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I
Describo y al describir
señalo las supuestamente intrascendentes,
intrascendentes marcas en el piso,
en el desmesurado cielo raso,
en las kilométricas paredes,
en puertas y ventanas
construidas ex profeso,
a propósito para que fueran indelebles,
indelebles estas huellas de ayes y de gritos.
Huellas de ayes y de gritos
en la veteada atmósfera
de un planeta en desliz,
planeta que ostenta
rugosas fauces con muchos muertos
y algún sobre-viviente.
Preguntados y re-preguntados que fueron,
eso había afirmado el monteador
juntamente con el ebanista,
por unas fauces
y por otras muertes minuciosamente.
Sorprendidos,
esa vez expresaron que unas y otras
habrían de ser salidas y entradas
hacia y desde un amortajado universo.
En una mañana de fajina,
sin pupitre ni notarios
en improvisadas grutas,
sin obús ni carreros de obuses
retirados momentáneamente
de la vitrina,
se suma y se resta cada brizna.
Vitrina en la cual también se guarda,
entre ·suvenires· se guarda
un winchester de caza.
II
En la tierra adentrándonos,
a gatas a través de estrechos túneles
nuestro postizo dedo índice señala,
rebordea cual si fuera cuchillo
con el filo hacia arriba;
rebordea y sangra gotas con reguero,
gotas que se estancan,
se estancan a causa de ese plim
que está en todos lados;
rebordea marcas
con etiqueta color café de tinte.
Profunda y antigua sucesión de cicatrices,
sobre débil hueso occipital y hendedura
entre pellejos cicatrices.
Éstas son ominosos distintivos
en el pardo envés de la franela escondidos;
franela sobre la cual
alguna que ya no es con voz muy baja,
inaudible al niño pequeñito
su último arrorró había cantado.
En el tránsito del sueño al ensueño,
la canción de cuna
en el catedralicio recinto
de su glotis ya en silencio,
ya en silencio
es tan solo un paso de baile inaprensible.
Canción de cuna para niño pequeñito
que como la espuma
de una ola en el océano,
perdurará
en la desnuda ·incesancia· de la memoria,
memoria para la cual se buscan antídotos,
estados alterados
y soñolencia con olvido. |
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