El Hospital de Caridad en su segunda etapa Isidoro de María |
El primitivo Hospital de Caridad, que mal o bien había servido 37 años a su humanitario fin, pedía otro que estuviese más en relación con el fomento de la ciudad de San Felipe. La Hermandad de Caridad resolvió demolerlo el año 24, para construir otro en su lugar, en condiciones muy superiores, y tanto, que se calculaba la nueva obra en medio millón de pesos. El proyecto era gigantesco para la época, pero qué diantre "el que no arriesga no pasa la mar", como decía el otro, y se animaron los buenos Hermanos a abordar la empresa, confiando en la Providencia. Pues señor, manos a la obra, y que salga el sol por Antequera, dijeron los de la Junta Gubernativa del Hospital, Camuso, Maza, Duran, Sagra, Luna, Roo, Moze, Arenas, Irigoyen, Castillo, Vázquez, Mezquita, Juanicó (Antonio y Carlos), Martínez, Puga y Villorado. Toribio traza el plano de la obra en una área de 7.500 varas cuadradas, y que el pico y la barreta empiecen a demoler lo viejo, para reedificar de nuevo. Dicho y hecho. Al año siguiente, la nueva Junta, compuesta en su mayoría de los mismos de la anterior, entrando en ella La Rosa, Brito, Cardoso, Rey, Cubillas y Figueroa (Manuel), pone el proyecto en ejecución, y al suelo el viejo edificio desde la portada hasta la esquina del oeste. Prepárase gran fiesta para la colocación de la piedra fundamental el 24 de abril del año 25. Flamean las banderas y los gallardetes en el sitio. La Hermandad echa el resto. El Gobernador Intendente don Juan José Durán es el padrino. ¡Qué mundo de gente en la calle, en el hueco de enfrente y en las azoteas de la vecindad! Principia la ceremonia. Pronuncia Durán el discurso alusivo en estos términos, que recoge la tradición: "El proyecto de levantar este edificio, grande en todo sentido, sin fondos, rentas, ni recursos, es tan honorífico para la Junta de Gobierno de la Hermandad de Caridad que lo ha concebido, como lo es para mí el presidir una reunión de ciudadanos tan beneméritos y virtuosos. Quiera la Divina Providencia secundar sus loables esfuerzos, y después que por una serie de siglos el tiempo haya respetado este Asilo, que levantan a la humanidad doliente y desamparada, cuando esta piedra, que hoy por su elección coloco, vuelva a ver la luz del día, sus nombres serán inmortales, que reciban de nuestros venideros el loor a que se hacen acreedores". Siguióle don Joaquín Sagra, dando lectura a la Memoria de la Junta Gubernativa, y en pos de ella llueven otras, en distintas lenguas y dialectos que forman una curiosa colección, y se van depositando en la caja de la piedra fundamental, conjuntamente con medallas y otros objetos, que muy luego queda soldada por el maestro hojalatero Vicente Calmé. Como prueba, la listita que canta. Una memoria escrita en portugués por el Comandante de Marina; otra en toscano por el Hermano Mayor; otra en francés por el Hermano Celador; otra en vascuence por el Hermano 2° diputado, otra en mahonés por el tercer diputado; otra en gallego por varios; otra haciendo constar los tipos recientemente comprados, de fundición española, para la imprenta del Hospital y por último la Alocución del Padre Guardián. Con que, ¿qué tal? ¿Se portaron los Hermanos de entonces? Andaba todavía por ahí, en manos de la familia Luna, la cuchara de buena plata, que sirvió en la ceremonia para echar la primer argamasa. Al tira y afloja, por lo exiguo de los recursos, alzóse sobre aquella piedra angular, por la mano de la caridad y de la constancia de aquella generación, el nuevo y valioso Hospital, para la época, coronándolo el año 30, la colocación de las tres primeras estatuas de mármol que se elevaron en esta ciudad, simbolizando la Fe, la Caridad y la Constancia. Allí están todavía firmes, sin que las grandes transformaciones de moderna data, las hubieran abatido. |
Isidoro
de María
de "Montevideo Antiguo" - Libro segundo
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