Aquí lo que hay es que irse
Algo del dolor de los nativos y de los esclavos africanos se nos quedó
en la sangre , dice la escritora cubana Verónica Vega, a propósito de
una reflexión sobre el carácter de los cubanos; pero también algo de la
indiferencia y el sentimiento de superioridad de los europeos que nos
conquistaron. Cuando leí esas palabras no pude evitar traer a mi
recuerdo la mirada que pude observar, o más bien atrapar al vuelo de un
fugaz instante, en los ojos de muchos cubanos. En algún momento de la
conversación, fuera cual fuera el tópico de ésta, se dejaba caer esa
mirada inexpresable, mezcla de honda melancolía y de exaltado y
desafiante orgullo; una mirada profunda pero impenetrable, que parece
venir en oleadas del fondo mismo de la historia.
Esa mirada dice resistencia y dice frustración; dice esperanza y dice
rencor; dice hasta la victoria siempre y dice estamos hartos de pasarla
mal ; dice ganas de mandarse mudar y dice memoria (mucha memoria,
aplastante memoria) de gloriosa determinación y de lucha heroica. Pero
cuidado: con una lectura demasiado lineal o apresurada, con una actitud
de crítica despiadada o de fanatismo acrítico, los latinoamericanos que
contemplamos desde afuera ese horizonte, no podremos ni siquiera
asomarnos al laberinto de ideas y circunstancias, ambiciones y
padecimientos, esperanza y amargura, sangres y destinos que hoy
convergen en el alma de los cubanos.
Debemos apelar a la reflexión documentada, seria, y las más de las veces
silenciosa, para que el ruido de las historias se deje oír. Porque se
trata en realidad, no de una sino de muchas historias, variopintas,
complejas, cuyos hilos se nos pierden a cada instante en los vericuetos
del pasado y del misterio. Una y otra vez, esas historias rondan nuestra
sombra, la sombra grande de Latinoamérica, como terribles, traviesos o
inquietantes fantasmas de alguna cosa que, a pesar de nuestro interés
por comprenderla, se nos escapa.
Que ves cuando me ves
Es que cuando hablamos de Cuba no podemos dejar de referirnos al resto
de América Latina, ya que como muy acertadamente señala el antropólogo
cubano Jesús Guanche, la insularidad de ese país no es el factor
determinante a la hora de analizar el carácter y la fisonomía cultural
del pueblo cubano, aunque mucho se haya insistido en tal peculiaridad
geográfica. No se trata de una isla aislada, aunque suene como una
redundancia. Dice Guanche: nuestra mentalidad ha sido y es muy
continental, pues precisamente los componentes étnicos formativos
básicos, sin dejar de considerar el legado aborigen ( ) es
fundamentalmente de España y Africa .
De manera que el proceso histórico cubano (que es, obviamente, singular,
original y propio) no ha excluido en ningún momento el contacto
permanente con otros espacios de América Latina, Norteamérica y el
Caribe; aunque esos rasgos propios y singulares conlleven, entre otras
cosas, un crecimiento endógeno de su población. Al abocarse a este tipo
de análisis es necesario distinguir lo particular y lo general de cada
pueblo y de cada cultura. Existe un amplio territorio de elementos
compartidos en América Latina, entre los que se encuentra la simbología,
que no debemos desdeñar ni hacer a un lado, a riesgo de no lograr
comprendernos a nosotros mismos. Pero ese territorio compartido, se
alimenta en buena medida (y allí reside la paradoja) de los territorios
particulares y concretos de cada región, etnia y proceso vital
histórico. Gota a gota se hace el mar, grano a grano de arena se forjan
los desiertos, y el todo no se puede explicar sin la suma de sus partes.
Nos hemos referido ya al símbolo de Caliban, en relación no solamente a
Cuba y la conquista española, sino a América Latina entera. El filósofo
Roberto Fernández Retamar ha sido uno de los primeros en redimensionar
la figura de Caliban como el símbolo por excelencia de América; pero no
ya de una América indígena (que no es ni puede ser la única actualmente)
sino de una América mestiza en el sentido integral de la palabra; de una
América en cual se fusionan en condiciones distintas a las que les eran
habituales, lo europeo, lo indio y lo negroafricano (2003:9).
Indoamérica, Afroamérica, Hispanoamérica ¿y después?
América no es, pues, ni la pretendida y ambigua referencia a una raíz
latina europea, ni el conjunto de pueblos indígenas anteriores a la
conquista española, ni el aluvión de pueblos africanos trasplantados
aquí por la fuerza, sino la herencia múltiple de toda esa amalgama
étnica. Es así como podemos ser denominados Indoamérica, por el legado
de las culturas nativas; Afroamérica por la masiva introducción de
esclavos que se produjo en todo el continente, y muy especialmente en
las Antillas; y también Hispanoamérica, por el acervo español que nos ha
nutrido durante los últimos quinientos años; y aun así, con tales
denominaciones estaríamos dejando fuera el aporte más reciente en el
tiempo de otras culturas, como la de los japoneses, chinos, coreanos,
eslavos, judíos, turcos, armenios y otros. Lo europeo en América se
reduce, así, a determinados centros de poder institucional, muy
visibles, que se mantienen en la superficie al modo de los abonos
artificiales o zonas corticales de las que habla Ezequiel Martínez
Estrada, en tanto que el fermento más profundo y rico del sustrato
cultural responde, básicamente, a lo indígena y a lo africano.
En suma, no somos propiamente europeos, ni indios, ni africanos (lo cual
no es ningún descubrimiento; recordemos que ya lo dijo Bolívar en 1815):
somos todo eso y más, pero en el más reside, precisamente, lo distintivo
de nuestra identidad, sea cual fuere semejante distintivo. Lo americano
es, como todo concepto histórico cultural, inseparable de sus raíces. Y
este hecho cobra inusitada fuerza en la región del Caribe, en la que
comenzó a desplegarse la primera acción de la conquista europea, con el
terrible resultado del aniquilamiento de los aborígenes y la
introducción de un masivo y sistemático tráfico de esclavos africanos.
Es sobre esa cruenta realidad que se irá fraguando un nuevo panorama,
que no será únicamente el del sufrimiento y el despojo, sino el de la
esperanza y la lucha. Señalaré al respecto dos grandes hitos históricos
que harán frente al imperialismo occidental, cada uno a su modo y
encrucijadas bien distintas: el primero fue la llamarada libertaria de
Haití, movimiento revolucionario precursor de la subsiguiente oleada
independentista, comenzado en 1791, que abolió la esclavitud y abrió el
camino a la liberación latinoamericana, aunque en los hechos se le
ignore y se le siga minimizando en sus consecuencias; el segundo, la
revolución cubana de 1959, que puso freno al imperialismo de Estados
Unidos en sus propias narices, y erigió en el continente americano el
primer régimen socialista fuertemente anclado en el presente y en el
pasado, en el ideario de los grandes próceres de fines del siglo XIX y
en la contemplación del garito y prostíbulo en que se había convertido
el país, verdadero lupanar fiestero erigido en el medio del mar para
solaz y desafuero de banqueros, industriales, traficantes y mafiosos de
toda laya y especie. Revolución cubana que ha sido denostada,
vilipendiada y degradada hasta el cansancio por quienes solamente ven en
ella una osadía imperdonable, un escandaloso gesto de rebeldía lindante
con la locura, o por quienes lo sienten como un golpe directo a la
mandíbula del capitalismo neoliberal, pero también por muchos o
muchísimos de los que en algún momento creyeron o dijeron creer en ella.
La amalgama fermental
Pienso, con el ya aludido antropólogo Jesús Guanche, que es muy difícil
desentrañar lo esencial del ser cubano, sobre todo si se lo mira desde
afuera, con la ñata contra el vidrio , como reza el tango. Hay, con
todo, algunos caracteres que se pueden apreciar a poco que el observador
afine su vista: el aporte afrodescendiente en la población cubana es
notorio y abrumador, sorprendente en su riqueza, que por momentos
adquiere ribetes épicos, fantásticos y legendarios, que parecen
remontarnos a lejanos cantos tribales, ceremonias de oscuridad y sangre,
de pasión y de lucha, de danza frenética y de estrecho contacto con los
dioses, todo ello condimentado con los colores turquesa y azul cobalto
del mar y del cielo, la ruinosa geografía de muros y de calles, la
imponente presencia de la fortaleza del Morro, el laberinto de las
calles sucias, viejas y venerables, quebradas aquí y allá por los grupos
de vecinas que se sacan sus sillas a la vereda, los taxis a tracción
humana con sus asientos forrados de terciopelo granate, los gigantescos
y magníficos automóviles clásicos de los años 50 y los carros de madera
de los vendedores de plátanos y limones; en suma, se trata de una
realidad plástica, móvil, ruidosa e infinita en sus caleidoscópicas
expresiones, que abreva en el aporte principalísimo de la raíz africana.
Cuidado con las fronteras
Y sin embargo, los términos afrodescendiente, indodescendiente,
hispanodescendiente y algunos otros, resultan a la larga o a la corta,
como bien expresa Guanche, conceptos autoexcluyentes con determinados
niveles de tendenciosidad política, más que de identidad cultural
dignificante. El gran reto al que se enfrenta el ser americano en
la actualidad es el de apostar a integrarse con aquellos a los que
percibe, todavía, como el otro , el diferente, el extraño, el diverso de
mí . De ahí a considerar a ese otro como un ser a eludir, o como un
enemigo en potencia, no hay más que un paso.
Consideremos el caso cubano: la endogenación provocada por la mezcla de
sangres ha tendido allí, no a dividir, sino por el contrario a unir y a
amalgamar el ser nacional en un todo nuevo, dotado de una pujanza
creadora y de un ingenio y gracia difícilmente parangonables en otro
pueblo. ¿De qué sirve, a estas alturas, pretender separar los
territorios étnicos de indodescendientes, de afrodescendientes, o aún de
hispanodescendientes como si se tratara de planetas aislados, cada uno
girando en su propia órbita? Y suponiendo que la tarea de diferenciación
fuera necesaria, útil y beneficiosa desde el punto de vista humano,
antropológico, sociológico y aún psicológico, ¿no debería concluir en lo
que recomendaba José Martí? Los pueblos que no se conocen han de darse
prisa por conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se
enseñan los puños, como hermanos celosos ( ) han de encajar, de modo que
sean una las dos manos . También recomendaba: Los árboles se han de
poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas. Es la
hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro
apretado, como la plata en las raíces de los Andes. Al respecto
reflexiona Gabriel García Márquez que hoy más que nunca estamos
obligados a permanecer fieles a nosotros mismos, a nuestras tentativas
tan difíciles de cambios sociales , que incluyen el poder mirarnos cara
a cara, como hermanos que somos, sea cual sea el color de nuestra piel y
nuestro bagaje cultural ancestral.
Si es cierto que los viajes enriquecen al viajero, porque le permiten
apreciar, calibrar y comparar mundos y costumbres diferentes, no es
menos cierto que de tales comparaciones ha de extraer la valentía
suficiente para desnudar sus propios errores, omisiones y carencias.
Cuán distinta es Cuba al Uruguay, ya desde su misma geografía; y cuán
similar, sin embargo, en algunos de los más recónditos vericuetos del
alma humana. Si Caliban es el signo de lo americano, y si lo americano
es la mixtura indo, afro y española, entonces Caliban está entre
nosotros más vivo que nunca; y aunque eventualmente podamos asignarle
otro nombre, otra simbología, otros colores y atributos a su definición
(por ejemplo, un nombre que englobe por igual lo femenino y a lo
masculino), seguirá constituyendo en esencia esa amalgama fermental,
compuesta de aportaciones tan disímiles como enriquecedoras. Bueno sería
insistir, entonces, en que el símbolo de Caliban debiera hoy convocarnos
a la unión, a la equidad, a la justicia y a la solidaridad, sea cual sea
nuestro origen étnico, bajo la máxima acuñada por la filosofía de la
liberación, a la que debería volver el pensamiento latinoamericano una y
otra vez, de que o nos salvamos todos o no se salva nadie .
BIBLIOGRAFÍA:
Duque Gómez, Luis. (1967) Tribus indígenas y sitios arqueológicos.
Bogotá. Vol. II
Fernández Retamar, R. (2003) Algunos usos de civilización y barbarie.
Prólogo a Africa en América. Ed. Letras cubanas.
García Canclini, Néstor (1990) Culturas híbridas. Estrategias para
entrar y salir de la modernidad. México.
García Márquez, Gabriel (1982) La soledad de América Latina. Escritos
sobre arte y literatura. 1948-1984. La Habana, 1990.
Guanche, Jesús. En Antropología del cubano . Espacio Laical Nº 2. 2012.
Portilla, Miguel León (1959) Visión de los vencidos. Relaciones
indígenas de la Conquista. México.
Revista del Primer Festival Panamericano de Cultura (1970) Casa de las
Américas. No 58, enero-febrero.
Romero, José Luis (1953) La cultura occidental. Buenos Aires.
Salas, Alberto Mario (1950) Las armas de la conquista. Buenos Aires.
NOTAS
Vega, Verónica. Autora de la novela Aquí lo que hay es que irse .
Fernández Retamar, R. (2003) Algunos usos de civilización y
barbarie. Prólogo a Africa en América. Ed. Letras cubanas.
Guanche, Jesús. En Antropología del cubano . Espacio Laical Nº 2.
2012.
Martí, José. Nuestra América.
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