Un fenómeno universal e intemporal |
La Organización Mundial de
la Salud (OMS), en su clasificación internacional de enfermedades, define la acción suicida como “un
acto con resultado letal, deliberadamente iniciado y realizado por el
sujeto, sabiendo o esperando su resultado letal y siendo considerado el
resultado por el autor como instrumento para obtener cambios deseables en
su actividad consciente y medio social”. Desde
el punto de vista de la lexicogenesia, el origen de la formación del término
“suicidio” se encuentra en
el latín tardío -“suicidium”: “sui”, (por sí, de sí, a sí) y
“cidium”, (acción de matar); sustantivo este que tiene su origen en
el verbo “caedere”, (cortar, matar)-. Por lo tanto, la acepción
etimológica del vocablo “suicidio” es “matar a sí” o “matar a
sí mismo”. Según
estudios lingüísticos, semántico lexical, de investigación llevados a
cabo, dicha palabra parece ser que la empleó por primera vez Gauthier de
Saint Victor (1177). Sin embargo, se tienen documentos de la misma a
partir de 1734 (abate Desfontaine). Posteriormente la usó Walter
Charleton (1651). En castellano, aparece este vocablo en 1787, aunque,
aisladamente, ya se utilizó, como tal, en 1654. El suicidio constituye,
pues, la máxima expresión de autoagresión, es decir, abarca todos
aquellos actos lesivos autoinfligidos con resultado de muerte. El
suicidio es un fenómeno universal que se da en todas las épocas, países,
culturas y sociedades, aunque, en función del contexto social y cultural,
varía la actitud ante el fenómeno, así como los métodos predominantes.
La
soledad, la frustración de realización personal y la incomunicación,
junto a la escasa cohesión social son factores psicosociales que se
asocian con el suicidio. La
desintegración de la estructura familiar, la elevada conflictividad y el
clima de violencia en la familia, así como la ausencia de funciones
parentales adecuadas durante la infancia, son factores que parecen
aumentar claramente la tendencia al suicidio y al aumento de patología
psiquiátrica en la vida adulta. La pérdida de los padres, de un hermano
o de un cónyuge también se asocia a un aumento de riesgo de suicidio. La
incidencia de suicidio es mayor en personas viudas, divorciadas,
separadas, así como en personas sin hijos. En estos grupos de población
se dan situaciones de duelo y de mayor aislamiento y soledad. El
suicidio es más frecuente en varones que en mujeres, sobre todo el
suicidio consumado; pero si se tienen en cuenta solamente las conductas
parasuicidas, predominan en las mujeres. El
suicidio consumado aumenta con la edad de un modo progresivo, observándose
la mayor incidencia a partir de los 65 años. Los factores implicados en
este aumento en personas mayores parecen ser el mayor aislamiento social,
la frecuencia de viudedad y de situaciones de duelo, la mayor incidencia
de problemas económicos, de enfermedades graves, crónicas,
incapacitantes y dolorosas. Asimismo,
el sentimiento o conjunto de sentimientos que pueden estar asociados a la
motivación suicida son variados, predominando la desesperanza, la
intolerancia al dolor mental y al sufrimiento físico y emocional y el
sentimiento de culpa, consciente o inconsciente, que a menudo se asocia a
odio y agresión. A veces se observa este odio dirigido a otras personas y
el acto suicida tiene el aparente significado de culpabilizar a los demás,
de protesta y castigo; pero siempre suele haber un componente de odio y
agresión dirigido a sí mismo. En determinadas personas suicidas se
observan rasgos de especial impulsividad, inmadurez y rigidez psicológica. Otro
factor a tener en cuenta es que en las personas mayores es más frecuente
que los médicos tiendan a detectar menos adecuadamente los trastornos
afectivos, que se enmascaran a menudo como somatizaciones, hipocondría o
pseudodemencia. Si
bien en los jóvenes y adolescentes, la incidencia de suicidio es mucho
menor, hay que destacar el importante aumento de conductas parasuicidas y
de suicidio consumado que se dan en estas personas, sobre todo en los
varones. El suicidio es la segunda causa de muertes en adolescentes en el
ámbito del mundo occidental. A este aumento parecen contribuir diversos
factores como el incremento de algunos trastornos de personalidad, la
crisis del modelo tradicional de familia y el aumento en el consumo y
abuso de sustancias psicoactivas, entre otros. Las
situaciones de duelo en general deben considerarse como un factor de
riesgo. No sólo el duelo por la pérdida de una persona allegada, sino
también por las pérdidas económicas, la pérdida de empleo y de ocupación
sociolaboral, el descenso en la posición social y la emigración… El
principal factor de riesgo para el suicidio es el trastorno mental. Es
clara la mayor prevalencia e incidencia de suicidio en este grupo de
población, llegando a ser cinco veces mayor que en el resto de la de esa
parte de la sociedad. Los trastornos afectivos suponen la patología
psiquiátrica con mayor riesgo de suicidio, sobre todo en los trastornos
bipolares, en los que existe un riesgo elevado en los períodos de depresión,
pero también en las fases maníacas, por la disforia que experimentan
estos pacientes, su tendencia a las actuaciones y su inadecuada percepción
de la realidad. No debe banalizarse ninguna comunicación de intención suicida, ni confiar en súbitas e inesperadas mejorías cuando un paciente presenta potencialidad suicida. Una mejoría inexplicable puede ser debida a una mayor determinación hacia el suicidio. Ahora a meditar lo leído. |
Carlos
Benítez Villodres
Cónsul de Poetas del Mundo en Málaga (España)
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