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El Principio de Thanatos en la poética de Sara de Ibáñez |
“Sea la luz dijeron al abrirse |
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Suntuosa
y opulenta en el idioma, “el más grande archivo lingüístico
nacional” ha afirmado Sylvia Lago, la poesía de Sara de Ibáñez
evidencia como nunca en nuestra literatura, un inmenso arsenal cultural
que se extiende desde Garcilaso, Góngora, San Juan de la Cruz y Sor Juana
hasta la Generación del 27 en España, Mallarmé. Valéry y Neruda.
La
excelsa y universal voz sárica emerge en el contexto de la Generación
del 30 o del Centenario con la publicación de su primera y ya magna obra
“Canto” (1940) prologada con elogiosas y acertadísimas palabras por
Pablo Neruda: “grande, excepcional y cruel poeta… estructura y
misterio, como dos líneas inalcanzables y gemelas, tejían de nuevo la
vieja, temible y sangrienta rosa de la poesía… Quien conozca estos
productos humanos verá que esta mujer recoge de Sor Juana Inés de la
Cruz un depósito hasta ahora perdido: el del arrebato sometido al rigor;
el del estremecimiento convertido en duradera espuma”. Más adelante
profundizaremos sobre este entusiasta recibimiento de su libro inicial por
parte del poeta chileno y poetas españoles ya que muchos testigos cuentan
que Rafael Alberti al viajar a Montevideo y saludarla le recita de memoria
“Isla en la Tierra”, uno de los poemas iniciales del libro. |
La
poetisa nació en Chamberlain, Tacuarembó, en 1909. Su nombre verdadero
es Sara Iglesias Casadei pero adoptó como escritora el apellido de su
marido: el crítico y también poeta Roberto Ibáñez. Con él tiene tres
hijos, destacándose entre ellos, Suleika Ibáñez como ensayista y
escritora (“El jardín de las delicias”). Vivió bastante aislada del
mundo y en función exclusiva para la escritura. Fallece en Montevideo en
1971. Su obra completa es una verdadera antología. Todo lo que escribió
es de tal perfección que no tiene nada de que arrepentirse, desde la obra
inicial mencionada (“Canto”, 1940) hasta los poemas recogidos por su
esposo y publicados en forma póstuma (“Canto Póstumo”, 1973). Pedro
Enríquez Ureña y Octavio Paz se refirieron a ella como la “Gran
Sara” y son solo dos ejemplos de la admiración del mundo intelectual
entero sobre su macrotexto poético. Su trayectoria lírica comienza con
“Canto” (Buenos Aires, Losada, 1940); “Canto a Montevideo”
(Montevideo, Impresora Uruguaya, 1941) Premio Único y Medalla de Oro
otorgada por el Jurado de Remuneraciones Artísticas y Literarias del
Ministerio de Instrucción Pública; “Hora ciega” (Buenos Aires,
Losada, 1943); “Soneto a Julio Herrera y Reissig” (1943) Premio Único
del Concurso AIAPE cuyo jurado fue Rafael Alberti, Pedro Henriquez Ureña
y Guillermo de Torre; “Pastoral” (México, Cuadernos Americanos, 1948)
Premio del Ministerio de Instrucción Pública; “Artigas” (Montevideo,
1952) Primer Premio de la Academia Nacional de Letras; “Las estaciones y
otros poemas” (México, Fondo de Cultura Económica, 1957) Premio del
Ministerio de Instrucción Pública; “La batalla” (Buenos Aires,
Losada, 1967); “Apocalipsis XX” (Caracas, Monte Ávila, 1970) y
“Canto Póstumo” (Buenos Aires, Losada, 1973). Antes
de entrar al tema específico de este ensayo: la visión thanática en el
universo poético de Sara de Ibáñez es necesario profundizar previamente
en su contexto generacional, en una visión general de su obra, en
su concepción de la poesía y de su condición de poeta. Por
fecha de nacimiento (1909) Sara pertenece a la Generación del 30 en la
literatura uruguaya pero publica tardíamente (1940). Recordemos que en
1939 Juan Carlos Onetti publica “El pozo” obra clave para la Generación
del 45. Es, pues, una “reservista” de su generación porque publica
con la generación siguiente. Un caso similar es el de Clara Silva que
publica en el 45. Por nacimiento pertenecen a una generación por
publicación a otra. Es unánime ubicar a Sara en la Generación del
Centenario y no en la del 45 como la ubica únicamente su hija, Suleika Ibáñez.
Y pertenece a la Generación del 30 porque no tiene la conciencia
generacional que caracterizó a la Generación del 45. Es digno de
destacar que las dos generaciones siguientes a la del 900 como son la del
15 o 17 y la del 30 no tienen el denominador común que debe caracterizar
a una generación literaria. Uruguay tuvo grandes creadores en estos años
pero cada poeta o narrador tomó su propio camino, además se sintieron
continuadores de la Generación del 900 y vivieron bajo su sombra aunque
hay grandes excepciones que no fueron simples fantasmas de un Modernismo
ya extinto en el resto del continente. Un ejemplo es el de Sara de Ibáñez.
Con respecto al contexto epocal Uruguay vive en el 30 de los réditos del
batllismo, el país está convencido que el progreso existe y que es además
lineal e indefinido, las pautas de conducta están marcadas por la clase
media. El país vive además un período muy estable, desde la Revolución
de 1904 de Aparicio Saravia se instala la tranquilidad, hay acuerdos entre
blancos y colorados, se rechazan los extremos buscando el punto medio. Con
respecto a las Generaciones del 15 y del 30 se genera una cultura oficial,
lo que consagra a los escritores son los Concursos del Ministerio de
Cultura, el Estado facilita las ediciones y otorga cargos y cátedras. En esos años llegan también las vanguardias, pero como
siempre los movimientos llegan limados, se pierden las aristas más
agudas, pierden además casi todo el contenido de angustia existencial,
solo se mantienen los aspectos formales y lúdicos. Este aspecto se ve
claramente en la poesía de Alfredo Mario Ferreiro con sus dos obras “El
hombre que se tragó un autobús” y “Se ruega no dar la mano”. Las
orientaciones poéticas son varias en estas décadas, Basso Maglio se
caracteriza por el simbolismo hermético, Sabat Ercasty por la cosmogonía
oriental, Silva Valdés e Ipuche por el nativismo y lo gauchesco,
Ildefonso Pereda Valdés se adentrará en la vanguardia para
posteriormente retroceder al nativismo, Juan Cunha tiene tendencias múltiples,
Esther de Cáceres es una intelectual católica ortodoxa que celebra al
Dios presente, Sara Bollo está marcada por un espiritualismo que se
corresponde con la inquietud religiosa que plantea Clara Silva, Blanca Luz
Brum plantea un surrealismo solapado,
Roberto Ibáñez plantea una poética metafísica y metafórica y
Sara brilla con singular nota de originalidad. Discrepamos con Rodriguez
Monegal cuando afirma: “Los escritores triunfantes en 1930 confundieron
el Olimpo particular de cada uno con la Literatura … fueron dioses sin
culto, enormes figurones obsoletos. El anquilosamiento de la literatura
uruguaya había llegado a ser total”. Igualmente discrepamos con autores
como Maggi o Cotelo para
quienes el período 1900-1945 fue un período bastante ingrato en Uruguay.
Consideramos a diferencia de ellos que existieron grandes figuras
literarias como lo ejemplifica la poética de Sara de Ibáñez y que
trataremos de demostrar en este ensayo las virtudes de un universo lírico
a las cuales pocos creadores han podido llegar. Imposible
es encerrar la poesía de Sara dentro de la ortodoxia de una corriente
determinada. Y lo es, porque hay elementos clásicos, barrocos,
manieristas, simbolistas y surrealistas. Más allá de ser clásica por
adherirse a las estructuras tradicionales apelando a la armonía formal,
tiene del Barroco el uso del oxímoron, del Manierismo la constante
reflexión sobre la poesía, del Simbolismo –la corriente del siglo XIX
con mayor vigencia en el siglo XX- el constante empleo de símbolos y la
musicalidad, y del Surrealismo la oscuridad de las metáforas que se suman
unas a otras en conexiones secretas.
La poética sárica no se adhiere a proclama alguna y se vuelca al rigor
formal, rechazando el verso libre tan caro en la época; se envicia por lo
geométrico –“me quema la geometría” confiesa ella misma- y por eso
se aferra a las estructuras poéticas tradicionales con una perfección
asombrosa. Hay en Sara, devoción formal y un manejo insuperable de
sonetos, liras, décimas o silvas. “La única fiesta que acepta es la de
las palabras” afirmó Jorge Carrera Andrade, y efectivamente, notable es
el manejo de metro, rima, ritmo, paralelismos, cadenas lingüísticas o
estructuras varias. Rigurosa en su autocrítica la poesía de Sara avanza
de perfección en perfección. Alejandro Paternain nos dice: “Perfección,
aristocracia de espíritu y hermetismo llevado a cabo en un dichoso estado
de facilidad” Y agrega “La sabiduría idiomática de Sara de Ibáñez
es ya, desde el comienzo, una forma incontrastable de sensibilidad, de
compenetración absoluta entre la intuición lírica y los secretos del
lenguaje. Metros, estrofas, rimas, combinaciones rítmicas, tonalidades,
acentos, no son formas que la poetisa se imponga desde afuera en un empeño
de moldear la sustancia más o menos informe del hallazgo poético, del
discurrir emotivo, de la materia prima del poema: son su modo de ser en el
mundo, su personal respuesta ante la incitación indeclinable de la
vida”. Si bien son muy elogiosas las palabras de Paternain concordamos
con Roberto Ibáñez: la poesía de Sara no es poesía hermética,
característica que muchos le han atribuido y es una de las razones
–entre tantas- por la cual la poetisa no tiene el reconocimiento que se
merece, ni la difusión pública a nivel popular, quedando encerrada únicamente
dentro del ámbito universitario y aún así, entre unos pocos. La han
calificado de inaccesible o ininteligible, hermética, oscura o de muy difícil
acceso. Roberto Ibáñez sale
a desmitificar el supuesto hermetismo que le atribuyen la mayor parte de
la crítica a la poesía sárica: “Es difícil por la absoluta
originalidad de los logros, con su alusivo séquito de inacabables
sorpresas en la palabra, en la imagen,
en el símbolo, en las insólitas conexiones del mundo y del
trasmundo. Difícil por la mágica potencia transfiguradora y la
consecuente repulsa de lo cotidiano. Difícil por las realidades
convocadas -entre ellas la realidad primordial traspuesta pero no
abolida-, que funden o intercambian sus elementos aparenciales. Difícil
por el esguince al yo inmediato y la asunción del yo profundo. Difícil
por el imperio de lo esencial y la consistencia de la estructura. Difícil
por la ofuscante riqueza del lenguaje. Difícil, al fin, porque Sara sitúa
su morada en lo infrecuente y solo se confiesa con símbolos”. Difícil
pero no hermética. Es cierto que por los logros alcanzados es difícil
seguirla. Solo las frecuentes relecturas rompen las evidentes dificultades
que tiene esta poética. Francisco Espínola, gran conocedor de los
matices espirituales le confesó a Roberto Ibáñez no poder entender la
poesía de Sara. Sin embargo, la poética sárica es descifrable,
aunque como todo arte verdadero es inagotable. Grave es el error de
la crítica que la caracteriza como poeta hermética, y más grave aún,
decir que es ininteligible. Su poesía es difícil, es cierto, pero jamás
inaccesible y oscura. Y es difícil porque toda gran poesía lo es, como
lo son Dante, Góngora o Elliot. Insistimos, no existen poetas fáciles lo
que existen son poéticas a las cuales el lector está más habituado. La
oscuridad observada por la miopía de la crítica, es en realidad,
luminosidad. Luminosidad semejante a la del “Paraíso” del poeta
florentino. Esta
perfección formal no se queda en la fría intelectualización, como no se
quedó la obra de Sor Juana Inés de la Cruz con la cual Neruda la comparó
en el prólogo de “Canto”. Subyace en el rigor, el arrebato.
Igualmente es digno de destacar que en toda la trayectoria lírica de Sara
existe una gran contención del sentimiento, incluso el hablante lírico
asume muchas veces la voz masculina –lo que le da universalidad- y es
algo totalmente atípico en la literatura femenina uruguaya del Siglo XX y
es al mismo tiempo otra característica que la vincula a la monja
mexicana. Ambas comparten el amor por el conocimiento. Suleika Ibáñez en
su ensayo “Poesía y alucinación en Sara de Ibáñez” caracteriza a
la poética de su madre como el saber puro que se contempla a sí mismo en
la escritura como Narciso contempla su belleza en las aguas del río. Cada
poema de Sara revela el mundo a través del espectáculo de la palabra.
Palabra que adquiere la pureza y el brillo del diamante como ella misma ha
confesado en una entrevista que le hiciera la BBC de Londres: “Se me
pregunta cómo entiendo la poesía. Me apresuro a responder: como un
ejercicio de misterio… Poesía es algo así como lo que nos queda en la
voz después de estar a punto de morir de la presencia divina… Quién
posee el diamante, nublado en su corteza inmemorial, no debe conocer el
descanso hasta abrasarse en la fiesta de la luz”. La pureza del diamante
y la luminosidad son en este universo poético una aspiración al
conocimiento absoluto que no admite “límite allá o aquí”. En el
poema “Desafíos II” de “La batalla” Sara aspira al conocimiento
divino y no a su mera imitación –la que poseemos los humanos- y en
pleno acto narcisista, se aventura a la exigencia de la única imagen
anhelada: Verdad Universal, Principio Original, Verbo, Esencia, Dios. En
versos de portentosa soberbia –como se verán a continuación- Sara
lanza la manzana, símbolo del conocimiento humano, y por lo tanto
limitado, al “pudridero”, símbolo de la descomposición del saber el
mundo: |
“Arroja
tu manzana al pudridero, la
luz de tus escuálidos planetas, tus
aceites impúdicos, tus flores leprosas,
y tus lámparas resecas. ……………………………….. Mendigo
de los dioses, abre al punto tu
triste mano bajo el sucio guante robado
en las celestes roperías que
en menester de máscara humillaste” |
Es
interesante destacar del poema los distintos significantes que reproducen
semánticamente la idea del conocimiento humano y por ende, parcializado:
“luz” pero de “escuálidos planetas”, “flores” pero
“leprosas”, “lámparas” pero “resecas”. Los sustantivos que
hacen referencia a lo Absoluto están denigrados por los adjetivos a través
del uso del oxímoron. Sara rechaza ser “mendigo de los dioses” o
“sucio guante robado en las celestes roperías”. Y lo rechaza porque
se ha enamorado del pensamiento puro, anhelando únicamente la eternidad
pensante. Así lo manifiesta en el poema “Plegaria” de “Las
estaciones”: |
“Si
tú estás allí, en lo oscuro, señor
sin rostro y sin pausa; si
tú eres toda la causa y
yo tu espejo inseguro. Si
soy tu sueño y apuro sombras
de tu sueño andando, pronuncia
un decreto blando: líbrame
de no pensar, y
echa mi polvo a vagar eternamente
pensando” |
Los
seis primeros versos -octosílabos- constituyen la invocación, acentuada
en los tres primeros por “tú”, “señor” y “tú”, destinándose
el ruego propiamente dicho a los últimos cuatro. En la invocación se
plantea la relación entre el orante y la divinidad y se marca claramente
la dificultad de acceso del primero con respecto al segundo al ser la
plena luz de Dios la oscuridad para el Hombre. Original es la asociación
de Dios a lo oscuro (“Si tú estás allí, en lo oscuro”) aunque ya lo
había hecho San Juan de la Cruz en su memorable poema: “La noche”. El
verso “señor sin rostro y sin falta” recoge la tradición cristiana y
al mismo tiempo se hace eco de la creencia griega de que los elegidos de
los dioses mueren jóvenes. El poema es netamente borgiano. El ser humano
es reflejo del Creador (“yo tu espejo inseguro”) pero la imagen no es
fiel, por eso la inseguridad. La vida propia y las restantes son sombras
del sueño de Dios, sueño de vigilia porque mientras el hombre duerme
Dios vela. Existir es ser percibido. Observamos un planteo metafísico: la
humanidad existe en la medida que la divinidad no cierra sus ojos. El
ruego final es lo más importante para lo que estamos desarrollando con
respecto a las características de la poética sárica. El ruego que es
casi un oxímoron “decreto blando” nos muestra la necesidad de la
poetisa de mantenerse viva no en la carne o en el sentimiento sino en la
reflexión o en la meditación. A la inversa de “Hamlet” que anhela
morir para no pensar, Sara aspira morir para recobrar el pensamiento puro:
desea el polvo pensante y no el quevediano polvo enamorado. Este poema es
muy similar –con algunas diferencias- a otro texto del mismo libro:
“Hoy”: |
“Yo
no sé cuando nací ni
cuando me moriré; no
he sabido ni sabré del
límite allá o aquí. Rodeándome
siempre, vi la
abierta noche, azorada, y
mi razón desmandada solo
a explicarme se atreve como
un paréntesis breve entre
la nada y la nada” |
El
poema está formado por diez versos octosílabos que pueden agruparse en
dos quintillas. La primera quintilla rima ABBCC y la segunda está como en
espejo con relación a la otra CCDDC. Con un aire de coplita popular
establecido por los octosílabos y la rima aguda, Sara está planteando
cosas terribles. Se establece la oposición nacer-morir, oposición que se
acentúa a nivel semántico porque ambos términos están a un mismo nivel
de importancia. Existe un juego de verbos: pasado y futuro. La insistencia
en el verbo “saber” indica que el tema es el “no saber”, la
pregunta metafísica. El sentimiento de no saber que es lo que caracteriza
a la poetisa es adjudicada a la noche. Como el problema es saber o no
saber, la razón que es el elemento cognoscitivo privilegiado aparece
“desmandada”. La verdad es la nada de antes y después y la existencia
solamente un “paréntesis”. Se destaca en el poema la angustia
existencial del hombre, ontológica y al mismo tiempo universal, todos
somos sombras del sueño de Dios naufragando entre el vacío y el vacío y
con el conocimiento parcializado. Una vez realizadas estas puntualizaciones es necesario ahora profundizar en la concepción del poeta según Sara de Ibáñez. Para ello analizaremos el soneto “Isla en la tierra” de “Canto”: |
“Al
norte el frío y su jazmín quebrado. Al
este un ruiseñor lleno de espinas. Al
sur la rosa en sus aéreas minas, y
al oeste un camino ensimismado. Al
norte un ángel yace amordazado. Al
este el llanto ordena sus neblinas. Al
sur mi tierno haz de palmas finas, y
al oeste mi puerta y mi cuidado. Pudo
un vuelo de nube o de suspiro trazar
esta finísima frontera que
defiende sin mengua mi retiro. Un
lejano castigo de ola estalla y
muerde tus olvidos de extranjera, mi
isla seca en mitad de la batalla” |
El
oxímoron que da título al poema nos adelanta pautas para la comprensión
del soneto. La tierra es, dentro del simbolismo de esta poética, el lugar
habitado por los mortales, ámbito de afincamiento de los humanos. Alejada
de la tierra, con su connotación de fertilidad y lugar donde nace la
vida, la poetisa habita la isla. Agudeza crítica hay en las palabras de
Neruda al atribuirle la característica “cruel”. Crueldad que no
reside únicamente en el rechazo del amor como objeto de creación poética
-la lírica femenina uruguaya se basa en Eros mientras que Sara se acoge
al principio de Thánatos- sino en concebir la poesía como prisión,
tortura y autodestrucción. La
condición de poeta es una fatalidad y la creación, un pozo de angustia y
llanto. El poema –uno de los tres sonetos que abre “Canto”- crea
para la poetisa una ubicación sin salida; los cuatro puntos cardinales
que abren los versos de los cuartetos son verdaderas estacadas que forman
la cruz sobre el mundo. Configuran el encierro y crean una sensación de
ahogo y asfixia. Lo que impone el dolor y la cárcel es la poesía; símbolo
de ella son en el primer cuarteto: el jazmín, el ruiseñor, la rosa y el
camino. Cada sustantivo que representa la creación esta caracterizado a
través de adjetivos-antítesis, que rompen de esta forma, la larga
tradición simbólica de los distintos significantes que configuran semánticamente
la idea de la poesía. Ya desde los poemas iniciales de Sara de Ibáñez
se va creando la postura desesperanzada que caracteriza toda su lírica.
El jazmín es destruido por el frío, el ruiseñor esta señalado con
espinas, la rosa esta caracterizada por “aéreas minas” con la
consiguiente idea de alejamiento de la tierra, el camino no tiene el
sentido machadiano sino que es el equivalente de la quietud y el
recogimiento. El segundo cuarteto se abre con la imagen de la poetisa como
un ángel amordazado sumergido en el llanto que “ordena” las neblinas.
El llanto en Sara que nunca es público sino realidad bajo la disciplina y
el rigor; es el ordenador de su universo poético. Al final del terceto,
en los dos últimos versos aparece el hablante lírico por primera vez:
“al sur ni tierno haz de palmas finas y al oeste mi puerta y mi
cuidado”. Las “palmas finas” aluden a la delicadeza y a lo efímero,
la belleza destinada a la muerte. La puerta es objeto de cierre, elemento
aislador y alerta centinela contra la agresión del mundo. Los tercetos
resumen la situación existencial del poeta. Hay frontera, retiro y
condición de extranjero. Y vértigo de “batalla”: última palabra del
poema y antecedente de una de las más grandes obras de Sara: “La
batalla”. En el poema “Alerta” de “La batalla” se explica poéticamente
el por qué la poetisa se aísla del mundo y cómo todo lo bello está
destinado indefectiblemente a la destrucción, por eso exhorta:
“Proteged esas rosas/ que en abrasado cónclave decretan/ el olor de la
aurora,/ guardad las flores, enterrad las perlas,/ esconded las palomas,/
que el fúnebre raposo hace
chasquear su lengua./ Clausurad los perfumes/ cubrid los manantiales y las
gemas;/ corren peligro todas/ las cosas bellas. Caracterizan
esta poética la perfección formal, el anhelo del pensamiento puro y la
angustia existencial, pero hay algo muy importante a destacar: Sara de Ibáñez
se acoge al principio de Thánatos y no al de Eros que caracteriza a toda
la lírica femenina desde Delmira Agustini a la fecha. La poesía femenina uruguaya se ha basado en el sentimiento erótico
ya sea por presencia, ausencia o sublimación. En Sara simplemente no está
presente. La mirada de Sara está impregnada por la presencia soberana de
la muerte. Su poesía constata que las cosas, los animales y los hombres
están sujetos al paso del tiempo y a la inexorabilidad de la muerte. Así
lo plantea ya en su obra inicial “Canto” hasta en su última obra
publicada en vida “Apocalipsis XX” y sobrecogedores son los versos con
respecto al tema en “Canto póstumo” publicado por su esposo en donde
la poetisa escribe el “Diario de la muerte” convirtiendo
el cáncer personal en motivo de creación poética. El tema de la muerte
aparece ya en uno de los poemas iniciales de “Canto”: “Isla en la
luz”: |
“Se
abrasó la paloma en su blancura. Murió
la corza entre la hierba fría. Murió
la flor sin nombre todavía y
el fino lobo de inocencia oscura. Murió
el ojo del pez en la onda dura. Murió
el agua acosada por el día. Murió
la perla en su lujosa umbría. Cayó
el olivo y la manzana pura. De
azúcares de ala y blancas piedras suben
los arrecifes cegadores en
invasión de lujuriosas hiedras. Cementerio
de angélicos desiertos: guarda
entre tus dormidos pobladores sitio
también para mis ojos muertos” |
“Isla
en la tierra” plantea la angustia existencial del hablante lírico que
siente a la poesía como un don pero al mismo tiempo como una fatalidad.
“Isla en la luz” plantea otra angustia, verdadera obsesión en la poética
sárica: la muerte inexorable de todas las cosas. Anteriormente en el
poema “Alerta” de “La batalla” observamos como la poetisa observa
que todo lo bello está destinado a su finitud. El tema de la muerte en
Sara es metafísico, constatación social –la guerra y sus
consecuencias- y algo personal al convertir su propia muerte –el cáncer-
en creación poética –“Diario de la muerte”, “Canto póstumo”. “Isla
en la luz” ilustra muy bien la actitud de la voz poética frente a la
muerte. Se observa el uso paradojal de la luz para comunicar la
esterilidad de la experiencia de la muerte. Algunos críticos ven detrás
del poema el desorden natural que presupone la guerra, no olvidemos que
“Canto” se publica en 1940 y estamos ante el comienzo de la Segunda
Guerra Mundial y el final de la Guerra civil española. En este sentido el
poema sería un lamento por los muertos de la guerra y una expresión de
solidaridad de los seres humanos. Nosotros consideramos que responde a una
fibra más íntima de la poetisa, sin descartar este aspecto cívico que
está presente a lo largo de su obra como en el poema “Artigas”,
“Hora ciega”, “Canto a Montevideo” y “Apocalipsis XX”. El
primer cuarteto del soneto enfatiza la muerte en la naturaleza. Se
destacan las oposiciones: “se abrasó” con “fría” y la
“inocencia oscura”. El contraste entre la quemadura de la paloma y la
congelación de la corza y de la hierba lleva al lector de un extremo a
otro. La paloma alude al cielo y la flor a la tierra. En el segundo
cuarteto se plantea la muerte en la naturaleza misma mas allá de los
seres vivos. El verbo “murió” se repite tres veces para enfatizar lo
inexorable de la muerte. Muere el ojo del pez, el agua y la perla. Los
tres elementos están en el agua. El ojo del pez, apartado de su cuerpo
sugiere la desintegración física y la concepción de la muerte no como
algo bello –como la tradición española que asocia la muerte a lo
femenino- sino como algo putrefacto, aspecto que destacará en
“Apocalipsis XX” y “Diario de la muerte”. La estrofa se cierra con
la “caída” del olivo y de la manzana, significantes tradicionales de
la vida. El primer terceto describe, en términos marinos, la apariencia
del cementerio: las blancas lápidas sepulcrales aparecen representadas
como un arrecife pero fuera del agua. En el segundo terceto la voz poética
se sitúa entre los que van a morir. El cementerio parece vacío: “angélicos
desiertos”, no se ve a nadie pero paradójicamente,
permanecen allí muchas personas debajo del suelo: “tus dormidos
pobladores”. La voz poética, que tiene que estar viva porque está
hablando, sabe que finalmente estará entre los demás del cementerio:
“sitio también para mis ojos muertos”. En
“Hora ciega” (1943) es claramente visible la faceta cívica de Sara al
mostrar el desastre de la Segunda Guerra Mundial. Pero dadas las
dimensiones de este ensayo iremos a uno de los libros más perfectos
escritos en lengua hispana: “Apocalipsis XX” (1970) donde también se
destaca el elemento cívico pero en versos de estremecedora belleza. Es a
nuestro criterio el mejor libro de poesía de toda la literatura uruguaya.
Es el último libro publicado en vida por la poetisa y el coronamiento más
excelso de una trayectoria poética perfecta desde sus inicios. Pocos
poetas del Siglo XX han logrado el nivel de estos escalofriantes versos, y
muchos menos han logrado encerrar el alma de la Guerra fría en la segunda
mitad del siglo. Jorge Arbeleche, en el homenaje realizado a Sara al
cumplirse el primer aniversario de su muerte dijo: “Apocalipsis XX se
convierte en una de las obras de poesía más importantes escritas en América
en los últimos años”. Washington Benavides analizando “Apocalipsis
XX” en “Marcha” afirma que es un verdadero “Oratorio, un oficio de
Tinieblas” que encierra “la visión definitiva de este siglo XX que
puede ser (¿dejaremos que sea?) el último. Significativas son las
palabras de Ricardo Guillón: “Volví a leer “Apocalipsis XX”
sintiendo, como la primera vez, una sensación mezclada de entusiasmo y de
temor. Pues las experiencias creadas en este libro, los poemas que lo
integran, no dan tregua al asombro, ni consienten que el lector se eche a
un lado. El espacio de sus visiones escalofría por su lucidez y por su
probabilidad. El tono es tan enérgico y sobrio que el poema parece una
catarata ordenada, sometido como está al rigor de una emoción que se
vigila… El ritmo de sus versos me suena en el oído, y voy de visión en
visión, sintiendo que la precisión de sus palabras hace más
convincentes las alucinaciones. Es –creo- su mejor libro”. “Apocalipsis
XX” se basa en el Apocalipsis bíblico. Observamos el fenómeno de la
intertextualidad, utilizando palabras de G. Genette es el “hipertexto”
del “hipotexto” bíblico, incluyendo citas, “intertextos” según
el lineamiento de la terminología de Genette. El tema del libro es, como
el título lo indica, el fin del mundo actualizado al Siglo XX. Está
compuesto por treinta y dos composiciones integradas por veintiuna
Visiones, tres Letanías, cuatro Apóstrofes y cuatro Castigos. Una
característica a destacar es que Sara concibe sus obras como un todo y no
como un conjunto de poemas. Este aspecto lo hereda de Baudelaire así como
la estética del asco que se hace presente en este poemario. J. Arbeleche
y Graciela Mántaras puntualizan: “En la primera mitad del libro
predominan absolutamente las Visiones y hay una Letanía; en la segunda
disminuyen notoriamente las Visiones y se instalan la mayoría de las
Letanías y todos los Apóstrofes y los Castigos. Este orden configura el
sentido de la obra”. La poesía se une en “Apocalipsis XX” con la
profecía. El hablante lírico se transforma en un vidente, en un
misionario. Así lo observamos en la “Visión II”: |
“El
aire entristecido de una lejana muerte de palomas Soplaba
un lento pífano de nieve. Yo
era un árbol de antenas Entre
torres cerradas Y
los pálidos trenos de la noche Apagaban
espumas en mi oído. Yo
estaba solo entre las torres frías Y
la hoguera del mundo me zumbaba en los huesos. ……………………………………….. Levántate,
me dijo, no te resistas, oye: La
llaga viva cantará en tu lengua, Aguijones
de sal en tu garganta Duplicarán
el musgo del infierno, Y
has de parir palabras de martirio Y
has de quebrar las lámparas sombrías Que
entre tus pies de arena alza la muerte” |
El
Apocalipsis bíblico, si bien plantea un fin terrible, tiene algo de
gloria, de épica y de poesía, a la furia y el fuego se une además la
esperanza del futuro. El apocalipsis sárico, en cambio, plantea el fin
del mundo a través de una muerte lenta y desesperanzada (no existe la
perspectiva de un después, ni salvación posible). No hay grandeza en el
fin que se prepara a sí misma la humanidad, así como tampoco hay
grandeza en las palabras del vidente lírico que recrea en sobrecogedoras
visiones no sólo la hecatombe nuclear, sino lo peor de todo: sus
consecuencias. La explosión, ese “costroso dragón de cien quijadas”,
no destruye totalmente la vida dejando un planeta limpio y vacío; lo que
hace es inaugurar la llaga y la descomposición, la muerte en vida de
seres corroídos por la contaminación. Para visualizar la imagen del
mundo como un “pudridero” que “alza un hedor lozano”, Sara
incursiona en la poesía del asco. Analizemos la “Visión XX”: |
“En
su trono de estiércol Un
rey está sentado; El
agrio bordoneo de las moscas Le
ciñe la cabeza en negro rayo. Sobre
el trono de estiércol Crece
una hirsuta sombra de payaso, Y
un torrente feroz de cascabeles Aplasta
los jardines y los campos. Verde
veneno salta De
los hinchados labios Y
un aliento de pólvora sumerge Las
olorosas crestas del verano. Pigmeos
diligentes Tañen
melosas cítaras de estaño. La
sucia historia encuentra Su
sonoro sepulcro cortesano. Lejos
en las llanuras Sube
un trigo de sangre, encadenado, Y
el cielo mira sobre la curvada espalda Sobre
el pozo del llanto. Lejos,
en las ciudades, Sonríen
muertos ante el pan llagado. Los
muertos comen, aman; El
pudridero alza un hedor lozano” |
Auténtica poesía del asco –que solo se hizo posible escribir en
Occidente después de Baudelaire- el poema está compuesto por seis
cuartetos que alternan heptasílabos con endecasílabos con rima asonante
en los versos pares –a veces con imperfecciones intencionadas, como en
la estrofa tres: “labios” no rima con “verano”. Todo confluye para
crear la náusea: estiércol, moscas, cascabeles, veneno, pólvora, pozo,
pan llagado, hedor lozano. La
historia se ha convertido en una sucia prostituta (“La sucia historia
encuentra su sonoro sepulcro cortesano”) gracias a la maldad
(“torrente feroz de cascabeles”) del político contemporáneo,
caracterizado por su “trono de estiércol” y la corona de moscas
(“agrio bordoneo de las moscas”). Desde el trono, ámbito de la
descomposición, el “verde veneno salta” devorando el mundo y abriendo
la lápida de pólvora. La “hirsuta sombra de payaso” es una imagen
que simboliza la perdida de la alegría: no hay risas en los muertos
vivos, solamente su caricatura, una mueca apenas, un gesto contraído que
resalta más el dolor del presente que la felicidad del ayer, perdida para
siempre. El trigo, símbolo de la fertilidad, está doblemente degradado,
es de sangre y está encadenado. La muerte no solo está en las manos y
las almas, está en los alimentos. Campos y ciudades comparten la
identidad del “pudridero”: recipientes sombríos de los hombres
muertos que “sonríen, comen, aman”. El
poema parece recrear la danza de la muerte en la Edad Media. En el “Séptimo
Sello” de Bergman un caballero que vuelve de las Cruzadas habiendo
perdido la fe se encuentra con la muerte y hace un trato con ella para
pedirle más tiempo y completar su búsqueda de Dios Juegan al ajedrez
–la tradición dice que a la muerte le gusta jugarlo- y si él gana la
muerte no tendrá más poder sobre el caballero. La película termina con
la danza de la muerte tan frecuente en la Edad Media pero que se exasperó
en el Manierismo y el Barroco. El tema surge antes que en la literatura en
las artes plásticas. En el mundo medieval la muerte aparece representada
por el esqueleto y la guadaña, en el Barroco, en cambio, surge lo
putrefacto, la gusanería y la podredumbre. Por lo antedicho la plástica
exaltó la náusea y el asco mucho antes que la literatura, que tuvo que
esperar hasta Baudelaire con la auténtica poesía del asco. El
desastre nuclear ya se ha producido en la “Visión XX” –poema XXIII
del Libro-. En la “Visión XIV” el propio hombre, ese mismo rey
denigrado (lo que enaltece a un rey como la corona y el altar están
adjetivados antitéticamente ya que el altar es de materia y la corona
aparece caracterizada por la sinestesia: “agrio bordoneo de las
moscas”) ha desatado la noche para la humanidad y la muerte colectiva
apretando tan solo un botón. No hay grandeza en esta guerra como lo
podemos observar en Homero por ejemplo. Sara muestra la desolación y la
destrucción colectiva cuando alguien -el
rey coronado por “el agrio bordoneo de las moscas”- con apretar un botón
es capaz de destruir a la humanidad entera: |
“Un
hombre, un hombre solo En
su cueva de frío Bajo
el peñasco de rosadas sombras Posa
con torva suavidad su dedo Sobre
el pulido nervio de la muerte Que
acaba en un botón sincronizado. De
repente una torre enfurecida Que
muele sus entrañas en el aire. De
pronto una locura de florestas Que
en instantáneos árboles estalla. Súbito
entre los pájaros más tenues Y
el más dormido andar de las raíces El
espinoso caracol de un vuelo; Un
vuelo ensimismado en sus cenizas, Las
cenizas del paso y del reposo, Las
cenizas del ruego y del abrazo, Las
cenizas del júbilo y del sueño, La
ceniza que ríe, la que canta, La
ceniza del llanto y del suspiro ………………………………..” |
La
consecuencia de apretar un simple botón conlleva a la destrucción
masiva. Estamos en |
“Los
arcos de las tensa catedrales Se
resquebrajan en sombra fría. Lento
racimo de ayes y de arena Se
desgrana por broncos laberintos Hasta
perderse en la nocturna entraña.” |
En
las catedrales destruidas por los truenos –misiles- sepultadas por las
cenizas y envueltas
en llagas –efecto de la radiación- , las madres del mundo, huérfanas
de sus hijos lloran |
“Las
madres allí están, desde allí miran Las
polvorientas, las hundidas madres, Secas
fuentes del hijo, los vientres desfondados …………………………………………. …………………………………………. Allí
crujen y oran y se aprietan Como
gavilla de ángeles sin sueño De
sol a sol del tiempo sumergido Donde
giran los hijos arrancados.” |
La
muerte como objeto temático fue abordado por Sara en su primera etapa en
forma abstracta,
todas las cosas bellas estaban sometidas al principio imperioso e
inexorable de la muerte.
Así está planteado, por ejemplo, en “Isla en la luz” como analizamos
anteriormente. En 1970
con “Apocalipsis XX” la muerte deja de ser algo abstracto y pasa a ser
una posible realidad en
la Guerra Fría. Sería la muerte del hombre y del planeta. Pero hay otro
aspecto de abordar la muerte
en Sara de Ibáñez, la muerte propia, personal, la que el cáncer
produce. Solamente un alma
muy grande puede hacer de algo tan cruel y personal un objeto poético.
Con la enfermedad escribe:
tras una lenta lágrima de flores/ comienza a amanecer mi calavera”. Lo
que amanece, es
decir,
lo que comienza a germinar y
a multiplicarse no es la vida sino la muerte. Los poemas que |
“Tanta
tiniebla, tanta. De
repente el sol muerto, Y
sus crueles escorias Cuajando
entre mis pies jardines negros. Tanta
sombra rampante, Dislocada,
caída, Pájaros
ciegos, musgos, larvas, hojas, Llevándose
en el aire mis mejillas. Compacto
mundo, espeso Corazón
de la llaga. ¡Ah
muerte voladora, todo huele Como
un bosque podrido en mis palabras” |
La
voz de Sara es trágica y desgarrada, pero nunca tan estremecedora cuando escribe sobre
su propia muerte. Acá la muerte no es un tema filosófico, es el tumor,
real y maligno, que desvanece
la sangre y le quita el aliento. El poema “El mundo en torno” alterna
versos octosílabos
con endecasílabos. Tiene por tema el resquebrajamiento y la descomposición
del propio
cuerpo en el cajón. Lo primero es la oscuridad –tanta tiniebla, tanta-
acentuada por la anáfora;
“el verbo virgen” le ha hablado y la ha colocado cara a cara con las
tinieblas –de repente el
sol muerto-. La vida ha caído para siempre, y la muerte como el toro
lorquiano “corazón arriba”
ha triunfado una vez más en el mundo. La aristocrática belleza se
deshace y de ella queda Uruguay
debe mucho a esta poetisa. Reconocida y estudiada en Estados Unidos y
Europa como una las grandes poetisas del Siglo XX en Uruguay es poco
conocida y difundida. Tal vez un día, nuestro país reconozca la deuda
que tiene con ella.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS (1)
“Canto”. Prólogo de Pablo Neruda. Buenos Aires. Ed. Losada,
1940. (2)
Alejandro Paternain: “La raíz del fuego” en Cuadernos
Americanos, México, 1969 (3)
Varios. “Homenaje a Sara de Ibáñez” en “Cuadernos de
literatura 19” Montevideo. Fundación de Cultura Universitaria, 1971 (4)
Bordoli, Domingo: “Antología de la poesía uruguaya contemporánea”
Tomo II. Montevideo. Universidad de la República, 1966 (5)
Ibáñez, Roberto: “Anticipo. Umbral. Envío” en “Canto póstumo”,
Buenos Aires. Ed. Losada, 1973 (6)
Ibáñez, Suleika: “Poesía y alucinación en Sara de Ibáñez”,
Montevideo, Ed. Proyección, 1990 (7) Arbeleche, Jorge y Mántaras, Graciela: “Panorama de la literatura uruguaya entre 1915 y 1945” Montevideo, Uruguay, 1995
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Prof. Jorge Dos Santos
dossantosjorgedan@hotmail.com
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