Sobre "El manuscrito Borges" de Alejandro Vaccaro, Bruguera Editorial, Bs. As., 2006 (271 pág) Por Leonardo de León |
Cuando Borges no está |
¿Otra vez? La cifra de libros existentes en relación a la obra o a la figura personal de Jorge Luis Borges es desproporcionada. Todos los años emergen nuevos trabajos de análisis respecto a sus obras, nuevas biografías, nuevas transcripciones de sus diálogos, acaso también algún modesto volumen de textos extraviados del propio autor. El nombre de este se ha convertido en una fórmula de sustantivos propios omnipresentes en las carátulas de los libros de mayor diversidad editorial. De seguro, este fenómeno se debe al magnetismo que gesta la figura y concepción literaria de Borges en la literatura del siglo XX; tanto en el campo latinoamericano, como en el universal. La obra aguda y erudita, vasta en urdimbres metafísicas, indeleble en la forma siempre equilibrada de escritura; se vio interceptada por una ceguera precoz y una memoria infranqueable. A la conjunción de estas circunstancias (que mitificaron su figura hasta el exceso) debemos el poder de esa atracción intelectual e íntima hacia la dimensión Borges. Para cualquier lector de sus obras, es casi imposible no haber experimentado esa suerte de apremio. Pues, el descubrimiento de ese plano Borgeano, equivale a revivir una conciencia latente en nuestras sensibilidades. Así también lo entiende el crítico Harold Bloom cuando expresa: "Si usted lee a Borges con frecuencia y fruición, se volverá algo Borgesiano, porque al leerlo se activa una conciencia de la literatura que él ha desarrollado más que ninguno." La cita nos informa una verdad, pero también un problema. Esta frecuencia que suscita la obra de Borges, tiende a privar de libertad al lector. Los intereses de este se ven reducidos, encandilados por las páginas del maestro. De alguna manera, la adicción a las fantasías Borgeanas y sus enrevesados razonamientos, resulta nocivo y perjudicial por una patente obnubilación de nuestra voluntad. La obra del Homero del siglo XX nos obliga a mimetizarnos con él; y ya ciegos, no logramos advertir cómo se edifica un grueso muro a nuestro alrededor que nos aísla del universo de la literatura. Probablemente, este sea el pecado en el que incurre el autor de "El manuscrito Borges". Alejandro Vaccaro (Buenos Aires-1951) no solo es presidente de la Asociación Borgesiana de Buenos Aires, y miembro de la Sociedad de Bibliófilos Argentinos, sino que además cuenta con tres publicaciones en relación al maestro. Hasta el momento, sus obras se inscribían en un contexto ensayístico, biográfico, o de entrevista; pero es ahora cuando ha tomado coraje para filtrarse en el género narrativo. Ya sus obras anteriores habían dejado muy evidente esa tendencia involuntaria y enfermiza ante la droga Borges; pero este libro nos despeja las dudas. "El manuscrito Borges" es un thriller que no es un thriller; más bien es una serie de párrafos encadenados que se proponen, una vez más, homenajear al ídolo. La intención de homenaje resulta loable; pero el error del libro estriba en intentar esconder ese gesto de agradecimiento detrás de la ficción novelada. Vaccaro persigue el mismo fin que en sus libros anteriores, pero esta vez pretende engañarnos a través de un formato narrativo. Triste y evidente es el descubrimiento de lo errático de la empresa. "La cómoda" Como toda novela de corte policial, esta inicia con un asesinato. La abuela De Marco ha sido encontrada muerta en su casa de un country argentino, luego de haber recibido cinco balazos a quema ropa. La incógnita se intensifica al develar lo afable de la anciana, y la total ausencia de enemigos. La casa no ha perdido ningún objeto de valor, apenas algunos libros de Borges... Desde aquí, el narrador protagonista emprenderá una investigación bastante informal, acompañado del nieto de la difunta, para descubrir al delincuente. Al mismo tiempo, el lector podrá acceder a historias simultáneas fácilmente conectadas al caso del asesinato: un grupo de empresarios al borde de la ruina interesados en la historia y el precio de libros autografiados; y un bibliófilo argentino contratado para falsificar dedicatorias (¡más claro échale agua!). La historia propiamente dicha de la novela puede reducirse a escasas páginas. Como no es mi objetivo el asesinar anhelos, me abstendré de hacerlo. Pero el caso es que todo el material de la obra no es otra cosa que una sucesión de digresiones en relación a incógnitas Borgeanas y a rarezas bibliófilas. La novela, perteneciente por entero a un género de ficción, se convierte en una suerte de ensayo o texto expositivo con camuflaje en deterioro. La manera que Vaccaro adopta para elaborar la historia de "El manuscrito Borges" resulta conveniente para su inexperiencia en estos vastos campos de creación. Utiliza un argumento fácil y accesible, descontaminado de giros o variaciones sorpresivas. Las temáticas de relleno (llamémosle así) son cercanas a su profesión; lo que le cede la licencia de la digresión erudita en dichas áreas acotadas de la investigación. Los capítulos son cortísimos y confortables para una estructuración de mínima aceptación. La prosa es automática en términos interpretativos, y casi nunca se atreve a un giro retórico o lírico que dignifique un gesto humano. La novela es un hielo informativo, que quema las manos y se derrite, salpicando las manos y el suelo. Algo loable Una de la intenciones del volumen que nos ocupa es la de establecer un paralelo entre los protagonistas, y las criaturas que habitan en los relatos de Borges. Las dos figuras centrales de la novela culminan sus trayectos de ficción alcanzando una verdad en torno al crimen de la Abuela De Marco. Esa certidumbre (y aquí se inmiscuye el carácter meritorio del libro) resulta ambigua y resistida a una revelación entera para con el lector. De la misma manera en que el cuento Borgeano "La intrusa" (perteneciente al libro "El informe de Brodie") adopta un desenlace donde sus protagonistas, los hermanos Nilsen, acopian una suerte de unión al compartir el secreteo de un crimen; los actores de esta novela finalizan en un estado de complicidad y misterio en la órbita del asesinato que los conecta. Los protagonistas parecen conocer la verdad, parecen descifrar "el alma de los hechos" (evocando a Onetti); pero se la reservan para sí mismos. La ficción asume un egoísmo, una forma de reticencia verbal que insita al receptor a una búsqueda individual de respuestas. Vaccaro conoce el éxito al instalar un desasosiego que promueve el a veces tedioso, pero importante acto de la relectura y el retroceso de las páginas. Aún se nos permite la aclaración de otro mérito. La alabanza, en este caso, emerge de la propia imperfección y apresuramiento del manuscrito. Thomas De Quincey, en su libro "Del asesinato como una de las bellas artes" gestiona un razonamiento digno de atención. Según el pensador inglés, todo componente que haya alcanzado un nivel exacerbado de imperfección, admite el carácter de perfecto. Digamos que la anomalía entendida en niveles exorbitantes, se convierte en una perfecta imperfección; "La imperfección misma puede tener su ideal o su estado perfecto". Gracias a esta inequívoca concepción, advertimos, no sin ironía, la modesta reverencia que merece el autor. Justo a tiempo "El manuscrito Borges" contempla dos variables mercantilistas muy importantes. La primera se relaciona al artificio general de la obra. Ya desde la construcción sintáctica del título, compuesto por un artículo presentador seguido por un sustantivo concreto, al que se adiciona un sustantivo propio en función adjetiva; nos recuerda la popular fórmula "El código Da Vinci" de Dan Brown, y a la más reciente "El club Dante" de Mathew Pearl. Como puede apreciarse, al paralelismo gramatical de las construcciones se adhiere la explicitación de ese sustantivo propio que refiere a psicologías harto conocidas y relacionadas a la competencia intelectual. Es el nombre de los autores el que encierra un componente pragmático que refuerza la atención de los receptores. Tanto los vocablos "código" como "manuscrito" nos conducen a una relación con el enigma y a la posterior y necesaria decodificación del mismo. Vaccaro no debe ignorar la relevancia del título para la efectividad de la obra, concepción que sin duda extrajo de los comentarios del propio Borges; pero en este libro casi utiliza la enseñanza con un fin distinto al que de seguro se refería su maestro. Vaccaro parece dejar a un lado sus intenciones de magnetismo libresco en relación al contenido; y vuelca sus intenciones hacia un fin un tanto mercantilista a través del procedimiento de analogía con el best seller de Brown. La segunda, y no menos atroz que la primera, es el momento cronológico exacto de publicación. Ni Vaccaro ni sus editores deben haber obviado el hecho de que en este preciso lapso del año se conmemoran los veinte años del fallecimiento de Jorge Luis Borges. Un libro que con tal abordaje marketinero, no debe cifrar tan mal en la calculadora de los empresarios. |
Leonardo de León
Semanario Minuano.
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