La institucionalización del inconsciente[1] |
Los docentes se preguntaban por qué en
aquella universidad la escala de calificaciones tenía once grados y no
doce como era tradicional en la universidad pública. ¡Existían tantas
hipótesis! Que tratándose de una universidad privada, que vaya si están
haciendo las cosas más ágiles y actuales, pues una razón pragmática
debe existir, decían los más liberales. Pues que la justificación,
inferían otros, estaba por aquello de la pedagogía, que probablemente el
número once fuera el preferido de Piaget a la hora de apostar a la ruleta
suiza en la época en que formuló la doctrina de la epistemología genética
(los educadores son personas con fuertes conocimientos en los temas biográficos
de estos prohombres). Que seguramente tal rareza correspondiera menos a
una innovación académica que a la imposición imperialista de los
sistemas de software, que tal vez impidieran doce posiciones en la escala,
y los tercermundistas debemos acatar, que es bien conocido el dominio
globalizador que desde el norte se ejerce sobre nuestros sojuzgados países,
decían otros. Algunos, más empíricos, atribuían las causas al trabajo
de la secretaria; se dijo que, en días en que se gestionó la habilitación
de la Institución, la secretaria, al tipear los documentos originales de
los estatutos, habría omitido un grado –un simple número, en
realidad– en la escala y, tan sencillo, pues no hubo manera posterior de
solucionarlo, que en el Ministerio de Educación y Cultura no lo
advirtieron –se sabe lo desatenta que es la burocracia estatal–, y en
la Institución no habrían querido tocar el tema después de aprobada la
habilitación, que tanto ha costado lograrla, y ya saben lo que representa
ir de nuevo a modificar algo, que uno puede ir por lana y salir
trasquilado… Y presumiblemente el error de la secretaria ha quedado
impune, como siempre, que es claro a todas luces que está saliendo con un
directivo (los docentes son muy hábiles en urdir historias porque, no
olvidemos, en el arte de enseñar hay que tener, entre otras muchas
destrezas, la de ser un buen contador). Las historias se multiplicaban como la
incertidumbre. Alguien tuvo a bien incorporar una buena pregunta para dar
luz y ordenamiento a la búsqueda de explicaciones. Todos comentaban la
peculiaridad de que la escala tuviera once grados, y no doce, como fue
dicho. Pero, ¿cuál era la nota que no estaba presente? Faltaba el S.S.MB.
o, sencillamente, el Sobresaliente-muy-bueno. Por qué precisamente esta calificación; ¿era
el azar que jugaba aviesamente, o había una intención lúcida y
reflexiva, acaso? Ni lo uno ni lo otro. Todo se originó mucho antes. Cuando el actual
director de la Institución era un joven y pujante estudiante, que lo había
sido y muy bueno –tanto que su estirpe quedó reconocida por sus altas
calificaciones–, allá lejos en el tiempo, sufrió, sufrió mucho cuando
en un examen recibió la mala nota: “Aprobado con S.S.MB.”. Le resultó
difícil soportar la ignominia. Hombre con escasa capacidad de asumir con
flexibilidad situaciones difíciles y sobreponerse a ellas –de apechugar
con la frustración, digámoslo–, no pudo solo con la pena; ni siquiera
años de terapia le permitieron superarla. ¡Cómo él, justo él!...que
acostumbraba a recibir con cierto desdén, por natural, la calificación
de SOBRESALIENTE, así, límpida, sin claroscuro, había llegado a recibir
un percudido Sobresaliente-muy-bueno. Sí, SO-BRE-SA-LIEN-TE-MUY-BUE-NO;
qué clase de malicia se enmascaraba detrás de este matiz. Pero lo que no puede la inteligencia lo ha de
poder el tiempo. Un día, pasados los años, cuando el joven había dejado
de serlo, y era ahora el director de una novedosa carrera, en aquella novísima
institución universitaria, llegó el momento de desquitarse contra la
injusticia, de descargar la profunda ira y resentimiento contenidos tanto
tiempo… Y el hombre lo hizo: declaró írrito, nulo y sin valor para siempre jamás el aborrecible Sobresaliente-muy-bueno.
[1] Relato publicado en el libro “La Empresa Inefable. Fragmentos de una historia apócrifa”, 2003, edición del autor. Desde una perspectiva uruguaya, los relatos de La Empresa Inefable articulan y recrean, mediante una narración irónica y antojadiza, un repertorio de anécdotas provenientes del mundo de lo cotidiano en las empresas. |
por
Héctor de Souza
“La Empresa Inefable. Fragmentos de una historia apócrifa”, 2003,
edición del autor, 152 páginas. (Impreso en Uruguay, ISBN: 9974-39-511-9)
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