Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

La educación uruguaya: entre el cielo y el barro

Marcia Collazo Ibáñez 
collazomarcia@gmail.com

 

Sobre artes, oficios y artificios

A propósito del reciente proyecto de dotar -o mejor dicho de volver a dotar- de autonomía al Consejo de Educación Técnico Profesional (ex UTU), y de las declaraciones del Presidente Mujica al respecto –declaraciones que en esta ocasión no puedo menos que compartir, aunque no siempre esté de acuerdo, por suerte, con lo que opina el Presidente-, viene muy a propósito reflexionar en cuestiones filosóficas que hoy los uruguayos naturalizamos como si las hubiéramos descubierto ayer nomás, aunque vivamos enredándonos en ellas como gato adentro de una bolsa, y cuyas raíces se remontan a, por lo menos, dos mil años atrás.

Es que a veces, en este mundo plagado de artilugios tecnológicos dignos del Mago Merlín o del Mefistófeles de Fausto, nos olvidamos de que vivimos oscilando entre dos grandes dimensiones: el logos y el mitos. Ninguna de las dos es buena o mala por sí misma, o dicho de otro modo: ambas poseen grandes virtudes y valores para esta vapuleada humanidad; sin embargo, a veces asumen formas monstruosas. Veamos un sencillo ejemplo relacionado con el logos: Einstein realizó la descripción matemática del movimiento browniano y elaboró la teoría de la relatividad, pero sus descubrimientos también dieron lugar a la fabricación de la bomba atómica; la primera mitad del siglo XX fue altamente productiva en materia de ciencia y tecnología, pero también dio lugar a dos guerras mundiales que por esa misma razón, resultaron altamente letales y provocaron la muerte de más de sesenta millones de personas. Del lado del mito las cosas no están, en ocasiones, mejor: las creencias, los discursos y las concepciones sobre el mundo muchas veces aparecen teñidas de una profunda discriminación y arbitrariedad, de miedos, sospechas y  prejuicios que levantan barreras insalvables entre los seres humanos. Los encasillan también, colocando a la gente en celdas, estanterías o góndolas perfectamente diferenciadas y rotuladas, que probablemente vienen hasta con código de barras, para mayor seguridad.

Esto es un poco lo que ocurre a propósito de la ex UTU: hemos levantado el mito de que la enseñanza de oficios es asunto inferior. No voy a incursionar aquí en el asunto de su autonomía, sino en otro que –dicho sea con el mayor de los respetos- entiendo mucho más de fondo, y tiene que ver con aquello de los asuntos celestiales y los asuntos terrenales.

Allá por los años 30, el filósofo argentino Aníbal Ponce analizó en su obra Humanismo burgués y humanismo proletario[1] el problema del intelectual como ser opuesto no solamente a la acción o actividad en general, sino en particular al trabajo, al oficio, a la labor física o manual. Analiza también la relación de ese intelectual con el poder, para lo cual toma la figura de Ariel, el personaje mítico de La Tempestad, de William Shakespeare, especie de espíritu de los aires y símbolo de la inteligencia elevada, desinteresada y noble. En esta obra aparecen, además de Ariel, tres personajes centrales: Próspero y su hija Miranda, extranjeros europeos que recalan en la isla con clara intención dominadora, y Calibán, especie de monstruo abominable nativo de la isla, abyecto, estúpido y lleno de llagas, inmundicias, vicios y maldades.

Parafraseando a Ponce, nos centraremos en Ariel como el pensador o intelectual humanista que surge no solamente en Europa, desde el Renacimiento hasta nuestros días, sino también en América Latina.

Nada de inclinar la cerviz

Ariel no es un ejecutor, sino un espíritu espectador o contemplativo, al punto de que la acción es para él un sufrimiento; puede decirse que ha descendido con disgusto a la tierra, y que sería mucho más feliz volando por los aires o encerrado en una torre de marfil antes que mezclarse con la turba o el populacho.

Fácil es apreciar que, de acuerdo a la concepción que el mismo Shakespeare recoge, para el pensamiento humanista la inteligencia es una facultad privativa de unos pocos elegidos. Es también sinónimo de teoría, ensimismamiento, meditación y soledad. Sobre todo de palabras difíciles, y cuanto más difíciles mejor… porque, ¿alguien puede explicarme qué demonios quieren decir frases tan actuales como “la desjerarquización del sujeto concomitante a la semiosis social irreductiblemente diferencial”?[2]

Señala Ponce que el humanismo exalta los valores racionalistas –lo cual es razonable, valga la redundancia- pero los opone a la acción y al trabajo, a los cuales desprecia y, por qué no, teme –lo cual ya es francamente arbitrario y tendencioso-. De ahí a considerar que la dedicación a oficios manuales es inferior, utilitaria y mediocre, no hay más que un paso. Semejante ideología crea una separación profunda entre segmentos, estratos o clases sociales; por un lado están los que trabajan y producen, los artesanos, los obreros y los asalariados en general, y por otro lado están los dominadores, los dueños de la inteligencia y de la razón, llamados a integrar las filas de las clases dirigentes de la nación. Los primeros están al servicio de los segundos. No olvidamos que Ponce es un autor marxista, con todas las prevenciones metodológicas y epistemológicas que ello implica, pero tampoco podemos olvidar que el esquema que describe se remonta en líneas generales a la República de Platón, obra en la cual pueden leerse pensamientos como el siguiente: “En tanto que los filósofos no reinen en las ciudades, o en tanto que los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean verdadera y seriamente filósofos (…) no habrán de cesar, Glaucón, los males de las ciudades, ni tampoco, a mi juicio, los del género humano[3].

Puede verse claramente en esas palabras atribuidas a Sócrates, una intención de diferenciar a los filósofos –cultores del ocio creador- del resto de los componentes de la sociedad: artesanos y guerreros; los primeros puestos en la sociedad para producir el alimento, los muebles y los vestidos, y los segundos para defenderla de los peligros exteriores. Tal clasificación se perpetuó durante siglos como la más elevada aspiración de un estado, y pretendió plasmarse en el Antiguo Régimen, logrando únicamente la consolidación de una aristocracia ociosa que solamente se dedicaba al derroche y dispendio de recursos materiales que no generaba ni producía por sí misma.

En suma, se trata de justificar por todos los medios aquel viejo aforismo: nada de doblar la cerviz, ni de sudar, ni de tensar el músculo, ni de ensuciarse las manos con el trabajo de los metales, el pescado, el ganado, la minería, el manejo de las máquinas o el cultivo de la tierra. 

M´hijo el dotor

Lo dicho constituye un ideal educativo que menosprecia el aprendizaje de los oficios, y por tanto relega a un segundo plano las actividades manuales. Tal ideal educativo se transformó en el norte y guía de las clases gobernantes, desde los tiempos de M´hijo el dotor de Florencio Sánchez a la fecha. ¿Cómo debe educarse a un adolescente para que llegue a ser “alguien”? Sumergiéndolo en la teoría y en el ejercicio escolástico de la memoria, alejándolo de las destrezas manuales, de las “capacitaciones”, de la tierra y de la industria laboriosa, estableciendo para él un círculo elitista cuasi divino, especie de secta de elegidos. En el fondo, se trata de un sistema excelente para continuar ahondando la brecha entre los que supuestamente piensan y se forman de verdad, y los que no piensan porque “no les da la cabeza” y solamente se entrenan para tal o cual rubro de trabajo, lo cual supone una concepción estática, empobrecida y arbitraria del mundo y de la historia.

Ya podrá advertir el lector que toda la educación occidental desde los griegos hasta el día de hoy, a pesar de los avances de las ciencias de la educación y salvo honrosas excepciones (que siguen siendo excepciones) enfatiza la inmovilidad y la referencia a algún pasado o referencia teórica que se vislumbra como ideal, volviendo una y otra vez, consciente o inconscientemente, al viejo trillo de Platón y Aristóteles. Y no es que hayan faltado iniciativas a favor del trabajo: ya Artigas, en 1813, recomendaba promover la agricultura, el comercio, los oficios y las manufacturas. En 1878 se estableció una escuela de Artes y Oficios que pasará a llamarse Nacional en 1887. Pero fue sólo bajo la dirección de Pedro Figari (1915 a 1917) cuando llegaron las verdaderas reformas que pretendían darle otra visión y dimensión. Figari consideraba que existe una unión indisoluble entre el arte y el trabajo: “La ciencia es (…) arte evolucionado” y así, “llega un momento en que la verdad científica y el recurso artístico se traban y confunden de tal modo que es difícil determinar la línea de separación entre ambos dominios”.[4] 

En 1942 (y hasta 1985) se creó la Universidad del Trabajo del Uruguay, con lo cual se logró precisamente lo que ahora vuelve a pretenderse: dotar de autonomía al CETP, en un intento por erradicar el viejo paradigma del menosprecio a las artes y oficios que, mal que nos pese, estaba y sigue estando  sólidamente instalado en nuestro país.

Allegados son iguales

los que viven por sus manos y los ricos.

Jorge Manrique. Coplas a la muerte de su padre.

El problema tiene viejas raíces, como se ha dicho, y brotes relativamente nuevos, que supieron impregnar de sucesivos prejuicios a la propia sociedad uruguaya de fines del siglo XIX. En la obra del escritor francés Renan -“Caliban, suite de “La Tempête”, 1878-, Calibán encarna al proletariado, clase social que se hallaba en esos momentos en franco crecimiento numérico; Calibán sigue siendo el repugnante monstruo rojo (malo, sucio y feo) que odia y rechaza los libros porque cree que en ellos se encierra el poder y la magia de Próspero (es decir de los amos), pero pese a ello tiene conciencia de su esclavitud. Ariel no ha cambiado: sigue siendo la encarnación de la inteligencia y desprecia a Calibán, considerando que no hay entre ambos entendimiento posible.

En esta obra, sin embargo, triunfa la revolución contra Próspero, y Calibán toma el poder, llegando incluso a ser bendecido por el Papa. En apariencia, así, el proletariado llega a ser victorioso y a conquistar la igualdad frente a sus antiguos opresores.

Se advierte el símbolo del período histórico: en época de Renán habían ocurrido ya, además de la revolución francesa de 1789, dos revoluciones: la de 1848 y la de la Comuna en 1871, que enarboló por vez primera la bandera roja de los comuneros –futuros comunistas-.

Pero la comedia de Renan representa, además, un nuevo giro de tuerca: instalada la tensión con el proletariado, la burguesía se da cuenta de que necesita conceder a esta clase trabajadora un mínimo de educación, por dos grandes y prosaicas razones: para que no le estropee las máquinas que tanto dinero costaron, y para que trabaje con mayor eficiencia, rapidez y precisión.

Así, para Renan, Calibán vendría a encarnar al obrero fabril, al proletario que carga con el peso de su ignorancia, brutalidad y bestialismo. Ariel sigue siendo el intelectual que desciende a cultivar, aunque sea en forma mínima, el espíritu de Calibán, no por caridad ni por humanidad sino por vulgar conveniencia; porque no tiene más remedio que concederle alguna migaja de ese ideal de libertad y emancipación que la misma clase burguesa enarboló como bandera revolucionaria apenas unos años atrás.

En la obra de Renan, Próspero reprocha a Calibán el haberse aprovechado de la educación que le dio para volverla un arma contra él: es el símbolo del surgimiento de la conciencia de clase obrera, a la que Renán ve como una amenaza.

Decretando vocaciones y señalando destinos

El mundo occidental, por lo menos desde el Renacimiento, ha dejado intacta la brecha que separa a dos grupos humanos: el instruido y el ignorante, como si se tratara de un estado metafísico determinista, casi inmanente a la condición humana. Considera que el ideal de la contemplación espiritual y la verdadera formación –la académica y científica- son el atributo de una minoría, en tanto que la mayoría debe contentarse con un materialismo mediocre centrado en la capacitación para los oficios.

Pero desde el Renacimiento a la época de Renán han ocurrido dos significativos cambios: primero, una nueva concepción filosófica –la de las Nuevas Ideas- acerca de la libertad de todos los hombres; segundo, ha sobrevenido la era de las revoluciones: la  inglesa de 1688 (precursora de todas las demás), la norteamericana de 1776 y la francesa de 1789. De esta última derivó una serie de circunstancias históricas que determinaron a su vez dos nuevos movimientos revolucionarios en Francia, como ya se ha dicho.

La burguesía, entronizada en el poder gracias al ideal libertario, se ve enfrentada a la paradoja de que su mismo mensaje revolucionario es recogido ahora por las clases que debían servir a sus intereses y mantenerse, por tanto, sometidas. Y es curioso comprobar que lo mismo sucedió, desde entonces hasta el mundo de posguerras, a nivel mundial: todo el mundo sometido (primero las colonias norteamericanas, después Hispanoamérica y por último Asia y África) tomaron por asalto el ideal libertario del mundo occidental y se lo enrostraron, en un imperdonable acto de apropiación indebida.

Puede advertirse nuevamente la dicotomía entre civilización y barbarie de la que ya me he ocupado en anteriores artículos, aunque enfocada desde otro ángulo: aquí la civilización está simbolizada en Ariel, intelectual, triunfador revolucionario y detentador del poder del conocimiento. La barbarie sigue vinculada a Calibán, ahora en la nueva versión del sometido que pretende obtener los mismos beneficios que Ariel, lo cual es un disparate, por lo menos: ya que de ese modo (y acá regreso a Platón) el alfarero dejaría de ser alfarero, el carpintero dejaría de ser carpintero y el estado entero se corrompería, librado al caos del trastrocamiento de roles y funciones. Zapatero a tus zapatos: he aquí una de las máximas principales de La República de Platón; o dicho de otro modo, que cada cual haga lo que mejor sabe hacer. Principio éste que no por atractivo deja de esconder el cangrejo debajo de la piedra: ¿quién decreta lo que cada ciudadano sabe hacer mejor? ¿quién establece como verdad divina que quien aprende un oficio es “menos” que un abogado, un médico o un ingeniero? Así como no podemos dirigir de antemano ni los destinos ni las vocaciones de ninguno de nuestros ciudadanos, tampoco podemos decretar que la formación en oficios constituya solamente una capacitación colocada en un peldaño inferior a la educación académica. El CETP o la ex UTU, ha encarnado en todo caso, aquello que el maestro Figari supo expresar tan claramente: “No hay ni puede haber rivalidad entre los diversos medios de que nos valemos para atender a nuestras necesidades y aspiraciones...Ciencia es la conquista operada por el esfuerzo artístico, en el sentido de conocer...El arte ha evolucionado y sigue evolucionando como una consecuencia de la evolutividad del hombre, a quien acompaña incondicionalmente en todas las formas de su actividad....La evolución se opera, pues, de un modo necesario sobre el fondo tradicional, a la vez que ese fondo se va rectificando constantemente."[5]

Notas:
 

[1] Ponce, Aníbal (1935) Humanismo burgués y humanismo proletario: de Erasmo a Romain Rolland. Ed. Futuro. Bs. As. 1962.  Ponce es un filósofo rioplatense de formación marxista, que intenta develar en esta obra el espíritu elitista y burgués desarrollado por occidente desde el Renacimiento, en torno a la figura del intelectual humanista.

[2] Se trata de una frase acuñada por la autora, pero que resume en lo esencial, una línea de pensamiento y de discurso muy sólidamente instalada en algunos autores actuales.

[3] Platón. La República. Libro V.

[4] Figari, Pedro. Educación  y Arte. Clásicos Uruguayos. Nº 80. Montevideo.

[5] Figari, Pedro. Arte, estética, ideal. El arte y la ciencia.-Tomo I

Marcia Collazo 
collazomarcia@gmail.com

Publicado, originalmente, en "Bitácora", de la Agencia Uruguaya de Noticias Uy.press - Montevideo

20 de marzo de 2012

Link: http://www.uypress.net/uc_26198_1.html

Ir a página inicio

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de de Collazo, Marcia

Ir a índice de autores