Carlos Maria Pacheco y Armando Discépolo por la Comedia Nacional

Crónica de Ángel Curotto

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVI Nº 1864 (Montevideo, 23 de febrero de 1969)

Una foto para la historia: dos maestros del sainete, uno del teatro rioplatense, Carlos M. Pacheco (sin sombrero) y el otro, José López Silva,

el famoso autor de "La revoltosa", modelo del género del teatro hispano. Pacheco y López Silva escribieron juntos varios sainetes

y es en ocasión de uno de esos estrenos que fue captada la presente nota gráfica, en el año 1920.

Dentro de pocos días la Comedia Nacional inaugurará su vigésima segunda temporada oficial y nos parece todo un acierto que ella se inicie con un programa evocativo de la época de oro del teatro nacional rioplatense: “Los disfrazados”, sainete lírico dramático de Carlos María Pacheco, con música del maestro Antonio Reynoso, y "Babilonia", que su autor, Armando Discépolo,  califica como “una hora entre los criados”.

Se trata de dos obras importantes, la primera de las cuales hace más de tres décadas que no se representa entre nosotros, ya que “Babilonia” como “Mateo", río de  Discépolo, han constituido buenas reposiciones de "El Galpón” en la temporadas de 1959 y 1963, en un ejemplo de difusión del buen teatro rioplatense que, lamentablemente, no imitan otros elencos.

El cambio económico de las estructuras teatrales es hoy una barrera para la difusión de un género que tuvo la preferencia entusiasta del público. Los sainetes líricos, zarzuelas o comedias musicales, por su carácter, exigen elencos numerosos; cantantes, coros y conjuntos orquestales que determinan un presupuesto cuya financiación reclamaría, además de mucho publico, la elevación del precio de las localidades a cifras astronómicas. Solamente los teatros oficiales pueden, por lo tanto, afrontar actuaciones deficitarias, cuando en compensación de ello se cumple con una tarea importante y significativa.

Este es el caso a que nos referimos. El doble programa con que la Comedia Nacional levantará el telón este año, brindará a nuestro público una fiesta ¡impía de teatro nacional, de risas y emoción humanas, con el drama y la travesura de todos los días de esos seres aparentemente sencillos que cruzamos por las calles de la ciudad. Tanto Pacheco como Discépolo, han sabido captar con ternura las angustias del hombre vulgar, del modesto trabajador, de la mujer de sueños locos, del humilde inmigrante, del compadrito o del infeliz que quema su vida en el taller o en el bailongo del barrio, en el patio del conventillo o en el trajín de la gran cocina de una familia acaudalada. Personajes que con la mayor simpleza dicen, muchas veces, cosas que hacen pensar...

— Porque usted ha puesto una intención en el diálogo de su obra... — le dijeron no hace mucho a Armando Discépolo, quien se apresuró a contestar:

— No. mi amigo... Y o no puse ninguna intención ... pero en mis obras vuelco mis personajes y ellos son los que hablan... Es su humanidad la que traduce sus vidas y sus ideas... Si en las comedias los autores no logramos eso, hemos fracasado. No es conmigo, es con ellos que hay que compartirlas o no. Cada uno tiene su vida.

Carlos María Pacheco nació en nuestra capital, en la calle Solís 162, el 1º de diciembre de 1881 y fue su padre el coronel argentino D. Agenor Pacheco, refugiado en nuestro país a raíz de la muerte del general Urquiza. Según refiriera una noche el poeta Ovidio Fernández Ríos al dramaturgo Vicente Martínez Cuitiño, Pacheco estaba emparentado por línea paterna con Melchor Pacheco y Obes y en grados más lejanos con el presidente Julio Herrera y Obes, el poeta Julio Herrera y Reissig y el dramaturgo Ernesto Herrera.

A los pocos meses de su nacimiento marchó hacia Buenos Aires con sus padres y fue en la gran capital porteña donde recibió su educación, en los primeros años con normalidad y después con menos disciplina. Amante de las letras, se acercó a los círculos literarios, vinculándose a los cenáculos donde escritores y poetas pronto comenzaron a apreciar sus méritos e inquietudes. Y así fue que con el apoyo de Carlos Pellegrini, entró como redactor de “El País” bonaerense, en cuya redacción, entre crónica y crónica, con sus chistes e imitaciones, lograba un auditorio que los festejaba.

El camino de la farsa había levantado sus barreras y Pachequito eligió la senda histriónica, ingresando en el elenco de-José Podestá, y con el patrocinio de críticos y amigos, hizo su presentación como actor. Lamentablemente, por una de las tantas razones que en e teatro nunca se explican ni se entienden, su´trabajo de intérprete defraudó a todos. Pero su fracaso, no le alejó del teatro ya que siguió frecuentando escenarios y camarines, reuniones y peñas de la gente de la farándula. Su gracia espontánea, su fino humorismo, su acertada observación de los tipos populares necesitaba un medio de expresión y fue en las cuartillas de redacción donde trazó aquellas escenas que lo iban a convertir en el primer sainetero nacional el pintor de la vida cosmopolita de estas ciudades del Plata, género que había intentado a principios de siglo, con poca suerte con su primera pieza "Blancos y colorados".

Colaborando con Pedro E. Pico — otro de los buenos comediógrafos rioplatenses — comenzó Pacheco a sentir la caricia del éxito. El camino estaba abierto y el 21 de diciembre de 1906, la compañía Parravicini - Podestá estrenó en el teatro Apolo de Buenos Aires “Los disfrazados”, con música del maestro Reyroso, un músico vasco de auténtico valor, a quien con razón se le ha llamado el fundador del género chico musical rioplatense.

El éxito de “Los disfrazados” fue resonante y durante muchos años ese buen sainete integró todos los repertorios de los elencos que cultivaban el popular género.

El espacio es breve y larga sería la nómina de sus estrenos y sus triunfos, más de cien títulos — dramas, comedias, sainetes y zarzuelas — estrenados en los pocos años de su vida, ya que azotado por una cruel enfermedad, aquel gran sainetero cuyas obras acapararon las carteleras de tantos teatros, murió pobre en febrero de 1924, a los cuarenta y tres años de edad. La vieja historia de tantos, se había repetido una vez más...

Mucho más podríamos decir de Pacheco, ya que guardamos de él buenos recuerdos personales. Y para terminar su evocación, digamos que cuando en enero de 1921 llegaron a Montevideo desde Italia los restos de Florencio Sánchez, el autor de “Los Disfrazados" vino integrando la numerosa delegación de autores argentinos para intervenir en los grandes homenajes que nuestra capital tributó al autor de "Barranca abajo" que además había sido su amigo y compañero de bohemia. Entre los distintos actos que se cumplieron con ese motivo, se realizó en el Teatro 18 de Julio un gran espectáculo en que intervinieron las grandes figuras del teatro rioplatense, críticos y autores a la que habremos de referirnos en notas futuras representándose en el mismo "Los muertos” de Sánchez y "Pájaros de presa”, otro buen sainete de Pacheco, habiendo su autor encarnado el protagonista con gracias tan efectiva que sus amigos no podían explicarse el fracaso de aquel primer intento de actor de sus años juveniles a que nos referimos anteriormente.

También de su generación — y de los tiempos actuales - don Armando Discépolo es dramaturgo de primera línea del teatro continental, aunque su emoción es más honda y es más dramática su pintura del hombre. Hay en el tratamiento de sus creaciones una gran conmiseración humana y un humorismo dramático fluye de todo su teatro grotesco.

Es admirable que este auténtico hombre de teatro luchador y fervoroso, continúe todavía hoy como director escénico, hurgando en el alma de esos personajes suyos que integran una galería de arquetipos de la literatura dramática rioplatense, como lo son Mustafá, Mateo, Stéfano, Severino y otros.

Discépolo es uno de los pocos autores cuyas obras siguen siendo actuales y la próxima reposición de “Babilonia" lo demostrará. Y menos mal que "La cocina", de Wesker, se ha estrenado hace un par de años, porque, de lo contrario no faltaría quien, con buena voluntad, la señalara como inspiración de la obra de Discépolo.

Nuestra capital conoce bien a Discépolo y hay fundadas razones para estimar a este escritor argentino.

Iniciado en el teatro de los cuadros filodramáticos, conoce por propia experiencia todos les secretos do la vida escénica. También en su juventud trabajó como un actor y nada menos que junto a Camila Quiroga. Pero los personajes que encamaba no encontraban en él su expresión exacta, porque los sentía oyendo su propia voz. Frente a esa angustia, sintió la necesidad de manifestarse y nació el dramaturgo, que se reveló en 1916 con “Entre el hierro", con el bautismo escénico de Pablo Podestá y Orfilia Rico. Más de treinta obras, algunas de ellas que ocuparon el cartel durante temporadas enteras, escritas solo o en colaboración, cimentaron su personalidad de dramaturgo.

Pero si grande es su prestigio como escritor, no lo es menos como director. Al frente de los más importantes elencos, en Buenos Aires como en Montevideo, fue su nombre siempre una garantía de trabajos serios y bien logrados.

Cuando en los comienzos de la Comedia Nacional, la critica opositora anuncia su fracaso y desaparición, fue Armando Discépolo el primero de los “tres grandes’* — Discépolo, Margarita Xirgu y Caviglia — que aceptó la responsabilidad de ponerse al frente del elenco.

El pasaje de Discépolo por la Comedia Nacional puedo señalarse con los títulos: "Enrique IV” de Pirandello y “El momento de tu vida" de Saroyan en 1948; “Julio César” de Shakespeare y “Locos de verano" de Lafferrére, en 1949; “Cantos rodados" de Imhof, “El inspector* de Gogol y “Aguas turbias", de Benítez Vinueza, en 1950; “La rondalla” de Pérez Petit y “Las voces de adentro” de Eduardo De Filippo. en 1951; y “La última puerta” de Ernesto Pinto y “Esta noche se recita improvisando, de Pirandello. en el año siguiente.

Fue la suya una auténtica labor docente a la que todos debemos estar agradecidos. Por eso celebramos que la Comisión de Teatros Municipales, al brindar el próximo programa de la Comedia Nacional, rinda el homenaje que todos debíamos a una alta expresión creadora del teatro rioplatense, sino también al trabajador incansable que al frente del elenco oficial y de tantos conjuntos durante casi medio siglo, llegó a nuestras playas para traernos una misión de buen teatro, nacional o extranjero. La Comedia Nacional paga una deuda a uno de sus grandes maestros, del que todavía puede esperar nuevas enseñanzas, por suerte para el teatro y para la cultura nacional.

Por todos estos motivos y tantos más que tendríamos que enumerar, la reaparición del elenco municipal en el teatro Solís, revestirá caracteres de acontecimiento en una noche de recuerdo a un gran sainetero nacido en el Uruguay pero integrado a la vida artística del país hermano y a un gran dramaturgo y director nacido en la Argentina pero que siempre ha estado tan vinculado a la vida escénica montevideana. Será, por lo tanto, una gran fiesta del teatro rioplatense.

 

Crónica de Ángel Curotto

(Espacial para El DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVI Nº 1864 (Montevideo, 23 de febrero de 1969)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                           Armando Discépolo en Letras Uruguay

 

                                                              Ángel Curotto en Letras Uruguay          

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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