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I
Con los belfos hundidos en estrías lilas,
trashumante en busca de entresijos
se aleja la manada.
Husmeados entresijos que allegan
el ensueño de húmeda fragancia,
(¡cómo olvidar la regalía
y su esfumado esplendor,
esplendor de cosa pasada,
vivo repliegue del alma
en estado de añoranza!).
Fragancia en los rebordes
de enrojecido clítoris,
clítoris venido con augurios
envuelto en el múrido satén de paraíso,
clítoris que había sido dado en promesa
y así fue tomado,
tomado en préstamo por la naturaleza.
Entre las rudas costuras
guarnecido clítoris,
cuerpecillo ligeramente extra-planetario,
cuerpecillo al cual
se había dado alojamiento
por ser parte del cáliz,
allí precisamente donde se posa el labio,
del cáliz y por tanto artefacto sagrado.
Cuerpecillo al cual
se había dado alojamiento
en una hondonada de agrestes socavones
y bravíos salta-montes,
reconvertidos ahora y sin regreso
en una ligera estela,
estela de tonos grises y castaños
expuesta bajo los rudos dientes,
dientes de una molienda ya irreversible.
Cuerpecillo cuyo nervio fue acero,
dulce acero con el cual resistir,
resistir en los eriales de frontera.
Acero impunemente hurtado
por la pasión y el desvarío
que al sacar no puso,
al contrario,
agravó la simiente con detrito.
Una vez + fruto de operaciones infelices
toda la sobra,
toda la falta
se había sedimentado inconvenientemente.
A causa de tan inapropiada quimera,
a salirse de sus raíces se negó la hierba;
al negarse hubo clausura
de la sonrosada aurora
y no comparecencia de su menor hijo,
el aurívoro arco iris.
II
Mientras tanto,
como muñeca ya en desuso,
entre 2 prietos alcores
colgadiza se desierta la casa,
poco a poco la letrina se desierta.
En el fondeado fondo
de ·alerudo· rancho
como carcomido sombrero de paisano,
entre apremios el salón de la escuela
asimismo se desierta;
he aquí los tintes al pastel qué borroneados,
el tropel de las voces como plumas,
como plumas arreadas por el viento,
como plumas a las cuales
se quitó el plumaje,
como plumas en viaje para no volver.
En cumplimiento de otros designios,
su quincha de totora alfombra,
alfombra las señales de vida en el sendero,
ocultándolas.
III
Junto al brocal revoloteando,
falto éste de argamasa
en partido ladrillo barcino
había cantado la cigarra,
¿hace cuánto?
Había en ese entonces cantado
y al no cantar ahora,
en el fino polvo genérico
de todas las cosas,
fragmentos tan sólo
se insertan de la opaca cáscara,
cáscara salida de un cuerno abundante,
¡oh miseria!
muy abundante,
para recubrir salida su inmadura crisálida
de medio camino y abismo.
IV
A causa de estas musitadas despedidas
en el ondeado entorno de la brisa
que roza y olvida,
habrá en adelante monólogo del amanecer,
del amanecer consigo mismo.
En estas circunstancias
inexorable la ausencia de su canto,
·des-acompañará· la cigarra
el des-templado chirrear
de la rondana loca,
inaudible ya
a falta de oídos desatentos o atentos,
inaparente ya
a falta de pestañas y de párpados.
Acorralada la materia que nace
de mezclarse el humus
con el charco de agua,
aniquilados uno a uno esporas y cigotos,
esporas y cigotos para un nuevo mundo,
hojas muertas serán
las pálpebras que encubran,
con protección encubran
al inaudible arrorró
de ensueños disueltos en el aire.
En el aire que desconfiado
da vueltas en trompos angulares,
en el aire que rebusca vanamente
el bermellón irisado de matices,
su intermitencia,
intermitencia que confiada había sido
a sorprendentes noctilucas;
noctilucas a las cuales se sumaba
el rústico bote hacia delante
de bravíos salta-montes,
definitivamente ausentes
unas y otros. |
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