A mis sobrinos Claudio y Jorge, ya mi hijo Gabriel.
Todos los días, menos los domingos, hacía el mismo recorrido. Cuando cobraba su salario mensual no se podía dar el lujo de dejar dinero par la locomoción, así que madrugaba y hacía a pie el camino al taller de confecciones dónde trabajaba.
Iba por la calle principal, la iluminación le daba seguridad. Para entretenerse leía todos los carteles de los supermercados y eso le creó una adicción.
Adicción a las promociones. En una época de crisis como ésta que vive el país, para tener más ventas, se ofrecen atractivos regalos por medio de sorteos a los usuarios. Hacía horario corrido, así que a su regreso entraba a los comercios y pedía cupones que llenaba y ponía en urnas. Había una promoción cuyo sorteo coincidía con su licencia anual, viaje gratis a Bahía
Con todos los gastos pagados: hotel, traslados, comidas, excursiones. Manola soñaba con ese viaje. No dejaba un día de poner cupones. Tanta ilusión que comenzó a preparar el viaje.
Reformó sus ropas viejas. Actualizó su malla de baño.
Fue a una academia de peinados a que alguna alumna avanzada le hiciera un moderno corte de cabello.
Pidió dos valijas prestadas. A sus amigos les habló hasta el hartazgo de su viaje. Ya todos vivían la experiencia de subir a un avión por primera vez.
Le contaron que cuando el avión comienza a levantar vuelo, zumban los oídos. Dicen que lo mejor es mascar chicles. Así que Manola entró a un negocio a comprarlos. Allí le dieron un cupón para otro viaje que ofrecía un hotel que inauguraba la temporada.
Seguía llenando urnas de cupones a Bahía.
El personal del supermercado ya la conocía y también su obsesión por el sorteo.
Manola era una joven de escasos incentivos. Vivía con su madre. Era su sostén. Nunca podía darse un gusto personal. Lo que ganaba era para los gastos más elementales. No encontró un joven que se acercara a ella con fines serios. Cada día, la vida se le hacía un poco más gris. Se iban quedando sólo sus sueños que ahora estaban puestos en el viaje.
Por una semana, sería protagonista.
Practicaba como se iba a sentar al borde de la piscina del hotel cómo iba a tomar el cóctel que en una bandeja traería el mozo; cómo iba a caminar entre las plantas tropicales. Se sacaría alguna fotografía para traerle a los amigos, así ellos también disfrutarían. A su madre le traería bombones ya que tanto le gustaba el chocolate.
La ansiedad hacía que los días que faltaban para el sorteo transcurrieran lentamente. Le pidió a una hermana de su madre que viniera a acompañarla, así ella quedaría más tranquila.
Fue a la Intendencia a ver su deuda. La casa en que vivían la habían heredado de sus abuelos y hacía mucho que no pagaban impuestos. El salario vacacional lo dedicaría a ese fin ya que ella no necesitaría dinero para viajar. ¡ Si su madre hiciera algo redituable, tal vez no vivieran con tanta estrechez!
Sólo una cosa le faltaba, fotocopiar sus documentos para dejárselo a su madre por alguna emergencia.
Ahora tenía todo orquestado.
Faltaba esperar.
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