El adiós eterno a Borges |
Continuaré
con la perpetua y grata tarea de evocar a Jorge Luis Borges luego de 20 años
sin su presencia física; a dos pobres décadas desde que el tiempo,
parafraseando a Quevedo, lo mató huyendo. Hasta la década
del cuarenta, Borges mantuvo un perfil de escritura orientado hacia el
verso exacto y al ensayo erudito. Es a partir de la publicación de
“Ficciones” (1944) cuando se abre camino un narrador que, para muchos,
eclipsó sus otras incursiones textuales no menos deslumbrantes y
meritorias. La refinada
tarea narrativa de un Borges ya agudizado por arduos años de incursión
literaria, encara una producción personal y condensadora; pues, a través
de sus cuentos, el autor alcanza la no fácil tarea de amalgamar sus
concepciones sensibles expresadas hasta ahora en su poesía; con abordajes
enciclopedistas y exactitudes bibliográficas manifestadas en los ensayos.
Por esta razón, la tarea de aislar particularidades de su obra adoptando
a los géneros literarios como criterio diferenciador; resulta una
fatigosa empresa que corre el albur de la inconcreción reiterada. La lectura de
Borges debe considerarse entonces como un único “corpus” expresivo,
que no se subordina a criterios o meras convenciones analíticas como son
los géneros de la literatura. El encasillamiento, ese burdo e
inconsciente ejercicio de simplificación propio de la ideología
occidental, resulta una estrategia innecesaria y particularmente
deshonesta para aquel que desee leer al maestro argentino. “Ficciones”
(1944), junto con “El aleph” (1949) representan obras condensadoras o
neurálgicas en ese gran cuerpo textual que es la obra de Borges. Estas
obras pueden admitir, sin rigor alguno, la responsabilidad de un impulso
hacia la fama y la consolidación universal del autor. Comentaré,
brevemente, cada una: Ficciones
El libro, como
todos los que gozan de la prestigiosa
autoría de Borges, admite la cualidad de plural, ya que lo
componen dos libros originalmente independientes (“El jardín de
los senderos que se bifurcan”-1941; y “Artificios”-1944); pero que
no cedieron a la unidad y la complementación. Sin incurrir en lo absurdo,
podemos pensar en esta fusión de neta índole editorial, como una
manifestación indirecta que expresa las finalidades inherentes a la obra
de Borges; la de evitar el divorcio entre los mundos y las ideas para
construir un elemento individual y complementario. El primer cuento
del volumen es, quizás, el más comentado. Se titula “Tlon, Uqbar,
Orbis Tertius”; y es la historia de un mundo creado por filósofos, cartógrafos
y matemáticos; un mundo construido en la imaginación de esos hombres
que, en determinada instancia y no sin la intervención de la fantasía,
invade el mundo de la realidad. “Las ruinas
circulares” inaugura en la obra de Borges el tratamiento del sueño
dentro de otro sueño; una suerte de juego que admite comparaciones con
las populares cajas chinas. En este relato, el protagonista sueña
con un hombre que se permite la libertad y la osadía de habitar el mundo
en el que vive su soñador: luego este descubrirá a su vez, que él es
también producto del sueño del alguien más, de alguien anónimo e
inalcanzable. Asumo la
obligación de aclarar que esta idea no se origina en la invención de
Borges, sino que se hereda de antiguas literaturas orientales. La
relevancia de este cuento no se sustenta en la concepción que domina,
sino en su particular aparición dentro del contexto latinoamericano de
mediados del siglo XX; lo que nos introduce en otra esencialidad de la
obra de Borges: la absorción de concepciones lejanas en el tiempo y en
esquemas ideológicos; y la posterior transposición de estos a una
circunstancia continental moderna. Por esta razón se menciona el cosmopolitismo
Borgeano; pues a través de sus lecturas, el hombre pudo entrecruzar
culturas disímiles al servicio de la génesis creadora y (en este caso
particular) narrativa. “La biblioteca
de Babel” no es otra que la historia de una biblioteca infinita que
contiene todos los libros posibles, entre ellos; el que expresa el
significado del universo, la vida ulterior a la muerte, y el sentido
preciso de la existencia. La ficción se inspira en la Biblioteca Nacional
de Buenos Aires, donde Borges aceptaría el cargo de director. Poco tiempo
después de desempeñar sus funciones directivas, nuestro escritor perdería
la visión hasta solo percibir levemente el color amarillo. La ceguera se
adjuntaría a la lista de tópicos manejados en sus producciones. Quizás me quede
destacar el cuento “El sur”, un relato particularmente autobiográfico
donde Borges evoca una circunstancia concreta de su vida personal muy
cercana a la muerte; y “La muerte y la brújula”, su único cuento de
corte policial que recogería noblemente el legado de Poe, y Chesterton. El
aleph El libro lleva
el título del último relato que figura en su índice. El aleph es
aquella superflua zona del mundo que condensa el universo; allí puede
apreciarse el cosmos desde todos los ángulos y los tiempos. Así lo
enuncia el protagonista-narrador del cuento: “El diámetro del Aleph
sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí,
sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era
infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del
universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres
de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide,
vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos
escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y
ninguno me reflejó (...)”. La idea la desprendió un calidoscopio.
Evidentemente, los ojos de Borges miraron más profundo que los otros. El libro se
inaugura con “El inmortal”, un cuento que, pese a las distancias, se
asemeja considerablemente al antes comentado. Aquí, la inmortalidad
consiste en ser uno y todos, una forma de panteísmo donde el hombre es
todos los hombres, donde su identidad alberga a la totalidad de las
individualidades. El inmortal es, para Borges, una especie de aleph
humano. “Biografía de
Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874) refiere a un personaje de “El gaucho
Martín Fierro” de José Hernández. La inserción de este cuento en la
lista de ficciones que constituye al libro en cuestión, asume relevancia
a la hora de recordar la otra cara de Borges, esa que en vez de concentrar
los esfuerzos de escritura e invención en el tiempo y lo infinito, se
resume al culto por el coraje y al gaucho argentino. Este signo, para nada
ignorable, informa sobre una intención de plasmar un “no abandono” de
temáticas, una recurrencia a los escenarios arrabaleros, de truco y de
taba, de coraje y duelo a muerte. No
puedo ignorar, en el momento de continuar esta apresurada enumeración
concomitante al pobre comentario, la mención de “La casa de Asterión”;
un cuento que juega con esquemas griegos en relación al mito del
laberinto de Creta y el minotauro que lo habita. El narrador es la bestia
biforme, y además de lucir una prestancia narrativa envidiable, es
importante considerar este texto como uno de los antecedentes más nítidos
de los actuales microcuentos en auge. Lo mismo acontece con “Los dos
reyes y los dos laberintos”; relato que en vez de asumir un
comportamiento lúdico en relación a los esquemas griegos, lo hace con
los arábigos propios de “Las mil y una noches”. A las obras que
acabo de comentar sigue una larga lista de títulos donde Borges, si bien
no decepciona, continúa el sendero creador limitado por mismas
obsesiones. Luego de casarse y divorciarse vertiginosamente, su poesía se
volcaría hacia una estética del despojamiento, donde todo se inscribe en
una atmósfera de limitancia, muerte, sufrimiento existencial, e
introspección nefasta. Su ceguera lo obligaría a la dependencia de otro
seres que siempre con gusto lo acompañaron incansablemente. La escritura
se convertiría en una construcción primeramente mental, y luego escrita.
Su memoria alcanzaría un nivel aún superior. Una ex alumna, María
Kodama, sería la persona que más lo acompañó en sus viajes por el
mundo, en sus secciones de dictado, en sus ovacionadas y plurales
conferencias. Su pluma, aunque
a través de manos ajenas, seguiría escribiendo hasta 1986. Desde ese
triste día, la ciudad de Ginebra alberga sus restos. Ahora que veo el número,
que desentraño su significado a través de una rápida operación matemática
mental, me doy cuenta que se ha ido. Veinte años sin el maestro.
“Borges ha muerto. Nos parece increíble” recuerdo que dijo nuestro
escritor Rubén Loza Aguerrebere. Me parece increíble... Un pensamiento alentador y que puede alcanzar a dignificar esta despedida, es recordar la permanencia de su obra, la inmortalidad que adquieren sus ojos ciegos a través de versos y párrafos. Me despido de los amables lectores, con algunas líneas que me fueron susurradas hace algunas horas. Allí recuerdo a Borges, su ceguera, su insomnio y el mío, y las arduas conversaciones que solemos compartir en los sueños. |
Las letras que
trazó la memoria de
tus manos ciegas, me persiguen los
pasos cortos de un triste
paseo en el alba. Una calle
cualquiera evoca una línea desnuda que mató
mi insomnio aburrido y el tuyo
creador. A pesar del
tiempo y los destinos distintos no me resigno a
tu olvido o ignorancia, sé que el
infinito cruza los planos más disímiles
de los símbolos. Curioso es
recordarte sin conocerte. Curioso y atroz
aún extrañarte. Balbuceo tu
nombre entre el sueño difuso y la
vigilia del horror. Borges,
pienso. Borges
y yo. Un
encuentro imposible pero real al cerrar los ojos. |
Leonardo de León
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