Un Enero
por Antonio Dabezies

El mudo Benítez estaba aburrido de que lo tomaran por tonto. Y lo que era peor, que lo tuvieran todo el día para hacer mandados. Ya habían pasado largos los años en que se sintió feliz recorriendo el pueblo de punta a punta llevando cosas, procurando otras, acarreando las más. Pero cuando el mudo Benítez tuvo uso de razón, el asunto ya no le gustó más: una cosa era ser mudo, y otra que lo tomaran por bobo. Que ya tenía suficiente con andar gesticulando para hacerse entender.

El mudo Benítez decidió un enero que no iba más eso de los mandados. Lo decidió y abandonó con dolor su pilar en el puente. Si lo iban a buscar ya no lo encontrarían allí, su mirada navegando recodo abajo, su imaginación flotando hacia el mar que nunca había visto. Escondió entonces sus horas camino arriba, en la sombra tranquila del monte de eucaliptus.

Le duró apenas dos días: el mudo Benítez despuntaba una tarde preñada en sueños, cuando a la orilla del monte vio aparecer al cura Collazo, la sotana remangada, la barriga siempre delante.

-Ah... ¡Estás ahí, haragán...! Todo el pueblo te anda buscando. Hasta hubo quien pensó que te había llevado el río...

-Mmmfggg - contestó el mudo, si es que a eso se le puede llamar contestar.

-¿Qué te ha dado por abandonar tu lugar en el puente? Nos tenías nerviosos a todos.

-Mmmffgg - insistió él.

-Gracias a Dios te he encontrado. Yo ya estoy viejo para andar de arriba para abajo: me vas a tener que hacer un mandado.

El mudo Benítez protestó bajando sus ojos tristes, pero como se trataba del cura Collazo, escondió su mirada en un tronco veteado. Comprendió que se había acabado su tranquilidad.

-Mmmfggg -le dijo contrariado.

-Mirá: tenés que ir al pueblo de abajo, y pedirle al cura de allá un jarro de agua bendita. A mí se me ha terminado, y tengo varias bendiciones en puerta.

-Mmmfggg -asintió el mudo levantándose.

-Vé con Dios, hijo...

El cura Collazo alisó su sotana, acomodó su barriga hacia el pueblo y rehizo su camino de vuelta. El mudo Benítez masticó su rabia y consideró mentalmente la posibilidad de no cumplir con el recado. Pero recordó amenazas de fuegos eternos, tembló como si estuviera otra vez frente al púlpito de un domingo cualquiera, y partió hacia el pueblo vecino pateando, una a una, todas las piedritas del camino.

 

Volvió con el jarro. Al caer la tarde, mientras su paso se derretía lento en la cresta de la última loma, pensó para qué servía tanta agua bendita, si con ella no podía arreglar su lengua dormida.

El cura Collazo insistía con eso de los milagros.., pero él nunca había visto ninguno. ¡Cuántas veces, a escondidas, había hecho buches de agua bendita! Y nunca pasaba nada. Claro que al fin y al cabo era agua bendita, y para algo debía servir.

Cuando estaba por llegar al pueblo tuvo la idea. Era hora de terminar definitivamente aquello de los mandados. Por dentro le vino como un temblor, y en su boca floreció una sonrisa de esperanza. Al pasar por el puente sacó de su escondite un frasco azulado, y guardó, excitado, medio litro del agua bendita que transportaba.

El mudo Benítez llegó al pueblo sonriente, se santiguó al entrar en la oscuridad de la iglesia, y entregó al cura Collazo lo que quedaba en el jarro.

-Poca te han dado... Mi colega se anda poniendo agarrado hasta con esto del agua bendita. ¡Y eso que es gratis!

-Mmmfggg.

-Gracias, hijo. ¡Ah! Y a ver si no te andás escondiendo por ahí, que cuando uno te necesita hay que andarte buscando...

El mudo Benítez tuvo una carcajada por dentro: ¡qué se iba a esconder ahora! Por el contrario, volvió a su lugar de siempre en el puente.

No tuvo que esperar mucho:

-¡Idiota!, ¿dónde te habías metido, chiquilín de mierda?

Era el rengo Vidal, que miraba el cielo mientras hablaba, y arrastraba las palabras como su pierna más larga.

-Hacía rato que te andaba buscando. Necesito que vayas a lo de don Fermín y le pidas prestado su serrucho.

El mudo Benítez partió diligente, tratando de que no se le notara la sonrisa. El rengo Vidal lo vio correr, sorprendiéndose de la buena disposición del muchacho.

-Y a éste... ¿qué le pasa?

El mudo Benítez consiguió el serrucho en un santiamén, pero antes de llevárselo al interesado se escondió en el baldío junto a la farmacia y extrajo de su bolsillo el frasco azul. Se santiguó primero, echó después un chorro de agua bendita sobre la hoja del serrucho, y miró al cielo con ojos suplicantes.

Corrió a entregar el serrucho al rengo Vidal.

-Ah, ¡por fin me lo trajiste! -el rengo hizo sonar la hoja al doblarla- ....... pero no te vayas lejos, vagoneta, por si te necesito otra vez.

El mudo Benítez no pensaba irse, todo lo contrario: con su ansiedad a cuestas se pegó a los pasos desparejos del rengo Vidal, para comprobar in situ los resultados de su maniobra.

Y ésta resultó, nomás: cuando Vidal hamacó al serrucho para hincar el tronco, los dientes de su hoja cayeron uno a uno, blandamente, como si un experto dentista los hubiera arrancado.

-Maldita herramienta... ¡ no corta un carajo! Atorrante -agregó el rengo Vidal mirando al mudo Benítez- ¿qué serrucho me trajiste?

-Mmmfffgg - se sonrió el aludido.

El mudo Benítez nunca había estado tan contento.

-Abombado... ¡y encima te reís! Andá a llevarle esta porquería a don Fermín y pedile la sierra al flaco Costa.

El mudo Benítez esperó que el rengo terminara de arrastrar las palabras, y lo dejó mirando el cielo. Acarició el borde liso del serrucho, y recordó las encías de la vieja Jacinta. Continuaba sonriendo cuando por el camino lo paró la rubia Robledo.

-¡Tú por acá, mudito! ¡Qué bien me venís! ¿No podrías traerme levadura de la panadería? Tengo una nueva receta de pan casero que quiero probar hoy mismo...

-Mmmffggg -le dijo el mudo, más solícito que nunca.

El mudo Benítez pasó por la panadería, y después de devolver el serrucho a don Fermín, pidió la sierra al flaco Costa. Sierra y levadura fueron humedecidas con agua bendita antes de ser entregadas a sus destinatarios. Y aún tuvo otro recado por el camino.

-Mudito, ¿no le pedís la plancha a la gorda Rosana y me la llevás a lo de tía Micaela?

Allá fue también el mudo Benítez, más dispuesto que nunca, mientras el pan de la rubia Robledo quedaba en galletas, y el rengo Vidal rompía hoja tras hoja de la sierra del flaco Costa.

También fue bendecida y entregada la plancha. El mudo Benítez volvió a su pilar del puente más contento que nunca: aquello de los mandados ahora lo estaba entusiasmando... Esperó que alguien más picara el anzuelo.

-¡Ah! Ahí estás. A vos mismo te andaba buscando... Andá a buscar mi yegua tordilla y bañámela en el río, que la tengo casi vendida.

La yegua tuvo antes su baño de agua bendita. Cuando el mudo Benítez la cepillaba junto a las rocas del recodo, unas llagas purulentas dejaron invendible al hermoso animal. Su dueño casi muere de un síncope. Pero hubo más:

-A ver, vos que andás sin hacer nada -esta vez era el flaco Costa el que solicitaba los servicios- decile al haragán de mi cuñado que me devuelva los discos de los Beatles.

Por el camino aún lo paró la gorda Rosana.

-Andate hasta la farmacia y comprame una caja de purgantes, que no hay caso con la Francisca.

No había llegado a la farmacia, que se le apersonó el agente Camacho. No estaba de servicio, pero igual gastaba el uniforme nuevo.

-Llevale el revólver al Comisario, andá, que me olvidé de dejárselo para el agente Rodríguez; hoy hay inspección, y es el único que tenemos.

El mudo Benítez no cesaba de ir y venir, parando siempre en el baldío, administrando ahora con mayor medida el contenido del frasquito azul.

-¡Los Beatles me andan cantando La Cumparsita! -gritó angustiado el flaco Costa.

-¡Esta sierra tampoco corta! -se desesperó el rengo Vidal.

La Francisca fue obligada a permanecer dos horas en su pelela... y nada. El rengo Vidal volvió a llevar sus pasos confundidos hacia el puente, con el tronco a cuestas.

-Andá a devolver esta sierra también, inservible, y a ver si me conseguís algo para cortar esto, carajo.

El mudo Benítez fue a buscar el hacha del cura Collazo. Al pasar por la Comisaría oyó un barullo bárbaro.

Agente Rodríguez!!! -tronaba el Comisario-, ¡qué hace con esa honda en la canana! ¿Quiere que venga la inspección y me saquen el puesto?

Cuando el mudo Benítez devolvió la sierra al flaco Costa, lo encontró llorando.

-Si yo agarro a mi cuñado -hipaba desconsolado- ¡lo mato! Si la que me está cantando "Help" es la Ramona Galarza...

La Francisca seguía sentada, y nada. Cuando el rengo Vidal quiso hundir el hacha del cura Collazo en el tronco, del tajo brotó una rama verde y tiernita.

-Mnimffggg.

El mudo Benítez andaba que no podía con su sonrisa. Nunca trajinó tanto en un solo día: fue más de cincuenta veces al baldío. Lo mandaron llamar de lo de la tía Micaela: la plancha que había llevado, al enchufarla, largaba cubitos de hielo.

-Andá y traeme unos vinos -dijo la tía que para eso de los vinos no era lenta- a ver si por lo menos aprovechamos el hielo...

El mudo Benítez no tenía ni tiempo de llegar a su lugar en el puente. Al pasar por la casa de las puertas rojas, vichó hacia adentro, como siempre.

-¡Justo! A vos mismo -le gritó la patrona Eugenia mientras se atusaba las cejas-. Andame a traer a la Rosita, que esta noche voy a tener una clientela bárbara...

El mudo Benítez fue a buscar a Rosita como un rayo, porque ése era un mandado que había esperado siempre que se lo pidieran. El problema fue convencerla de pasar por el baldío, donde el mudo Benítez aprovechó a meter alguna mano mientras la Rosita gritaba que el agua estaba fría.

-Mudito... ¡Suerte que te veo! -lo paró el petiso Real-. Llevame la bicicleta a la gomería, que anda pinchada.

 

Cuando cayó la noche, ya todo el pueblo andaba revuelto. La tía Micaela casi vomita porque el vino le resultó jugo de tomate, y eso, jamás. La Rosita dejó plantado a un cliente de los fuertes para ir a la misa vespertina, y la bicicleta del petiso Real comenzó a perder aire por el manillar, provocándole a su dueño una recaída de los riñones. La Francisca seguía sentada, y nada. Y el rengo Vidal terminó por plantar el tronco e irse a acostar con la pierna más atravesada que nunca.

El mudo Benítez recorrió el pueblo varias veces para asegurarse que todo estuviera en orden, y a la medianoche se fue a ver pasar pedazos de luna entre los pilares del puente.

En el pueblo comenzaron a atar cabos, y comentario va, conclusión viene, resolvieron adjudicarle la responsabilidad de lo ocurrido.

Al día siguiente, lo mismo: mandado que hacía el mudo Benítez, desastre que sobrevenía. El rengo Vidal y el flaco Costa se dieron en seguirlo, a ver dónde estaba el misterio. Fue así que descubrieron lo del baldío y el frasquito azul.

La gorda Rosana sugirió que se consultara al cura Collazo, y la tía Micaela habló de discutirlo todos en el boliche de don Fermín, pero nadie concretaba nada, así que el rengo Vidal decidió ir por las suyas. Emparejando sus pasos como pudo, llegó al baldío.

Sorprendió al mudo con las manos en la masa: andaba asperjando agua bendita sobre la vitrola del Social y Deportivo, que el doctor Beracochea le había mandado arreglar para el baile del sábado.

-¡Guacho podrido! Así te quería agarrar...

-Mmmmffffggggggggggg.

Con cara asustada, el mudo Benítez quiso esconder el frasco de la vista del rengo. Para peor, llegaban el flaco Costa y el petiso Real, también con ánimo de vengarse.

-¡Hijo de puta! ¡Traé para acá ese frasquito!

El rengo Vidal no pudo alcanzarlo, el petiso Real tampoco tuvo el tranco largo como para seguir su carrera, pero el flaco Costa sí lo corrió y justo en el medio de la plaza dio cuenta del mudo, que temblaba y gorgoteaba sonidos más raros que nunca.

-ÑÑÑHHHJJJFFFFFFGGGG..

Entre varios -habían llegado el cura Collazo, la tía Micaela y la rubia Robledo- lo sujetaron, mientras el flaco Costa le sacaba el frasco azul... Lo pasaron de mano en mano y de nariz en nariz, sin que nadie sacara conclusión alguna.

Entonces la Francisca, que aprovechando el revuelo había abandonado su incómodo asiento -y nada- descubrió que el mudo Benítez había sido el causante de su estreñimiento, y llena de rabia y lógica infantil, tiró lo poco que quedaba en el frasquito a la cara del mudo Benítez.

Hubo un silencio general, porque el muchacho tembló primero, babeó después, y pegó un extraño sonido finalmente.

-Je pasa algo, mudito? -le pregunté con voz preocupada el cura Collazo.

-Sí, claro que me pasa... -les contestó el mudo-. ¡SE VAN TODOS A CAGAR!!!

por Antonio Dabezies

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