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CLÍO, UN LUGAR PARA LA HISTORIA - AGENCIA RUSA RIA-NOVOSTI / Web |
La crisis del Caribe puso al planeta al borde de
la guerra nuclear |
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17/10/12
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Rebanadas de Realidad - RIA-Novosti, Moscú, 16/10/12.- Hace medio siglo, el 14 de octubre de 1962, el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos tuvo constancia del despliegue de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Estalló la llamada ‘crisis de los misiles’, un período de intenso balanceo al borde de la guerra nuclear, cuyo desarrollo y desenlace determinó en gran medida el perfil del mundo actual. Noticias inesperadas del patio trasero El vuelo de reconocimiento del avión estadounidense U-2 sobre territorio cubano dio unos resultados absolutamente inesperados. Descifrando las imágenes obtenidas y secándose el sudor frío, los analistas percibieron las instalaciones de los misiles soviéticos de medio alcance R-12. Desde su posición en las afueras de la ciudad cubana de San Cristóbal los misiles alcanzarían Washington y Dallas. Unos vuelos adicionales permitieron a Estados Unidos revelar que estaban presentes en Cuba los R-14, cuyo alcance cubría todo el territorio de EEUU, a excepción de Alaska, Hawái y una reducida superficie de la costa entre San Francisco y Seattle. El tiempo estimado de vuelo equivalía a 10 minutos. Estados Unidos, que anteriormente se sentía invulnerable por estar separado de sus enemigos por los Océanos, se vio completamente indefenso. La situación era a la vez delicada, escandalosa y de consecuencias impredecibles. Pocos se habrían atrevido a molestar al tigre atlántico en su propia madriguera. Empezó uno de los períodos de mayor tensión de la historia mundial que se bautizó posteriormente como ‘crisis de octubre’ en Cuba, ‘crisis de los misiles’ en Estados Unidos y ‘crisis del Caribe’ en la URSS. Operación 'Anadyr' |
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A finales de los años cincuenta del siglo pasado la Unión Soviética se encontró en una situación altamente desagradable: estaba rodeada por todas partes por bases militares estadounidenses, en un principio, aéreas y más tarde de misiles, y no tenía casi ninguna posibilidad de alcanzar el territorio del “hipotético enemigo” con misiles nucleares. Las autoridades soviéticas se sentían especialmente preocupadas por el despliegue de los misiles PGM-19 Jupiter en 1959 en Italia y en 1961 en Turquía. Desde sus posiciones en las afueras de Esmirna los misiles estadounidenses cubrirían caso todo el territorio europeo del país, incluidas Moscú y Leningrado. Eso, sin contar unos potentes bombarderos con armas nucleares que estaban montando guardia a lo largo de las fronteras de la URSS. No era nada fácil ofrecer una respuesta a este tipo de asedio. El cohete R-7 que había llevado a Yuri Gagarin al espacio, era el primer portador intercontinental del mundo, pero resultaba demasiado incómodo a la hora de usar y tenía contadas unidades desplegadas. La base sólida de las tropas espaciales de la URSS eran los misiles táctico-operativos R-12 y R-14, pero su alcance no superaba los 2.000 y los 4.500 kilómetros, respectivamente. Estos fueron los motivos de la operación ‘Anadyr’, un atrevido plan del líder soviético Nikita Jruschov que consistía en desplegar los misiles nucleares de medio alcance en el territorio de Cuba, donde acababa de triunfar la Revolución Socialista. Nadie se esperaba de Moscú semejante insolencia, dado que el Servicio de Inteligencia de EEUU insistía en que la URSS no sacaba las armas nucleares fuera del país. De modo que se consiguió transportar los misiles a la isla sin impedimento alguno. Se desplegaron en Cuba 16 lanzaderas para los R-14 (con 14 misiles), y 24 lanzaderas para los R-12 (36 misiles). Cada misil R-12 llevaba la carga con una potencia de cerca de un megatón, y los R-14, con algunas cargas superiores a 2 megatones. Las tropas soviéticas en Cuba, bajo la comandancia del general Issa Plíev, tenían a su disposición vectores de armas nucleares tácticas para emprender la defensa del territorio de la isla: doce sistemas de misiles de corto alcance 2K6 Luna, 80 misiles alados FKR-1, seis bombarderos Il-28 con seis bombas atómicas y seis misiles antibuque Sopka. Estaba previsto enviar también a Cuba una brigada de misiles tácticos R-11M con 18 misiles nucleares, pero el desarrollo de los acontecimientos impidió llevar a cabo este hecho. Los primeros misiles R-12 fueron transportados a Cuba el 8 de septiembre de 1962. En realidad deberían haber sido detectados bastante antes, cuando las instalaciones todavía no estaban montadas, pero el 5 de septiembre de 1962 el presidente Kennedy tomó la decisión de no provocar tensiones en las relaciones bilaterales y prohibió los vuelos de reconocimiento sobre Cuba. Gracias a ello, el despliegue de la mayor parte de los misiles pasó desapercibido. Todo se descubrió tras el inicio de los vuelos, el 14 de octubre de 1962. Obligados a someterse a la jerarquía militar |
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Los altos rangos militares empezaron a incitar a Kennedy a emprender una operación militar contra los misiles soviéticos. El jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Maxwell Taylor, y el del Mando Aéreo Estratégico, el general Curtis LeMay, insistían en un ataque aéreo preventivo contra los misiles desplegados y en la intervención en el territorio cubano. El general LeMay le ofrecía a al presidente Kennedy garantías de que en el primer ataque se destruiría el 90% de los misiles. “¿Y el resto?”, preguntó retóricamente Kennedy. Curtis Lemey, quien había orquestado la guerra aérea contra Japón (por su iniciativa Tokio fue arrasada por el fuego en marzo de 1945 mientras que Hiroshima y Nagasaki fueron sometidas a bombardeos atómicos), hizo como que no se enteraba del sentido de la pregunta. Cuatro o cinco cargas de un megatón penetrarían en el territorio estadounidense y destruirían cinco o seis megalópolis. Sin embargo, a los representantes del Pentágono les parecía que los “bolcheviques se habían atrincherado en el patio trasero de EEUU y el presidente no hacía más que preguntar tonterías”. Al escuchar a los militares Kennedy se dio cuenta de que se le estaba arrinconando, forzando a obedecer ciegamente. Los procedimientos, instrucciones y maneras de actuar que salieron de la fragua de la Segunda Guerra Mundial se volvieron obsoletos en un mundo que poseía tecnologías nucleares. El presidente, indignado, vio con claridad que no tomaban realmente decisiones sobre las armas nucleares del país: el derecho de uso, concedido en 1948 de manera formal al líder de la nación, estaba sometido a una serie de directrices y normativas, que quitaban transparencia y responsabilidad en la toma de esta difícil resolución. En la URSS tampoco todo era tan sencillo: se considera que el comandante del contingente soviético en Cuba, el general Issa Plíev, tenía derecho a tomar decisiones independientes sobre el uso de las armas que estaban a su disposición. No es la versión correcta, dado que las instrucciones pertinentes prohibían la instalación de las cargas nucleares sobre cohetes y su lanzamiento sin la correspondiente orden de Moscú. Sin embargo, uno de los participantes de aquellos dramáticos acontecimientos, el representante del Estado Mayor soviético en Cuba y general Anatoli Gribkov, insistía en que Plíev había recibido la siguiente disposición oral del Secretario General de PCUS, Nikita Jruschov: usar según las circunstancias las armas nucleares tácticas, pero no estratégicas. El Estado Mayor incluso empezó a redactar una directiva sobre el uso de armas tácticas, pero el proceso fue suspendido por el ministro de Defensa, Rodión Malinovski, quien señaló que no hacía falta porque el comandante de las tropas en Cuba estaba al tanto de cómo tenía que proceder. Versiones muy parecidas las ofrecen los efectivos de los submarinos con torpedos nucleares a bordo que estaban montando guardia en las aguas del Caribe. La orden era actuar según la situación, a pesar de que formalmente las decisiones independientes estaban prohibidas. Las partes llegaron tan lejos en sus juegos con las “cerillas nucleares” que es de sorprender que no hayan quemado por casualidad nuestra casa común. El inesperado desenlace |
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El presidente Kennedy no sucumbió ante las promesas de los militares y, apoyándose en los miembros de confianza de su equipo, en concreto, el ministro de Defensa, Robert McNamara, y su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy, consiguió promover un plan muy especial del bloqueo a Cuba. Ello posponía pero no eliminaba la toma de la decisión. EEUU buscó aprovechar todos los mecanismos de presión sobre la URSS, pero Moscú evitaba comentar el tema. La tensión iba subiendo de grado. El 26 de octubre, el jefe de estación del Servicio de Inteligencia soviético, Alexander Feklísov, empezó a sondear el terreno para un desenlace negociado de la crisis a través del colaborador de la cadena de televisión ABC, John Scully. Pero el sábado, 27 de octubre, la tensión se volvió inaguantable: los efectivos rusos derribaron el avión de reconocimiento U2 con un misil S-75, ocasionando la muerte del piloto, el mayor Rudolf Anderson. Hasta hoy en día se desconoce quién dio la orden de abatir el blanco. Se puede decir con toda seguridad que no fueron Moscú ni el general Plíev, la decisión fue tomada en Cuba. Es una muestra más que convincente del precario equilibrio de la situación. El mismo día fueron atacados los aviones de reconocimiento de la Marina estadounidense RF-8 Crusader, que intentaron penetrar en zonas de la isla que eran de su interés. Al final de la jornada los destructores estadounidenses empezaron a perseguir a los submarinos soviéticos del proyecto 641, intentando obligarlos a emerger. Más tarde se supo que los submarinos llevaban torpedos nucleares a bordo y su uso se estaba considerando en serio. Aquel día la guerra podía estallar en cualquier momento, por culpa de los nervios de alguno de los comandantes. No obstante, por la noche se celebró la reunión de Robert Kennedy con el embajador de la URSS, Alexei Dobrinin, y se produjo un intercambio de propuestas claras encaminadas a “desescalar” la crisis. La postura de Washington fue transferida a Moscú. El resultado es bien conocido: Estados Unidos, a cambio de la retirada de los misiles soviéticos, ofreció sus garantías al régimen de Fidel Castro y, sin llamar la atención de nadie, desmanteló los misiles Jupiter desplegados en Turquía. El 28 de octubre por la mañana Nikita Jruschov tomó la decisión de aceptar las propuestas de John Kennedy. A las 16.00 horas (hora de Moscú), antes todavía del anuncio oficial, el general Plíev recibió la orden de iniciar el desmantelamiento de las instalaciones. La herencia de la crisis |
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Los pensamientos de los líderes soviéticos durante la crisis eran un enigma, a excepción de que evidentemente no se disponían a lanzar los misiles. Lo único que sabemos es que el 25 de octubre todos los miembros del Politburó, por iniciativa de Jruschov, se dirigieron al Teatro Bolshoi de Moscú para relajar las tensiones y demostrar de esta forma a Washington su buena voluntad. Sin embargo, los sentimientos de John Kennedy están mejor descritos. Contaban muchos testigos que aquel otoño el libro de cabecera del presidente era la obra de Barbara Tuckman ‘Los Cañones de Agosto’. No es una investigación demasiado precisa del inicio de la Primera Guerra Mundial, pero contiene un perfil psicológico sorprendentemente certero de la crisis política y militar de julio-agosto de 1914. Tuckman describe el desmesurado equipaje diplomático y militar, completamente inadecuado para funcionar en las nuevas condiciones que, siguiendo las normas de antaño, iba arrastrando el abismo a los Gobiernos y los Estados Mayores de las principales potencias europeas, involucrándolos contra su voluntad en la guerra. Estas imágenes literarias impresionaron a John Kennedy hasta tal punto que no podía apartarlas de su mente a lo largo de todo el otoño de 1962. Todo parece indicar que dejaba a la autora guiar su imaginación en busca de una salida: demasiado grave era el parecido de octubre de 1962 y aquel otoño de 1914, seguido por sangrientos acontecimientos y desastres sociales. Algunos testimonios recogen las palabras del presidente John Kennedy: “Si en nuestro planeta el algún momento ha de desencadenarse una devastadora guerra nuclear y los supervivientes de esta catástrofe son capaces de superar el fuego, la intoxicación y el caos, no me gustaría que a la pregunta de uno ¿cómo pudo haber pasado? el otro respondiera “de haberlo sabido, nunca lo habríamos permitido”. Un año más tarde John Kennedy sería asesinado en Dallas y dos años más tarde Nikita Jruschov sería desplazado por los conspiradores de todos los puestos que ocupaba. Los timoneles de aquella crisis militar y política, la más grave y peligrosa de toda la Historia de la humanidad, dejarían sitio a unos vínculos no declarados, pero más estrechos, de los dos sistemas. El final de los sesenta y el tramo de los años setenta se convertirían en la época de una creciente influencia de los organismos no gubernamentales, que se encargarían de mantener la comunicación entre las élites políticas de la Unión Soviética y de Estados Unidos a ambos lados del Telón de Acero. Eran el Club de Roma, el Instituto Internacional para Análisis de Sistemas Aplicados y otros. Surgieron otros y bastante reconocibles símbolos de nuestros tiempos: la “línea roja” establecida entre Moscú y Washington, que hizo innecesario el complicadísimo intercambio de notas que había tenido que realizarse durante la crisis. Y los líderes de ambos países recibieron los llamados “maletines nucleares”, unas valijas de unos 20 kilos que contienen los códigos requeridos para emitir una orden autorizando el uso de armas nucleares. Se trata de otro mundo: el nuestro, el habitual. El antiguo quedó devastado por el fuego provocado por las explosiones nucleares, aunque sólo existieran en la imaginación de determinadas personas. Sin embargo, pareció suficiente y se decidió evitar el experimento en “tiempo real”. LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI |
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El presente material se edita en Rebanadas de Realidad por gentileza de Alexander Solovskiy, Director para América del Sur de la agencia rusa RIA-Novosti, Web / Correo |
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