Sin tribu |
Entré al museo porque era el único sitio que me hacía sentir en casa. Los que cambiamos varias veces de país tenemos ese problema, nos quedamos fácilmente sin hogar. Escapé muy joven de Córdoba, Argentina, y un impulso inconsciente me empujó a esta Córdoba. Nunca dos ciudades con el mismo nombre fueron tan distintas. Dedicar toda mi vida al estudio del hombre y su evolución había logrado que investigar, fuera para mi una forma de entender el mundo, sabía que el trabajo, la cultura , el lenguaje nos había transformado en seres muy especiales; “contradictorios” era mi definición favorita. En plena primavera, cuando Andalucía decide atrapar tu mente para siempre, había decidido volver, luego de estar en México resolviendo mis contradicciones. Comencé mi recorrida por el familiar museo una vez más, como tantas otras con el sol brillando, ahí afuera, al acecho. Ver la evolución del hombre me había sumergido en una gran encrucijada, pero hoy, por primera vez, estaba disfrutándola. Ahora miraba la imagen de una tribu: lo que antes era la visión de un grupo primitivo y simple , se había transformado en un reflejo de sabiduría. Me fui de Córdoba pensando que no pertenecía a este lugar, me había dedicado a estudiar, solo a estudiar. Muchas noches me iba a mirar el río , mejor dicho a escucharlo, y poco a poco llegué a la conclusión que todo este lugar , a pesar de su luz, me hacía sentir triste. Ese sentimiento, la tristeza, entraba en tal choque con el carácter de mis vecinos, que comenzó a crecer y a ganar espacios en mi vida. El museo me hacía sentir peor, ver todo el confort que el hombre había creado , y ver lo inútil que este era frente a mi tristeza, se me hizo insoportable. Hoy conozco el motivo por el cual me fui, con la misma claridad con el que veo el argumento para mi regreso. Me detuve frente a una vitrina en la que me vi a mi mismo sonriendo. Hace tan solo un mes estaba en Chiapas, viviendo con una comunidad indígena, con la excusa de estudiarla. Al principio me habían llamado la atención las mujeres, las comparaba con mis últimos amigos y amigas, eternamente malhumorados, y las veía reír en forma constante, cuando iban todas juntas a lavar ropa al río, lejos de los electrodomésticos programables. Hablando de hombres , igual que acá, pero con felicidad, sin apretar botones, al principio llegué a pensar que su buen humor era por eso, por la falta de tecnología, pero estaba equivocado. Lo descubrí hace muy poco. Estamos tan condicionados a medir lo que pasa en nuestro alrededor, pero en función de lo que sentimos nosotros , es tan fuerte el individualismo , que somos incapaces de ver más allá de nuestro ombligo, estamos tan intoxicados en ser la medida de todas las cosas que olvidamos el principal rasgo de nuestra evolución. De no ser así debía haber notado desde el primer día que los indígenas se sentaban muy cerca de mí. Constantemente me sacaban temas para hablar. Incluso no fui capaz de notar que cuando me iba a pasear, algún niño (quizás a pedido de sus padres ), venía a recorrer el campo a mi lado. Uno de los últimos días me había esforzado especialmente en estar solo, bajo un árbol lejano. Cuando tranquilamente me dispuse a abrir un libro para disfrutar del silencio me sobresaltó una voz a mis espaldas: -¿Qué te pasa?. ¿Estás triste?.- dijo uno de los “Indios”. -No.- contesté sonriendo.-Claro que no, me alejé porque quiero estar solo. -Por eso. Estás triste. -No, hombre no. Quería estar sin nadie cerca para estar tranquilo. Su cara lo decía todo. No sonreía y me miraba con un tremendo desconcierto. No lo dije pero juro que unos segundos antes de que el me lo explicara yo lo había logrado entender. Se acercó aún más y me dio un abrazo, comprensivo, cariñoso. Y me susurró : - Es lo mismo. Estar solo y estar triste es lo mismo. Era claro, para ellos no había diferencia entre los dos conceptos. Caminé hasta el exterior del museo. El sol estaba por algún sitio, como siempre largando luz para todos los rincones. Hice muy bien en volver. Hice muy bien en decidir tener una tribu. La evolución nos hizo seres colectivos, nos necesitamos, el museo a mis espaldas era una escuela que confirmaba eso, la ciudad que tenía adelante era el desafío para buscar la alegría. |
Nota del autor: Este artículo es parte de un experimento literario. Durante años cuando daba odontología social en segundo año de la facultad de odontología en Montevideo, daba un tema llamado antropología y salud, tanto en los seminarios como en las clases magistrales analizábamos el concepto del hombre como ser bio-psico-social. Un día en el SUNTMA (Sindicato de Trabajadores del Mar y Afines, del cuál fui odontólogo durante 5 años), me encontré con Alejandro Wassen (hijo de Wassen Alanis el tupamaro) que se había ido a vivir a Chiapas, que me contó lo del concepto que manejaban los indios. Al poco tiempo tuve que dar un discurso en la facultad y lo basé en el concepto científico ligado con la anécdota de Chiapas. Luego escribí un artículo para “prismas” la revista de la asociación odontológica donde intenté hacer un artículo divertido - provocador pero basado en ese concepto científico, de ahí salió “el hombre ya no es un ser biológico”. Luego y para participar en una colección de relatos del museo antropológico de Córdoba en Andalucía, escribí “sin tribu”, es en definitiva el mismo concepto pero transformado en un relato corto. |
Joaquín Doldán
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