La ciudad de Minas (casi un anonimato de la geografía al considerar su dimensiones en comparación al mundo) cuenta con una historia literaria digna de atención. Especulo con que la ansiedad de divulgación sensible, de estímulos estéticos comunicados por el gesto de la palabra que protagonizan los nacidos o radicados aquí, se deba al entorno natural en el que se inserta nuestra “polis”; y no descarto cierta atmósfera de bohemia que aún se conserva en aislados pero no deleznables sectores. Juan José Morosoli, Amilcar Leis Márquez, y el actual galardonado en Bolivia Emilio Martínez Cardona, son algunos de los nombres más destacados en el entorno literario de nuestra ciudad.
A mi parecer, y desde mi caprichoso pero no ingenio punto de vista, el más memorable escritor minuano de la actualidad es Rubén Loza Aguerrebere. Mi afirmación encuentra un respaldo apodíctico en las obras del autor. Lo libros de cuentos “La espera”, “Coto de caza”, “La bufanda blanca”, “No me dejes en la tierra”, junto con sus novelas “La librería” y “Solo de violín”, conforman una acumulación textual de perfil narrativo que termina por solidificar una inteligencia creadora digna del halago y la reverencia.
Hoy, dicho gesto lo dirigiremos a su último libro de relatos que el autor ha publicado en España bajo el nombre de “Morir en Sicilia”.
Presentaré a continuación una reseña de dicho libro, para luego incorporar una breve entrevista al autor que ilustra tanto la conciencia y la unidad de la obra, como la de su progenitor.
La ética del péndulo
El libro consta de trece relatos que se perfilan hacia la génesis de una intención manifiesta; el homenaje a los maestros de la literatura del siglo XX. La grata tarea se forja a partir de la incorporación de dichas figuras como protagonistas de los relatos. Así, el lector no podrá ignorar el asombro persistente y reiterado en el discurrir de los cuentos, enfrentándose a Ernest Hemingway en el tiempo más tristemente fatuo de su existencia; a Jorge Luis Borges interpretando un certero rol profético; a la desesperanza en formato epistolar de Scott Fitzgerald; al mensaje revelador y vengativamente solapado de Juan Carlos Onetti, a la agonía febril, tensa, y fatal de José Enrique Rodó. La cotidianeidad de estos doctos hombres de letras se describe lentamente, con inobjetable minuciosidad; lo que hace del ambiente ficcional un contexto vivo y palpable. Evidentemente, este procedimiento se aúna a la siempre necesaria ingeniería del lenguaje que transporta las atmósferas hacia la construcción mental del lector y re
clama la ineludible evasión del mundo circundante que se subordina a una cotidianeidad que, en el momento de la lectura, parece más verdadera y sensible. “Morir en Sicilia” representa un arquetipo lingüístico que subordina casi de modo patético al mundo que deliberadamente denominamos “real”.
La inmortalidad del libro (ese accidente de la cronología que es lo inmortal) se construye gracias a la incorporación intercalada de otros cuentos que representan un nivel subterráneo de homenaje; lo que quiere decir que si bien existe un conjunto de cuentos que explicitan dicha intención a través de una muestra patente de la cotidianeidad de los autores; se adiciona además una fermentación textual subliminal y no menos enérgica que persigue el mismo fin.
Las narraciones encuentran una zona de conexión que obvia el hecho unificador de homenaje; esa zona es el proceso de evocación. Los recuerdos, el pasado inalterable, lo incorruptible de las acciones sucedidas, la impotencia que promueve el presente, la subordinación del hombre ante el imperio de las circunstancias; ya se consideran constantes en la obra del autor. Pero en “Morir en Sicilia” ese conjunto de estímulos se proyecta hacia figuras particularmente sensibles, que experimentan esa instancia de evanescencia existencial de una forma que acaricia lo sublime. De esta manera, todos los textos sin excepción ensayan una suerte de detención a través del argumento; un detenimiento de las acciones que se urde ante lo inmodificable del pasado. Los personajes se niegan a la valiente tarea del movimiento por causas pasadas que se hacen ineluctablemente lejanas. La evocación se hace un suicidio filosófico. La ausencia de una revelación futura, de un deslizamiento cronológico hacia el porvenir, se debe entonces a la
impotencia del ser humano ante la imperturbable barrera de la existencia en sincretismo con el tiempo. Todos estos componentes se ven escoltados por el “Realismo melancólico” (para utilizar palabras de Borges) presente en diferentes graduaciones en cada textualidad.
Sin embargo, cabe mencionar que los personajes tienden a un movimiento, pero que resulta limitado. Luego del traslado hacia el pasado a través del proceso de evocación, esbozan un proyecto de emprendimiento, una forma de tránsito que se asemeja a la huida. Luego de ese intento de avance, se recobra el pasado con esperanzas de recoger nuevos estímulos que brinden ayuda en el seguimiento de la aventura. Paradójicamente, a pesar de los intentos, nunca se avanza hacia más allá, hacia el terreno de lo desconocido. Los personajes de Loza Aguerrebere viven una ética pendular, paciente y destinada a la repetición de un esquema de movimiento limitado, que se desplaza desde el pasado al futuro, sin instalarse permanentemente en ninguno de esos espacios. Se vive una ilusión de emprendimiento, pero ese tránsito es limitado, monótono y tristemente intolerable.
Existe además una curiosidad no menos notable. El último relato representa una especie de acumulación ficcional que recoge micro-secuencias de los relatos precedentes, para combinarlos y hacer una nueva forma de unificación. “Ángeles en Paris” (el último relato del volumen) luce características individuales, pero agrupa sutiles conceptos y situaciones que ya se han presentado en los cuentos anteriores. Si a esto incorporamos el hecho de que muchos aspectos de todo el libro se refieren a concepciones planteadas en novelas del mismo autor, debemos considerar a “Morir en Sicilia” como un conjunto de significados, que condensa y articula la totalidad de la concepción narrativa del autor.
Stevenson le era fiel al dictamen de la prosa como la forma más compleja de la poesía. Loza Aguerrebere le es honesto a ese bello ideal.
Breve entrevista
¿Cuáles considera sus autores predilectos en la actualidad?
Me gustan los libros de Paul Bowles, de Cabrera Infante, la poesía de Auden, los diarios de Charles du Bos, los ensayos de Chesterton y las narraciones de Tobias Wolff.
¿Qué es para usted el acto de la escritura?
Un acto de felicidad.
Si bien sus cuentos muestran un perfil individual indiscutible; ¿cuáles considera sus influencias literarias más evidenciadas en su narrativa? ¿Por qué?
No lo sé; a veces lo he pensado pero no, no me doy cuenta. Creo que el cine acaso ha influído más que la literatura. Me hubiera gustado escribir una novela como “Amarcord”, la película de Fellini, por ejemplo.
¿Cómo surgió el libro “Morir en Sicilia”?
Es una colección de cuentos, ante el pedido de una editorial española.
En todos los cuentos que componen el libro, y sin caer en rigores de interpretación, se evidencia un ensayo de detención...una forma de mantener a los personajes en un estancamiento de la cronología de vida que no les permite avanzar ¿Cuál a sido su intención, como autor, al unir todos los relatos bajo esta concepción?
No me he dado cuenta. Cuando finalizo un cuento, lo olvido. Luego hago otro sin pensar en el anterior. Si hay semejanzas son fortuitas, salvo los detalles deliberados de ambientación o la repetición de ciertas criaturas.
¿Cómo es que ha hecho para que cada cuento adopte una forma de narrar muy similar a la de su protagonista?
Me es muy fácil escribir. Juego, haciéndolo. Así que el cuento Borgeano fue a la manera de Borges y el hemingwaiano a la manera del viejo y querido maestro. No me cuesta trabajo alguno y me divierto mucho.
¿Cuán pertinente es, a su entender, la inserción del sentimiento de melancolía en sus relatos?
Siempre se menciona que la melancolía está flotando en mis cuentos y novelas. No sé por qué está presente. Nunca me lo he propuesto. Me salen así. Dice mi mujer que soy bastante melancólico, aunque no me lo creo.
¿Cuál de los homenajes en formato de cuento que exhibe “Morir en Sicilia” le parece el más meritorio? ¿Por qué?
Los cuentos de Hemingway, Scott Fitzgerald y Rodó integraron un libro que obtuvo un premio de “La Nación” de Buenos Aires. El de Borges tiene muchos años de escrito, tantos que yo mismo se lo leí a él, y él lo hizo publicar en el suplemento literario de “La Prensa” de Buenos Aires. No me propuse escribir estos cuentos como homenajes. Escribí tomando como personajes a tres escritores cuyos relatos me fascinan. De los tres, mi preferido es Hemingway, al que descubrí cuando era niño leyendo “El viejo y el mar”. Los gustos cambian con el tiempo y hay autores que en una época me interesaron mucho y hoy ya no; sin embargo Hemingway sigue siendo uno de mis favoritos, junto a Graham Greene, Naipaul, Borges, Coetzee, Philip Delerm y, en fin, mi amigo Martin Amis.
¿Con qué palabras definiría el contenido de “Morir en Sicilia”?
Amor a la literatura |