Copias y copiones |
No se trata de torcerle los dedos a la historia nacional que nos han contado en la escuela. En todo caso, el aludido debería ser el señor Fernando Quijano, un guitarrista aficionado que en 1840 le copió al compositor italiano Gaetano Donizetti, autor de las óperas "Lucía di Lammermour" y "Don Pascuale" toda la introducción del Himno Nacional uruguayo. Quien crea que esta afirmación es un agravio a los símbolos patrios, que se tome el trabajo de conseguir su obra "Lucrezia Borgia" y escuche una parte llamada "Coro de Gondoleros". El Himno Nacional de nuestro país, no tuvo un parto fácil. Ocho años después de la Declaratoria de la Independencia y tres de la Jura de la Constitución, burocracia a la espalda y abulia en mano, el Uruguay seguía sin tener una música identificatoria. Según cuenta Isidoro de María en su libro "Montevideo Antiguo", el poeta Francisco Acuña de Figueroa y un profesor apellidado Barros, dieron forma en 1833 a la primera canción patria, que fue ejecutada con gran pompa el 18 de julio de ese año en el teatro San Felipe. Probablemente aquellas notas hayan chirriado en muchos oídos ilustres porque ese mismo año fue encomendada otra partitura a un profesor llamado Smolzi. Dos años más tarde, los próceres seguían dudando y como no estaban seguros si el nuevo himno era emotivo o deprimente, vibrante o no, le encargaron otro al flamante director estable del teatro, profesor Sáenz. Tampoco fue de unánime agrado y en 1837 volvió a ensayarse otra canción patria cuya melodía pertenecía al profesor Casalli. Como continuaban las vacilaciones, el 25 de mayo de 1840, se cantó uno nuevo, el quinto intento, con música de Fernando Quijano. Éste lo había compuesto en su guitarra pero como no sabía instrumentar, le había encargado este trabajo al profesor Debali. El país respiró aliviado, pero el optimismo resultó exagerado. Los dubitativos y los duros de oído continuaron con sus titubeos y así fue que en 1845, se llamó a una especie de gran certamen musical para dar fin a un problemita que estaba empezando a preocupar. Después de todo, el país ya llevaba veinte años de independencia. Sin embargo el concurso fue declarado desierto ante el desinterés general. Recién en 1848, el Gobierno de la Defensa con las firmas de Joaquín Suárez y Manuel Herrera y Obes, declaró oficial a la música de Quijano arreglada para orquesta por Debali. De ahí una confusión en la autoría, atribuida a ambos y que ha sobrevivido hasta hoy. Lo que nadie supo entonces y quedó escondida por muchos años fue la picardía de Quijano: la introducción del himno, la había copiado de una ópera poco conocida de Donizetti, estrenada en 1834. El músico italiano murió sin enterarse y lo mismo ocurrió con la mayoría de los contemporáneos de Quijano. En 1900, el número 7 de la revista "Rojo y Blanco" hizo pública la denuncia que no pudo ser desmentida. La letra de Francisco Acuña de Figueroa tampoco tuvo suerte y debió modificarla en varias oportunidades. El poeta, autor además de la letra del himno de Paraguay, era un hombre discutido porque ayudado por su asombrosa facilidad para versificar, alternaba sus salmos patrióticos con versos pornográficos. Su famosa "Apología del carajo", en la cual llevó a la métrica festiva todos los nombres con que se conocía en su época al miembro masculino, todavía anda circulando. Ciento sesenta años después de la travesura del astuto Quijano, el feo recurso del plagio intelectual parece estar desdibujándose de las normas que manejan las inconductas y estas liviandades están llegando aun a los políticos en actividad. El año pasado, un candidato a la Presidencia fue sorprendido como en el liceo, porque en unos artículos periodísticos había copiado frases enteras de determinado libro. Hace un tiempo el derrotado aspirante a la Vicepresidencia de Argentina Ramón "Palito" Ortega fue denunciado porque su famosa canción "La Chevecha", un prodigio poético que decía con admirable inspiración "Qué chabocha la chevecha que che chube a la cabecha", había sido copiada de otra parecida. En nuestro país, la copia gubernativa más perfecta la hizo hace pocos años
un grupo de señores que se instaló del Parlamento con el fin de realizar
tareas propias de legisladores. No es del caso desconocer sus méritos de
mimetización, que fueron muchos. Tuvieron sus despachos en el Palacio
Legislativo, improvisaron bancadas, asistieron a las sesiones y a las
comisiones, pidieron la palabra, contrataron secretarios, recibieron a
postulantes, charlaron en el ambulatorio, designaron familiares en tareas
administrativas, cobraron sus sueldos, levantaron sus manos ágilmente
cuando el Poder Ejecutivo se los solicitó, sancionaron leyes, fueron
designados para viajar a países lejanos, tuvieron recesos. Hubo alguno a
quien hasta se le ocurrió un proyecto de ley. El gobierno de hecho los
eligió como quien recurre a un experto en decoraciones para rediseñar
con elegancia un ambiente. Los denominó "Consejeros de Estado"
y su parecido con los auténticos legisladores salvo detalles electivos,
era sorprendente. |
cuento de César Di Candia
El País de los Domingos
7 de enero de 2001
Ver, además:
César Di Candia en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de narrativa |
![]() |
Ir a índice de César Di Candia |
Ir a página inicio |
![]() |
Ir a índice de autores |
![]() |