Acerca de Horacio Quiroga por José María Delgado
|
La Poesía fue, entre todas las ramas del arte, la que más hechiceramente operó sobre Quiroga para atraerlo al campo de la literatura. No obstante, desde su iniciación revela mayores aptitudes para abordar el género narrativo. Si se recorren las páginas de la “Revista del Salto", fundada por él en 1899 — periódico que, dicho sea de paso, fue el primer mensajero del modernismo en el país — pronto resalta que ninguna de las composiciones poemáticas de sus albores alcanza el valor de “Para noche de insomnio”, relato de fuerte influencia poética con que el futuro autor de “Más Allá” se inicia en el cuento. Tal preeminencia se acentúa en “Arrecifes de Coral”, libro primigenio de Quiroga, editado en Montevideo en 1901. Es histórica la conmoción — epilogada trágicamente con la muerte de Federico Ferrando, Arcediano del célebre “Consistorio del Gay Saber”, del cual Quiroga era Pontífice — que promovieron los “Arrecifes” en el lánguido ambiente que respiraba nuestra literatura al despuntar el siglo. El furioso vapuleo que los aristarcos de la época — devotos del numen romántico o del naturalismo — propinan a la obra, se circunscribe a la parte lírica de ésta. Ninguno, no obstante los antagonismos doctrinarios, deja de reconocer bondades calificadas en las cuatro narraciones que cierran el libro: “Venida del Primogénito”, “Jesucristo”, "El Guardabosque comediante” y “Cuento”. Sin duda contribuyó a infundir respeto por su obra narrativa el triunfo obtenido por Quiroga en un concurso de cuentos organizado poco antes por “La Alborada”, semanario dirigido por Constancio C. Vigil. En esa disputa, un tribunal compuesto por figuras de tanto fuste literario como Rodó, Javier de Viana y Eduardo Ferreira había otorgado a Quiroga el segundo premio. Después del fracaso de “Los Arrecifes” — si es aplicable tal tilde a la suerte de un libro que provoca una saludable tormenta en un medio enrarecido y marca en nuestra historia literaria el punto inicial de una gran evolución estética — Quiroga no volvió a usar el lenguaje estrófico, a no ser para su solaz y el de algunos camaradas íntimos. Fue otro de los grandes amores que hubo de enterrar, como Des Grieux a Manon, por las propias manos, en la dolorosa soledad de la conciencia. Desde entonces Quiroga se dedica casi exclusivamente al cuento. Salvo una comedia: “Las Sacrificadas”, y dos novelas: “Pasado Amor” e “Historia de un Amor Turbio”, el resto de su obra, que suma un total de trece volúmenes, aparte lo disperso en folletines y revistas, pertenece a aquel género literario. Tal preferencia no es caprichosa. Es el reflejo fiel de una índole, la resultancia natural de un organismo en sobremodo enervado, al que le es menester el movimiento para descargar un constante excedente de energía. Su idiosincrasia repudia los quehaceres sedentarias. Lo empuja a andar con la escopeta por el bosque, o a cocer barros alfareros, o a construir esquifes, o a engatillar maderas. El cálamo para él es una herramienta. Y así como nadie espera con un martillo en los dedos a que se defina el propósito en que ha de emplearlo, él no agarraba la pluma sino cuando había acabado una concepción en esencia y en detalle. Era sólo un trabajo de copia. En los treinta y tres años de su vida creadora, quizá no sumen cien los días que pasó doblegado sobre una mesa de escribir. Su obra no fue forjada al amparo de silencios recogidos, sino entre fragores y trajines. Es un singularísimo ejemplo de aptitud para entregarse paralelamente y con igual diligencia a una labor de manos y a otra de espíritu. Ahora bien: esta fórmula de trabajo y aquel temperamento enemigo de la estabilidad son inadecuados para emprender obras mentales unitarias de mucha extensión. A tales factores debe añadirse, para explicar ía preferencia de Quiroga por el relato breve, su odio a la exuberancia inútil. Él aseguraba que cualquier historia, por muy extensa que fuese, podía narrarse en dos hojas. A poderlo, hubiera rebanado a todos los facundos la pulpa charlatana, como hizo el dentista de su cuento con el cliente lenguaraz. Cumple observar también aquí la fuerte correspondencia que tal aversión debía mantener con la que provocábale el frenesí genésico tropical, que lo obligaba a vivir machete en mano, defendiendo plantaciones y picadas de la constante acometida de las malezas. A la evolución que lo llevó a trocar sus miras parisienses por las de colono chaqueño y a descubrir que su ambiente verdadero no era de las metrópolis, sino el de los bosques y los eriales, corresponde en el terreno de la literatura el cambio del preciosismo y las anfibologías más o menos simbólicas por la reciedumbre y la graficidad. Sin que lo ilustre ningún Boileau, llega a saber que un vocablo exactamente puesto consigue más, tanto en lo que atañe a la belleza como al vigor expresivo, que todas las galas estilísticas. La precisión sustantiva pasa a ser para él la primera de las virtudes literarias. Tal variación de nortes y maneras trae, consecuentemente, la de los elementos humanos escogidos para protagonistas de sus relatos. Las princesas bizantinas, al gusto de Loti, y los supercivilizados, al modo de Lorrain, traspasan su corona a mensús de obrajes y yerbales, y a ex hombres dejados por las mareas del mundo en la orilla de los grandes bosques misioneros. Todas estas transformaciones se operan sin afectar, a no ser para enriquecerlo, el poderío de la imaginación. Parecería que la concordancia de un odio a lo artificial y de una inventiva poderosa no fuese posible. Pero es que cuando el genio la habita, la imaginación tiende al desentrañamiento de la verdad absoluta, paradigmática, escondida y dispersa en una muchedumbre de transitorias realidades. Así anima hechuras que, sin haber conocido carne ni huesos, son seres síntesis de multitudes, como Don Quijote, Fausto y Hamlet. Quiroga es de los que saben imprimir a sus creaciones, sean panorámicas o anímicas, una vitalidad superior a la de los seres y paisajes efectivos. Véasele si no, en “El Salvaje", describir la época terciaria con tal vigor que las selvas infinitas, los diluvios, los dinosaurios, los dramas, inquietudes e iniciaciones mentales del hombre primitivo impresionan como si nos despertase el ancestro original sepulto en los más hondos limos de la herencia y mirásemos con sus ojos. Igual acontece con “El Simún”, cuento de ambiente en absoluto antípoda al de la selva, donde Quiroga relata los infortunios infernales de la guarniciones saháricas. Es un panorama enteramente extraño al artista, que aquí no tiene para ayudarse ni siquiera los visos y vagos símiles que las grandes florestas y las lluvias ahincadas, junto y bajo las cuales vive, pudieron proporcionarle para la concepción de “El Salvaje”. Todo en este cuento es imaginación, pero tan poderosamente realista que sobrecoge por la exactitud aun a los que han sufrido las calamidades del rey de los desiertos, entre las que debe colocarse en primer término al simún, terrible látigo de viento, llama y arena, capaz de sostenerse una o dos semanas azotando sin pausa hasta sumir en la locura. Todo lo que hiera la sensibilidad de Quiroga, cualquier tribulación que lo embargue o entresueño que lo recree, cuanta aventura le haga emprender “el demonio de los negocios” que heredara de su padre, concluyen por ser cuentos en agraz que él irá sazonando poco a poco, mientras caza en el bosque o se desliza por el Paraná en su pirabebé. Operan como puntos de cristalizaciones mentales. El peón que se enreda en un alambrado, el hijo que tarda en regresar, la mujer que atraviesa el río en una chalana, el borracho que hipa junto a una mesa del bar, el encuentro con un fabricante de carbón y cuanto, en su torno, a hombres, plantas y animales acontezca no tendrá para él, finalmente, más que un objeto: el de estimular el ansia creadora de su imaginación. Aveces las sugerencias lo empujan hacia la ironía o la comicidad. Maneja a ambas con arte, pero no son ellas las que ofrecen mejor campo a su genio. En otras ocasiones, como Wells, explota imaginativamente su caudal científico, que es muy denso y variado. Pero tampoco este género de especulaciones es el que mejor sirve al desarrollo de sus facultades. El genio de Quiroga alcanza su máximo esplendor cuando se interna por los dominios de la locura, del misterio o de la fatalidad trágica. Recorre los territorios esquilianos como si nada tuvieran que enseñarle. Y, en verdad, nació bajo el signo de los dioses negros. Su vida, desde el amanecer hasta el morir, está jalonada por terribles golpes del destino. No es de extrañar que el cuento de Quiroga, germinado en la triple virtud de una rica sensibilidad, de una poderosa imaginación y de una gran experiencia trágica cobre, por lo general, un sentido profundo. El interés, la fuerza y el sabor de sus relatos no residirán, como en los escritores regionales, en lo pintoresco del lenguaje o, como en los costumbristas, en la fidelidad de las pinturas, sino en lo que abarcan de humano, universal y eterno. Para Quiroga, el arte constituye por sí mismo un ideal completo y, por lo tanto, cree que lo rebaja quien lo cultiva tendenciosamente. Con esto va dicho que no admite ninguna coacción, ni aun la que pretendan ejercer sobre su sentimentalidad los mismos personajes por él creados. Permanece absolutamente pasivo ante los dramas que afligen a éstos. Ni en “La Gallina Degollada” — cuento espeluznante, inspirado en los automatismos calcomaníacos de los idiotas, que representó para el renombre de Quiroga lo que "Bola de Sebo” para el de Maupassant — ni en ninguno de los relatos que dedica a describir las miserias y explotaciones de los mensús, aparece un comentario misericorde o vindicante. Aún mayor frialdad acusa en los cuentos que edifica sobre el oscuro sino del hombre. Ni un temblor, ni una palabra compasiva le provocan los tremendos e instantáneos golpes con que los liados truncan las vidas y promesas de los seres cuyos azares narra. Reduce su tarea a la de un vigoroso y tenaz cronista. Claro que busca, cual todos los conspicuos obreros del arte, la emoción, pero no por el camino de la sensiblería. Los diminutivos, predilectos de la efusión femenina, están descartados de su léxico. La de él es una indiferencia, una neutralidad táctica. Responde, esencialmente. a la convicción de que no existe elocuencia comparable a la de los hechos bien plantados y desnudos. Y hay que echarla también a cuenta de su masculinidad que no le permite enternecimientos sino en los íntimos regazos del amor. Su posición ante las malas estrellas, que tanto lo persiguieron, fue siempre gladiatoria. Cuanto toquen lo definitivo ha de ser su voluntad y no la de ellas la que predomine. No hubo secta política, religiosa o social que lo arredilara. En todos los campos defendió la libertad y, principalmente, en los del pensamiento. Él tenía su reino metapsíquico particular, forjado a base de magia, agorería y supersentires. Al resplandor de sus hornos alfareros le deleitaba soñarse un alquimista medieval. Sentía un profundo respeto por las supersticiones legendariamente arraigadas en los candores glebarios. Como si creyera que sólo en el área de la ingenuidad florece la suma sabiduría. El canto del yacíyateré, nuncio de locura y muerte en el fabulario misionero, le desata, cuando lo oye, uno de los más tremendos escalofríos de su existencia. Ambula por el ámbito de lo sobrenatural como por un mundo poblado de peregrinidades, mas así verdadero como el que los sentidos nos delatan. Siempre que sobre la producción de Quiroga se discurra, tendrá que señalarse lo ligada que está a la propia existencia del autor. Aquellos que conocen un poco los trances del gran cuentista no demoran en descubrir el nexo que guardan muchos de sus relatos con episodios por él vividos. “Una Estación de Amor", “Las Sacrificadas”, “El Haschich", “La Historia de un Amor Turbio”, “Los Destiladores de Naranjas”, “Mármol Inútil”, “Corto Poema de María Angélica” y cantidad de otros, están construidos sobre sus desgracias amorosas, o sus desastres de colono, o sus fracasos industriales, o sus peripecias náuticas. Son retablo de sus propias desdichas y aventuras. También tendrá que subrayarse la importancia que adquieren los animales en los cuentos de Quiroga. A menudo desempeñan el papel protagonista. Andan en sus relatos, no como en los de los fabulistas clásicos, sirviendo a fines morales y simbólicos, sino en forma esencial, como individuos conscientes de sus luchas y dramas, tan patéticos como los que afligen a los hombres. El poder subyugador de Quiroga dimana de que siempre está en carne y espíritu dentro de lo que anima, sean anacondas, mensús, delirante, viejos o niños precoces. A esta capacidad meteinpsicósica debe asignarse la extraordinaria sensación de verdad que producen aun las menos verosímiles de sus narraciones. |
por José Maria Delgado
Publicado, originalmente, en: Almanaque del Banco de Seguros del Estado año AÑO XL - 1953 (Montevideo - Uruguay)
Almanaque del Banco de Seguros del Estado es una publicación editada por el Banco de Seguros del Estado
Link del texto: https://www.bse.com.uy/almanaques/flips/1953/files/inc/f45bd2d306.pdf
Ver, además:
Horacio Quiroga en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a página inicio |
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Delgado, José María |
Ir a índice de autores |