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Ojos de acero
Ojos de acero descienden hacia mi cada día.
Como de cristal tus manos frías, enfermas,
ya no pueden acariciar,
y desgarran cuerdas quebrando las notas tal vez
en una escala vacía y sin cuerpo, sin sonido.
En la alcoba secreta las voces de los sueños,
de los benditos sueños, de los sagrados y buenos,
se desangran y se van apagando,
y cada noche parece la Eterna Noche,
y los días son sólo otro día más,
y nadie lo sabe
y yo me lo callo.
Ojos de acero me contemplan desde el muerto espejo.
Yo me hallo sin consuelo y en el umbral.
Eres peligrosa, pesadilla en la vigilia,
eres peligrosa porque te veo tan cerca,
tan cerca,
perra ambiciosa que me quitas el aliento
en un espasmo,
el más doloroso espasmo
que mi carne pueda soportar,
consumiéndome los huesos y los músculos
tan débiles que ya no se quejan.
Acero que ya no quiero,
metal que no quema con el calor;
rostro cotidiano que envenenado
entre humo y muecas me estudia:
¡cómo nos parecíamos!
y sin embargo ahora...
ya no te reconozco insoportable hermana
sedienta de cataclismos, hambrienta de injurias.
Vete porque blasfemo por tu culpa,
porque por tus gracias y tus infames besos soy hereje
y no quiero,
porque por tu pecado -que desconozco- yo muero
y no quiero.
Llanto acerado que la garganta hiere,
reumática sombra que apuñala
despacio pero constante,
vete y déjame sola,
ve a morder el tiempo de los viejos
o ve a socorrer a los difuntos
o a adoctrinar lunáticos en un parque
o a rezar por las apagadas rocas
o a resucitar espinas o agujerear nubes
o a exorcizar santos
o a reírte de los tísicos en una feria
o a matar el rato en algún ataúd
que yo antes vivía pero ahora, contigo, ya no sé...
Al can que me espera
Dame aquel ángel negro de alas rotas,
perro mugriento que no espera nada
más que carroña, y putrefactas notas
cava en la arena por el sol labrada
como carbón. Ese maldito ángel,
antes sultán de mucha joya, ahora
va, mutilado y polvoriento. Ángel,
pólvora seca, que lleve el diablo esa hora
de Smith and Wesston ladrador. Hoy no
te quedan más que ojos de pálida
fiera que ya no puede herir. Fingida
furia: ¡es mentira, fatigado hermano!
Llanto y revólver, desastrosa bala
queda hoy errando en la mañana, sola.
Mi enemigo no ha cambiado
Mi enemigo no ha cambiado,
es el mismo con los años;
hoy me acecha en los peldaños
silencioso y desbocado.
A cada paso en mi casa
siento su respiración
me azota siempre a traición
o, a veces, me olvida y pasa.
Lebrel que a oscuras ataca
y no se cansa de herir;
la vida a golpes él saca
pero no deja morir.
Tan odiado y tan amado:
tú, enemigo, no has cambiado.
Los jardines del otoño
Del otoño, los jardines
recuerdan como en un sueño
la completud de sus almas
y el temor a otro misterio.
Lánguidamente se mecen
apacibles, casi muertos,
esperando a que el invierno
pase como pasa el viento.
Los jardines del otoño
hablaban como en secreto
y no dejaban vacíos
los caminos polvorientos
que conducen a las fieras
y a las víctimas del miedo.
Besos secos y pies secos;
sin cálida bienvenida
me esperan como se espera
a un caminante que ha muerto.
Al otoño, los jardines
veneran como a un dios viejo
y bendicen su vejez
arrugada de silencio.
Incendio en el apto. 2
Ciego mirando el fuego
Anciana que corre
Gritan
Sirenas
22 de enero
Otro día en casa
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