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Orígenes del Imperio Otomano (siglos IV al XI)
Jorge Benavent
jorge.benavent@rocketmail.com

 
 

Introducción

Los Hunos Heftalitas y los primeros pueblos Turcos

La India del Imperio Gupta

El pueblo de los Turcos Tu-kiu

Los pueblos Ávaros

El declive del Imperio Griego Bizantino

Los estados Turcos preislámicos

La fusión Turca con el Islam

Notas

Bibliografía

 

El Imperio Otomano fue una de las fuerzas geopolíticas más importantes del Viejo Mundo durante cerca de mil años, y mediatizó por sí solo las relaciones entre Asia y Europa durante al menos quinientos, entre los siglos XI y XVII, una prolongada época histórica. Para algunos estados europeos como la República de Venecia, el Imperio Otomano fue el estado más poderoso del mundo, pues la propia existencia política y económica de los venecianos dependía del consentimiento turco. Sin embargo, el conocimiento actual sobre tan importante actor histórico es, en el ámbito latinoamericano y español, bastante limitado. A cubrir esta necesidad historiográfica contribuye el presente artículo, que presenta una sucinta historia de los orígenes del Imperio Otomano, desde sus raíces en los primeros pueblos Turcos de las estepas de Asia, raíces que se hunden en la Historia de los primeros siglos de la Edad Media, una época trágica y convulsa que conocemos gracias a dos civilizaciones distintas y geográficamente separadas: la greco-bizantina y la china.

 

Introducción

           

Al hablarse de manera genérica sobre los 'Turcos', lo primero que a uno le viene a la mente son los más de 50 millones de ciudadanos de la actual República de Turquía, que habitan en Anatolia y en el extremo sudoriental de Europa, en el Istmo de Tracia, junto a Estambul. Sin embargo existen Turcos que, sin ser emigrantes oriundos de la Turquía republicana —los hay en Alemania en gran número, por ejemplo, en Grecia, los Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, como Brasil o Argentina—, responden plenamente a los requerimientos étnicos de una persona propiamente Turca. Existen grupos de pueblos y etnias que hablan lenguas Turcas, asentados en países fronterizos, vecinos, cercanos e incluso alejados de Turquía. Los pueblos de etnia y lengua Turcas más amplios y numerosos se encuentran diseminados por los países de Asia central y la región montañosa del Cáucaso que, hasta 1991, pertenecieron a la Unión Soviética: Turkmenistán, Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Armenia, Azerbaiyán y Georgia principalmente, donde hay censados más de 20 millones de personas de etnia y lengua turca. Más lejos aún, en países como Kirguizistán, Afganistán, China e incluso la India, también existen comunidades Turcas por lengua y origen étnico. En las actuales Ucrania y Rusia quedan importantes restos de vastas comunidades Tártaras, que son igualmente Turcas[1] pero que siempre han vivido en Crimea y en la región de Kazán.

           

De hecho, buena parte de las antiguas repúblicas, repúblicas autónomas, regiones autónomas y nacionalidades del antiguo mosaico soviético eran pueblos no rusos que étnica y lingüísticamente eran Turcos. También hay pueblos Turcos en el actual Irán, concentrados en las regiones iraníes del Cáucaso, en el Azerbaiyán meridional; minorías de menor tamaño existen también en algunas regiones meridionales y nororientales de la gran república islámica iraní. En las regiones más occidentales de China existen también pueblos Turcos en torno al vasto territorio que, oficialmente en la República Popular China, se conoce como Turkestán Oriental. Por último, existen comunidades de origen nacional turco o vinculadas a esta gran variedad de grupos étnicos en Polonia, Rumanía, Bulgaria, Bosnia, Serbia, Croacia, Chipre, Siria e Irak, donde forman comunidades culturalmente diferenciadas de las mayorías nacionales con las que conviven. Las lenguas de la mayoría de estos grupos étnicos Turcos tienen mucho en común con el turco moderno. De hecho, las diferencias entre ellas son más bien dialectales; sólo hay dos lenguas Turcas que presentan grandes diferencias con respecto al turco moderno: el Chuvasio, hablado en una región del este de Rusia, y el Yakuto, localizado en Siberia.

           

Filológicamente, el turco moderno y las demás lenguas Turcas están agrupadas en el llamado Trono Altaico, junto con el mongol, el manchú y las lenguas tungúsquicas, con las que el turco y sus parientes más próximos apenas guardan semejanzas. Sin embargo, existen una serie de rasgos estructurales básicos comunes a todos estos idiomas, siendo el más importante el de la Aglutinación, que consiste en que expresan la mayor parte de sus relaciones gramaticales por medio de sistemas de sufijos. Por último, existe una difusa y poco reconocible relación de parentesco entre las lenguas Altaicas y las Urálicas, a las que pertenecen algunos idiomas europeos de carácter excepcional, como los del Tronco Fino-Ugrio, compuesto principalmente por el finlandés y el húngaro. Lo importante a la hora de explorar los orígenes del Imperio Otomano es tener presente, gracias a este panorama filológico, que entre la realidad geopolítica actual de Turquía y el sustrato étnico de los diversos pueblos Turcos existe una gran diferencia. Tanta como la que supuso el nacimiento y lento despegue del Imperio Otomano, forjado por los Turcos, su milenaria trayectoria, y las consecuencias dejadas por su desaparición y sustitución por la moderna República Turca.

           

El Imperio Otomano fue sin duda el mayor y más duradero de los estados que los diversos pueblos Turcos crearon a lo largo de su dilatada Historia. Dicho Imperio, en sus siglos de expansión inicial, fue absorbiendo a pueblos que no eran Turcos, y que se vieron unidos a éstos de grado o por la fuerza: árabes, eslavos balcánicos, griegos, rumanos, húngaros y armenios vivieron durante largos períodos, de más de un siglo de duración, bajo la soberanía turca. Su aportación o su oposición al crecimiento y desarrollo del Imperio Otomano varió en intensidad e importancia; sin embargo, su relación con él marcó de manera invariable su historia, su identidad y su cultura. El reconocimiento de este hecho sirve sobre todo para tener en cuenta que, aunque Turco por origen e identidad primigenia, el Imperio Otomano no fue por definición un estado nacional Turco, sino un sistema estatal plurinacional cuyas bases no descansaban en una sola identidad nacional, sino en dos factores complementarios: el poderío bélico y el expansionismo basado en la militancia religiosa islámica.

           

El modo de vida de los nómadas turcos preislámicos era el de los nómadas guerreros de la estepa; el Islam le dio cohesión y una acusada voluntad expansionista Eso sí, la matriz cultural y social de la que surgió, y merced a la cual se desarrolló ampliamente ese Imperio, fue la de los Turcos nómadas y guerreros de las estepas de Asia. El modo de vida nómada, la asunción de la guerra, sus desgracias y peligros, como parte del orden natural y permanente de las cosas, y la preparación de los hombres y las mujeres para vivir en una sociedad guerrera y trashumante por definición, definieron algunos de los elementos constitutivos más importantes del Imperio Otomano.

           

Las huellas históricas más antiguas que conocemos de los pueblos Turcos los sitúan, a comienzos de la Edad Media, entre las llamadas Hordas de las Estepas. Se dice que tanto el Imperio Otomano como el Imperio Chino-Mongol de Genghis Khan —identificado en la vasta Historia china la Dominación mongol y la posterior Dinastía Yuan (1211/1280-1368)— fueron forjados a lomos de los ágiles ponis centroasiáticos sobre los que se movían sin descanso los  nómadas mongoles y Turcos. El Imperio Chino de Genghis Khan (mto. ha. 1227), consolidado su nieto Kublai Khan (1214-1294) —el que conoció cara a cara el legendario Marco Polo de Venecia— tuvo un contacto débil e intermitente con la Cristiandad Latina, desde cuyo punto de vista observamos hoy los siglos de la Edad Media [2]. En cambio, el Imperio Otomano, fundido íntimamente con el Islam —fundado en el siglo VII d. C. por Abul Kassim o Mahoma (ha. 570-632 d. C.)—, perduró mucho más allá, manteniendose hasta 1918 en una constante relación con el Occidente latino: bélica en sus primeros siglos, hasta finales del siglo XVII; más pacífica en sus últimos tiempos, llegando a desarrollar un vivo deseo de integración en la civilización industrial europea de los siglos XIX y XX. Por su amplitud, poderío y extensión, el Imperio que fundaron los nómadas Turcos de las estepas se incorporó a la Historia mundial con un papel y una voz propia, dominando el mundo islámico situado en el norte de África, el sudeste de Europa y el sudoeste de Asia durante quinientos años.

           

La Historia de los pueblos Turcos en sentido amplio puede ser explorada, mirando desde el presenta hacia la antigüedad, hasta el siglo VI d. C. Más allá, en los siglos V d. C. y anteriores, el terreno es menos seguro para los historiadores; las incógnitas aumentan y se hace necesario apoyarse en la filología y la arqueología para obtener evidencias válidas sobre la presencia de los pueblos Turcos. La patria ancestral de los pueblos Turcos se extendía a lo largo y ancho de toda el Asia central. Sus límites aproximados podríamos fijarlos, por el norte, en los Montes Altai y Saiyán, lindando con Mongolia y Siberia; por el nordeste, en la región china de Tian-Shan, antigua marca divisoria entre China y la Unión Soviética; por el este, en la región de Shin-Ghan, en China; y finalmente por el sur, en las vertientes del Altyn-Tag, en los límites septentrionales del milenario Tíbet. Existe un acuerdo más o menos general en el hecho de que los diversos pueblos Turcos que han llegado hasta el presente, partieron de esta vasta extensión del Asia central que acabamos de delimitar, llegando a través de diversas circunstancias históricas a los lugares que son su respectivo solar patrio.

           

Aunque aún no ha podido establecerse de manera satisfactoria, se cree que los pueblos Turcos tuvieron sus más remotos antecesores en los pueblos Hunos, que los cronistas greco-bizantinos y chinos situaron en Asia central entre los siglos IV y VI d. C. Sin pretender aquí dar por buena la continuidad entre Hunos y Turcos —que turcólogos e historiadores medievalistas aún no han confirmado— vamos a presentar un cuadro panorámico de la evolución histórica del Asia central en torno al siglo V d. C. , con el fin de mostrar al lector cuáles eran las fuerzas en presencia en la época en que los pueblos Turcos iniciaron su andadura histórica.

 

Los Hunos Heftalitas y los primeros pueblos Turcos

 

Mientras que las regiones más orientales de Europa, la Península Balcánica y las costas del Mar Negro, sometidas al Imperio Romano de Oriente ―o Imperio Griego Bizantino[3]― conocían cierta estabilidad política, algo de paz y una incipiente prosperidad económica en las décadas centrales del siglo VI d. C. ―gracias a las políticas de enérgica defensa militar y rígido “cesaropapismo” impuestas por el Basileus[4] Justiniano I (527-565 d. C.)―, las inmensas extensiones del occidente y el centro de Asia se veían sacudidas por traumáticas migraciones de pueblos nómadas guerreros, que no tardarían en ser conocidas y temidas en el Mediterráneo. En su mayor parte, estos nómadas guerreros pertenecían al tronco étnico Turco-mongol, el mismo al que pertenecían los pueblos Hunos o Hiong-nu ―según la denominación de las crónicas chinas del siglo V d. C., las más fiables y completas sobre su Historia―. Los Hunos fueron el terror del casi desmantelado Imperio Romano de Occidente entre los años 440 y 460, mientras obedecieron a un solo rey, el mítico caudillo Atila (441-453 d. C.), quien llegó a dominar las llanuras de la actual Hungría, en el curso medio del río Danubio; desde allá lanzó durante una década repetidas expediciones de guerra y saqueo sobre Italia y la Península de los Balcanes. El terrible recuerdo de los Hunos de Atila, al que en la Roma de los primeros papas se dio el apelativo de “Azote de Dios”, perduraría durante toda la Edad Media y sería recordada por los humanistas del Renacimiento, un milenio después de su desaparición.

 

A mediados del siglo VI d. C., tres grupos de pueblos nómadas de origen común habían sido identificados por los cronistas greco-bizantinos y chinos en las estepas asiáticas que se extienden desde Manchuria en el este hasta Ucrania en el oeste, y desde el Turkestán en el norte ―actual Kazajstán― hasta la India en el sur. Al norte de este vasto universo terrestre estaban asentados los pueblos Yuan-yuan, que dominaban Mongolia y buena parte de Siberia, desde los límites occidentales de Manchuria, al este, hasta el Lago Baljasch, al oeste ―en el actual Kazajstán―; al oeste se encontraban asentados los Hunos Heftalitas, de origen mongol, que tras unas pocas décadas cederían su espacio a los primeros pueblos Turcos, originarios de la gran Llanura de Turán, situada al este del Mar Caspio. En las estepas de Ucrania, entre las costas del Mar de Azov y el delta del río Don, persistían todavía los restos del pueblo Huno, entonces en crisis por las guerras civiles que enfrentaban a dos facciones, la de los Hunos Citrigures y la de los Hunos Ultrigures, sobre las que se hablará más adelante.

Los Hunos Heftalitas constituyeron un vasto imperio, poco conocido pero geográficamente extenso, a lo largo del siglo V d. C.; pero el imperio neopersa de los Sasánidas actuó como barrera frente a sus tendencias expansivas en dirección oeste, preservando involuntariamente a la Cristiandad Latina de sus recurrentes invasiones nomádicas. Los historiadores bizantinos designaron a estos Hunos también como “Hunos Blancos” ―lo que en el lenguaje rico en símbolos de los cronistas griegos equivalía a la denominación de "Hunos del Norte"―. A comienzos del siglo V d. C. eran todavía una Horda[5] de escaso poderío, sometida a los pueblos Yuan-yuan de Siberia y Mongolia, asentada entre los ríos Yaxartes ―actual Syr Daria― y Oxus ―actual Amu Daria― hasta el Mar de Aral, en el actual Uzbekistán; hacia el año 440 d. C., mientras Atila sembraba el terror en Italia, está documentada la presencia de los Heftalitas en Samarkanda y en Bactria ―actual Afganistán― donde chocaron contra las defensas orientales del imperio Sasánida, asaltaron el Jorasán, y por último vencieron y asesinaron al rey Peroz I (459-484 d. C.) de Persia. Por aquella misma época intervinieron en diversas guerras civiles de la Persia Sasánida ―así, el rey Kavad I se refugió entre los Heftalitas tras ser destronado, y con su ayuda recuperó el trono definitivamente el 499 d. C.―. No pudiendo superar la resistencia de la Persia Sasánida y del reino de Bactria frente a sus incursiones, los Heftalitas migraron hacia el sur por la ruta de Gandhara hasta la India, entonces unificada bajo la dinastía de los Gupta.

 

La India del Imperio Gupta

 

El Imperio Gupta, surgido en el valle del río Ganges a comienzos del siglo IV d. C., se  expandió por todo el norte de la India, desde el Golfo de Bengala hasta el Mar de Omán, y desde el Himalaya a las Montañas de Vindhia. La de su apogeo fue una de las épocas más brillante de la Historia de la India. En pleno auge, durante los reinados de Kumaragupta I (ha. 414-455 d. C.) y su hijo Skandagupta I (ha. 455-470 d. C.), llegaron las primeras incursiones de los Heftalitas desde el Punjab, que fueron rechazadas por los ejércitos Gupta hacia el 466 d. C. Los Heftalitas no obstante, desde sus bases en Bactria y Kabul, siguieron amenazando el norte de la India y, al serles cerrado el paso hacia la Persia Sasánida a comienzos del siglo VI d. C., penetraron en el valle del río Indo.

 

Los textos chinos y persas del siglo V d. C. acusaban a la Horda Heftalita de ser brutal e ignorante; se había instalado en la región de Gandhara, arrasando su cultura autóctona, mezcla de helenismo y budismo. Los Heftalitas aplicaban terribles represalias contra los que se les oponían y eran derrotados: según una fuente china, tras matar a dos tercios de la población del Alto Indo, redujeron al resto a la esclavitud. El éxito de los Heftalitas se vio favorecido por la división del Imperio Gupta a la muerte del rey Skandagupta I (ha. 470 d. C.). El rey heftalita Mihirakula —se calcula que su reinado se extendió desde el año 502 hasta el 542 d. C. aproximadamente—, fue considerado por los cronistas chinos como un personaje comparable a Atila. Desde su base de Zacala en el Punjab, dirigía expediciones de saqueo y destrucción sobre el valle del río Ganges, poblado y rico. Durante dos décadas fue el terror de aquellas tierras, pero fue derrotado hacia el año 528 d. C. por un gran ejército indio. Se retiró a la región de Kazmir —la actual Cachemira, entre India y Pakistán—, desde donde sus sucesores siguieron sembrando el terror en el norte de la India, pero a menor escala.

 

El núcleo central de los dominios heftalitas, situado entre Sogdia y Bactria —el actual Afganistán—, siguió activo hasta su destrucción por los Turcos y los Sasánidas, comúnmente fechada hacia el 565 d. C. A partir de esa fecha, los heftalitas del Punjab irían decayendo hasta desaparecer de la Historia en la segunda mitad del siglo VII d. C. En cuanto al Imperio Gupta, no sobrevivió a las repetidas invasiones y depredaciones de los heftalitas. Dos ramas de la Dinastía Gupta siguieron reinando en dos regiones distintas de la India, Mégada y Malvá. Los Gupta malveses, radicados en la Península de Valabi, prosperaron gracias al llamado Comercio de Levante, basado en la exportación de sedas y especias indias hasta el Mediterráneo y más allá, comercio que se desarrolló desde el 495 d. C. hasta el 770 d. C.

 

El pueblo de los Turcos Tu-kiu

 

Como otros imperios creados por los pueblos nómadas de las estepas, el de los  heftalitas duró poco y no dejó nada en herencia. Otro pueblo de etnia turco-mongol, el de los Turcos Tu-kiu, ocupó el territorio que dominaban los heftalitas y volvió a sembrar el terror en las fronteras septentrionales de la Persia Sasánida, alcanzando los límites orientales del Imperio Griego Bizantino. A comienzos del siglo VI d. C. las crónicas chinas los sitúan, nuevamente sometidos a los Yuan-yuan de Siberia, en las Montañas del Altai, la explotación de cuyas minas, según las mismas crónicas, controlaban. Debilitados los Yuan-yuan por guerras internas, se alzaron contra ellos los Turcos Tu-kiu y los vencieron el año 552 d. C., obligándolos a abandonar Mongolia y refugiarse en China. Tras ese importante triunfo, los Turcos Tu-kiu reorganizaron aquellos vastos dominios en dos reinos: el Reino Tu-kiu Oriental, asentado en Mongolia, y el Reino Tu-kiu Occidental, con su núcleo central situado al sur del Lago Baljasch. El Kagán o rey de los Tu-kiu Occidentales del Baljasch, aliado con los Sasánidas de Persia, fue el que desmanteló el imperio heftalita hacia el año 565 d. C. Este rey Turco pactó con sus socios persas el reparto de los territorios heftalitas: a los Tu-kiu les correspondió Sogdia, con Bujará y Samarkanda, y a los Sasánidas, Bactria, limítrofe con las fronteras orientales de su imperio. Parte de los heftalitas asentados en la cuenca del Mar de Aral huyó tras esta derrota hacia el oeste. Identificados como “Ávaros” por las crónicas de la época, emprendieron una larga migración en dirección oeste, hasta que se asentaron finalmente la región del valle del río Danubio, en el centro de Europa.

 

Así pues, en los últimos días del Basileus Justiniano I, una nueva invasión "bárbara" amenazaba a los países ribereños del Mediterráneo. Como los Hunos de Atila, los "Ávaros" eran nómadas de etnia Turca, célebres por su gran resistencia física; vivían del pastoreo, de la caza y de sus continuas guerras y saqueos. Entrenados en la lucha desde sus primeros años de vida, combatían a caballo, manejando con gran destreza el arco, la lanza y la espada, y se protegían con corazas de cuero y escamas de metal ensambladas con cordones.

 

Los pueblos Ávaros

 

La primera consecuencia de las largas y recurrentes guerras de las estepas de Asia fue la instalación de los Ávaros en las fronteras nororientales del Imperio Griego Bizantino, en el valle del río Danubio. Se ha pensado que los Ávaros procedían de los restos de los Yuan-yuan de Siberia, fugitivos tras su derrota a manos de los heftalitas, aunque hoy parece imponerse la teoría de que descendían de éstos últimos, vencidos a su vez por los Turcos Tu-kiu y los Sasánidas. Las estepas de Ucrania no son geográficamente sino una prolongación hacia el oeste de las grandes estepas asiáticas, por lo que los fugitivos, sin importar su origen, alcanzaron sin mucho esfuerzo los "Limina" o confines nororientales del Imperio Griego Bizantino: en torno al año 557 d. C. llegaron por el sur a las Montañas del Cáucaso, y poco tiempo después enviaron un heraldo a la corte imperial de Constantinopla exigiendo ser reconocidos como señores de aquellas regiones montañosas. Derrotaron a los Hunos Citrigures ―o Hunos Citra-Uigures, es decir, a los asentados al oeste de los Uigures, hoy en la China occidental― y a los Ultrigures ―o Ultra-uigures, es decir, los de las tierras situadas al este de los Uigures―, que incorporaron a sus Hordas; hacia el año 561 d. C.  en el delta del río Danubio —en la actual Rumanía—, exigiendo al Basileus su reconocimiento como señores de aquellas llanuras costeras.

 

Todavía no eran muy de temer para las ciudades griegas del Egeo y el Mar Negro, pues no habían revelado aún todo su poderío bélico; pero como ocurrió con otras Hordas de jinetes nómadas, anteriores y posteriores, su imperio fue extendiéndose con inusitada rapidez, y en poco tiempo abarcaba desde el valle del río Volga, en Ucrania, hasta el del río Danubio, en la Península Balcánica. Su rey Bayán I (ha. 565-602 d. C.), político sagaz y calculador como lo fuera Atila en el siglo anterior, mantuvo buenas relaciones con los greco-bizantinos mientras lo necesitó. Aplastó a los "Gépidos" —pueblos Godos oriundos de las estepas ucranianas— apoyado por los Lombardos, que a su vez acabaron asentándose en el norte de Italia huyendo de su antiguo aliado. El avance de Bayán I y sus Ávaros fue temporalmente detenido en Turingia —al este de la actual Alemania— por Sigeberto, rey Franco de Austrasia[6]. Hallando terreno extenso y rico en pastos para sus rebaños, los Ávaros se instalaron entre las montañas de Austria y las llanuras de Hungría, aproximadamente en el mismo espacio que los Hunos de Atila en el siglo V d. C. Sólo que en vez de dispersarse y desaparecer a la muerte de Bayán I, como sucediera en tiempos de Atila, el imperio Ávaro de este rey jinete y sus sucesores perduró lo suficiente como para impedir la reconstrucción económica y política de la Cristiandad Latina durante un largo tiempo, debido a sus continuadas invasiones.

 

El Imperio Griego Bizantino, vigilante ante la amenaza de los árabes mahometanos a partir del siglo VIII, no pudo prestar la debida atención a los movimientos de los Ávaros y, como un vecino incómodo para todos los pueblos de la región —bizantinos, lombardos y francos— conservaron las tierras al norte del río Danubio hasta que fueron derrotados, mucho después, por los ejércitos carolingios de Carlomagno el 796. Por ello, algunos modernos historiadores —sobre todo en Alemania, Austria y Hungría— presentan la llegada a Europa de los Ávaros en la década de 570 d. C. como una fecha capital, que marca la la línea divisoria entre la Antigüedad y la Edad Media.

 

El declive del Imperio Griego Bizantino

           

El Imperio Griego Bizantino se hallaba muy debilitado a finales del siglo VI d. C., debido a las guerras y reformas impuestas por Justiniano I, y a una gran epidemia de peste surgida el 542 d. C. En tan difíciles circunstancias, y mientras las incursiones de los Turcos Tu-kiu y los Ávaros recorrían las regiones periféricas de Persia y el Imperio Griego Bizantino, los dos grandes imperios se enzarzaron en una guerra agotadora, amarga y prolongada, que conduciría a la ruina del primero, y dejaría al segundo en difícil situación para resistir la nueva oleada de pueblos del desierto que llegó desde Arabia en el siglo VII d. C.: la de los mahometanos o musulmanes. Éstos serían los liquidadores del Imperio Griego Bizantino en amplias regiones del norte de África y el sur de Europa, borrando completamente su legado y suplantándolo por el de su nueva cultura islámica. El Imperio Griego Bizantino, que no podía sostener una guerra en dos frentes contra los ejércitos de Mahoma y la Persia Sasánida, tuvo que evacuar sus bases en España e Italia, dejándoselas a los Visigodos y los Lombardos, y soportar la imagen de los Ávaros adentrándose por el valle del río Danubio hacia el sur, saqueando la Península de los Balcanes.

           

El sucesor de Justiniano I, el Basileus Justino II (565-578 d. C.), provocó la guerra con los Sasánidas al negarse a pagar el tributo anual a Persia el 562 d. C. El rey Cosroes I (531-579 d. C.) ocupó Apamea, la segunda ciudad greco-bizantina más importante de Siria, deportando a sus habitantes a Irán como esclavos. El año 573 d. C. logró tomar la fortaleza de Dara y saquear los arrabales de Antioquía, entre Siria y Asia Menor. Pero poco tiempo después fue derrotado en la ciudad greco-bizantina de Mytilene (575 d. C.), donde se libró una de las mayores batallas de todo el siglo VI d. C., en la que los greco-bizantinos capturaron a los persas 24 elefantes, que llevaron triunfantes como botín de guerra a Constantinopla. Se firmó una tregua greco-persa después de la famosa Batalla de Mytilene que duró hasta el 578 d. C., y si no llegó a borrar la hostilidad greco-persa, dio a los greco-bizantinos un respiro para reorganizarse y mejorar sus defensas frente a otras amenazas, como la de los Ávaros.

           

La guerra habría de reiniciarse con violentas alternativas y en medio de sangrientas conjuras palaciegas, tanto en Constantinopla como en Persépolis, la capital Sasánida. A Cosroes I le sucedió su hijo Hormizd IV (579-590 d. C.), partidario de la guerra a ultranza contra los greco-bizantinos; sin embargo, no pudo lanzarse a ella por tener que vigilar en sus fronteras septentionales a los Turcos Tu-kiu quienes, aliados circunstancialmente con los greco-bizantinos, trataban de arrebatarle la región de Bactria. Un héroe guerrero de estas guerras, Bahram Techubin, se alzó con una facción contra la Corona persa, llegando a destronar y asesinar al propio Hormizd VI. Pero un hijo de éste, Cosroes II (590-628 d. C.), pactó con el Basileus Mauricio I de Bizancio, quien pese a la hostilidad greco-pesa, contribuyó a reponerlo en el trono Sasánida. Persia y Bizancio se reconciliaron para combatir una subversión social y política interna en Persia que suponía una amenaza mortal para ambos imperios, pero mientras se esforzaban por triunfar sobre ella, los Turcos Tu-kiu aprovecharon para anexionarse Bactria una vez más.

           

Mauricio I (582-602 d. C.) fue sin duda uno de los más grandes Basilioi del Imperio Griego Bizantino, así como un gran estratega, conductor de operaciones militares y de ejércitos en campaña. Quizá la prueba más notable de su intelecto militar fue el hecho de que dirigiera la redacción de un tratado de arte y ciencia militares, conocido como El Strategikon, que aún hoy sigue siendo la fuente más completa y fundamental para conocer la organización y los métodos de combate de los ejércitos greco-bizantinos. Lograda la paz con los persas y un pacto con los Ávaros en el año 601 d. C., alcanzó un ventajoso equilibrio de fuerzas que hizo pensar a muchos que se aproximaba un restablecimiento imperial greco-bizantino. Pero Mauricio I no contaba con el apoyo de la totalidad del ejército, que le acusaba de haber malversado fondos y escatimado suministros a las tropas que no le eran afectas. Cayó finalmente asesinado por un complot militar, dirigido por uno de sus generales, Fokas, que lo asesinó junto a sus cinco hijos en el año 602 d. C. Con este sangriento magnicidio desapareció el último vínculo de continuidad con el orden romano antiguo y su estabilidad política, según el historiador francés Pierre Goubert[7].

           

El golpe de Fokas fue combatido por todos los vecinos de Bizancio, encabezados por el rey Cosroes II de Persia, antiguo aliado de Mauricio I. Sus tropas llegaron al Bósforo el año 610 d. C., tras tomar la fortaleza de Dara, más todas las ciudades griegas de la Alta Mesopotamia y Armenia. Fokas, líder guerrero inculto y cruel, no supo dar una respuesta política a la crisis. La anarquía se extendió por las diversas provincias del Imperio Griego Bizantino: al favorecer a una facción religiosa cristiana ortodoxa se vio traicionado por su oponente, la de los cristianos monofisitas de Egipto y Siria, que colaboraron con los ejércitos persas llegados para derrocar a Fokas y entronizar al heredero de Mauricio I. En todas partes se persiguió a los judíos, acusados de hacer otro tanto, pero casi siempre sin fundamento. Un general griego llamado Heraclio, hijo de un exarca de África de igual nombre, llegó a Constantinopla con una gran flota y, tras asesinar a Fokas en octubre del 610 d. C., se coronó como nuevo Basileus con el nombre de Heraclio I (610-641 d. C.). El Imperio Griego Bizantino salió de esta época de guerras internas y divisiones religiosas tan debilitado, que nunca recuperaría su estabilidad. Los pueblos Turcos de Asia y el Islam en expansión pudieron así desmantelarlo y reemplazarlo, ocupando la que sería la base territorial primigenia del Imperio Otomano.

 

Los estados Turcos preislámicos

           

Mientras en el Mediterráneo y el Próximo Oriente se sucedían estas trágicas convulsiones, a las que tanto los Ávaros como los Turcos Tu-kiu asistían como interesados espectadores sin terminar de implicarse en ellas, los dos estados Turcos Tu-kiu continuaban con su existencia; el Reino Tu-kiu Occidental no sólo se involucró en el Comercio de Levante propulsado por los Gupta desde la India, sino que llegó a establecer relaciones diplomáticas estables con el Imperio Griego Bizantino. Sin embargo, un nuevo actor, la China de la Dinastía T'ang, irrumpió inesperadamente: sus ejércitos derrotaron y sometieron a los Reinos Turcos Tu-kiu durante el reinado de Heraclio I de Bizancio. Sólo el Reino Tu-kiu Oriental pudo reconstituirse, a partir del año 682 d. C., como un estado autónomo bajo tutela china. Este nuevo estado es conocido como Reino Turco Kyk o de los "Turcos Celestes", por su dependencia de China, que era conocida en aquella época como el "Celeste Imperio". El núcleo central del Reino Turco Kyk estaba situado a orillas del río Órjon, un afluente del río Selenga, en la actual Mongolia. La importancia de este peculiar estado radica en que fue el primero de todos los formado por un pueblo Turco que dejó muestras de una escritura propia: las llamadas Inscripciones Orjónicas o Estelas del Órjon, de carácter rúnico. Por aquel entonces, el credo islámico de Mahoma se hallaba en plena expansión, propulsando grandes masas armadas que, desde Arabia y las costas del Mar Rojo, se expandían en nombre del nuevo credo por todo el Próximo Oriente, arrollando a su paso a los ejércitos greco-bizantinos y destruyendo de manera consciente y voluntaria sus ricas y cultas ciudades.

           

El Reino Kyk mantuvo una precaria existencia en las llanuras de Asia central y Mongolia hasta que fue desmantelado en algún momento del siglo VIII d. C. aún por determinar, por otros pueblos Turcos nómadas, que lo asaltaron y saquearon sin que pudiera reconstituirse. Sin embargo, su humilde aportación hizo entrar a los Turcos en el ámbito de la Historia escrita. Sólo faltaba dar un paso más: poner en relación a los pueblos Turcos con alguna de las grandes religiones monoteístas de la época. Finalmente sería religión islámica la que daría cohesión a la belicosidad de los guereros nómadas Turcos, y con ello asentaría los dos pilares sobre los que se desarrolló el Imperio Otomano: poderío bélico y unidad religiosa. Hacia ese paso se dirigieron los Uigures, pueblos Turcos a los que hemos citado anteriormente. Hacia el año 762, los Uigures abandonaron sus creencias tradicionales chamánicas[8] abrazando el Maniqueísmo[9]. El Reino Uigur apenas alcanzó un breve siglo de antigüedad: en torno al año 840 fue desmantelado por los pueblos Kirguises, étnicamente Turcos, pero con diferente cultura, lengua y religión, que emigraron desde su zonas de asentamiento primitivas, en el curso alto del río Yenisei, hacia el territorio de los Uigures, derrotándolos y sometiéndolos.

           

Los Uigures que sobrevivieron a la derrota como pueblo independiente emigraron a su vez en dos direcciones, asentándose entre el 840 y el 860 en el valle del río Tarim y, sorteando el Desierto de Gobi, en el nordeste de China, donde lograron fundar dos nuevos estados. Los Uigures del Tarim se establecieron en una amplia zona en torno a la Depresión de Turfan, a los pies de los Montes Tian-Shan. Lo más destacable de su modesto estado es que legó a la posteridad una gran variedad de textos escritos, compuestos en diversas lenguas turcas, iránicas y sínicas, y que son conocidos como los Escritos de Turfan. Estos Escritos son para los historiadores del Asia central y sus escasamente conocidos pueblos una fuente fundamental hoy en día. El Reino Uigur del Tarim mantuvo durante unos dos siglos una existencia estable, hasta que fue destruido por los pueblos Tangut, de origen tibetano, el año 1028. El estado que formaron los Uigures al este del Desierto de Gobi estuvo asentado cerca de la ciudad china de Lanchou, y llegó a desarrollar una sociedad sedentaria y agrícola, parcialmente integrada en la cultura china circundante. A consecuencia de esta integración, la religión dominante pasó a ser el budismo, mayoritario entre los Uigures orientales ya en el siglo XI. Otro importante pueblo Turco fue el de los Jázaros, que entre el siglo VI d. C. y el siglo XI fundó un importante estado en Ucrania, participando activamente en las llamadas Rutas del Ámbar y el comercio de larga distancia basado en las pieles preciosas —marta, armiño, zorro— practicado en los siglos altomedievales entre los pueblos nómadas del llamado Gran Norte —actuales Rusia y Siberia—, la China de los T'ang, la Cristiandad Latina, el Imperio Griego Bizantino y la nueva potencia emergente del Islam, centrada en el Califato Abásida.

 

 La fusión Turca con el Islam

           

Sin embargo, los Turcos que darían origen al Imperio Otomano fueron otros, menos afortunados y menos conocidos que los Jázaros o los Uigures. A medida que los musulmanes de Arabia y Mesopotamia se fueron expandiendo hacia el oeste por el Mediterráneo y hacia el este en dirección a la India, fueron arrollando a su paso a diversos pueblos Turcos, entre ellos los asentados en la Transoxiana —la región delimitada por el Mar de Aral y los ríos Syr Daria y Amu Daria—. Reputados como hábiles jinetes y resistentes guerreros, muchos fueron esclavizados tras ser derrotados, y enviados a la nueva capital del Islam establecida por la dinastía de los Califas Abásidas en Bagdad[10]. Allí fueron islamizados a lo largo del siglo IX, bien por la fuerza, bien voluntariamente, e integrados en los ejércitos musulmanes. Sin embargo, estos soldados esclavos mantuvieron una cierta cohesión étnica, llegando a formar cuerpos militares de élite, que en contextos de crisis política interna comenzaron a adquirir una relevancia creciente.

           

El primero de estos grupos que alcanzó notoriedad en el Califato Abásida fue el de los Turcos Karakhánidas, nombre cuyo origen radica en uno de sus más prestigiosos generales, Kara Khan —es decir, el "Khan Negro" en lengua turca—. La zona de asentamiento originaria de los Karakhánidas estaba situada en el valle del río Talas, al sur de Anatolia. Tras la islamización de aquel territorio a principios del siglo X por la presión militar del Califato de Bagdad, los Karakhánidas fueron integrados en las expediciones militares dirigidas contra Persia. En el año 999 los Karakhánidas conquistaron la capital de los persas Samánidas, Bujará, y allí produjeron, pocos años después, su primera obra escrita de carácter literario: el "Kutadgu Bilig", esto es, el "Saber que da la felicidad". Este libro, compuesto en lengua turca sobre caracteres arábigos, contiene un manual de educación política para príncipes, uniendo contenidos de carácter político, militar, jurídico y religioso islámico. De esa misma época data la obra del primer filólogo de la lengua turca, un erudito Karakhánida llamado Kashgari, autor de un monumental tratado poético y lingüístico titulado "Diwan", esto es "el Consejo"[11]. El libro contiente un extenso conjunto de obras poéticas y estudios lingüísticos que por su amplitud asentaron las bases del turco escrito como lengua de cultura.

           

Pocos años más tarde, los Karakhánidas entraron la guerra con los Ghaznávidas[12], dinastía de origen Turco que paulatinamente se había ido iranizando culturalmente desde su constitución estatal. El más destacado de los monarcas Ghaznávidas fue el sultán Mahmud I de Ghazna (997-1030), quien fue no sólo un gran mecenas de la literatura persa —el máximo poeta épico en lengua persa, el erudito Firdausi (mto. ca. 1020), vivió cómodamente instalado en su corte— sino también un tenaz defensor de la expansión del Islam por vía militar, que alcanzó con sus ejércitos los límites occidentales de la India. Mahmud I de Ghazna combatió igualmente a sus hermanos de fe y etnia, los Karakhánidas, y su estado perdió impulso con el tiempo, hasta que fue desmantelado por el pueblo mongol de los Kara Kitai en la segunda mitad del siglo XII.

           

No demasiado lejos de Ghazna, en las estepas de Kazajstán situadas al norte del Mar Caspio, estaban asentados los Turcos Oghuzes, un pueblo nómada que en el siglo X aún no había sido islamizado, pero que a lo largo de la centuria se sometería al Islam y se comprometería a marchar hacia la India bajo el estandarte verde de los Califas de Bagdad. Al frente de la Horda Oghuz de los Kınık según la ortografía turca moderna— se hallaba un jefe guerrero llamado Selcuk pronunciado Selyuz en español—, célebre por sus victorias como guerrero y por su habilidad como político. En torno al año 970, en pleno auge de los estados Karakhánida y Ghaznávida, Selyuz ordenó a los guerreros de su Horda, a sus súbditos y a sus aliados, convertirse junto con él al Islam y luchar en las filas de los ejércitos Samánidas de Bujará. Los Samánidas ofrecieron tierras a Selyuz muy cerca de Bujará para asegurarse su fidelidad y la de sus guerreros, y un elevado status social y militar. Cuando los Karakhánidas derrotaron a los Samánidas y conquistaron Bujará en 999, comenzó la época que daría fama a los llamados Selyúcidas, los descendientes de Selyuz, considerados los fundadores del Imperio Otomano. Los hermanos Çağrı Beg Davud que en español podría pronunciarse como Zagrí Beg Davut— y Toğrıl Beg Mohammed (ca. 1037-1063) conquistaron, al frente de sus Hordas de guerreros Turcos a caballo, enormes extensiones de terreno en un brevísimo tiempo. Estos dos jefes guerreros fueron los primeros khanes Selyúcidas. Tras sus primeros y espectaculares éxitos militares, Çağrı y Toğrıl se establecieron en la región del Jorasán. Çağrı decidió poco después guerrear contra los Ghaznávidas , cuyo estado consiguió desmantelar temporalmente hacia el año 1040. Sin embargo, fue la carrera bélica de Toğrıl la que resultaría más importante para la fundación del Imperio Otomano.

           

Sus expediciones guerreras y de saqueo se dirigieron hacia el oeste, sobre los territorios de Nishapur, Joresm, Hamadán e Isfahán. Todos estos estados eran islámicos, puesto que los reyes musulmanes no sólo trataban de aumentar su poder a costa de los pueblos que consideraban infieles, sino que se combatían entre sí frecuentemente por cuestiones de rivalidad, religión, prestigio o botín. No debe olvidarse que los pueblos nativos de estas regiones del Asia central y occidental, al convertirse al Islam, no cambiaban en nada su estilo de vida, basado en la ganadería trashumante y el enriquecimiento a base de combatir y saquear a los extranjeros con que se iban encontrando a lo largo de sus migraciones. Las hazañas bélicas de Toğrıl Beg Mohammed llamaron la atención del califa abásida Al-Kaim de Bagdad. Políticamente resentido por la ya prolongada influencia del partido chiíta Buyí en el Califato, planeó servirse de las Hordas de Toğrıl para privarlo de su hegemonía política. Toğrıl aceptó la oferta de Al-Kaim y cumplió su misión de manera expeditiva, masacrando a los Buyíes el año 1055. En recompensa, el califa le concedió el título de Sultán, que ostentarían todos los soberanos del Imperio Otomano hasta 1918.

           

Uno de los sucesores de Toğrıl, llamado Alp Arslan (1063-1072) fue el que inició la conquista de Anatolia, la que sería el núcleo territorial del Imperio Otomano. En 1071 derrotó a un gran ejército greco-bizantino enviado para frenar su irrupción en Armenia, en la Batalla de Manzikert, no lejos del Lago Van. Esta victoria permitió la inmigración libre de turcos musulmanes hacia el interior de Anatolia, que fueron progresivamente adueñándose de ella y suplantando a la población autóctona greco-bizantina. Sin embargo, la cohesión política de los Turcos Selyúcidas en Anatolia fue breve, ya que su incipiente reino dependía excesivamente de que el Sultán fuera un gobernante enérgico y autoritario, capaz de mantener unidas a unas tribus muy proclives a guerrear entre ellas. El Reino Turco Selyúcida se disgregó en varias entidades políticas discontinuas en tiempos del sultán Mohammed I (1105-1118), nieto de Alp Arslan. Sin embargo, la dinastía Selyúcida retuvo todos los elementos constitutivos del Imperio Otomano a lo largo de los siglos XII y XIII. Hubo de pasar una dura prueba al haber de enfrentarse con los mongoles de Genghis Khan, quienes estuvieron a punto de hacerloadesaparecer en la década de 1220, pero logró sobrevivir. Hacia el año 1281 Osmán I, Sultán Selyúcida, fundó la Dinastía Osmanlí, y de su propio nombre, dialectalmente modificado como "Ottmán", surgiría finalmente el nombre del Imperio Otomano, que comenzaría a intervenir activamente como potencia a tener en cuenta por la Cristiandad Latina en tiempos del Sultán Mehmed I (1413-1421). La Historia Osmanlí, que va desde el reinado de Osmán I (ca. 1281-1326) hasta el de Mehmed I es bien conocida, pues posee un número suficiente y conocido de fuentes escritas. Lo que el presente artículo ha tratado de exponer de manera sistemática ha sido la estructura y la evolución de los elementos que forman sustrato de dicha Historia.

 

 Notas

 

[1] Lo queramos o no, la llamada Cristiandad latina —o lo que es lo mismo, los reinos cristianos del oeste y del centro de Europa— posee lazos culturales e identitarios con nuestra actual civilización occidental —en Europa tanto como en América— que ninguna otra civilización de su época poseyó; por lo tanto, pretender perder de vista artificialmente un enfoque eurocéntrico, que nos aporta unas coordenadas imprescindibles para entender la realidad histórica a la hora de explorar el mundo medieval, me parece un absurdo, aunque a algunos historiadores contrarios al "eurocentrismo histórico" les parezca un ejercicio necesario.

 

[2] Entre las múltiples minorías Turcas cuyos territorios de origen nunca estuvieron dentro de los límites de la actual Turquía republicana —limitada a Anatolia y Tracia—, y cuya mayor agrupación se dio dentro de las amplias fronteras de la antigua Unión Soviética, destacan por su número y amplitud los pueblos Tártaros, que hablan lenguas Turcas muy similares al turco moderno, comprendidas en el llamado Grupo Turco Kipchak o Noroccidental.

 

[3] El último César o emperador que mantuvo la deteriorada unidad política del Imperio Romano fue Teodosio I el Grande (394-404 d. C.), quien lo dividió constitucionalmente entre sus dos hijos, Honorio I y Arcadio I. Honorio I heredó el tambaleante Imperio Romano de Occidente, con capital en Rávena ―Roma había decaído en las décadas anteriores al reinado de Teodosio, simbólicamente asociada al abandonado politeísmo precristiano, y Rávena era una plaza fuerte casi inexpugnable, al estar rodeada de marismas, lo que explica el cambio de capitalidad―, amenazado de muerte por continuas invasiones de pueblos “bárbaros”, asentados en Europa central y septentrional desde el siglo III d. C. Arcadio I heredó el económica y militarmente más sólido Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla. Esta gran ciudad, conocida como Byzantium o Bizancio hasta el siglo IV d. C., dio al Imperio Romano de Oriente el apelativo de “bizantino”. Por lengua, cultura e identidad, el Imperio Romano de Oriente era griego, no latino, como había sido la Roma republicana y altoimperial; por ello, los términos “Imperio Romano de Oriente” e “Imperio Griego Bizantino” son considerados aquí sinónimos. La formación del Imperio Romano de Oriente o Griego Bizantino, asentado geográficamente en Grecia, Asia Menor y las cuencas del Mar Negro y el Egeo, de tradición helénica, fue iniciada por Constantino I el Grande (324-337 d. C.), quien instituyó el cristianismo como religión oficial de todo el Imperio Romano, rechazando las raíces politeístas paganas de Roma ―lo que fue casi tan determinante para la desaparición de la civilización romano-latina como los asedios y saqueos que sufriera la propia Roma en el siglo V d. C.―. Este emperador, acusado de “romanicida” por sus oponentes políticos, impuso además un absolutismo monárquico-clerical ajeno igualmente a las raíces republicanas de Roma. Este nuevo sistema de gobierno fue conocido como “cesaropapismo”, porque ponía en manos del emperador o César la jefatura papal de la Iglesia. Constantino I también dio a la ciudad de Bizancio el nombre de Constantinopla, del griego Konstantinópolis, la “ciudad de Constantino”, situando en ella su corte imperial cesaropapista. La ciudad continuó siendo la capital del Imperio Griego Bizantino hasta su conquista por los Turcos otomanos en 1453, quienes la llamaron Konstantiniye, es decir, "Constantinía" o “ciudad de Constantino”, pero usando una denominación turca,  despojada de su carácter griego primitivo.

 

[4] El título de "Basileus", de origen griego, era equivalente al de César, y fue instituido en tiempos de Constantino I el Grande. En general sirvió para designar a los emperadores Griegos Bizantinos, desde Arcadio I (desde el año 404 d. C.) hasta Constantino XI —cuyo reinado finaliza con la caída de Constantinopla en manos de los Turcos otomanos en 1453—. El título de "Basileus" no se extinguió definitivamente con éste último emperador Griego Bizantino, sino que se mantuvo vigente en diversos estados ―pretendidamente herederos del Imperio Griego Bizantino― que diversas dinastías monárquicas griegas establecieron, aunque sin mucho éxito y con escasa duración y trascendencia histórica, en diversos territorios situados en torno al Mar Negro, como Trebisonda —actual Trabzon, en la República de Turquía—.

 

[5] Una Horda viene a ser una federación laxa de tribus, agrupadas bajo un caudillo común para migrar y hacer la guerra conjuntamente; el término horda pasó a usarse con el tiempo para designar a una gran muchedumbre de guerreros nómadas, o a un ejército de escasa organización, formado por guerreros no sujetos a las órdenes de una jerarquía de mando militar estructurada.

 

[6] Austrasia es el nombre con el que se conoce la región más nororiental del reino de los Francos  durante el denominado Período Merovingio, en contraposición a Neustria, que era la parte noroccidental y diríamos nuclear del reino. Clodoveo I el Grande, rey de los Francos, dispuso que su reino fuese repartido entre sus hijos a su muerte el año 511 d. C.: Neustria fue heredada por Clotario; Austrasia, por Teodorico; Orleáns, por Clodomiro; y París, por Childeberto. Desde este reparto hasta la reunificación del reino por el monarca carolingio Pipino el Breve a mediados del siglo VIII d. C., Austrasia fue durante largos períodos un reino prácticamente independiente, con capital propia en la ciudad de Metz. Austrasia estaba formada por territorios hoy situados en el este de Francia, el oeste de Alemania, Bélgica y los Países Bajos. De forma aproximada comprendía las cuencas de los ríos Rhin, Mosa y Mosela. Además de su capital Metz, incluía ciudades importantes como Reims —que sirvió de capital para algunos reyes de Austrasia—, Colonia (Köln, en Alemania) o Tréveris (Trier, en Alemania). Su influencia política y eclesiástica se prolongaba hacia el este llegando hasta Turingia y Baviera, que por entonces eran reinos semibárbaros y escasamente cristianizados. Desde la creación del reino en el 511 d. C., Austrasia estuvo constantemente envuelta en disputas con su vecina Neustria. Estas disputas alcanzaron su clímax con las guerras que enfrentaron a la reina Brunegilda de Austrasia con la reina Fredegunda de Neustria. El año 613 d. C., una rebelión de la nobleza contra Brunegilda depuso a ésta como reina y la entregó, junto con la sencilla cúpula del estado, al rey Clotario II de Neustria, que reunificó ambos reinos y creó un Reino Franco único gobernado desde París. Con el debilitamiento de la influencia real en Austrasia, el puesto de 'Mayordomo de Palacio' se convirtió en el auténtico poder fáctico del estado y se tornó hereditario en la dinastía ducal de los carolingios. Tras la deposición del último rey merovingio por los carolingios, ejecutada por Pipino el Breve, Austrasia desapareció como reino independiente. Bajo Carlomagno (771-814) y sus sucesores, recibiría el nombre de Austrasia la parte oriental del Imperio Franco Carolingio, coincidente con la actual Alemania.

 

[7] V. Pierre Goubert, Byzance avant l' Islam. París, 1961, passim.

 

[8] Las religiones chamánicas son, en casi todo el mundo, las más primitivas y antiguas que se conocen. Antropológicamente suponen un estadio de civilización muy elemental. No poseen sistemas organizados de creencias, sino que se basan en la personalidad de los chamanes tribales, hombres santos o hechiceros, capaces de comunicarse con el mundo inmaterial e invisible de los espíritus —con o sin dioses, a veces sólo poblados por fuerzas naturales sin apenas una identidad definida— que van transmitiendo de generación en generación sus conocimientos mágicos y su sabiduría tradicional, en la que conviven remedios de sanación con artes adivinatorias y normas de carácter jurídico-religioso para la resolución arbitral de conflictos. Los chamanes o hechiceros tratan, por medio de conjuros y trances extáticos, de consultar al mundo de los espíritus sobre todas aquellas cuestiones existencialmente cruciales para su tribu, como la guerra, la lluvia, las enfermedades, la muerte etc.

 

[9] El Maniqueísmo fue una religión que fundó el profeta y sabio persa Mani en el siglo III d. C., mezclando sincréticamente elementos del judaísmo, la religión cristiana, el budismo y el mazdeísmo zoroástrico. La cosmovisión maniquea identificaba una dualidad profunda en todo lo existente, tanto material como sobrenatural. Según Mani, había en todo una parte buena y luminosa, y otra mala y oscura, que sólo podían ser conciliadas y superadas mediante la revelación divina y la búsqueda del bien, la luz. Junto a esta sólida base ética, los maniqueístas creían en la existencia de innumerables dioses y demonios, lo cual constituía la mayor debilidad de su credo. Otra era la creencia en la reencarnación, y la imposición a sus fieles de pesadas obligaciones en forma de ayunos, limosnas y penitencias, por parte de un clero fuertemente jerarquizado pero escasamente formado moral y teológicamente, en el que los fieles dejaron de confiar con el paso de los siglos, decayendo la fe hasta prácticamente desaparecer.

 

[10] La época de la dominación de la dinastía de los Califas Abásidas comenzó el año 749, y se prolongó hasta 1258, cuando su capital Bagdad fue conquistada y arrasada por un ejército mongol al servicio de Kublai Khan —El libro de las maravillas del mundo debido a Marco Polo ofrece abundantes noticias sobre las cruentas guerras que sostuvieron la China mongol y el Califato Abásida en la primera mitad del siglo XIII—. La dinastía califal Abásida trasladó su sede a Egipto, donde cayó paulatinamente bajo la influencia de los cuerpos militares Mamelucos. El fin a este califato egipcio, más formal que efectivo, se lo puso uno de los primeros grandes sultanes turcos del siglo XVI, Selim I, quien depuso al último califa Abásida en 1517.

 

[11] El término turco "diwan" ha sido tomado en el español como "diván", designando un mueble destinado al descanso, donde poder reclinarse manteniendo una posición erecta del tronco, y dando descanso a las piernas, extendidas en posición horizontal. Quienes en el califato islámico medieval tenían el privilegio de poseer y utilizar cotidianamente este tipo de "divanes" eran los altos funcionarios civiles y consejeros de los monarcas, que solían emplearlos cuando daban audiencias públicas o se reunían para discutir asuntos políticos de importancia. De hecho, en turco medieval, el término "Diwan" venía a designar al consejo supremo de la administración civil del estado, que podríamos traducir como "gabinete o equipo de gobierno". Ése fue el título con que quiso dar a conocer su libro el erudito Kashgari. El éxito de la obra fue tal, que en siglos posteriores se dió el nombre genérico de "Diwan" a todos los tratados literarios y compendios poéticos que fueron surgiendo de la pluma de diversos autores musulmanes de diverso origen nacional e idiomático.

 

[12] El nombre procede del de la ciudad de Ghazna, la capital de su estado, situada en el actual Afganistán, al sudoeste de Kabul.

 

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Jorge Benavent
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