tienes. Eligio: — ¡No me pasó nada, madre! Manuel: — ¡Bueno, está bien! Siéntate y nos cuentas. Eligio se sienta, agarrándose la cabeza. Manuel: — ¿Por qué estás tan nervioso? Eligio: — Tuve un problema, padre. Cándida casi gritando. Cándida: — ¿Qué te pasó, hijo? ¿Por Dios, qué te pasó? Manuel: — ¡Bueno, no des tantas vueltas, y cuéntanos qué problema tuviste! Eligio: — Iba hacia el monte a cazar… Entra Serafín, con cara de sueño, enojado y a medio vestir. Serafín: — ¿Qué pasa que gritan tanto? En esta casa ya no se puede dormir. Manuel: — Tu hermano tuvo un problema. Serafín: — Él está siempre lleno de problemas. Manuel: — Mejor no opines, y deja que nos explique. Eligio: — Estaba bastante oscuro y había mucha neblina. Cuando pasé por nuestra finca “do Porriño”[4], sentí un ruido extraño: Vi como movimientos entre las plantas de pimientos. Me acerqué despacito pensando que era algún animal. Tenía la escopeta preparada por cualquier cosa. ¡Era un hombre! Manuel: — Eso no es un problema. Hay muchos ladronzuelos en la comarca, hay mucha necesidad. Con decirle que se fuera ya estaba. Eligio: — Así fue padre. Le grité: ¿qué haces ahí? ¡Nos estás robando! Pensé que escaparía, pero de pronto, gritando como un marrano y blandiendo la pequeña hoz con que cortaba los pimientos, se me vino encima. Fue todo muy rápido. Me asusté. Apreté el gatillo y disparé. Serafín: — Eres un loco, ¡cómo le vas a disparar a un hombre! Manuel: — ¡Cállate! Deja hablar a tu hermano. Cándida: — ¡Pero hijo! ¿Cómo pudiste hacer eso? Eligio: — Sucedió todo en un instante. No tuve la intención de dispararle. Serafín: — ¡Pero le disparaste! Eligio: — Lo ví detenerse, tambalearse. Se cayó muy cerca de mí. ¡Estaba sangrando! Serafín: — ¡Lo mataste! Eres un idiota, eres un gilipollas. Manuel, levantándose del banco y amagándole pegar a Serafín. Manuel: — ¡Si no te callas, te pego una hostia! Serafín haciendo gestos se retira a su habitación. Manuel: — ¿Quién era? Eligio: — ¡No sé! Tuve miedo. Estaba asustado. Salí corriendo. Eligio se pone a llorar. Eligio: — ¿Qué hago padre? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? Manuel: — Hijo, tranquilízate, te defendiste. Lo hecho, hecho está. Cándida: — ¿Cómo dices eso? Dios lo va a castigar. Manuel: — ¡Pero mujer, deja a Dios tranquilo! Fue en defensa propia y además, nos edstaba robando. La justicia lo amparará. Cándida: — ¿Y la justicia divina? Ésa le pedirá explicaciones. Manuel: — Esa justicia va a tardar mucho tiempo, tanto que, para cuando llegue ya habrá caducado la pena. Manuel se levanta del banco y se pone la boina. Manuel: —¿Dónde está Serafín? Serafín entrando de su habitación. Serafín: — ¡Estoy aquí! Manuel: — Acompaña a tu hermano hasta la Guardia Civil, para que explique lo que le pasó. Yo voy a ver al cura. Se retira Manuel por la puerta del fondo. Serafín: — ¡Eres un estúpido, mira en lo que nos metiste! ¿Qué dirá la gente? Eligio: — Preocúpate por lo que dice la gente de ti. Serafín: — ¿De mí? ¡No tienen nada que decir! Eligio: — ¿Y esas reuniones a las que concurres en la casa del cura? Serafín: — Son reuniones de la feligresía. Eligio: — ¡A mí no me vas a engañar! Son reuniones políticas. ¿Para qué se reúnen? ¿Qué pretenden? Serafín: — Son para salvar a la Nación. Eligio: — La Nación no está en peligro. Este es un gobierno democrático. Serafín: — ¿De qué democracia me hablas? Son una bolsa de gatos. Estos izquierdistas solamente piensan en cambiar todo. Eligio: — Se cambia lo necesario. Hay confrontación de ideas. Se presentan ideas de avanzada. Serafín: — ¡No me hagas reír! Vuestra idea de avanzada es decir que van de caza, cuando en realidad van a practicar tiro. Ustedes, los llamados revolucionarios no tienen ni la más puta idea, de cómo se debe gobernar. Eligio: — Lo que hacemos es para defender al pueblo, darle dignidad a los trabajadores y para que la comunidad tenga bienestar. Interviene Cándida, azorada por lo que había escuchado. Cándida: — ¡Déjense de pelear! Serafín acompaña a tu hermano. ¡Haz lo que dijo tu padre! Al regreso nos tendrán que explicar lo que están haciendo. Los jóvenes se retiran por la puerta del fondo. Cándida: —¡Virgen mía! ¿Qué va a ser de mi familia? A estos políticos que manipulan a los jóvenes, poco les importa la familia. Les interesa solamente su ideología. ¡Ayúdanos virgencita! Inmediatamente se va para su habitación. Entra Manuel con el cura y se quedan los dos de pie.. Manuel: — ¡Pase señor cura! El cura: — Bueno Manuel, a ver, cuéntame lo que pasó. Manuel: — ¡Padre! ¡Mi hijo mató a un hombre! El cura: — Por Dios. ¡Ave María Purísima! ¿Cómo que mató a un hombre? Manuel: — Iba a cazar y vio que alguien nos estaba robando. Lo quiso echar, pero el hombre lo amenazó con la hoz. Se asustó y le disparó. El cura: —Ya no les importa robar, tampoco les importa respetar los Diez Mandamientos. No hacen más que cometer pecados. Manuel: — ¡Padre! Por favor, deje el sermón para la misa. Mi hijo tiene un problema muy delicado. Necesitamos su ayuda. El cura: — Cuando hay un problema, siempre recurren a la iglesia, van corriendo a ver al cura. Pero para ir a misa nunca tienen tiempo. Manuel: — Mire señor cura, yo no voy a misa porque tengo una familia que mantener. Además algunas veces a usted le ha tocado algo. En esta casa siempre hubo una gallina, algún chanchito. ¡Ni hablar de los huevos y las verduras que muchas veces se ha llevado! El cura se sienta. El cura: — ¡Sí, es cierto! Tu familia colabora con la iglesia, pero no estaría mal que alguna vez vayas a misa. Manuel: — Usted sabe que voy siempre que hay un casamiento o un bautismo de la familia. El cura: — ¡Eso no es suficiente! Algunas veces hay que comulgar. Hay que confesarse y comulgar. Manuel: —Yo me confieso conmigo. No tengo por qué comentarle nada a nadie. El cura: —¡Yo soy el representante de Cristo! Manuel: — ¡Usted es un hombre igual que yo! El cura: — Siempre tan poco creyente. Dime, ¿Quién era el ladrón? Manuel también se sienta. Manuel: — No se fijó. El cura: — ¿Y dónde está tu hijo ahora? Manuel: — Fue al cuartel de la Guardia Civil, a explicar lo que le pasó. El cura: — Bueno, tranquilízate. Dentro de dos horas voy a dar la misa y después iré hasta el cuartel de la Guardia Civil. Manuel: — Recuerde que fue en defensa propia. El cura: — ¡Sí hombre, lo tendré presente! Cuando venga tu hijo, llévalo a misa para que se confiese. Los dos se levantan y Manuel acompaña al cura que se retira por la puerta del fondo. Cándida: — ¿Qué te dijo el señor cura? Manuel: — Me dijo que irá hasta la Guardia Civil. Cándida: — No sé para qué recurres a este cura. No me parece una buena persona. Manuel: — Tú sabes que ellos tienen buena relación con el gobierno. Cándida: — ¿Con cuál gobierno? Manuel: — Con el republicano, ¿con cuál va a ser? Cándida: — ¿Qué más te dijo? Manuel: — Que cuando venga Eligio, lo lleve para confesarse. Cándida: — ¿Cómo para confesarse? Manuel: — ¡Sí, para que se confiese! ¿Qué tiene eso de malo? Cándida: — Viniendo
de este cura, cualquier cosa que haga o que pida, no tiene buenas Manuel: — Ahora que lo dices, me parece que entendió mal. Eligio no cometió ningún pecado. Solamente se defendió. Entran Serafín y un oficial de la Guardia Civil. Serafín: — Adelante, pase señor oficial. G. Civil: — ¡Buenos días! Con vuestro permiso. Serafín: — Padre, el señor oficial quiere hablar con ustedes. Cándida: — ¿Dónde está Eligio? ¿Por qué no volvió? G. Civil:
— El joven Eligio Rodríguez, quedó detenido por intento de
asesinato.
Notas:
[1]
“lareira”: Mesada de piedra donde se hace fuego.
SEGUNDO CUADRO O ESCENA
Mismo escenario que el
primer cuadro/escena. Manuel y Cándida están sentados a la mesa, tomando el desayuno. Manuel: — Hace ya noventa días que Eligio está detenido. Cándida: — No hace falta que me lo recuerdes, no solamente cuento los días sino también las horas. ¿Cómo estará? Manuel: — ¡Amargado! ¿Cómo quieres que esté? No puede concebir lo que le está pasando. No comprende por qué no aceptan lo que declaró. Cándida: — ¡Lo tratan como a un criminal! Si no mató a nadie, solamente lo hirió. ¡Nos estaba robando! Manuel: — Eso es lo que le quiero decir al Juez de Paz. Cándida: — ¿Y por qué no se lo dices? Manuel: — Las veces que fui a visitarlo nunca me quiso atender. Siempre me contestan que no está, o que está ocupado. Tengo la sensación que están influyendo las relaciones y el poder de Don Xoaquín. Cándida: — Todavía no comprendo por qué mintió. Manuel: — ¡Yo, sí que lo entiendo! Es de una casta soberbia, sin principios, sin moral. Quieren seguir viviendo con las prerrogativas del tiempo de la monarquía y ahora gobierna el partido republicano. Cándida: — No entiendo de política, ni veo las diferencias entre unos y otros. Siempre los ví a todos aferrados a puestos gubernamentales. Manuel: — Eso es lo que momentáneamente no tienen, pero no te extrañes que en cualquier momento inventarán algún cargo para favorecerlos. Cándida: — ¡A mí eso no me importa! ¡Quiero saber por qué mintió y por qué nos estaba robando! Manuel: — Ahora tienen que vivir con lo que le pagan los campesinos por el arriendo de sus fincas. Cándida: — ¿Qué? ¿Los campesinos no les pagan? Manuel: — ¡Sí que les pagan! Pero con la sequía, las heladas tempraneras y el granizo, se perdieron las últimas cosechas. Cándida: — Comprendo, siempre fueron con un porcentaje de lo cosechado y estos años les salió el tiro por la culata. Manuel: — En realidad siempre robaron. Antes en el gobierno y ahora como no están en el poder, nos quieren robar a nosotros. ¡Son todos unos ladrones! Cándida: — No generalices. Manuel: — No quisiera generalizar, pero ¿eres capaz de nombrarme quién de ellos, alguna vez favoreció al campesino, o a los pobres? Cándida: — Ya no me interesa saber qué hacen los políticos, me interesa saber quién defenderá a mi hijo. Manuel: — Nuestra posición económica no nos permite contratar a un abogado. Cándida: — ¿Y si le pedimos a Arturo que nos ayude? Manuel: — No quiero que Arturo se preocupe por nosotros y además aunque nos ayudara, el dinero tardaría más de noventa días en llegar desde Buenos Aires. Cándida: — Y entonces, ¿quién defenderá a nuestro hijo? Manuel: — El estado puso un abogado de oficio, pero como anda en política, poco le importa a quién tiene que defender, total el sueldo lo cobra igual. Cándida: — ¿Lo fuiste a ver? Manuel: — ¡Seguro! Como seis veces. Nunca lo pude encontrar en su oficina. Está en reuniones políticas permanentemente. En las próximas elecciones se va a presentar para alcalde. Cándida: — ¿Hablaste con el cura? Manuel: — Casi todos los días. Algunas veces me dice que tenga paciencia. Otras veces que pronto va a tener novedades. Cándida: — Yo, a este cura no le creo nada. Manuel: — Él es el representante de Dios en la tierra. Tú que eres cristiana deberías tenerle más confianza. Cándida: — ¡Si, soy cristiana! pero a este cura no le tengo ninguna. Manuel: — Vaya, nunca te escuché hablar de esa manera. Cándida: — Estoy enterada que anda en cosas no claras. Manuel: — Todos sabemos de las reuniones con los jóvenes, pero él dice que pregona el catequismo. Hasta ahora con esas reuniones, no perjudica a nadie. Cándida: — Yo tengo mis dudas. Cuando haya algún problema ya será demasiado tarde. Los campesinos siempre seremos los últimos en enterarnos. Manuel: — Espero que te equivoques, nosotros solamente queremos vivir tranquilos. Queremos trabajar en paz. Manuel va hacia la puerta y mira hacia afuera. Manuel: — El día tiene pinta como para llover, pero hay que levantar “as patacas”.[4] Manuel se pone el sombrero de paja. Manuel: — Mientras pongo las vacas al carro, despiértalo a Serafín, voy a la finca de arriba. Cándida lo llama a Serafín, mientras está acomodando algunas cosas. Serafín: — ¡Buen día madre! Cándida: — ¡Buen día hijo! Apúrate que tu padre te está esperando en la finca de arriba. Serafín se sirve un tazón de leche y se sienta. Serafín: — Madre. ¿Qué es lo que “meu pai”[5] habla con el cura? Cándida: — Creemos que nos puede ayudar con el problema de tu hermano. Serafín: — Me parece que se están equivocando. Cándida: — ¿Por qué? Serafín:
— El gobierno que tenemos es de
tendencia comunista. No le tiene mucha simpatía a los curas. Cándida: — Yo tampoco le tengo mucha simpatía a este cura, pero es el único que nos puede ayudar. A tu padre, el Juez de Paz nunca lo recibió y el abogado que puso el gobierno siempre está en reuniones políticas. Tú sabes que nosotros no tenemos posibilidades económicas de contratar a un abogado. Serafín: — La comprendo madre, pero basta que un cura solicite ayuda para alguien, para que las autoridades hagan todo lo contrario. Cándida: — Pero Don Xoaquín no tiene afinidad con este gobierno. Serafín: — Están nuevamente equivocados. Todo es en apariencia. Acuérdate que entre bueyes no hay cornadas. Cándida: — Entonces ¿quién nos defiende? Ya no podemos creerle a nadie. Cándida comienza a llorar y se va para su habitación. El cura:
— ¿Hay alguien en casa? Serafín: — ¡Adelante! El cura: — ¡Buen día Serafín! Serafín: — ¡Buen día padre! ¿Cómo está usted? ¿Quiere tomar algo? El cura: — Y, ¡no me vendría nada mal! Serafín: — ¿Un tazón de leche o una copita? El cura: — Mejor una copita. Tu padre hace un aguardiente único. La última botella que me regaló la terminé hace unos días. Serafín: — ¿Y le viene a pedir otra? El cura: — Vengo a hablar con él de otra cosa, pero no es una mala idea pedirle otra botella. El cura comienza a tomar de a sorbitos el aguardiente. Serafín: — Está en la finca de arriba, si quiere vaya a verlo. El cura: — No lo voy a molestar mientras está trabajando, pasaré en otro momento. Serafín: — Como usted quiera. El cura: — Aprovechando que te encuentro, el domingo después de misa hay una reunión. Serafín: —¡Justo este domingo! Quería ir a ver al Celta de Vigo, que juega de local un partido amistoso. El cura: — Olvídate del partido, hay novedades y muy importantes. Serafín: — ¿Referentes a mi hermano? El cura: — ¡Dije, novedades muy importantes! Serafín: — Está bien, voy a ir. Pero ¿qué novedades tiene de mi hermano? El cura: — Está complicado. Hay problemas entre el ejército y el gobierno. Serafín: — Eso ya lo sabíamos. Se comentó en la última reunión. El cura: — Pero lo que no sabes es que desde ayer, un general del ejército tomó el comando de la Guardia Civil. Serafín: — ¿Y eso qué tiene que ver con mi hermano? El cura: — No te hagas el desentendido. ¿Acaso no sabes que Eligio tiene ideas izquierdistas? Tiene simpatía con este gobierno comunista. Serafín: — No me mezcle las cosas: Mi hermano podrá tener simpatía con quien quiera, pero por eso no tienen que tenerlo preso. Él no mató a nadie. El cura: — Pero le disparó a Don Xoaquín. A partir de aquí Serafín va levantando la voz. Serafín: — ¡Nos estaba robando! El cura: — Don Xoaquín dijo que fue tu hermano el que quiso robarle lo que había cazado. Serafín casi gritando. Serafín: — ¡Don Xoaquín mintió! El cura: — Él es un buen católico practicante. Colabora siempre con la iglesia. Serafín gritando. Serafín: — ¡Él es un mal nacido! El cura: — Hijo, cálmate, mira que estás ante un cura. Piensa en Dios. Él te hará encontrar la paz. Serafín: — Al que quiero encontrar es a Don Xoaquín, pero no sé por dónde anda. El cura: — Está en Andalucía, es componente de la causa. Pertenece a nuestro grupo. Entra Cándida. Cándida: — Pero Serafín, ¿todavía estás aquí? Serafín: — Ya me voy. El cura:
— La culpa fue mía, yo lo entretuve. Serafín sale por la puerta del fondo. Cándida: — No es
nada Padre. ¿Tiene algo que decirnos? El cura: — Todavía no, pero ayer pude hablar con el Juez de Paz. Cándida: — Mi esposo lo fue a ver varias veces, pero nunca lo quiso atender. El cura: — Es que yo soy el cura párroco. Le fui a hablar de una buena familia cristiana y además, Eligio es un buen chico. Cándida: — ¡Pero sigue detenido! El cura: — Hay que tener fe. Dios siempre ayuda a la buena gente. Entra Manuel, tratando de secarse la ropa porque está lloviendo. Se saca el sombrero. Manuel: — Comenzó a llover, así que me tuve que volver. Cándida: — Permiso Padre. Tengo ropa colgada en la soga y no quiero que se moje. El cura — ¡Vaya mujer, vaya! Cándida sale por la puerta del fondo. Manuel: — ¿Qué lo trae por aquí? El cura: — Vengo a hablar contigo. Manuel: — Espero que sean buenas noticias. El cura: — Desgraciadamente no son buenas. Ayer estuve con el señor Juez de Paz. Manuel: — Yo nunca le pude ver la cara. ¿Qué le dijo? El cura: — A Eligio lo trasladaron a Madrid, está en la cárcel de Carabanchel. Manuel: — Ese Juez es, un maldito cabrón. ¿Qué justicia es ésta? El cura: — La justicia de los hombres se mueve por intereses. Manuel: — No lo entiendo. El cura: — Recuerda Manuel, que tu hijo le disparó a Don Xoaquín, que tiene muchas relaciones en la monarquía. Manuel: — Pero este gobierno es socialista. Odia a la monarquía. El cura: — Te dije que se mueven por intereses. Hoy por ti, mañana por mí. Se cuidan, se amparan. Nunca saben cuándo les tocará estar en el llano. Cándida entra con un manojo de ropa. Cándida: — Parece que se viene una tormenta. El cura: — Aprovecho para irme, antes de que diluvie. El cura se toma lo que tiene en la copa de un sorbo y dirigiéndose a Manuel. El cura: — Manuel, si te sobra una botellita no te olvides de mí. Cándida: — ¡Vaya con Dios, Padre! Cándida lo acompaña hasta la puerta. Cándida: — ¿Qué te pasa? Manuel: — ¡Malditos sean! ¡Son unos mal nacidos! Cándida: — ¿Qué le pasó a Eligio? Manuel: — Don Xoaquín, con sus influencias, logró que lo enviaran a una cárcel de Madrid. Cándida: — No entiendo qué tuvo que ver ese hombre con el traslado. Manuel: — No le conviene que esté cerca, que lo juzguen en La Coruña. En Madrid tiene más amigos en la justicia. Cándida: — Hace unos días me dijiste que no tenía más poder. Manuel: — Muchas veces los que mandan no figuran en ningún lado. Esos son los más peligrosos. Él no quería que se ventilara aquí su catadura, que se descubriera su mentira. Ahora comprendo la negativa de recibirme el señor Juez. Ahora comprendo por qué no me lo dejaban ver. Tienes razón, este cura se vende al mejor postor. Cándida: — ¿Y la justicia? ¿Para qué está la justicia? Manuel: — La justicia está escrita en los papeles. Los hombres deciden según sus intereses, según sus conveniencias. Entra Serafín, también sacudiéndose del agua. Serafín: — ¡Se largó, está lloviendo intensamente! Manuel: — ¿Guardaste el carro y metiste las vacas en la cuadra? Cándida llora. Serafín: — ¡Sí padre! Serafín se da cuenta que Cándida esta llorando. Serafín: — ¿Por qué llora a “miña nai”?[6] Manuel: — El señor cura me dijo que a tu hermano lo trasladaron a Madrid. Serafín: — ¿Y por qué lo trasladaron? Manuel: — Creemos que fue por la influencia de Don Xoaquín. Serafín: — Ni lo dude, seguro que fue él. Sigue haciendo lo que quiere. ¡Ojalá que esto se termine pronto! Manuel: — ¡Sí! Se tiene que terminar la injusticia. Serafín: — No padre, no me refería a la injusticia. Me refería a este gobierno. Necesitamos uno con mayor autoridad. Que respete y haga respetar. Que ordene. Un gobierno equitativo y dirigentes probos. Que acabe de una vez con esta bolsa de gatos. Manuel: — No comprendo lo que me acabas de decir. Se sienten voces afuera y alguien que grita. Vecina: — ¡Cándida! ¡Manuel! Cándida: — Es doña Rosalía. ¿Qué habrá pasado que salió con esta lluvia? Cándida se acerca a la puerta. Cándida: — Si doña
Rosalía. ¿Qué pasó? Vecina: — ¡España está en guerra! El ejército se levantó en armas contra el gobierno. Manuel se agarra la cabeza, Cándida corre a hincarse frente a la virgen del Carmen y [5] “meu pai” : Mi padre
[6] “miña
nai”:
Mi madre TERCER CUADRO O ESCENA
Mismo escenario que en el segundo cuadro/escena, pero arriba de la mesa hay una variedad de herramientas. Manuel está limpiando una escopeta. Después de unos segundos entra Cándida, por la puerta del fondo. Cándida: — ¡Hola! Manuel: — ¿Qué te pasó? La misa terminó a las once y ya son cerca de las doce. Cándida: — El sermón de hoy fue muy largo. Manuel: — El cura volvió a explayarse, comentando como van los acontecimientos en la guerra civil. Cándida: — Al principio habló de la guerra, pero después puso mucho énfasis sobre la muerte. Manuel: — Eso es inevitable, cuando nos toca, nos toca. No hace falta que diga nada. Cándida: — Hablo de la muerte por causa de la violencia. Manuel: — Él es el menos indicado de hablar de la violencia, en realidad todos pensamos que en parte la ha propiciado. Cándida: — Pero esta vez, le tocó a uno de su grupo. Manuel: — ¿A quién mataron? Cándida: — Según el cura no lo mataron, sino que murió ahogado en el río Umia, que pasa por el centro de Caldas. Manuel: — A qué gilipollas se le ocurrió irse a bañar al río en invierno. Cándida: — ¡A Don Xoaquín! Manuel: — ¿A quién? Cándida: — ¡A Don Xoaquín! Manuel: — Nunca deseé, ni deseo ahora, la muerte de nadie, pero con este hombre me causa un no se qué. Cándida: — Al terminar la misa nos quedamos a comentar lo sucedido con un grupo de vecinas. Manuel: — Como siempre, para ver si pueden arreglar este mundo. Cándida: — Siempre el mismo despectivo. Don Xoaquín no murió ahogado. Manuel: — ¿Pero estaba o no estaba en el río? Cándida: — ¡Sí! Estaba en el río, pero tenía tres balazos en la cabeza. Manuel se levanta haciendo gestos de estupor. Cándida: — Hablando de arreglar, hace más de un mes que te pedí que arreglaras los cuchillos. Hay tres que ya no tienen el mango. Manuel: — Pero hay otros que están bien. Cándida: — Están bien en apariencia. Con algunos ya ni siquiera se puede cortar un huevo duro. Manuel: — La semana próxima los afilo, ahora estoy limpiando la escopeta. El domingo hay una competencia de caza. Cándida: — ¡Siempre para mañana! ¡Siempre para mañana! También te pedí que arreglaras el paraguas y nuestra cama, que hace mucho ruido. Manuel: — El paraguas te lo voy a arreglar hoy, pero lo de la cama va a quedar así. Cándida: — ¿Por qué va a quedar así? Manuel: — Porqué me gusta que chirríe, es mucho más sensual. Cándida: — Mejor no hablar del tema, hace tanto tiempo que no pasa nada que ya me olvidé como se hace, ni me acuerdo cuándo fue la última vez. Manuel: — Tú tampoco ayudas mucho. Yo necesito que se me incentive. Cándida: — Reconozco que tienes razón, pero comprende mi estado de ánimo. Manuel: — Claro que lo comprendo. Pero ¿hasta cuándo durará la veda? Tú sabes que cuando lo hicimos, siempre estábamos los dos de acuerdo. Desde afuera se oye llamar Rosalía: —¡Cándida! ¡Manuel!, ¿Están en casa? Cándida se acerca a la puerta. Cándida: — ¡Sí, Doña Rosalía! Pase. Rosalía entrando. Rosalía: — ¡Buen día! Con permiso. Cándida: — ¡Buen día! ¿Cómo está doña Rosalía? ¿Qué le pasó que hoy no fue a misa? Rosalía: — Tuve un grave problema, espero que Dios me perdone por no haber ido. Cándida: — No ir a misa de vez en cuando no es ningún pecado. ¿Qué fue lo que le pasó? Rosalía: — Esta noche no pude dormir y creo que durante muchas noches más, no podré dormir bien. Cándida: — Pero Doña Rosalía, si tuvo un problema grave, debió venir a vernos. Rosalía: —¡Sí, ya sé que siempre me ayudaron! Cándida: — Y esta vez también la vamos a ayudar. Rosalía: — Pero esta vez es un problema muy delicado. Manuel levantándose, interviene con vehemencia. Manuel: — ¡Vamos mujer! ¡Déjese de joder y dar tantas vueltas! ¿Qué coño le pasó? Rosalía: — Mi nieta Dolores está embarazada. Manuel: — ¡Cómo! ¿Y quién fue el mal nacido? Cándida: — ¡No puede ser doña Rosalía, si a Dolores no le conocemos ningún novio! Rosalía: — Lo mismo me dije yo, pero sucedió lo que sucedió. Manuel: — Le pregunté quién fue el cabrón. ¿Usted ya lo sabe? Rosalía: — ¡Claro que lo sé, mi nieta me confesó todo! Cándida: — Habrá que ir a hablar con ese hombre y que se comporte como tal. Manuel: —¡Sí doña Rosalía! Dígame quien fue el que se aprovechó de esa niña, que ya lo voy a buscar y lo traigo a patadas en el culo. Rosalía: — Fue tu hijo Serafín. Manuel: — ¡Manda carallo![7] Ésto sí que no me lo esperaba! ¡Yo lo mato! Rosalía: — Espera Manuel, no te pongas así, mi nieta me confesó que ella estuvo de acuerdo. Manuel: — Eso no me importa, yo lo voy a matar igual. ¡Cándida, anda a buscármelo! Fue a darle de comer a las vacas. Cándida: — ¡Por favor Manuel, tranquilízate! Manuel: — Estoy tranquilo, no te preocupes. ¡Estoy tranquilísimo! ¡Doña Rosalía! Por favor vaya a buscar a su nieta. Rosalía: — Mira Manuel que la abuela de Dolores soy yo. Manuel: — ¡Si, ya lo sé! No hace falta que me lo recuerde. Pero yo soy el padre del aprovechador. Las dos mujeres se retiran por la puerta del fondo. Manuel: — Estos jóvenes de hoy no respetan nada. Hacen lo que quieren. No miden las consecuencias. Se calientan apenas ven un culo y ni siquiera se fijan de quién es. En el poblado vecino hay una casa de putas. Por qué no se sacan ahí la calentura. Mi hijo es un irresponsable. Nosotros no lo educamos para que hiciera lo que hizo. Le inculcamos respetar a los demás, y en especial a las mujeres. ¡No le importó un “carallo”![8] ¡Y Dolores! ¡Una inconsciente! No pensó en el problema que le va a causar a su abuela, no se acordó de su madre ¡que Dios la tenga en la gloria!, que se murió cuando la parió. Tampoco pensó en su padre, que se fue para Venezuela cuando ella tenía cinco años y cada año que pasa, la ayuda que le envía es cada vez menor. ¡“Me cago a cona que a fixo”![9] Entra Cándida con temor. Cándida: — ¡Ya viene! ¡Manuel, tranquilízate, no lo compliques más! Con violencia no vas a solucionar nada. Manuel: — ¡Te dije que estoy tranquilo! Entra Serafín. Serafín: — ¿Padre, me llamaste? Manuel: — ¡Sí! Quisiera saber que le hiciste a Dolores, la nieta de Doña Rosalía. Serafín: — ¡Yo! Yo no le hice nada. Manuel: — No te hagas “o parvo”[10]. ¡Dime que le hiciste! Serafín: — No entiendo lo que quiere saber. Manuel: — ¡La puta madre! ¡Cómo que no entiendes lo que hiciste! Entonces ¿quién la preñó? Serafín: — ¡Padre, tranquilícese! Yo le voy a explicar. Con Dolores hace más de un año que estamos de novios, pero nos juramentamos no decírselo a nadie, para evitar las habladurías de la aldea. Estábamos… Manuel:
— ¡Claro! Y para que no se den cuenta los vecinos la follaste,
le hiciste “o
pandeiro”. [11] Serafín:
— Le pedí que me escuchara. Yo estaba cortando los tallos del maíz
que había quedado en la “veiga
do Moliño”[12] trayendo en el carro una bolsa de maíz para moler. La ayudé. Saqué la bolsa del carro y la subí al molino. Usted sabe que hay como diez escalones. Sin darnos cuenta, cuando estábamos adentro nos abrazamos y comenzamos a besarnos. Y sucedió. Te juro padre que yo la quiero. Se sienten voces afuera. Entra Rosalía trayendo a Dolores de un brazo con aparente esfuerzo. Rosalía: — ¡Aquí está! Dolores se suelta de la abuela y corre hacia Serafín Manuel: — ¡Linda la hicieron ustedes dos! Dolores: —¡Yo lo quiero a Serafín! Manuel: — Yo lo quiero a Serafín y Serafín te quiere a ti y con eso ya está. ¡Vamos a fornicar! Cándida: — ¡Manuel! Manuel: — ¡Qué! ¿Dije algo malo? ¿Ofendí a alguien? ¿Acaso no fornicaron? Cándida: — A lo hecho pecho.¡Ya está! Ahora a ver como lo solucionamos. Manuel: — Bien, a ver cómo lo solucionas. Cándida: — Lo más importante es que se quieren. Ahora tienen que casarse. Manuel: — ¡Eso más que seguro! ¡Pero como Dios manda! Serafín: — ¡Sí padre, claro que queremos casarnos! Pero primero tenemos que encontrar donde iremos a vivir. Cándida: — Eso no es problema, a nosotros nos sobra lugar. Rosalía: — Muy amable Cándida. Yo quisiera que vivieran en mi casa. Cándida: — Lo mejor Doña Rosalía, sería que ellos lo decidieran. Dolores: — Ya está decidido, viviremos en la casa de mi abuela. Rosalía: — Ahora con Serafín podremos sembrar las pocas fincas que tenemos, y que están abandonadas. Son pocas pero es mejor que nada. Manuel: — Lo de las fincas es lo de menos, nosotros les daremos algunas. Cándida: — ¿Viste? Todo en esta vida tiene arreglo. En realidad casi todo. Manuel: —Ya me pasó la calentura. Este nieto va a ser un varón. Cándida: — No digas ¡éste!, mejor di ¡ésta!, porque va a ser una “meniña”.[13] Rosalía: — ¡Ojalá que sean mellizos, una nena y un nene! Manuel: — Después de comer se van a ver al cura. Dentro de un mes es la fiesta del Niño Jesús y en la aldea estamos de festejo. Con Cándida me casé ese día. ¡Esto merece un brindis! Cándida va en busca de las copitas y Manuel va a buscar la bebida. G. Civil: — ¡Eh! Hay alguien en casa. Serafín se acerca a la puerta. Serafín: — ¡Sí! Adelante oficial. G. Civil: — ¡Buenos días! Con vuestro permiso. Manuel: — ¡Buenos días señor oficial! ¿Qué lo trae por aquí? Espero que sean buenas noticias. G. Civil: — Depende como se mire. Cándida: — ¿Trae noticias de mi hijo Eligio? G. Civil: — ¡No! Me gustaría, pero no sabemos nada. Él quedó del lado de los rojos. Consideramos que seguirá preso. Manuel: — Ustedes no saben nada o no nos quieren informar. Con Madrid no hay manera de comunicarse, e ir, es imposible. ¡Qué poco les importa el ser humano! G. Civil: —Yo no estoy autorizado a dar informaciones. Solamente cumplo órdenes. No quiero tener problemas. Manuel: —¿Entonces a qué vino? G. Civil: — Traigo una citación para Serafín Rodríguez. Serafín: — ¿Para mí? G. Civil: — El Comando General de las fuerzas de Galicia, lo declaró hombre de reserva. Si la guerra dura más de seis meses, tendrá que presentarse para defender a la patria. Las mujeres gritan, Dolores se abraza a Serafín, Rosalía se sienta agarrándose la cabeza y Cándida corre a hincarse ante la Virgen del Carmen. [7] “manda
carallo”: Mandar al carajo. Expresión de sorpresa. [9] “me cago a cona que a fixo”: Me cago en la vagina que te hizo. [10] “o parvo”: El idiota. [11] “ o pandaeiro”: La panza [12] “veiga do Moliño”: Finca del Molino [13] “meniña”: Nena.
CUARTO
CUADRO O ESCENA
Mismo escenario. Sobre la mesa hay una canastilla con papas, una olla, una fuente con un pollo y un repollo. Cándida entra en el escenario desde su habitación, aparentando estar bastante envejecida y canosa. Viene cantando mientras recoge utensilios para pelar las papas. Se escucha como fondo música de gaitas. Cándida canta.
O
paxáro cando chove
mete
o rabo na silveira
así
fai a boa moza
cando
non ten quen a queira.
Ay
lala, lala
ay
lala lala lala
ay
lala, lala
ay
lala, lala, lala.
O
amor da costureira
era
papel e mollouse
agora costureiriña
o teu amor acabouse. Desde afuera se escucha una voz. Se corta la música. Dolores:
— ¡Doña Cándida! ¡Doña Cándida! ¿Se puede? Cándida: — ¡Si, mujer, pasa! Dolores: — ¡Buenas tardes! ¿Cómo está doña Cándida? Se dan dos besos. Cándida: — Voy tirando, ¿qué remedio me queda? Dolores: — Desde mi casamiento que no la escuchaba cantar. Cándida: — Muchas veces se canta por no llorar. ¿Y Manolito? ¿Y Victorio? Dolores: — Se quedaron con mi abuela. Serafín y yo le fuimos a ayudar a don Manuel en la finca “do Coto”.[14] Cándida: — ¿Y ellos por qué no vinieron todavía? Dolores: — Se quedaron terminando una parte que faltaba cortar de los tallos del maíz. Yo vine antes porque quisiera sacar unas verduras de su quinta, las nuestras todavía no desarrollaron. ¿Usted me lo permite? Cándida: — Pero mujer, ¡cómo se te ocurre pedir permiso! Son para toda la familia. Cuando necesites más, ven a buscarlas. Dolores: — ¡Gracias Doña Cándida! Pero además, quería hablar con usted. Cándida: — ¿Me van a dar otro nieto? Dolores: — Nos gustaría, pero parece que no quiere venir. Cándida: — No hay que desanimarse. Si siguen insistiendo cuando menos lo piensan, llega. ¿De qué querías hablar conmigo? Dolores: — Hace unos meses le escribimos a Arturo a Buenos Aires. Cándida: — ¿Y ya les contestó? ¿Cómo está? Dolores: — Ayer recibimos la carta. Dice que están bien; además su mujer está embarazada. Éste será su cuarto hijo. Cándida: — ¡Qué alegría que me das, no sabes cuánto los extraño! ¡No sabes las ganas que tengo de conocer a mis nietos! Dolores: — No ha de faltar oportunidad. Cándida: — A mi edad ya no me hago ilusiones. Dolores: — Nunca hay que perder las esperanzas. Cándida: — Gracias por tu deseo. Al final, todavía no me dijiste de qué querías hablar conmigo. Dolores: — Usted sabe lo difícil que es vivir aquí en la aldea. Cándida: — ¡En toda España, hija, en toda España! Dolores: — Me duele que a los españoles les sea difícil subsistir, pero a mí me importan mis hijos y mi marido. Cándida: — ¡Sí, es cierto! ¡Está muy difícil! Dolores: — Se quedó corta. Es imposible vivir. Las cosechas son raquíticas porque no hay abonos ni fertilizantes y las cosas que no producimos están racionalizadas y las que no conseguimos son carísimas. Cándida: — ¡Sí claro! Está bien que te preocupes por ellos. Manuel y yo estamos viejos, ya estamos resignados. Dolores: — Pero nosotros tenemos una vida por delante. Yo tengo mucho miedo. No hay seguridad, no se puede hacer comentarios. Nadie está libre de alguna denuncia infundada. Cada tanto aparece un muerto, sin saber por qué ni quién lo mató. ¡Estoy aterrada! Cándida: — Te comprendo. ¿Y cómo lo piensas solucionar? Dolores: — Nos vamos para la Argentina. Cándida: — ¿Cómo? Dolores: — Arturo nos dice en la misiva que si queremos nos manda la carta de llamada. También, si fuera necesario, nos mandaría el dinero. Ya tiene trabajo para nosotros. Cándida haciendo un esfuerzo para no llorar. Cándida: — Sabes que no me alegra lo que van a hacer, pero tienen todo el derecho del mundo a un mejor porvenir. Dolores: — ¡Gracias Doña Cándida, muchas gracias por apoyarnos! Cándida: — Anda, recoge lo que necesites. Dolores:
— Hasta mañana. Se dan dos besos. Dolores se retira por la puerta del fondo y Cándida, empieza a llorar. Cándida: — ¿Por qué Dios mío? ¿Qué hice para merecer tanto castigo? ¡Dame fuerzas para seguir resistiendo! Cándida se limpia las lágrimas con el delantal y vuelve a pelar las papas. Cándida: — ¡Hola! ¿Cómo te fue? Manuel: — Cada vez que tengo que ir a arrancar “o millo”[15], vengo muy cansado. Mi cuerpo ya no resiste como antes. Ahora me agoto más rápido. Ya estoy viejo. Cándida: — Hay que saberlo asumir. Por suerte todavía lo puedes contar. Manuel comienza a armar un cigarrillo y a fumar. Manuel: — Muchas veces pienso si no sería mejor no contarlo. Cándida: — Siempre pensando lo mismo. ¡Cuándo comprenderás que esas cosas solamente las decide Dios! Manuel: — Lo que decidió Dios para nuestra familia no fue muy bueno que digamos. Cándida: — La culpa no fue de Dios. Manuel: — ¿En qué quedamos? ¿Decide Dios o no decide? Cándida: — ¡Él decide!, aunque muchas veces lo obligan a que tome una decisión. Manuel: — A ver, ¿en qué lo estoy obligando a decidir? Cándida: — Que siempre andas con un pitillo en la mano. Estás fumando demasiado. Manuel: — Fumo lo mismo que siempre. Cándida: — ¡Claro, es cierto, pero antes no te dabas cuenta del mal que te hacía! Es igual que el cansancio. Ahora sientes que te cansas. Tienes que dejar de fumar. Manuel: — Lo mismo me dijo el doctor el otro día. Cándida: — Por lo que veo, no le hiciste caso. Manuel: — Mira mujer, el cigarrillo fue mi compañero casi toda la vida. No voy a dejarlo ahora de viejo. Cándida: — Siempre fuiste muy terco. Tampoco vas a dejar de serlo ahora. Manuel: — No quiero discutir contigo. Cada vez opinamos diferente en más cosas. Mejor, mientras preparas la cena me voy por un momento a la taberna. Manuel se coloca la boina y sale por la puerta del fondo. Cándida: — Todos los sábados es igual. Está cansado pero no se puede perder la partida de tute. Cuando le conviene dice que los domingos hay cosas que no son necesarias hacer. Vaya uno a saber a que hora regresará. A partir de aquí, Cándida se dirigirá al público. En cada parte en que se interrumpe el monólogo, hace algo de la cena. continuamente, igual que las aspas de un molino de viento. Las mujeres del campo nos movemos hasta cuando no hay viento. Hay que saber coser, bordar, cocinar, lavar y planchar la ropa y hasta tenemos la obligación de ordeñar la cabra. En mi caso fue aun peor, fui hija única. Me criaron como mujer, pero haciendo también las tareas del campo. Cándida vuelve a pelar un poco de papas. Cándida: — Mis padres tenían varias fincas en las que había que sembrar y cosechar permanentemente. Había pequeños viñedos y algunos árboles frutales. En una casa gallega es imprescindible tener uno o dos pares de vacas, algún caballo, varias cabras u ovejas y siempre, una chancha paridora. No se puede imaginar una casa gallega sin gallinas, conejos, algún palomar y varios panales con abejas. Teníamos todo lo necesario para vivir bien, modestamente bien. Lo que nos sobraba tratábamos de venderlo. Todavía tengo presente las caminatas hacia las ciudades más cercanas para vender hortalizas, huevos, y a las ferias comarcales para ofrecer pollitos, algún chanchito o carneritos. La vendimia era una fiesta. Venían todos los parientes. Cuando se empezaba, ni domingo había. Se dormía donde se podía. Unos iban a las viñas a cortar los racimos, otros los acarreaban y los más chicos nos quedábamos en el lagar pisando la uva. Fue el trabajo más divertido que hice siendo niña. Al final, con el hollejo y la pulpa que quedaba se destilaba el aguardiente. Siempre en esta labor alguno terminaba borracho. El trabajo más complicado era cuando se mataba el chancho, que se había estado engordando durante varios meses. No se desperdiciaba casi nada. Se cortaba en pequeños trozos que se ponían en un gran recipiente hecho de piedra y se cubría toda la carne con sal. Con las tripas se hacían chorizos, los que se ahumaban quemando laurel. Al principio me asustaba cómo gritaba el pobre animal, pero con el tiempo me acostumbré. Cándida vuelve a la mesa para poner todo en la olla y ponerla en la mesada al fuego. Cándida: — A Manuel lo conocí en nuestra iglesia el día de la Virgen Del Carmen. Él era componente de una delegación de la parroquia vecina de “do Mosteiro”[16]. Fue un noviazgo corto. Nos casamos al año y nuestro hogar fue esta misma casa, que también fuera la de mis padres. Él era cantero, trabajador y decente. Su familia era pobre. Mis padres lo querían mucho, lástima que se murieron al poco
tiempo de habernos casado.
Llevamos casados casi cuarenta años. No hemos tenido “fartura” necesidades. Trabajamos los dos a la par, en especial en los años difíciles, cuando el clima no ayudaba. Tuvimos cuatro hijos. Los embarazos en el campo son todo un problema. La responsabilidad de la mujer sigue siendo la cotidiana, sus obligaciones continúan inamovibles. Nada cambia en nuestra rutina diaria. Tenemos que estar atentas, no hacer esfuerzos peligrosos, cuidarnos, hasta el momento sublime del parto. El parto en la campiña tiene sus grandes inconvenientes. Muchas veces aparece en el momento menos oportuno o en el lugar menos indicado. No hay matrona cerca y la velocidad de las vacas arreando el carro no es lo rápido que se necesita. Y ahí sucede. En medio de la campiña. Cándida vuelve a la mesada para ver si se está cocinando. Cándida: — Los hijos fueron ayudándonos según las edades y las circunstancias. Arturo, mi hijo mayor se fue para la Argentina de polizón en un barco de carga. Anselmo, mi pobre Anselmo, estaba en la milicia cuando estalló la guerra civil. Fue uno de los primeros jóvenes en morir en esa cruenta e ilógica guerra civil. Serafín es muy inocente, no tiene carácter, siempre fácil de convencer. Fue a la guerra, obligado aunque defendiendo sus principios. Por suerte no le pasó nada. Hay otro hijo al que extraño mucho. Hace diez años que no sé nada de él. No sé dónde está. Tampoco sé si está vivo. Nadie nos informa. Eligio era cariñoso pero de carácter fuerte y con convicciones claras. Amable con la gente y bondadoso. Muchas veces regalaba lo que había cazado cuando veía a alguien con necesidades. Cándida vuelve a la mesada para revisar la olla, al regresar se sienta y desde allí se dirige al público.. Cándida: — Hoy no se puede protestar, no se puede hablar en voz alta, lo más importante es subsistir. Tenemos mucho miedo. Hay mucha necesidad, no hay muchos alimentos. Los que no tienen muchas fincas para sembrar y no consiguen empleo en las canteras o los aserraderos, la están pasando muy mal. Están pasando penurias. Pasan hambre. Viven de la ayuda de los vecinos. Cándida se queda dormida, con la cabeza apoyada en la mesa.
Después de unos segundos entra Manuel, colgando la boina en el perchero. Cándida: — Yo también tengo derecho a estar cansada. ¿Qué te pasó que volviste tan pronto? Manuel: — No tenía muchas ganas de jugar. Cándida: — No me digas que te empieza a preocupar la tos y el pitillo. Manuel: — ¡Cómo jodes con lo mismo! No lo vi bien a Serafín, no me habló en toda la tarde. Cándida: — ¿Entonces no te dijo nada? Manuel: — ¡No! ¡No me dijo nada! ¿Qué coño me tenía que decir? Cándida: — ¡Se van para América! Manuel: — ¡Arre carallo![18] ¡Eso sí que no me lo esperaba! Cándida: — Me duele y me va a doler toda la vida, pero están en su derecho. Si su patria no les da lo que merecen, mejor que se busquen otra patria. Manuel: — Mira mujer, la vida es así. Unos nacen con estrella y nosotros nacimos estrellados. Cándida: — Mañana voy a misa y rezaré por su bienestar. Manuel: — ¡Ah! Me hiciste acordar. El cura estaba en la taberna. Cándida: — ¡Este cura siempre está donde no debería estar! Manuel: — No seas desconfiada. Va todos los sábados a tomar una “chiquita”[19] y a jugar una partida. Cándida: — Seguro que también irá para averiguar otras cosas. A buscar información. Manuel: — ¡Mira lo que piensas! Menos mal que tú vas a misa. Cándida: — Voy a misa porque creo en Dios, pero no creo en este cura. Manuel: — Hoy vino a hablar conmigo. Cándida: — Este cura no tiene nada que hablar contigo. Manuel: — Espera, no seas impaciente. Ya sabes que dentro de seis meses se festeja en la parroquia la Fiesta Del Carmen. Cándida: — ¿Y eso qué tiene que ver contigo? Manuel: — ¿Te olvidaste? El día Del Carmen se dedica a los matrimonios más viejos de la parroquia. El cura me dijo que somos nosotros. Cándida: — Nosotros no haremos ninguna fiesta Nosotros no estamos para fiestas. Manuel: — Pero mujer, la vida es así. No tienes que tener esa pena permanentemente, piensa que ahora tenemos nietos, debemos demostrarles que estamos felices. Ellos no tiene la culpa de lo que nos pasó a nosotros. Cándida: — Todavía nos pasa, o ya olvidaste que de Eligio no tenemos ninguna noticia. No sabemos dónde está, no sabemos si vive o si está muerto. ¿Y tú quieres que yo esté de fiesta? Manuel: — ¡No! ¡No quiero que estés de fiesta! Quiero que comiences a olvidar. Cándida: — Lo intento, pero no puedo. Es más fuerte que yo. Cándida comienza a llorar y se va corriendo para su habitación. hacerle olvidar lo que hasta el momento no tuvo solución, y aunque tengo esperanza de que algún día tengamos una buena noticia, interiormente lo veo muy difícil. Después de diez años, no hago más que pensar que Eligio está muerto. Habrá muerto en algún lugar y seguro que está enterrado como un N.N. Delante de ella me hago el fuerte, pero al estar solo, a mi mente viene la figura de mi hijo. No puedo evitarlo. Cuando estoy trabajando en alguna finca, en forma inmediata se aparece él y rememoro nuestra competencia, y hasta escucho su voz. — ¡Vamos padre, haber quién termina primero!
Y
compito, me esfuerzo en ganarle, no miro hacia atrás hasta que
llego al final de la parte que me
tocó “sachar”[20] mayor desazón. La parte que a él le correspondía no tiene nada labrado. Por un instante me quedo quieto, no me quiero convencer de que estoy solo. Al constatar que no está, me pongo a llorar como un niño. Pero frente a Cándida es diferente. Tengo miedo que ella se enferme, tengo miedo de que cometa una locura. Yo sé que es fuerte, lo ha demostrado siempre, especialmente en los momentos más difíciles. Cuando uno está por aflojar, ahí está ella, dándome fuerzas. Es una madraza, es una real mujer. Yo la comprendo, entiendo su sufrir. A los hijos fue ella quien los tuvo en su vientre, durante nueve meses. Fue ella quien los parió, los alimentó, los abrigó, los cuidó. Todavía me acuerdo del parto de Eligio. Era el comienzo de la primavera, estábamos limpiando de malezas el sembradío de maíz. Ella a la par mía, a pesar de su panza, no aflojaba en el esfuerzo, No dejaba que le sacara ventaja. Cuando sentí un pequeño quejido y veo que se sienta. —¡No aguanto más! ¡Ayúdame! — Me dijo Salí corriendo hasta el carro a lavarme las manos, y recoger unas sábanas y una frazada que habíamos traído por si acaso. Le grité a una vecina que estaba en una finca cercana, para que viniera a ayudarnos. No le escuché ningún grito, ni siquiera un quejido. — ¡Es un varón! — Dijo la vecina. Cándida con una sonrisa le contestó. — ¿Otro rapaz? — Ella quería una nena. Estoy aterrado, tengo mucho miedo que se me muera. ¡Qué será de mí sin ella! Soy un inútil, no sé hacer ni un huevo frito, no sé lavar ni un pañuelo. Nunca me dejó hacer esas cosas, nunca me lo permitió. Siempre me decía que mis funciones eran otras. Que en esas no le fallara. Y además me cuida, me mima, me da su vida. Manuel termina de poner la mesa. Manuel: — ¡Cándida! Ya está puesta la mesa para cenar. Como Cándida no viene, Manuel se acerca a la puerta. Manuel: —¡Cándida, por favor, ven a cenar! Cándida entra de su habitación secándose las lágrimas con el delantal. Manuel: — ¡No te pongas así! ¡Vamos a cenar! Está bien, cuando lo vea al señor cura le digo que no haremos la fiesta. Se sientan para empezar a cenar, e inmediatamente comienzan a ladrar los perros. Manuel: — ¿Qué estará pasando afuera? ¿Por qué ladrarán los perros? Cándida: — Debe ser algún gato o quizás un zorro. Manuel: — ¡No! ¡No es ningún animal, cuando hay animales, los perros no ladran así! ¿Por qué no te fijas? Cándida se levanta y va hacia la puerta de salida. La abre y mira para un lado y para el otro. Cándida pega un grito. Cándida: — ¡Hijo!
¡Hijo mío, al fin volviste! Manuel se levanta inmediatamente tirando el banco y sale corriendo.
[14] “do Coto”: Del Coto [15] “millo”: Maíz. [16] “do Mosteiro”: Del Mosteiro [17] “fartura”: Bienestar. Buena posición económica [18] “arre carallo”: Expresión de asombro. [19] “chiquita”: Copita [20]
“sachar”: Limpiar el maíz de malezas.
QUINTO CUADRO O ESCENA Mismo escenario con la diferencia que la mesa tiene mantel y hay un par de bancos más. Sobre ella una fuente con “filloas” (panqueques), una horma de queso, un frasco de miel, azúcar, pan, vasos, una jarra con agua y otra con vino tinto. En la “lareira”, hay un jamón en estaca, una jarra con agua, otra con vino y chorizos. Se oyen repicar las campanas de la iglesia y el estruendo de los fuegos de artificio. Eligio está apoyado en la puerta de salida, mirando hacia fuera. Tiene el pelo más largo y bastante barba. Se acerca a la mesa, corta un pedazo de pan y se sirve un vaso de vino. Se sienta. Alguien llama. Serafín: — ¿Eligio, estás ahí? Eligio: — ¡Sí! ¡Pasa! Serafín: — ¡Buen día! Eligio: — ¡Buen día Serafín! Serafín: — Hace más de diez días que regresaste y nunca saliste de casa. Eligio: — No tengo nada que mirar. Serafín: — En diez años algo ha cambiado en la aldea. Eligio: — ¿Qué? ¿Está mejor o está peor? Serafín: — El único que puede ver si hay diferencia eres tú. Eligio: — Hace muchos años que prefiero no saber ni ver las diferencias. Serafín: — Quiero que sepas que desde aquí, hicimos todo lo posible. Eligio: — Eso no lo pongo en duda, los de esta casa son mi familia. Serafín: — Papá y mamá, sufrieron mucho. Por ser el hijo menor eras el mimado. Eligio: — A todos los hermanos nos parece que quieren más a uno que al otro, pero no es así. Los padres quieren a todos los hijos por igual aunque de distinta manera. Ellos saben qué hijo merece más de una cosa, que de la otra. Los buenos padres como los nuestros son equitativos en el amor. Serafín: — No te estoy reprochando nada. Eligio: — Yo tampoco te estoy aclarando nada. Es mi forma de hablar. Serafín: — Desde que regresaste no hemos podido conversar. Eligio: — En diez años he hablado muy poco. Posiblemente se fijó en mí esa costumbre. Serafín: — Pero ahora no estás con desconocidos, estás con la familia. Eligio: — Desconocido es aquella persona que nunca viste. Cuando lo tienes enfrente tuyo ya deja de ser un desconocido. Serafín: — Lo dije en sentido figurado, con esa persona que recién conoces, tal vez no tengas muchos temas para hablar. Eligio: — Tienes razón, con un recién conocido solamente puedes hablar del presente. Serafín: — Pero ahora estás con la familia, con nosotros puedes hablar del pasado y del futuro. Eligio: — Al día de hoy, no avizoro ningún futuro y del pasado, hay diez años que mejor no recordar. Serafín: — Tienes que pensar que aquí está la familia que te quiere. Mamá me dijo que casi no hablaste con ella. Eligio: — ¡Pobre mamá! ¡Qué desmejorada está! ¡Cuánto habrá sufrido! Serafín: — Todos sufrimos de diferente manera. Ella de pena y dolor y nosotros de impotencia. Eligio: — Hablando de diferencias. Ví que te casaste. Conocí a tus hijos. Serafín: — ¡Sí, me casé con Dolores! Eligio: — La recuerdo. Era la flor de la aldea. ¡Qué guapa que era! ¡Cómo se enojaba doña Rosalía, cuando le decíamos “guarrerías”[21] a su nieta! Serafín: — Es una buena mujer y una excelente madre. Eligio: — Lo comprobé el otro día, por los lindos rapaces que tienen. Serafín: — Manolito que tiene ocho años, me hace recordar cuando tú tenías esa edad. Apenas me ve preparar la escopeta o la caña de pescar, ya me quiere ayudar. Siempre me acompaña. Eligio: — Espero que no tenga la misma suerte que yo. Serafín: — Perdona Eligio, soy un idiota. ¿Por qué no me habré callado la boca? Eligio: — No es nada hermano, por más vueltas que le demos, aquello siempre estará presente. ¿Y Victorio a quién se parece? Serafín: — ¡A la madre! Eligio: — ¿Por qué lo afirmas con tanta seguridad? Serafín: — Porque es terco, dominante, calculador, siempre se sale con la suya. Es difícil hacerle cambiar de parecer. ¡Sí! ¡Seguro, se parece a la madre! Eligio: — Debe ser complicado tener una mujer así. Serafín: — Hay que tomarlo con tranquilidad. En compensación tiene otras virtudes. Me voy a buscar a los rapaces. Más tarde nos vemos. Se levantan los dos Eligio: — ¿Y tu mujer? Serafín: — Fue a misa con papá y mamá. Eligio: — ¡Cómo!, ¿y tú no fuiste a ver al cura? Serafín: — ¡Mira Eligio! Te voy a pedir un favor. ¡No me hables más de los curas! Eligio: — “¡Uyuyuyui!” Como cambió la aldea. Mi padre yendo a misa y mi hermano cuidando los “nenos”.[22] Serafín: — Mi mujer fue a misa porque hoy es la fiesta del Niño Jesús, nuestro patrono. Eligio: — Sí, ya sé, ya me di cuenta que es la fiesta del Niño Jesús. Con mirar la mesa, escuchar los cohetes y las campanadas, algo tenía que ser. Eligio acompaña a Serafín hasta la puerta. Se queda un momento mirando hacia fuera. Cándida: — ¿Y Eligio? Este hijo no sale de su habitación. Manuel: — Ya estuvo aquí mujer, ¿no ves que falta un poco de pan y este vaso aún tiene algo de vino? Cándida: — ¡No sé como tratarlo, está muy cambiado! Manuel: — ¡Es lógico, hay que darle tiempo! Hay que dejarlo tranquilo, que se adapte. Fueron diez años. Cándida: — A mí me parece que fueron más. ¡Fue mucho tiempo! Manuel: — Y por culpa de un cabrón. Por no reconocer su delito. Cándida: — Dios le estará pidiendo explicaciones. Entran Serafín y Dolores. Dolores: — Aquí estamos, esta fiesta hoy fue diferente. Serafín: — Al fin estamos todos. Hay que festejar. Serafín comienza a tomar. Cándida: — ¡Hijo, por favor! Tú sabes que no estamos todos. Igual trataremos de estar bien. Nuestra vida fue así y no la vamos a cambiar ahora. Manuel: — ¿Y los “nenos”? Dolores: — Se quedaron en la plaza. Andan en la búsqueda de las cañas de los cohetes, para aprovechar el hilo y usarlo en las cometas. Cándida: — ¿Por qué no nos sentamos? Cándida casi gritando. Cándida: — ¡Eligio! Primero se sienta Manuel en la cabecera y después los demás, con Cándida a su derecha y Dolores a la izquierda. Serafín momentáneamente se queda de pie. Entra Eligio, haciendo un saludo en general. Eligio: — ¡Hola, buenos días! Cándida: — ¡Hola hijo, buen día! Ven siéntate a mi lado, el mismo lugar donde te sentabas siempre. Dolores: — Pensamos que por ser la fiesta del Niño Jesús, irías a misa. Eligio: — Estoy analizando por dónde empezar. Pensando qué hacer. Dolores: — Eso lo comenté con Serafín, te vemos diferente, muy pensativo. Como si estuvieras en otro lado. Nada que ver con aquel chaval, tan travieso, revoltoso, pero siempre alegre y divertido. Eligio: — Las circunstancias, los avatares de la vida. Dolores: — Para todos, estos años fueron muy difíciles. La guerra civil, la desocupación, la falta de comida. ¡Fueron años muy malos! Eligio: — Depende de cómo lo mires. Habría que analizar las necesidades de cada uno. Dolores: — Yo lo miro desde mis necesidades, desde las necesidades de mi familia. Eligio: — ¿Por eso estás buscando otros horizontes? Serafín: — ¡Sí, buscamos otros horizontes! Ya le escribí a Arturo para que nos envíe todo, inclusive el dinero. Nos vamos para la Argentina. ¡Brindemos por el viaje! Cándida: — ¡Serafín! Eso no es merecedor de un brindis. Manuel se levanta y comienza a andar por el escenario, como fastidiado. Eligio: — ¡Madre! Es lógico que se vayan, este país está arruinado. Manuel: — Nuestro país, salió de situaciones peores. Eligio: — ¡No padre! Con tantos muertos, tanta destrucción, esto no se arregla en pocos años. Manuel: — Pero hay que intentarlo. Eligio: — ¡Sí! Serafín y Dolores lo van a intentar en otro país, no quieren ver morir a sus hijos de hambre. Yo también tomé la decisión de irme aunque sea como polizón. Cándida se levanta, con ganas de llorar. Cándida: — ¿Y qué será de nosotros? Serafín: — Nadie los va a olvidar. Haremos como Arturo, siempre les enviaremos algo. Cándida, tapándose la cara se va para su habitación. Manuel la sigue. Dolores: — Pero tú no tienes por qué irte. No tienes hijos. Eligio: — Tengo derecho a tenerlos, tengo derecho a rehacer mi vida. Dolores: — Puedes rehacerla aquí. Eligio: — Mira Dolores, este país, que es mi país, y que está hecho mierda, ya me arruinó diez años de mi vida. Quiero tener hijos, pero no quiero que mueran de hambre apenas nazcan. Dolores: — Nosotros no tuvimos la culpa de que el país esté así. Eligio: — En realidad todos somos culpables, unos por no saber elegir, otros por no saber gobernar, y muchos por no saber esperar. Entre Manuel mientras habla Eligio y se sienta. Dolores: — Nosotros los elegimos por lo que prometieron, lo que pasó es que no cumplieron nada. Eligio: — No quiero ser defensor de nadie, pero creería que no los dejaron gobernar. Serafín : — En eso de que no los dejaron gobernar, tengo mis dudas. Eligio: — No habría que apurarse. En la próxima elección, cambias de candidato o de partido. Dolores: —¡ No es tan fácil, la vida no es eterna! Yo quiero disfrutarla desde el vamos. Eligio: — ¡Ése es el problema! Tu disfrute tal vez no coincida con el de otras personas. Dolores: — Esas otras personas se estarán conformando con menos. Eligio: — A lo mejor esas otras personas son la mayoría. Dolores: — Porque sean la mayoría no quiere decir que tengan la razón. Eligio: — ¿Y éstos que están ahora tienen la razón? Serafín: — Nos engañaron, en medio de la contienda cambiaron la propuesta. Nos habían dicho que querían un gobierno democrático, regido por el rey. Eligio: — ¿No sería hermano que creyeron en una propuesta irreal? Los militares nunca quisieron un gobierno democrático y menos una monarquía. Serafín: — Muchos lo creyeron, pero cuando se dieron cuenta del cambio los dejaron afuera. Eligio: — Los que quedaron afuera, fue porque los otros les ganaron de mano. Si ellos hubieran sido más rápidos todo sería a la inversa. Serafín: — Pero por defender una idea, no tenían que mandarlos a matar. Eligio: — No voy a ser defensor ni de unos ni de los otros, pero el que juega con fuego, algunas veces se tiene que quemar. Serafín: — Cuando comenzó la contienda se creía que no habría resistencia. El partido gobernante estaba muy dividido. Hoy mandaba uno y mañana mandaba otro. Eligio: — Gran error hermano, cuando vieron que perdían sus prerrogativas, los unió el espanto. Serafín: — Tuvieron mucha ayuda desde afuera. Si no fuera por esa ayuda no hubiese habido guerra. Eligio: — Los grupos ideológicos, las potencias económicas y los fabricantes de armas, siempre están a la pesca. Los pueblos estúpidos son su carne de cañón predilecta. Entra Cándida mientras habla Eligio, y aparenta acomodar algunas cosas. Serafín: — Yo defendí una forma de vida diferente. Yo no fui un estúpido. Eligio: — No me digas que estuviste en el frente. Serafín: — ¡Sí, estuve! Me obligaron a ir sobre el final de la guerra. Eligio: — Te tocó la parte más cruel. Aquellos que vieron que se perdía se escaparon como ratas y quienes hasta ese momento los ayudaron, se cambiaron de bando inmediatamente. Dolores: — ¡Así es la humanidad! La historia está llena de hechos similares. Eligio: — No compares la humanidad con los gobernantes, los políticos y los militares. En España ellos fueron los que decidieron tamaña matanza. Serafín: — Yo estuve casi siempre en la retaguardia, solamente participé en un combate contra los rojos. Eligio: — No creo que haya sido nada agradable, a esa altura la falange tenía todo para ganar. Serafín: — Tienes razón, no fue nada agradable. Encontramos a un grupo de cincuenta hombres a la vera del río Ebro, estaban como desorientados, como perdidos, sin ningún comando. Los rodeamos y los matamos a todos. Eligio, levantando la cabeza y dirigiéndose a Serafín que está de pie. Eligio: — ¡No hermano! ¡No hermano! ¡A todos no! ¡Yo me tiré al río y pude salvarme! Instantes de silencio, Cándida llora. Manuel se va levantando de su silla lentamente, golpea la mesa con fuera y grita. Manuel: — “¡Me cago en Dios!”[23] En esta casa no se habla más de la guerra. ¡Maldita guerra! ¡Malditos todos! Manuel llorando. Manuel: — ¡Arruinaron el país! ¡Destruyeron mi familia!
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Fin - [21] “guarrerias”: Cosas atrevidas. [22] “nenos”: Niños. [23] “me cago en Dios”: Expresión de enojo, fastidio. |
Héctor
Victorio Bugallo Rodríguez
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