Prólogo
a "Poemas de la prisionera" |
Desde
luego, la posibilidad de una poesía femenina que no sea al mismo tiempo
poesía de amor, es algo poco menos que impensable. Lo que resulta
infrecuente, en cambio, y aún en los tiempos que corren, es el libro de
una mujer tan íntegramente jugado a una forma del amor como la que aquí
se canta: mucho más Eros que Ágape, y en apariencia, sin nostalgia de lo
apacible, deliciosamente convencional y tierno. Sin
embargo, y como escribió Darío, ¿quién que es no es romántico? Rosa
Dans lo es, si se considera que el romanticismo eterno —aquel que está
más allá de corrientes y nombres propios— consiste en confesar
mediante el arte la tormenta interior. Ante los dos primeros poemas de
este volumen, no faltará quien piense que es ésta una poesía desafiante
en su sinceridad. Y esto, pese a toda el agua corrida bajo los puentes.
Una cosa habrá de convenirse al menos: para comunicar este tipo de
experiencia interior, era necesario hallar un lenguaje equidistante entre
decir y callar; o sea, entre prosa y poesía. Y ya se sabe que en esta
media lengua, la alusión dice más que las declaraciones y el silencio
contiene a casi todas las palabras. De qué manera esta arrogante asunción del amor puede vivirse bajo el signo del drama y el fracaso, es algo que el lector verá tal vez con extrañeza. Quizá ocurre por esa sutil, acaso traidora eficacia con que el amor restituye a aquellas plenitudes sólo imaginables a la hora natal del espíritu. Rosa Dans lo insinúa en uno de sus poemas: |
"Quedé lejos del cuerpo que abandonaste, masa de desechos después de lo sangrado después de aquella mano que averiguó mi infancia y te entregaste al sueño." |
Y como cualquier sueño, al igual que toda embriaguez, tiene su día siguiente, la poetisa dice luego: |
"Hoy pienso que dos lunas son poco horror para apagar la noche." |
Es claro que esta poesía canta siempre al instante porque, como Nietzsche señalaba, sólo el placer —entre todas las cosas humanas— pide profunda eternidad. Pero aunque arda en el minuto, como nuevo serafín del amor, esta poetisa se contempla a sí misma, se juzga casi. Y en esta lucidez está toda la desgracia, porque nadie será jamás feliz mientras viva y al mismo tiempo se mire vivir. La felicidad —eso que un chico siente como caliente oleada al correr una pelota— consiste
en jugar todo el ser a una acción cualquiera, sin que la reflexión
guarde para sí algún lugar del alma. Ortega y Gasset sabía de este difícil
y deseable frenesí por el cual la felicidad resulta privilegio de ciegos
y de sombras. La forma poética, en este libro de Rosa Dans, no debe nada sustancial a ninguna corriente concreta, o al experimentalismo que hoy se advierte con tanta frecuencia. En realidad, la forma aquí desaparece y, como simbólicamente, la última pagina marca el fin del lenguaje poético, disuelto en prosa lírica. Pero esto aporta poco. Lo que importa es la temperatura íntima de estos "Poemas de la prisionera": la prisionera de sí misma. |
Jorge Albistur
Ir a índice de poesia |
Ir a índice de Dans, Rosa |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |