Matalos, Turú |
Los
domingos de Enero formaban, después del mediodía, mil sombras sobre
la pequeña playa. Quienes
sabían de memoria el paisaje solo lamentaban la multitud a la hora se
sacarse la arena en la única canilla cercana a la parada del ómnibus. Cinco
años antes que empezara la T.V color, la trasmisión de los pocos canales
empezaba recién a las seis. No había verano, que nos detuviera de plantarnos casi adentro de la enorme
caja de madera. Nada más que 10 años después, existirían entre
infinitas emisoras, algunas que pasarían dibujos animados todo el día.
Es demasiado poco tiempo. Una posible teoría diría que el hombre cuando
avanza más que el hombre mismo obliga a la naturaleza a hacer una selección. En
aquellos domingos de Enero, los pequeños metros de arena que había entre
las rocas, separaban claramente a las generaciones que habitaban el
barrio. Entre
el Club de Pesca y las rocas, justo donde cae la escalera se juntaban las
familias, zona de sombrillas y de niños pequeños haciendo grandes pozos. En
lo que llamaban "Segunda Playa" se reunían las generaciones más
jóvenes. Escenario de conquistas, partidos de volley, encuentros y
desencuentros al son de "Los Beatles","Carpenters",
"Bees Gees", "Serrat". Lejos,
antes del monte de eucaliptos,en una extensa zona de pasto desembarcaban
las colectividades de emigrantes. Los
niños que iban solos a la playa, como Henry y Juan, no tenían espacio en
ella. Creo
que era el tercer verano que todavía con calor, encendíamos la caja para
ver "Las Aventuras de Johnny Quest", cualquiera diría que la
mayor influencia que tendría en nuestras vidas era que el perro de Henry
se llamaba "Bandido" como en el dibujito; incluso se podría
pensar que el mismo programa sería más incisivo ahora que lo dan por
cable con aventuras actualizadas e interactivas, donde los propios niños
escriben los guiones, pero no. Incontables
veces pasaron la misma aventura, quizás porque dejaron de producir la
serie y había aún público dispuesto que, se sentaba cocoa en mano a ver la historia donde el terodáctilo
que gritaba como una golondrina, atacaba a los personajes a pedido del
tipo en silla de ruedas que vivía en las montañas. Cuando Jhonny Quest y
Cia. llegan allí el viejo de que voz chillona se terminaba cayendo a un
precipicio mientras gritaba con voz chillona: "Mátalos, Turú". Los
católicos lo hacían después del 8 de diciembre, cuando el cura bendecía
las aguas confiaban en el río grande como mar y se bañaban todo el
verano. El 2 de febrero por segunda vez la playa se colmaba de
espiritualidad, por la cantidad de gente podría haberse pensado que los
"macumberos" eran la práctica religiosa predominante. Para
mi sus ritos eran desconocidos, ignoraba
el verdadero nombre de esos rituales y de sus santos. Lo
único que sabía de ellos era que esa noche la playa quedaba inmersa de
una belleza mística. Me
encontré con Henry y Juan en la escalera. Los tres juntos nos dedicábamos
a observar. De
por sí ir en la noche a esa parte del barrio era extraño. Sentir
la arena fría en tus pies, no diferenciar el agua del cielo y para marear
por completo tus sentidos: música de tambores en cada rincón, el viento
impregnado de olor a hierbas y flores, y mil agujeros con una vela en su
interior que de lejos simulaba que un falso cielo se había posado al
borde del mar. Mucha gente estaba vestida de blanco, parecían fantasmas
alegres que bailaban dando vueltas. Nosotros
tímidamente recorríamos cada grupo asomándonos entre la gente, que hacían
rondas por todo el lugar. Mi
parte favorita era cuando tiraban lanchitas al agua. El año anterior nos
habían explicado que si se iba mar adentro "La Virgen" cumpliría
tus deseos. Solamente
después de ver la embarcación mar adentro, me había animado a volver a
nadar . A
los cinco años casi me ahogo. Sentí la corriente arrastrarme, golpeando
mi cuerpo con del fondo.Unos muchachos me rescataron. A partir de ese día
y hasta que vi a "La Virgen del Mar" aceptar la ofrenda no volví
a tocar el río. Por
eso esa noche volvía a ser importante, si el barco se iba, al otro día
podría darme un lindo baño en las olas. La
pequeña playa, aparentemente inocente, todos los años cobraba víctimas
.A pesar de tener forma de sonrisa, era una mueca perversa, ya que si
culpaban a las rocas de su peligrosidad, eso no explicaba porque solo niños
habían sido desaparecidos en varias zonas. Por eso, y después de mi
experiencia, prefería, por las dudas, esperar el consentimiento de la dueña
de casa. Me
paré expectante en la orilla. El
barco con ofrendas surcó, el anormalmente tranquilo manto y desapareció
en el horizonte, para alegría de mi corazón. Al
otro día, luego de almorzar, esperé tres horas sin moverme de casa (para
evitar tentaciones), Me puse el traje de baño y fui caminando a buscar a
mis amigos. Juan estaba sentado en la vereda. Sus ojos celestes me alegraron recordándome
al mar amigo que nos aguardaba. Seguimos
juntos hasta lo de Henry. Ellos respetaban mucho mi decisión de no bañarme
en enero. Sabían de mi mala experiencia y habían decidido, acompañarme
todos los tres de febrero a mi único día de playa. Sentí
la misma alegría que me dieron los ojos de Juan al adivinar al final de
la calle un pedacito de mar. -Se
ve que está linda el agua, susurré. Henry
estaba adentro de su casa, clavado a tres metros del televisor. -Dan
otra vez el capítulo de Turú- fue lo único que dijo casi sin mirarnos. La
discusión fue muy breve, también era mi capitulo favorito, y la playa
podría esperar. Juan
era quizás de los tres el único que había visto, ni quería ver a Turú.
Nunca supe que hacia para no aburrirse cuando a mitad de la tarde se volvían
de la playa, pero nunca había mirado "Titanes en el Ring", ni
"Meteoro", ni""Ultraseven", ni "Marco",
ni "Kimba", ni nada. Recorrí
mucho ese momento en forma imaginaria. Juan llegando solo a la playa con
el agua por la cintura, sus
ojos clavados en el mar, zambulléndose entre las olas, disfrutando lo que
nosotros tontamente postergábamos. Soñé muchas veces a Juan abajo del
agua, con los pulmones llenos de aire, abriendo los ojos para demostrar
que eran dos verdaderos océanos. Siempre lo soñé riendo. Pasaron
tantos reclames que llegamos a la playa como una hora después. Solo con
ver el tumulto el estómago se me cerró. Nunca supe muchos detalles.
Henry y yo nos tomamos por primera vez en nuestra vida de la mano y
caminamos hasta la orilla. Los salvavidas iban y venían, apareció una
ambulancia, gritos, llantos, y en el medio, mi miedo plasmado en el cuerpo
de mí amigo, la imagen se me grabó. Henry lloraba sin soltarme nunca, le
pregunte si, como me pasaba a mí, sentía cierta culpa por no haber
estado con Juan. Sus papas aparecieron con los míos, que no pudieron
evitar, al verme, un dejo de alivio en su expresión. La horrible imagen
anterior se sustituyo con la desolación de esas personas. Henry
no fue nunca mas a esa playa; yo ni a esa ni a ninguna otra. Prefería
quedarme a ver T.V, aunque fuera el mismo programa una y otra vez. Muchos
años después, una noche de Iemanja, me encontré a Henry en el centro,
nos abrazamos y mi estomago repitió el gesto de tiempo atrás. Sólo las
lágrimas lograron aflojar el nudo. Fuimos a un bar, nos emborrachamos y
salimos caminando de la mano, como dos niños temerosos. El alcohol no
permite los recuerdos claros, pero se que Henry decía cada dos minutos: -Somos la generación Turú. |
Joaquín Doldán
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