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La licencia me queda grande |
Y no es a mí solo.
Estoy seguro que cuando el Creador lo puso a Adán frente al espejo y se
la probó dijo:
-Me queda ancha de
hombros y habría que cortarle los bajos.
Y así, ahora, 1994,
durante este veraneo Ud. siente lo
mismo. Aunque haya alquilado esa casa que es una ganga, con bomba eléctrica,
que la luz no se la cortan ante el menor atisbo de tormenta, que nadie se
enteró de que esa casa tiene teléfono y que hasta las policiales que se
llevó resultaron buenas.
Agregúele
que allí la carne es barata y hasta buena y que el carnicero tiene en vez
de una varita mágica una chuza maravillosa. Pero no nos vayamos por las
ramas por que las vamos a necesitar para el asado. Y por que la casa, eso
sí, no tiene parrillero. No importa.
Usted lo hará sobre la arena. En ese cuadrado, allá en el fondo.
-¿O
vos te crees
que los gauchos tenían parrillero? Yo te hago el asado en el suelo. La
arena refracta. Es como un horno. ¡Te vas a chupar los dedos!
Efectivamente se
chuparon los dedos después. Pero con sangre y arena. |
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-Y ¿qué culpa tengo de que se levantase viento?
Además,
les dije mil veces a los chiquitines
que dejasen
de
joder con la pelota,
que le iban apegar a la parrilla. Y ahora ¿qué dicen? ¿Que
el
chorizo está crudo? Bueno, el chorizo
muy cocido hace mal. Lo leí.
Lo dijeron en un congreso médico en
Baton
Rouge
(Louisiana).
Cancerígenos. Lo dijo Villegas a las 8. Lo dijo. Y a la final, qué también,
el próximo asado lo haces
vos. Al fin y al cabo me paso trabajando todo el año como un burro y, al
final, ¿para qué? Escúchame.
Yo no digo que vos no hagas nada. Pero la manga de vagos de tus hijos no
me dan una mano. Caen a las seis de la mañana directo al sarcófago y hay
que sacarles la estaca al mediodía para que se levanten. ¡No te pongas
así!
Es nuestro primer día de vacaciones. ¡Vieron,
gurises
del diablo! Les dije que parasen con la pelota. Y a vos vieja, ¿quién te
entiende? Primero me das manija con que los pare y después te cabreas
porque los reto.
¡Cheeee!
Al final. Ya me calenté. Me vuelvo a Montevideo.
Por supuesto, el tipo
no se vuelve. Hacen las paces, lavan el asado bajo la canilla y terminan
los chorizos en la sartén. Mientras tanto, el Pocho (se llama Pocho), se
sirve el aperitivo y medita sobre su condición de veraneante.
El hombre ha estudiado
concienzudamente durante todo el año todas las fórmulas, las
precauciones, las coberturas que le protejan la intimidad de sus
vacaciones. En la oficina nadie conoce su lugar de veraneo. Sus parientes
tienen solamente datos vagos y tan confusos como los debe haber tenido Stanley
cuando tuvo que buscar a Livingstone
en el corazón de África. Los únicos
que conocen su paradero son el Héctor que es de fierro, un gran
tipo (tiene una nena, pero es grande). Gutiérrez que es soltero (además,
gran asador). El Tata que, aunque casado y con tres hijos, la mujer hace
unos buñuelos de lechuga que son de locura. Sólo ellos conocen la
ubicación de su fortaleza, el santo y seña
y todo lo necesario para lograr burlar los fosos de su inexpugnable
castillo. Y para de contar. Al fin
y al cabo, uno viene a descansar.
-¿Sabes
por qué no le dije nada a tu primo, Gladys? Primero que nada porque es
porteño. Que se vaya a la República de Punta del Este. Segundo: por que
el año pasado nos gorroneó
hasta los escarbadientes y los nenes
Pero con lo que no
cuenta el Pocho es con la infidencia. En algún lugar no muy remoto de la
República Oriental del Uruguay, a esta altura de su licencia, alguien está
comentando:
-No le digas nada a nadie pero el Pocho alquiló un
ranchito en...
-A vos te lo puedo decir, porque sos de confianza.
¿Sabes
dónde está el Pocho? El Pocho está en...
Es así que, un buen-mal
día, a las 15hs.30', justo a las 15hs30'
en punto de la tarde, justo cuando el Pocho se dispone a festejar su
siesta luego de un asado aprobado con sobresaliente y felicitaciones de la
mesa, justo en ese momento, cuando ya encendía la radio Clarín con las
Orquestas Típicas y se disponía a masticar su siesta,
justo en ese momento, siente ruidos afuera.
Luego, unos pasos
fuertes, como de botas de la Gestapo que viene a buscarle, unos gritos
solamente comparables a los de Valeria Lyncha
y sus hermanas y una pelota que golpea su ventana disparada por un obús o
por el Chueco Perdomo. El Pocho
reconoce la voz de gallineta que trepa por encima de todos los sonidos
como si fuese el picolo de una sinfónica.
Es la flaca Martha
que grita desde la ventana.
-Pocho. Levántate.
¿A qué venís?
¿A dormir?
-Para dormir mejor te quedas
en Montevideo.
-Trajimos ceba... ¿Tenes
anzuelos? Este nabo se los olvidó.
-¿No
tenes
almejas?
-Dale Pocho. Apúrate.
Levántate. Que se viene la noche.
A lo mejor a Ud.
este aviso le llega demasiado tarde. A lo mejor a Ud.
ya le cayeron los pesados. Pero si Ud. es de los que toman la
licencia en febrero le servirá para dar la batalla por sus vacaciones. Y
para perderlas también.
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Cuque Sclavo
Cuque
contraataca
Colección Humores - editorial Fin de Siglo
Montevideo, 1994
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