Sobre “Los libros ajenos” de Rubén Loza Aguerrebere, Ediciones De La Plaza, 2006 (146 pág). |
El escritor que lee, el lector que escribe |
El narradorEl hombre cuenta con bellos antecedentes. Hace algunos años se aventuró a la escritura de su primera novela. Tardó nueve meses de intensa labor en planificarla y, luego de alcanzar un diseño minucioso, se permitió escribirla a los saltos y en tiempo récord. El trabajo recibió el nombre de “La librería” (1999) y es la novela más minuana del mundo. Cuando los lectores se ahondaron en sus páginas, no hubo reparos para los elogios. Mario Vargas Llosa y Antonio Skármeta son algunos de los tantos que hicieron llegar alentadores comentarios. Rubén Loza Aguerrebere (Minas-1945) narra en “La librería” la historia de un retorno, la vuelta de un minuano que ha permanecido muchos años lejos de su ciudad natal. Ese “volver” parece rogar una concreción, parece explotar en el personaje luego de leídas unas pocas páginas. La novela es una historia en la que predomina la sustancia sensible de la melancolía, un torrente emocional que discurre en cada línea y parece humedecer las conciencias con el gesto ambiguo de una lágrima. Caemos sin esfuerzo en una suerte de ensueño, y dejamos que ese fluido del corazón nos empuje y nos revuelva según sus caprichos. Nunca un lector fue tan tranquilo a la deriva, nunca fue tan triste al culminar el viaje. Los relatos le dieron satisfacciones anteriores a sus novelas. Desde “La espera” (1973) hasta “Morir en Sicilia” (2005) el material narrativo es abundante. Sin embargo, los textos se encuentran unificados no solo por esa destacada conciencia afectiva, sino por un movimiento en los personajes que se asemeja al de un péndulo. Las criaturas de Loza Aguerrebere siempre se posicionan de perfil en relación al tiempo y, antes de actuar, parecen oscilar entre la contemplación concreta del pasado y la brumosidad del futuro. Como el pasado es una instancia indeleble en el ser y evocarlo supone un retorno a un origen a veces olvidado, el recuerdo es una forma de encontrarse a sí mismo y avanzar con mayor seguridad gracias al impulso de vida que otorga ese descubrimiento. De los narradores de nuestro país, es el que más me deleita. El analista Si, como escribió el popular Stephen King, “un libro es la magia más portátil que existe”, el último trabajo del autor no es otra cosa que una amplia congregación de hechizos. La magia es el leerlo. “Los libros ajenos” (Ediciones De La Plaza- 2006) reúne un importante número de artículos librescos de perfil crítico que parecen haberse elaborado contra la propia voluntad del escritor. Al menos así lo expresa la nota introductoria del volumen: “Como cada libro es un viaje, es también el espejo de una historia del tiempo que pasa. Y este fue escribiéndose sin saberlo; es el resultado de un lector bulímico.” Ese perfil autoconstructivo se debe a que los artículos han aparecido en la columna de “El País” de Montevideo y en periódicos madrileños como “Libertad Digital” y el suplemento cultural del diario ABC. Accedemos a un acopio de trabajos dispersos en el tiempo que se aúnan bajo la luz de una conciencia aguda que conoce hasta las áreas más curiosas de las letras universales. De todos sus títulos, este es el más literario. Al ojear el índice advertimos apellidos luminosos (Auster, Miller, Sartre, Shakespeare, Joyce) y descubrimos al instante que estamos frente a literatura en estado puro. Leer “Los libros ajenos” equivale a revolver la biblioteca de un lector sin prejuicios que comparte con la amenidad de un amigo su honesto y profundo comentario. Cada artículo es un nuevo libro que cae en las manos de nuestra imaginación y que abrimos con placer mientras una voz nos susurra bellas consideraciones. Quizás sea relevante examinar la forma de estos comentarios. Ya Arturo Sergio Visca había señalado la posibilidad de convertir un texto ensayístico en una expresión más literaria (una idea fundada por De Quincey). Desde lo discursivo, la tarea de reseñar restringe al escribiente a una táctica netamente expositiva respecto al elemento que comenta. No obstante, es permitida la inserción de algunas líneas subjetivas que aporten al texto un matiz menos riguroso. Loza Aguerrebere se adhiere perfectamente a estas exigencias de construcción, pero aspira a más. Sus artículos no se limitan a una mera exposición de datos encadenados, sino que aporta un uso del lenguaje que por momentos roza lo arbitrario, y es precisamente esta actitud de escritura la que comienza a desarrollar en el interior del texto cierta luz literaria. Como escritor de relatos, no puede obviar los estímulos secretos de un narrador que vive y siente dentro del cronista, una voz que reclama sitio. Esta coexistencia de sensaciones o personalidades ante la escritura transforma una reseña en un texto estético, disminuyendo la austeridad del discurso y anexando un material oxigenante para el lector. La prosa destila amor, puro e inconfundible amor al arte. El héroeBien podemos decir que “Los libros ajenos” es más la obra de un lector que la de un escribiente. Y si aceptamos la tesis, debemos reconocer además que estamos frente a la obra de un lector exquisito. Al mismo tiempo que se nos comentan obras consagradas de autores de renombre, también accedemos al descubrimiento de otras conciencias literarias no menos intensas que las otras, pero quizás sí más agazapadas en el amplio espectro editorial. Por esta razón, este lector-escritor-crítico admite sin remedos la cualidad de héroe, es decir, una envestidura moral que merece aquél que rescata y estimula. Domingo Bordoli dijo que el héroe no se caracteriza por la victoria, sino por el ímpetu. Loza Aguerrebere bien merece entonces el título no únicamente por su vehemencia, sino también (con el perdón de Bordoli) por su victoria. |
Leonardo de León
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