La clase magistral |
Aquella
Universidad de Derecho, era en alto grado de reconocido prestigio. Los que
en ella se doctoraban, eran distinguidos y diferenciados, en esa rama del
saber. De
su calificado cuerpo docente, él era el mas destacado, sin
cuestionamiento alguno de sus pares, pues
junto a su profundo
conocimiento en el ámbito de lo jurídico, ostentaba una cultura
enciclopedista. Sus
exposiciones tenían un predominio
marcado en lo conceptual, expresadas con una dicción clara, y con empleo
acertado en cada término. Su lenguaje se expresaba con un buen decir, que
hacían que sus ideas, planteadas con rigurosa precisión científica,
eran de fácil comprensión para todos. Los
estudiantes, guardaban un silencio absoluto, y le prestaban toda su atención,
pero lo hacían bajo la paz que inspiraban sus palabras. Era
por esas condiciones distinguido entre sus iguales, pero a tal grado que
no generaba envidia, contrariando la regla de lo que sucede siempre en
estos casos. La
forma de dictar sus clases desborda conocimiento, pero a la vez fluía con
una sorprendente claridad en el despliegue de las ideas. Siempre
afirmaba que las disertaciones complejas, llenas de citas y referencias técnicas,
que hacen difícil su comprensión, ocultaban el cabal conocimiento del
tema, por parte del que las dictaba. Solía explicar que la verdad, salvo
en contados casos, es sencilla, y así debería ser
expresada. –“ el buen docente al enseñar – decía- debe
hacer algo similar a lo que hacen los pájaros, que alimentan a sus
pichones regurgitando en sus picos el alimento ya digerido por ellos, de
modo que se le haga más fácil su asimilación a los pequeños -”.
Para
él el Derecho era una ciencia, y negaba – salvo contadas excepciones -
la existencia de dos o mas bibliotecas, como tan usualmente se plantea
para justificar la existencia de varias opiniones en, torno a un mismo
caso. “
- Hay –afirmaba – una sola, y es la que contiene la
verdadera solución de cada
problema. Las demás están formadas por los planteos erróneos, o
deliberadamente expuestos hacia el logro de un fin extrajurídico, lo que
agravia a la neutralidad que debe tener el conocimiento -”. Cuando
se apersonó al Rector con su renuncia- que le había anunciado mucho
antes que presentaría al cumplir cuarenta años de docencia, este no pudo
ocultar su contrariedad. -
A pesar de que hace ya me lo había advertido, -le dijo
respetuosamente -siempre abrigue la esperanza de que cambiara de
parecer. Usted es consciente de que deja a esta Facultad sin el concurso
de alguien considerado uno de los mas calificados docentes, no solo de
este Instituto, sino, según muchos otros, en los que usted ha dictado
clases y conferencias, de modo que me permito rogarle que modifique su
decisión. -
“Hoy se cumplen los cuarenta años de mi ejercicio docente”-
contestó como si no hubiera escuchado el pedido del Rector. Éste
ensayó un nuevo intento, inquiriéndole si la renuncia era indeclinable.
El Profesor, serenamente le contestó que esa adjetivación de su voluntad
de cesar no era pertinente, aunque se le usara con frecuencia. -“Mi
renuncia es solo eso” - contestó con una sonrisa,
– “Por lo demás pienso que ha llegado la hora de que mis
alumnos, los que ya formé y los que todavía cursan,
me pierdan a mí, para con libertad, puedan entonces encontrarse a
sí mismos”-y agregó pensativo- “Esa considere siempre que era
mi misión, y no dudo que muchos de ellos, un día me superaran”- -
“Voy a hacerle un único
pedido, - dijo el
Rector asumiendo que no habría forma de torcer su decisión- “No
puede Ud. culminar su brillante trayectoria, solo con la presentación
de esta
carta” -
Y levantó delante de sus ojos la escueta renuncia que en una sola
frase había escrito.-. –“ Solo le ruego que lo haga con una última
clase, en la que exprese a todos los que concurran, la esencia misma de lo
que considere han buscado sus enseñanzas”- Viendo
que podría interpretarse como algo presuntuoso negarse a ello, asintió
con un movimiento de cabeza.
El
anfiteatro estaba atiborrado de asistentes.
Había
muchos estudiantes, y también un gran número de otros ya doctorados. En
las dos primeras filas se ubicaron numerosos profesores de la Facultad. Todos
con indisimulada atención, habían concurrido a la espera de escuchar de
los labios del maestro, los más profundos y esenciales principios del
derecho, y las bases mismas del conocimiento del mundo de lo jurídico. Nadie
dudaba de que quien tanto había enseñado en sus clases, desbordaría en
ésta, su postrer conferencia, la esencia misma de su saber. Muchos
de los que habían decidido asistir, llegaron incluso a tratar de buscar
acierto en el tema que iba a
tratar, planteando casi en tono de apuesta, los mas intrincados asuntos
propios a las ciencias jurídicas. Meditaban
, reflexionaban con atención y extremo cuidado, mas no llegaban a acuerdo
sobre el contenido del discurso, porque nadie desconocía los brillantes
enfoques y las originales tesis que solía plantear, en las cuales muchas
veces destruía con sus proposiciones reflexivas, lo que durante muchos años
se admitía como incontestable.
Estaban
expectantes. Reinaba un absoluto silencio. Cuando
entró se pusieron de pie, y un aplauso entusiasta lo recibió. Un
asistente le indico el sillón ornamentado en el centro de los otros,
ocupados por los miembros del Consejo. El
Rector tenia en sus manos varias hojas que se proponía leer como
introducción, detallando la trayectoria del profesor y la excelencia de
sus dotes de docente. Pero un segundo antes que se levantara hacia el
atril, el profesor tomándole ligeramente de un brazo, lo detuvo diciéndole: –“Usted
me pidió que diera una ultima clase, y eso haré. Le agradezco el
discurso preparado, pero quizás alguien
piense que lo hace para
aumentar mi lustre”- Inmediatamente
se levantó, y lentamente bajó los tres amplios escalones que le llevaban
al nivel bajo de los que asistían. Luego comenzó a caminar por el
pasillo central observando el recinto repleto, como queriendo abrazarlos a
todos. Sobre
su alejamiento no dijo palabra alguna. Luego
con su habitual serenidad principió : -“ Voy a comenzar haciéndoles
una sola pregunta, una sola, pero de su contestación correcta, a mi
juicio, depende el cimiento
de todo saber” Se
detuvo unos instantes y continuó –“ Es obvio que para el
aprendizaje del derecho se requiere un largo y profundo estudio de su
origen, su evolución y el conocimiento del mundo normativo que lo forma.
Pero, – meditó–“lo que quisiera que nos respondiéramos, es
que es lo esencial, lo primero, lo imposible de faltar, para poder dominar
el ámbito de lo jurídico. Luego
de algunos minutos de silencio, uno levantó su mano y contestó: –
“Creo que lo esencial es conocer el derecho todo, es decir que además
del contenido de la especialización de cada cual, mantenerse informado de
toda las normas y de su evolución. Sé que es una tarea muy trabajosa,
pero la única que permite mantener
siempre una visión totalizadora”- -“Muy
bien-” dijo el profesor, que siempre alentaba así a sus alumnos,
-“ pero creo que existe algo que debemos saber antes que eso,
algo que lo precede y que debemos seguir buscando”- Volvió
a reinar la pausa, hasta que otro, ya graduado, se animó a intervenir. -“
Todas las leyes que integran el derecho, tienen una fuente anterior a
las que deben ceñirse estrictamente, un cuerpo de normas superiores que
las enmarcan por razón de su superior jerarquía. Lo que debemos saber
completa y profundamente es el contenido, en su correcta interpretación,
de todo lo que contiene la Constitución de la República”- -“
Muy bien, muy bien,”-
exclamo en tono entusiasta el profesor”- Luego pensó, o simulo que hacía,
y atenuó su afirmación con el -“pero” que todos esperaban. -“
Tener un cabal conocimiento del texto de la Carta Magna, es totalmente
imprescindible, mas mi pregunta tiende a buscar, algo que deben saber
antes de ello, algo que es primordial y le precede”- La
dificultad de contestar la pregunta se hacia cada vez mas notoria. Ya
todos dudaban. Paso un tiempo cuyos limites parecieron mas prolongados que
el de su natural decurso. Algunos comenzaron en baja voz a intercambiar
opiniones entre ellos. Por fin alguien, arriesgó otra respuesta. -“
No es fácil pensar en algo que preceda a la Constitución. Mas al
tenor de su insistencia solo queda aludir a las normas del derecho natural.
En ellas se contienen, sin texto alguno que las aprisione, los derechos
del hombre que nacen de su propia dignidad, que el texto normativo máximo
no puede violentar, y ni siquiera indicar que los consagra, de tal modo
que los nombra al solo efecto de referirse a las obligaciones del Estado,
de establecer las garantías para que esos derechos se cumplan
efectivamente. Estimo –dijo denotando dudas sobre su propia opinión-
que lo primero y esencial que debemos saber, son los principios que
nacen del derecho natural, o sea los contenidos del jusnaturalismo”- “-
Has contestado bien,- dijo el Profesor animadamente-. Nunca
olviden que digno es lo que tiene valor por si mismo, y que esa condición
solo la tiene el hombre. Tanto que a todas las otras cosas, que participen
de esa naturaleza, es porque el hombre se las ha otorgado, y por ende
puede luego quitársela, como sucede entre otros a los símbolos patrios,
a los elementos con los que se practica la liturgia religiosa y todo
objeto de culto. Es mas tan otorgada por el hombre está esa cualidad, que
en algunos elementos para muchos existe esa dignidad, pero para otros no.
Y ni que decir que eso varia con las etapas históricas con las diversas
culturas, y con la subjetividad de cada uno. Luego
se detuvo, apoyo su mentón en la mano derecha, levanto la mirada y ,
volvió a pronunciar el “pero”........que a esa altura tenia ya
un resabio de angustia para los presentes. Muchos
llegaron a pensar que el profesor estaba aplicando el método socrático,
y entonces seguiría preguntando frente a cada afirmación, en pos de una
verdad, que cada vez se volvía mas difícil de acertar. El
serenamente se tomo el mentón con
la mano derecha, sosteniendo el codo de su brazo con la izquierda, bajó
la cabeza por unos instantes que a todos les pareció, sin serlo, muy
prolongado, luego con movimientos de rotación paso varias veces
una mano dentro de la otra, y continuó: -“Estamos
cerca muy cerca de la contestación correcta. liberen la visión, aspiren
a encontrar algo simple que deban saber previo a cualquier conocimiento
concreto, algo general que abarque a cualquier ciencia, no solo la del
derecho, dejen de lado las cuestiones enmarañadas de difícil comprensión,
busquen entre lo natural, descarten lo complicado, recuerden lo que tantas
veces he enseñado sobre que de común, la verdad se viste con el ropaje
de la sencillez -”. Y
repitió,¿-“ que es lo primero, lo que antes que nada deben saber?”- Un
gran silencio siguió a la pregunta. Todos estaban como vencidos, Pasó un
espacio de tiempo, que midiéndose en minutos, pareció interminable.
Entonces, alguien tomó aliento y proclamó la derrota. -“Profesor”,
- manifestó denotando total seguridad – Ya muchos contestaron y
usted asintió a cada respuesta, reiterando luego la inquisitoria. A esta
altura creemos – utilizo un plural que todos admitieron – que
nos es imposible el acierto. El
profesor pareció perder su mirada en el vacío. Luego, para compensar el
desanimo serenamente dijo: -“
No se preocupen, han buscado bien. Muchos quizás los mas, pasan toda
su vida sin tomar en cuenta que
lo primordial de toda ciencia, es tan básico y elemental. Yo estoy
absolutamente seguro, que para todo conocimiento verdadero, el único
cimiento, lo que antes que nada deben no pecar de ignorancia, como
principio y raíz de todo lo demás es , dijo elevando su voz : -“Saber
pensar”- Y reiteró el aserto- “Saber pensar” Todos
quedaron en silencio. Podía verse fácilmente el asombro de los rostros
de los asistentes. Era evidente que el mensaje no era de fácil comprensión.
Muchos consideraron que esa afirmación proclamaba algo de absoluta
obviedad. Entonces
él, conciente de que eso sucedería, continuó: -“Tengan por claro,
que me refiero, a un saber pensar distinto al que descuento que ustedes
mismos necesariamente practican . A no dudar cuando se estudia se
reflexiona para encontrar el contenido de significación de aquello que
deben recordar. Y asimismo se piensa para relacionar lo aprendido, con
otros conocimientos ya adquiridos y que al poder enlazarse unos con otros
adquieren una mayor dimensión, que al punto les contenta. Pero eso queda
limitado a entender lo que otros pensaron. Y así el saber se congela y se
petrifica, impidiéndose todo avance en la senda infinita del
conocimiento. A lo que me refiero como exigencia primaria del saber pensar
es al conjunto de ideas “propias” de quien piensa. Para eso deben
incorporar ante cada solución ya proclamada, y que sin duda forma vuestro
aprendizaje,- se detuvo un instante- el mecanismo de la sospecha.
Sean humildes cuando acudan a todas las
fuentes de información que sobre un tema existen, así no dejaran
ninguna fuera, mantengan esa condición y una total neutralidad cuando
comparan y complementan unas con las otra, mas si recorrieron con esmerado
cuidado esa etapa, sospechen
luego de todas las conclusiones existentes, y entonces no teman proclamar
con orgullo la que es vuestra propia opinión. De otra manera, sin que lo
adviertan vuestra formación estará cimentada en dogmas, o sea en esa
absurda pretensión de reprimir para siempre el avance de la verdad.
Ustedes estudian doctrinas, pero saben que en el correr de los tiempos
estas han cambiado profundamente, estudian la jurisprudencia, pero la de
ayer no es la de hoy, y de seguro cambiará ante nuevas razones.¿ Y saben
porqué? Porque la historia de las doctrinas y la jurisprudencia-salvo muy
pocas excepciones- es la historia de los errores que las nuevas
encontraron en aquellas, del mismo modo que podría afirmarse que la
historia de la medicina, es en gran parte la historia de los errores que
en ella nuevas investigaciones han revelado.. Y así pasa con todo, con
las viejas tradiciones, con las costumbres, en fin con todos los elementos
culturales que tantas veces nos aprisionan por la absurda legitimación,
que sin razón alguna les presta con obediencia la sociedad. Sospechen de
todo eso, piensen con vuestras cabezas y aporten vuestros sentimientos, y
así podrán cambiar lo que no tiene otro sentido que haberse acompasado
con el creer de otras épocas. Desconfíen de las obras de erudición, que
plantean muy exhaustivamente todo lo que en el mundo existe sobre un tema,
y ganan con ello galardones y reconocimientos, pero que no transmiten lo
principal, que es exponer sobre todo ello, la opinión de su autor. En
esta rama del saber en la que han incursionado con vocación, estudien con
el mayor esfuerzo a lo que se ha llegado con cada uno de sus contenidos,
pero luego que hallan llegado a su entendimiento, recelen, sospechen,
desconfíen, piensen con cabeza propia, y no tengan temor en desechar lo
que no comparten, en cambiar aquello que no admiten y luego crear lo
nuevo, lo que ha surgido de vuestras propias reflexiones, eso sí fundándolo
acabadamente, sobre todo si significa
introducir algo por vez primera, algo que hagan nacer, o le den
nueva vida. El que no lo hace, solo vegeta en el recinto limitado de lo
que los otros hacen. No conoce el horizonte. Vive dentro de un espacio
institucionalizado donde lo principal, la creación, se evapora-”. Se
detuvo un momento. Aquel alud sin pausa de su discurso, le había dejado
casi sin aliento. Luego de algunos segundos, afirmó: -“
En definitiva, quiero hoy transmitirles,
que al fin, al retirarse del ejercicio de su profesión, por mas que en
ella hayan sido exitosos, habrán recorrido uno entre dos caminos, el
haber sido fieles esclavos de lo que otros construyeron, o el haber sido
libres, dignos, y por que no, haber contribuido en algo, por pequeño que
fuese al avance de esta ciencia, que como todo necesita retoños nuevos
para no permanecer anquilosada-”. Luego
rotando su cabeza a los costados y hacia arriba, como queriendo abarcar a
todos con su mirada culminó: “- Y en fin para ser consecuente con lo que les expresé, habiéndome escuchado con tanta atención, ahora recelen, sospechen y desconfíen de lo que les transmití. Solo estarán en condiciones de hacerlo, los que sepan pensar.
Al
instante todos se levantaron, y por un espacio que parecía no tener fin,
aplaudieron con exaltación la conferencia magistral. Él
agradeció solo con un movimiento de su cabeza, volteó, y despaciosamente
comenzó a retirarse, eludiendo respetuosamente los abrazos de sus
colegas. Salió por una puerta lateral.
El
Rector, que había aplaudido de pié, con tanto o mayor entusiasmo que los
demás, se sintió profundamente reconfortado. -“Vean
- comentó a sus mas cercanos ”-, se que nadie esperaba menos de él,
pero no esperaba tanto. El merecido homenaje que no logre que aceptara,
acaba de transformarlo en una clase inolvidable-”. Y
conversando animadamente se fue retirando con los otros profesores, que
por un tiempo habían vuelto a la condición de alumnos. Los
demás asistentes también comenzaron a marcharse. Todos
sentían alguna transformación en ellos. Habían
pasado de ser oyentes de clases y lectores de libros, que repetían esos
conocimientos en sus exámenes, a ser protagonistas críticos de esas enseñanzas. No
conversaban entre ellos, porque las transformaciones profundas se procesan
en el silencio. Muchos,
que sentían cierta desazón ante
los esfuerzos que en ocasiones le exigían los estudios, llegando incluso
a dudar de su vocación, retomaron el vigor con el que asistieron a sus
primeras clases. Todos
siguieron marchándose sin prisa tal como disfrutando un poco mas aquel
lugar, en el que se les había impartido, por primera vez, una lección de
libertad. Al salir sintieron sus cuerpos mas ágiles y ligeros, como tomados por la levedad. |
Hugo de los Campos
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