Bolilla 5
Joaquín Doldán

-Derecha, derech!!!-gritó el profesor.

Como era re-estúpido para diferenciar mi derecha de mi izquierda, me había pellizcado  bien fuerte una de las piernas (pero no me acordaba si la derecha o la izquierda).

Todos giramos, me di cuenta que algo andaba mal porque quedé cara a cara con el que estaba a mi lado (no pregunten si el lado izquierdo o el derecho). De no haber sido tan estúpido me hubiera evitado cien flexiones.

Todos corrieron a las duchas con sus  trajes blancos, el suelo del gimnasio agrisó mi uniforme y mi día. Los brazos y el pecho me dolían con solo respirar.

En el programa de educación física del liceo, la dictadura había agregado la bolilla cinco, con la cual aprendíamos a pararnos firmes, a girar, a marchar. El agua fría llovía en mi cabeza; me hacía el optimista pensando “por lo menos voy a sacar músculos”. El tiempo demostraría las secuelas de ese período en el presente. Parece que alguien hubiese dicho:”no te gusta la sopa, dos platos”.

-Pensar en mi adolescencia es pensar en mi primera novia. Era rubia, y sus ojos celestes (eso si cantaba como el culo).

Nos “arreglamos” en un típico baile de los sábados, durante las típicas lentas. Cuando ponían “Hotel California” de Eagles, sabíamos que empezaba la caza, y con el mismo tema se anunciaba el cierre de la veda. Todos mis amigos repetían la fórmula para sobreponerse al trance de comenzar a intimar con alguna compañera: paso uno-¿bailás?; paso dos- ¿tenés novio?; paso tres-¿querés tener uno?; paso final- ¿querés que sea yo? Si todo iba como era esperado, te pasaba lo que a mi: estabas toda la semana pensando como hacer para estar un rato con ella a solas.

En uno de esos trances fue que descubrí la placita como un lugar propicio  para prácticas iniciales en el acto de amar. Día a día era un “hasta donde llegaremos”. Por el momento lo nuestro era todo por arriba de la ropa, y ahí quedaría : un día inventé una estrategia infalible: “vamos a jugar a que mis manos son una ambulancia, cuando quieras que pare tenés que decir- Luz Roja”, lo infalible de mi estrategia estaba basada en que todos sabemos que las ambulancias no paran en los semáforos ( ya sé...era una idiotez mayúscula)...de todas  formas ese día descubrí de la peor forma que nuestra placita estaba enclavada en los fondos de la comisaría del barrio de la dueña de mis calambres genitales.

La linterna del policía me encandiló, ella se apartó (luego lo haría para siempre de mi vida), mientras él buscaba en mi cuerpo burbujeante de hormonas, granadas, cuchillos, o alguna otra arma, yo pensaba:”seguime tocando y me llevás preso seguro”; y así fue.

Me lo traté de tomar con humor pensando:”no tengo permiso de portación de pene”, sin embargo, mis amigos de azul estaban enojados conmigo. Me decían: “caminá pendejo” y cosas así. Un poquito exagerados con un pervertidito de 17 años, que después de todo estaba actuando bajo consentimiento de su “víctima” quinceañera.

Me metieron en una camioneta que casi no tuvo que moverse pues solo con doblar la esquina llegó a destino.  

En la cabina iba acompañado por otros tres funcionarios del orden, que aparentemente también estaban enojados porque yo andaba con mi ambulancia en su placita.

En la seccional me enteré que su furia era porque no habían podido pescar a ningún otro gil como yo, que encima era menor, y mi papá me podía sacar esa misma noche (cosa que no hizo).

-Vaya por el pasillo y entre por la puerta de la izquierda- me gritó uno.

No me iba a ser el valiente, así que fui  por donde me señaló; había dos puertas, una a cada lado. Creo que ya comenté lo estúpido que era para diferenciar  mi derecha de mi izquierda, así que dije “de tín marín de do, pingüe”, y entré en la puerta favorecida que, por supuesto, no era la correcta.

El comisario  me miró con desconcierto, pero se sobrepuso y me dijo de todo, me preguntaba para que no respondiera, cuando le informaron quien era y lo que estaba haciendo, empezó a insistir:

-¿Qué estabas haciendo?

Yo le iba a explicar todo lo de la ambulancia pero preferí decir:

-Nada.

-¿Cómo nada?-gritó-¿entonces nosotros somos unos ineptos?

Me concentré en no mover ni un músculo pero se enojó más, me decía que era un atrevido que en vez de haber salido por la puerta de enfrente que daba a la calle, me había metido en su oficina a torearlo.

No me importó mucho pasar la noche en la celda; pero cada vez que dormitaba una frase del comisario me despertaba:”un día nos vas a necesitar”.

En los siguientes años se terminó de generar en mí una definitiva fobia a los uniforme así como a las órdenes y a las jerarquías; y hablando de cosas que se terminaron, también terminó la dictadura.

Recuerdo que festejé ese hecho de forma apasionada, toda mi generación lo hacía en comunión con la gente que había visto y sufrido la instalación del régimen en el país. Esos días aprendí muchas cosas de nuestra historia inmediata, e hice mías frases como “Amnistía”, “Derechos humanos”, etc... Así que era, perdón, soy un convencido delo prescindible de los militares. Hasta creo inútil la existencia de un Ministerio de Defensa (¿defensa frente a qué?), así como de armas, galones y desfiles. Lo mío es una especie de alergia, va más allá del pacifismo; hasta hace poco , participé en todas las marchas que fueran para darles la contra.

Pero claro, la maldición continuaba, muchas machas fueron reprimidas, muchas veces respiré sus gases y atajé con la espalda algún que otro garrotazo.

Les aclaro que no era un alborotador, sin ir más lejos, el palazo mayor no lo recibí en una manifestación sino a la salida del recital de Eric Clapton. Para ser honesto tuve muchos problemas con la ley, o debería decir “a pesar de ser honesto”. Sin ir más lejos, trabajando en un supermercado, me dieron la responsabilidad de manejar una de las camionetas de reparto, y así como me la dieron, me la sacaron. No los culpé, era lógico ya que día por medio la policía caminera me paraba. Me multaron por las luces, por la velocidad, por ir despacio, por no tener gato y hasta por tener perro. La única infracción justa fue un día que no obedecí un cartel de “prohibido doblar a la izquierda”(¿a que no saben el motivo?)...

Supongo que entenderán que se juntaron muchas cosas, no tenía trabajo, ni posibilidad de conseguirlo, no tenía novia, ni posibilidad de conseguirla, y sobre todo que mi país había indultado a los dictadores, de modo que la decepción más la mala racha me llevaron a la firme e indeclinable decisión.

-Quiero irme a España- dije en la Embajada.

Mi familia es española, por lo tanto  me dieron la ciudadanía, con el mejor de los requisitos, debía hacer el servicio militar obligatorio.

Y aquí estoy, en un cuartel, en la parte más gallega de Galicia. Hubiera preferido ir a la marina (por lo menos paseaba en barco) pero para eso había que llenar el formulario de la derecha, y bueno, me confundí. Extraño mi país, extraño el pelo largo, extraño la  ropa de otros colores, eso si, estoy en forma. A cada rato alguien grita:

-¡Flexiones, coño!

Aprendí que soy ambidiestro, así que no me confundo, la mano derecha es la que dispara las armas. Sin ser por los últimos años, de mi país no tengo nada que me identifique. En mi casa eran todos inmigrantes, en el liceo nos enseñaban todo mal (menos la bolilla cinco), y casi toda mi generación quedó como yo, blanda y verde.

Pero claro, supongo que por ser joven me da rabia ponerme firme solo cuando me lo ordenan. Ahora se como, a propósito, me formaron para obedecer.

Aunque todavía no encontré la forma, se que me puedo rebelar. No sé si mi país tiene espacio para mí, pero acá tampoco lo hay, ya que me tratan  como muchas veces trataron a mis padres allá. 

Por momentos pienso que vine hasta acá solo para saber diferenciar mi derecha de mi izquierda.

No quiero ni pensar que estos ahora se pongan en guerra, porque cuando me miro al espejo no veo a un soldado raso, mucho menos  a un combatiente. Si escapo a EEUU están los marines y la CIA; en Inglaterra Scotland Yard, medio oriente es un cuartel. Creo que Costa Rica no tiene fuerzas armadas, pero capaz que voy  y tengo problemas con los boy-scouts.

Ahora estoy haciéndole la guardia al cuartel, “si no puedes vencerlos, úneteles”, parecía mi accidental consigna.

Hace tiempo que estoy acá, así que quizás no sea tan terrible y aguante un poco.

No soy futurólogo, era bastante difícil adivinar que mis razonamientos eran la irónica semilla de un árbol genealógico militar.

Ese día recordando, decidí olvidar, y comencé a hacer una lista mental de generales y/o comandantes que habían cambiado la historia, y me dije:

-¿Y por qué no?...

Joaquín Doldán

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