Nuestra sombra no apaga el fuego
por José Bergamín

Cuando decimos en español: nuestra sombra no apaga el fuego, y cuando lo decimos en francés: "notre ombre n’éteint pas le feu”, indudablemente decimos lo mismo, pero no lo decimos lo mismo. Porque entre la frase española que traduce el verso de Paul Eluard, y este verso, aunque su traducción diga exactamente lo mismo que el original, hay una diferencia tan sutil como densa y profunda de sentido: porque hay una diferencia total y única, una diferencia de forma. El verso de Eluard es un fino, sugerente, delicado y profundo verso. Y no solamente por lo que dice, a primera vista banal, sino por cómo lo dice: a primer oído. Las palabras que junta para expresar —exprimir— ese pensamiento, tienen una extraña resonancia musical, melodiosa, que deja en suspenso su sentido, prolongando, más allá de su significación misma, esa cadenciosa, armoniosa, melodiosa musicalidad que digo, que es como una caricia, por el oído, para el alma. Pues con los oídos del alma oímos la poesía como con sus ojos la vemos. Esto, desde Petrarca hasta Eluard, lo saben todos los poetas. "Tú sólo el alma de mis versos mira”, decía nuestro Lope.

"Notre ombre n’éteint pas le feu”, es, en francés, un fino verso que canta, y que encanta, animadamente. En español este mismo pensamiento apenas si es siquiera un verso. Luego esa diferencia formal es algo que podremos discernir únicamente en relación con la poesía. La poesía de Paul Eluard pertenece a una sabia y escogida veta tradicional de la mejor poesía francesa: por su peculiar sensibilidad para el lenguaje francés mismo. Se puede y debe hablar, por esto, de que hay, de que existe en las literaturas europeas una singlar sensibilidad para la poesía específicamente francesa. Como hay otras singularidades específicamente inglesas, alemanas, italianas, españolas. .. Hay, por consiguiente, un lenguaje francés de la poesía: en este caso, un lenguaje lírico. La poesía de Eluard descubre, inventa o revela, esa singularidad maravillosa de una poesía francesa. Sus cualidades características nos señalan esa índole o naturaleza intraducible de una forma lírica, cuando ésta, como en la poesía de Eluard, se nos ofrece pura o apurada, desnuda, limpia, y, en cierto sentido, absoluta. Si es lenguaje de fuego —y creemos que lo es, el lenguaje de esas leves llamas que no pueden apagar nuestras sombras,— ese lenguaje lírico es un lenguaje específicamente francés. A medias traducible como todo lenguaje poético. Intraducible en lo esencial, sustancial, de ese lenguaje mismo. El verso que cito nos da la medida de esa imposibilidad de su traducción a otra lengua.

Cuando el poeta sensibiliza de tal modo —como Eluard— el poder mágico de las palabras en su lengua propia, estas palabras llegan a nosotros como recién nacidas, puras, inéditas, intactas... No se pueden cambiar por otras. La poesía de Eluard se nos entrega a la lectura con esa inocencia. Es siempre una poesía como la noche de que nos habla nuestro Gabriel Miró: "una noche —una poesía —de creación reciente”. Una poesía de creación reciente, quiere decir, para el gramático, una redundancia. Para el poeta es el círculo mágico que le aprisiona en un sentido, virtualizando el poder creador o poético de las palabras. La poesía de Eluard, por esa finísima sensibilidad al lenguaje, que la caracteriza, apura y manifiesta ese misterioso don poético, esa gracia espiritual que hace o deshace el milagro de la poesía. En Francia, después de Nerval y Mallarmé, junto a Apollinaire, a Supervielle ... encontramos en Eluard una espiritualidad de lo sensible, inseparable del decir poético, que es esa intimidad de la forma, del canto y encanto de la poesía, a que nuestro granadino Federico García Lorca llamó duende; singularizando con este nombre la genérica denominación que designa en Andalucía todo lo misterioso. “Tener duende” en lenguaje popular andaluz es sencillamente tener misterio. La poesía lírica de Eluard, sus versos leves, sencillos, musicalísimos, nos parecen tocados de esa gracia, entrañados misteriosamente por ese duende. Una delicada textura de palabras que nos trama y destrama el hilo de oro —de oro y de sangre— que la verifica, que la evidencia.

Poesía de verdad, poesía de amor. Dos términos tal vez inseparables, como decía el Dante, de todo decir lírico de la poesía. Esta poesía, este lirismo, es en Eluard de idéntica contextura artística, de la misma estirpe, que prolonga y renueva, de la gran tradición europea de la poesía amatoria: desde los trovadores, desde el estilnovismo dantesco, desde Petrarca... Una poesía amorosa en cuya esencia y sustancia espiritual comulgaron los mejores líricos renacentistas, y después, los románticos. En francés, italiano, español, alemán, inglés... La naturaleza de este lirismo es, no solamente su musicalidad originaria, y radical o fundamental, sino su reflejo de conciencia; su poder de reflexión humana, de intimidad, de sentimiento único, particularmente subjetivo, que prestó a este término, lirismo, la significación que hoy le conocemos y damos. En este sentido, es Eluard uno de los más significativos y singulares líricos de nuestro tiempo: y su gran virtud, ejemplar para todos, fue no haber traicionado el secreto místico —misterioso y santo— de la poesía, al tiempo que entregaba su vida a una comunión política, con entero desinterés, autenticidad y pureza.

Apenas un año antes de morir publicó Eluard su Antología de poesía francesa, titulándola, intencionadamente, "Primera antología viva de la poesía del pasado”. Un breve prólogo la precede. En muy pocas páginas nos explica el poeta su criterio de antologista, y al hacerlo, con la misma claridad y sencillez de sus versos, nos ofrece una definición exacta de su poética. Alguna de estas páginas son ya, a su vez, de antología, para quien siga, en nuestro tiempo, el significado esencial y sustancial de la poesía francesa.

Y para el poeta mismo, un testimonio ineludible. En este prologuillo nos habla Eluard de los viejos poetas de Francia, conocidos y anónimos. De una pura poesía que canta y encanta. Y nos dice de ellos —como si lo dijera de sí mismo— "que defienden un país sin fronteras... defendiendo un lenguaje universal: el de la inocencia, el de la razón desmesurada, que es nuestra razón, la razón del hombre que repugna a la fealdad y al prosaísmo”.

Y termina su prefacio diciéndonos: "No se es nunca poeta, ni lector de poemas, sin disponer de una pizca siquiera de ociosidad. Hace falta para acordar nuestro corazón con los benéficos poderes de la belleza, para elevar nuestros sentimientos, para formular o para entender justamente la verdad, un tiempo de pausa, un tiempo de espera deliberada, de reflexión o de ensueño. Y esta vacación depende de la suma de preocupaciones que nos causen las desdichas, las luchas, las certezas de nuestros hermanos. La poesía depende —el pasado, nuestro pasado, no es testigo de la vida triunfante”.

¿La vida triunfante? Verlaine había dicho el amor... y la vida oportuna. De la oportunidad, la ocasión, la circunstancia poética, también nos ha dejado Eluard algunas breves páginas escritas; de interpretación más dudosa. O mejor diría, más equívoca. Una circunstancia, oportunidad, ocasión —como para Goethe, su definidor mismo, o los trovadores, o el Petrarca, o, probablemente, Mallarmé—, puede servir al poeta para justificar, justificándose, la índole moral, o metafísica, de una actitud vital, precisamente; y vivamente triunfadora de los enemigos del alma de la poesía: la razón medida, la fealdad, el prosaísmo... De todos esos enemigos salió siempre triunfante, como la vida sobre la pasión del dolor o del goce, como la verdad sobre las razones que la limitan, exclusivizándola, esclavizándola a su propio intento, la voz pura, inocente, enajenada, ensoñadora... de la poesía lírica francesa en Paul Eluard; poeta para quien —son sus palabras— "la tradición es invención y descubrimiento”. Otra redundancia del decir que expresa el poder milagroso de la poesía, encerrándolo en el hechizo de su mágico círculo definitorio.

* * *

La voz de Eluard —tan conocida, tan querida, de quienes fuimos sus amigos— todavía suena en mis oídos (lo recordé hace poco) traspasando el recuerdo de su voz misma (que aún pude sentir, con su viva amistad, en París en 1951) con la repetición del último verso de su poema "Guernica”; cuando Picasso terminaba de quemar en su lienzo maravilloso ese mismo sentimiento español, "sentimiento trágico de la vida”: y, por serlo, triunfante. El verso que siento resonar en mí —¡este sí que verso intraducible!— es el que dice, el que canta:

"Nolis en aurons raison!”

El verso que amaba Bernanos, y repetía, repetía, poniendo y volviendo a poner el disco en que Eluard recita su poema, una vez y otra vez... Era —lo recordé hace poco a los amigos de Eluard, de Bernanos y míos, en Francia— la noche última que pasó Bernanos en Toulon, antes de embarcar para América, con sólo su familia, el P. Bruck y yo, en su casa, en su huerto del mediodía:

"Nous en aurons raison!”

¿Qué desmesurada razón, qué esperanza, qué ensueño? La voz del poeta estremecida, como la del otro poeta —el novelista— por ese sentimiento español que digo ("cementerios bajo la luna” o cenicientos despojos candentes de nuestro simbólico “Guernica”, en el poema como en el lienzo de Picasso) todavía afirma, para mí, esa viva comunión de vida triunfante más allá de nuestra vida propia, de nuestra propia sombra. De nuestra sombra que no apaga el fuego. Porque es ese fuego español —en Eluard como en Bernanos, amigos inolvidables— en Picasso (tan admirado, tan querido) el que enciende e ilumina nuestra esperanza. Porque es de ese fuego, de esa llama, de la que nos dice Eluard, en su poema a su amigo Pablo Picasso:

"¡Al fin, la llama une! ¡Al fin, la llama salva!”

 

por José Bergamín

 

Publicado, originalmente, en: Entregas de La Licorne  Segunda época Año I - Nº 1 - 2 Montevideo Noviembre de 1953

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/41

 

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