ÁfriKa 2

La llamada
Joaquín Doldán

“Solía preguntarme porque nunca me mirabas a los ojos. Ahora ya lo sé. Así que adiós querida dama. Incluso me entristecería nuestra separación, si no fuera porque ya no eres la mujer que una vez amé”.
De “V de vendetta”. (Diálogo de “V” con la Justicia)



Sabía que tendría que volver. Antes, esa sensación solo la producía Montevideo… cada vez que me voy, sé que tengo que volver. 

Se nos hizo la noche y Jakson dijo: “es hora de cenar”...Mi débil estómago occidental solo podía recibir comidas calientes y antes que le preguntara donde comeríamos golpeó la primera puerta que vio:

-Hola somos dos viajeros, estamos lejos de casa – dijo.

La familia nos hizo pasar y nos sentó a su mesa, ellos siempre comparten un poco de comida, incluso para el que viene de afuera. Todos de la misma fuente y con la mano hacían bolitas con el arroz super picante (dicen que para lograr antes la saciedad) y un poco de pescado. Hace mucho que ser ambidiestro no me daba problemas, cuando quise imitarlos Jakson me susurró: (¿seguro que con esa mano comes?)...”creo que si”...”Piensa bien porque una es para comer y la otra para limpiarse cuando vas al baño”, dijo a las risas.

Saqué unas fotos maravillosas, fueron portadas de revistas, hicimos una exposición y más de un amigo eligió una para ampliar y poner en su casa. Yo mismo hice un retrato enorme con una foto que le tomé en “la Mansión de los esclavos” a la mano de Jakson justo a la salida de la “puerta del viaje sin retorno”. Como no podía escribir estaba cazando imágenes. Un día en un hospital público, caminaba por un pasillo que, a su lado, hacía del Hospital de Clínicas en Uruguay, una clínica de lujo. Miré por una puerta y había un niño muy chiquito, con la piel casi azul, pero con ojos muy verdes. Me sonrió, yo me agaché y le dije “sabá” (hola), me contestó y caminó hacia mí. Yo apunté con mi cámara. Entonces noté que con la otra mano arrastraba un porta -suero con un caño y una aguja inyectada en el bracito. Fue la única foto que no me traje y es la imagen que día a día aparece cuando me miro al espejo.

Para las reuniones académicas Jakson necesitó apoyo, él sabía el idioma de las calles pero decía sentirse desbordado con el lenguaje universitario, así conocimos a Kumba (una modelo de ébano que se transformó en el amor imposible de mi amigo). Era curioso, porque a pasar de su belleza, su educación la había marginado. En un mundo con tantos problemas de género (en el Senegal profundo todavía se practica la ablación del clítoris), le podía llegar a resultar casi imposible conseguir marido. “Mejor pa ella”, estarán pensando algunas occidentales, pero en su formación tener una familia es muy importante para su realización. Me contó que cuando daba clases de español siempre iniciaba el curso enseñándoles una canción a sus alumnos. Y para mi sorpresa comenzó a entonar: “Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia...”

Unos amigos me llevaron a un concierto de “Youssou n’dour” (les sonará por “seven seconds away”). En el sótano de su casa tenía montado un bailongo con tremendo escenario y dio un conciertazo. Yo era una mosca blanca. Resaltaba en la discoteca. Los dientes de ellos y mi piel era lo único que se veía con la luz negra (por cierto, se partieron de risa cuando dije que ese tipo de iluminación se llamaba así). En un momento uno tipo me dijo algo, (era en Wolof pero, seguro, era una puteada de las lindas), mis amigos le contestaron (supuse que le dijeron “con la vieja no”), yo murmuré: “que te recontra”. Al salir comentamos el incidente, me dijeron que de mala forma me había dicho que si tanto me gustaba Senegal por que no me venía y se iba él a mi país. Les dije a mis amigos que era comprensible que tuvieran esa actitud hacia los blancos y lo que representamos. Sé que se refería a un país europeo, pero todos comentamos como sería cambiar Senegal por Uruguay. “Linda comparsa armaría”, pensé.

El tiempo se mide diferente, pero si queríamos vacunar a los niños para que la malaria, el cólera, etc. no siguieran haciendo estragos debíamos saber su edad. Era complejo, cuando hicimos el estudio le preguntábamos a su tutor cuantos años tenía y decía: (oscilando la mano) 5-7... Necesitábamos un lugar, un centro, y eso nos dedicamos a construir. Además las mismas lluvias que inundan Dakar interrumpían nuestras asambleas en Londior, terminaban siendo reuniones de media hora, pausa, diez minutos, pausa... Se necesitaba un lugar. Lo llamamos “centro polivalente”, nombre lindo y técnico para una choza enorme. Pero fue una gran lección de cómo trabajar en cooperación. Para llegar al centro era indispensable construir un camino. Todo eso terminó siendo más importante que las actividades en si. Teníamos poco que enseñarles y mucho que aprender. Nadie mejor que ellos conocía sus necesidades. Lo que hiciéramos iba a quedar aunque no volviésemos.

En cada pausa por lluvia salíamos disparados en pequeños grupos a meternos en la primera vivienda a mano. En uno de esos chaparrones, Noe (un dentista mexicano que trabaja y estudia con nosotros) y yo, quedamos con una pequeña familia. Nos llamó la atención que había un poster enorme de Jesús. Sabía que no todos eran musulmanes, y que había una gran tolerancia por las demás religiones, pero verlo igual llama la atención. Lo mejor fue cuando le dije al padre de la familia haciéndome el boludo: “¿Mahoma?”, y él contestó: “es igual, muy igual”...

Noe el mexicano, es un personaje. Su apellido les causaba mucha gracia a los senegaleses (Zonguá: ellos decían que era africano). Vino a hacer el Master que coordino en Sevilla becado por la Fundación Ford, y además se involucró mucho en la Ong. Su viaje fue muy accidentado, yo lo invité pocos días antes y él muy entusiasmado arregló todo y se vino. Bueno todo no, se olvidó del visado y casi se nos queda en el aeropuerto de Dakar. Cuando la policía senegalesa le decía que no podía entrar al país, yo pensaba que lo ridículas que son las fronteras, estén donde estén. Solucionado el incidente (gracias a un montón de contactos que tenía la gente que nos llevó), constatamos que la tranquilidad y el ritmo lento del México rural no es un mito. Noe es muy callado, tímido, muy buena gente, pero es el hombre más lento del mundo, incluso para reflexionar. Cuando volvíamos de un estudio de un pueblo en mitad de la sabana, donde vimos mucha fluorosis en los dientes de los niños, dijo: “Podríamos tomar muestras del agua del pozo y llevarla a analizar”. “Buena idea Noe, pero podías habérmelo dicho cuando estábamos ahí”. Era una idea brillante, que llegaba cinco horas tarde.

Cuando fuimos a darnos las vacunas el médico dijo: “estos los protege solo el 50%, para prevenir la malaria deben impedir ser picados por los mosquitos, por lo que todo el día se ponen repelente, con el tiempo se tentarán en no usarlo, pero no se fijen en lo que hacen ellos, a ellos no los pican por el tipo de piel, ustedes estarán más expuestos”. Cuando Babakar, el chofer de la camioneta, me pedía el repelente me acordaba del gil del médico. Si no los picaran no habría epidemia de malaria. Me acordaba del cuento de Galeano: “Fulanito nunca tiene frío”. Frío tenía, lo que no tenía era ropa.

Demasiadas veces nos paraba la policía. Nos multaron por innumerables causas, conducir rápido, despacio, tener exceso de personas en la camioneta, no tener matafuegos. Babakar decía, en realidad nos multan por viajar con “toubabs”. Efectivamente, nosotros los “toubabs”, éramos sinónimo de dinero y posibles coimas. Nos habíamos puesto de acuerdo en pagar las multas y no aceptar la pequeña corrupción. Muy ético, todo muy justo. Le pregunté a Babakar cuanto ganaría un policía al mes. En cuanto me lo dijo hablé con mis compañeros. Entonces, cada vez que nos paraban hacíamos pequeñas colectas, preferíamos que una familia tuviera la semana resuelta antes que alguna autoridad se la llevara. No es justo pedir ética en un mundo así. 

Debo confesar que cuando me subí por primera vez al avión de AirSenegal tuve un poquito de miedo. Bueno, está bien, estaba recontrajulepiado. Sin embargo los viajes fueron perfectos. Incluso una vez, había una tormenta tropical que duró durante todo el embarque, mientras el avión carreteaba, y en el despegue paró de llover y se abrieron las nubes, supongo que lo sabían o fue mucha casualidad. 

Una noche cruzando el Sahara nos pusieron la película “Sahara”, con Penélope Cruz (un bodrio que daban ganas de bajarse). Fue mucho más lindo cruzar de día el desierto. Es indescriptible esa alfombra color canela.

Luego del primer impacto me acordé de Ivom Pomba. Él era del Congo, era paciente mío en Sevilla. Hacíamos un trueque, tratamiento dental por clases de francés. Vivía en un centro de refugiados, era licenciado en ciencias económicas: en Europa eso se traduce en “ilegal”. Una vez me contó su travesía a pie por el desierto. El terror que pasó perseguido por la policía marroquí. Todavía me choca saber que son africanos los que más miedo le hacen pasar a sus hermanos (África tiene varias historias de negros claros peleando con negros oscuros, de hecho Ivom era víctima de una guerra étnica). Luego cruzó en patera. Y ahí estaba, esperando un milagro. Lo tenía en la mente y en cuanto volví lo llamé, se me había ocurrido una idea genial, si le hacía un contrato como asistente dental aunque fuera de pocas horas podría obtener la residencia. Fue una idea al estilo Noe, brillante pero que llegaba 5 semanas tarde. Ya lo habían extraditado. Me lo imaginé en un avión, cruzando en 3 horas el desierto que había cruzado a pie en 3 meses. 

En una de las últimas reuniones teníamos casi definido donde íbamos a centrar los esfuerzos. La clave era escucharlas. Ellas sabían mejor que nadie donde podíamos colaborar. Y digo ellas porque todo se mueve gracias a ellas. En el campo los pocos hombres que quedan solo piensan en emigrar. En la ciudad todos, desde taxista, al que rema el bote en el Lago Rosa, nos preguntaban como hacer para irse. Pero ellas no. Tanto la “Asociación de mujeres dentistas de Dakar”, como Madame Wade (la presidenta de “Asociación de mujeres y niños de Senegal”), eran una maquina de generar proyectos para el desarrollo: microcréditos, educación, salud. Querían formar Promotores. Tenían que prevenir. Tenían que descentralizar. Con el molino que compramos podían liberar sus manos. Todo lo cosechado iba a una bolsa y se repartía en partes iguales entre las familias. Los hermanos mayores educaban a los pequeños. Los hombres jóvenes estaban aprendiendo otro modelo, ya no veían a las mujeres como un vientre y un ama de casa. Muchos hacían de maestros y apostaban al cambio. Sabían que educar una niña era educar una familia, era cortar de raíz años de sometimiento. La revolución cultural. 

“Espero que vuelvas pronto”, me dijeron al despedirme. “Depende, ¿a qué hora abre el kilombo?”, les contesté. Todos rieron, digo tantas veces esa palabra al día que todos sabían el significado. “De obvio origen africano”, comentaban. Ya no me puedo despedir de nadie más. 

Me despedí muchas veces de tanta gente que tengo agotadas las existencias en ese rubro. Es un problema, lo sé. Uno siempre se despide. Pero como dije al comienzo, a veces uno tiene la certeza del retorno.”La llamada de África”, le dicen a esa sensación. Dicen que los que pisan esa tierra luego sienten la necesidad de volver. Algunos no se pueden ir. Eso es, incluso más profundo. Algo mío, se quedó allí. No se bien si era algo que sobraba, o algo que faltaba. Sé que no me pude volver del todo.

Joaquín Doldán

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Doldán, Joaquín

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio