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Jugando a las estatuas |
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Nos
miran en silencio. Preguntándonos. Será por eso que nosotros las
interrogamos a su vez desde los tótems de nuestros ancestros hasta la película
que se hizo el propio Freud con el Moisés
de Miguel Ángel.
Desde chico, al hombre le gusta jugar a las estatuas. Y los uruguayos nos destacamos en eso. Ni bien nos dejan un cacho de calle, le plantamos un árbol, ponemos una estatua y le hacemos un discurso. A lo mejor somos de bronce. Yo creo que algunos se van haciendo su propio monumento en el fondo de la casa, los fines de semana. Como yo. Será por eso que, desde niño, miro las estatuas con tanta atención. Me sugieren tantas cosas...
El Obelisco por ejemplo. Mirando el monumento a los Constituyentes con ese tremendo y erguido granito, esa cantidad de obvias esferas y las machazas mujeres que defienden la Constitución, me pregunto: ¿cómo pudimos quedamos sin ella durante tantos años, así como así? (Además, creo que sería necesario un estudio serio sobre La Sexualidad del Obelisco).
Desde chico vivo imaginando el día en que la estatua de la Plaza Libertad baje la bandera, cuando Artigas y el Gaucho salgan como cuete, a galope tendido, a correr la Doble Dieciocho. Y siempre me impresionó como que la mujer que está tirada en un banco allá en la Rambla por Carrasco es una que se pudrió de esperar el 104. |
Se acuerdan de aquellas películas de Cecil B. Diezmil, en las que trabajaban 10.000 extras 10.000 (estoy convencido, en la Antigüedad había mucho más gente que ahora). Bueno, hay monumentos tipo superproducción. Tal el del José Pedro Varela sentado allá arriba, rodeado de gente y de alumnos que suben por las escalinatas recordándonos a Enrique Tarigo en la publicidad política aquella donde hacía de Enrique Muiño en "Su mejor alumno" y Hierro y Pasquet lo saludaban. Dentro de este tipo de superproducción el monumento a José Enrique Rodó ya es una matiné completa de aquellas con la bolsa de bizcochos, en la que dan: Ariel (Biografía del célebre joven). La Despedida de Gorgias (Drama policial de hondo suspenso) y la serie completa de Parábolas del genial best-seller. Ni hablemos de ese western violento de San Peckinpah que es El entrevero. La primera vez que lo vi, no me acerqué a la fuente, de miedo a que estuviese repleta de la sangre de aquellos gauchos.
Así como en la vida, sucede que hay héroes a los que les va mal hasta en la posteridad. Al español Don Bruno Mauricio de Zabala, al endulzador de nuestra niñez, en vez de una plaza, como a todo el mundo, le hicieron un square (cuadrado). De todos modos le fue mejor que a uno de mis héroes predilectos: Don Fructuoso Rivera. ¿Qué pasó con ese monumento? O le erraron al escenario, o a las proporciones, o el escenógrafo estaba en curda, pero cada vez que lo veo, me parece un tablado donde se apresta a hacer su actuación, la Compañía de Arte Nativo de Don Juan Cruz Tranquera y los suyos. Tampoco Don Pepe Batlle ha sido muy favorecido por la iconografía. Al hombre que se distinguió por su actividad y dinamismo, uno lo ve siempre de manos en los bolsillos, como posando para un comercial de sobretodos. (Dicho sea de paso, eso de colgar en las oficinas públicas a Don José G. Artigas de brazos cruzados, no me parece un buen ejemplo para el funcionariado, que se diga). Volviendo a los monumentos, el de Don Luis A. de Herrera es un monumento que a uno lo mueve, lo estimula a la acción. Mi único temor es que Don Luis Alberto siga su marcha y cruce General Flores con la roja (aunque con lo gigantesco que es el monumento, puede despanzurrar a varios semiremolques al mejor estilo Schwartzenegger). |
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Luis A. de Herrera |
José Batlle y Ordóñez |
La Historia es muchas veces ingrata con quienes la forjaron. Por ejemplo, con esos dos bravos caciques indios que en la Rambla se agarran el hígado a la salida de Morini (?). O ese gaucho al que se lo ve en un parque arrastrándose y recuerda, patéticamente, al golero que desesperado intentó desviar la pelota al comer y la metió en el rincón de las arañas. Más angustiante aún, es ese otro gaucho que lleva a su china enancada a la cabalgadura, mientras otea el horizonte de espaldas a la Facultad de Ingeniería. El hombre anda como buscando rancho. Y yo pienso: ¿Nadie le ha dicho a ese inocente gaucho de a caballo lo que cuesta el m2 de edificación por allí?
¿Lo que deberá pagar de Contribución? ¿Qué va a sembrar en las canteras? ¿De qué va a vivir esa joven pareja? ¿Emigrarán? ¿A Caballo? ¿Adonde?
No importa, el gaucho sigue divisando hacia el mar y sueña. Lo mismo que Sambucetti, allá en Trouville, mirando el horizonte, sueña con que sus músicas están triunfando más allá del río, más allá del océano. A unos metros, en la misma cuadra, en cambio, Mahatma Gandhi mira la polis. Claro, es un político. Ojo. Un político que mira la realidad. Y ahora que digo esto me pregunto: ¿los uruguayos seremos realistas?
Nuestros ómnibus caminan a 13 kmts. por hora y son la Odisea del Despacio, no tenemos trenes, y nuestros dos grupos escultóricos más importantes son: La Carreta y La Diligencia.
Y me digo: Sí, somos realistas, ¿ta? |
Cuque Sclavo
Cuque
contraataca
Colección Humores - editorial Fin de Siglo
Montevideo, 1994
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