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una colmena tomada por luciérnagas, un páramo de asombro y el asombro
derramado en el hielo, ciudad rumbosa de centelleantes ruinas y estoy en
soledad sobre la luz, la cortesana errante, mohosa de espesura, se
contemplaba en mí, enroscando esa pluma de reina de las nieves, aquel
pliegue insolente del cabello, gelatinosa boca, los ojos resbalosos de
lentejuela y lápiz y el pie - cornamenta y marfil, cobarde pez- deslizándose
apenas para quebrar la superficie trémula, caliente vaho de caballos
blancos, en cuyo fondo mi corazón temblaba,
yo el embrujado de toda desnudez en danza de festoneado vientre, para mí
se envolvía en banderas de atardeceres rojos
pero volvieron las agujas de relojes en vela, veleidosas, alguien llamó a la
puerta y un ángel desolado vino a vagar en torno de su lámpara mientras
ella, meneante, se pintaba los labios, furiosa se pintaba
se ahogaban los sonidos en el fondo de cajitas acuáticas, una, dos, siete
veces los relojes rampantes, pero llaman y llaman a la puerta, no te irás a la
sombra mohosa que no sé, que no veo
la sombra te devora, me devora, te suprime y me asalta
y estalló en mi reflejo la ríspida tersura de ese cuello mientras la cabellera
reluciente caía, vidrio guillotinado, untuosa rebeldía, tajo de luz lamiendo
lo granate y dulzón de esa humedad rajada. |
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