El libro que no existe |
Nació en Aiguá en la fecha que en Medellín murió Gardel. En su casa siempre se hablaba del tema. Lo tenía tan incorporado que Gardel se hizo parte de su vida y su destino. Y a veces la historia se repite. Después de varios años y dobleces de la vida, cumplió el objetivo que lo atormentaba: ir a los lugares que frecuentó Gardel. Lo conocía sin saber por qué. Viajó a Buenos Aires. Lo primero que hizo fue tomar un subte con destino a "Chacarita" a visitar su tumba. Llevaba un gran bloc de apuntes y allí comenzó a anotar todo, comenzando por la descripción de la estatua de rostro perfecto que se erguía sobre el descanso de sus huesos. De allí arrancó el peregrinar a los bares, hoteles, calles, salones nocturnos, teatros, todos aquellos lugares que en su fama, recorrió El Mago. No sabía, todavía si lo suyo terminaría en novela, crónica o biografía. Sabía que hacer eso, era la pasión de su vida y que lo atormentó siempre. A veces le reprochaba: ¿Por qué me dejaste todo, menos tu aspecto de galán y tu voz única? Un día se paró frente al café Tortoni. Tenía más de un siglo de existencia. Lugar de bohemia, intelectuales, artistas. Fue directo a una mesa, como seguido por alguien inexistente frente a la ventana de un pasillo lateral. Pidió un café. Se confundían los ruidos de la calle y las conversaciones de las personas sentadas en las mesas. Después, lentamente bajó la escalinata que conducía al subsuelo donde estaba el teatro. Era jueves. Ese día actuaban los titiriteros. Al frente del grupo estaba un anciano que lo miró fijamente. Este le contó que conoció a Gardel y que su memoria lúcida registraba acontecimientos desconocidos de su vida. Se hicieron camaradas. Se formó un secreto pacto entre los dos. Este, de a poco le fue contando. El otro anotó y anotó todo y en detalle. Sabía cosas que al conocerse, posiblemente desmistificaría la leyenda. "Si logro publicar esto, se venderán los libros como pan caliente" "Te esperé por un tiempo, pero sabía que vendrías y que esto sucedería" Llevó sus escritos a un editor. Este le dijo que cuando lo leyera, lo llamaría. A la semana le telefoneó. -¿Sabe? Me creó expectativas sobre el tema. ¿Y qué encontré? Hojas en blanco. No había ninguna historia. Ud. me engañó.- El escritor quedó en un sopor. Sudor helado transfiguró su rostro. Pasaron los días. Un jueves decidió ir al mítico café. Traspasó la puerta, bajó las escaleras casi en penumbras. Era temprano para la hora de función. No se oyó que alguien hablara. Pero sí un disparo que resultó mortal. Hay destinos que se transfieren. Y secretos que no se violan. |
Ma.Magdalena Ceol
Taller de Escritura y Estilo de la Biblioteca "Carlos Roxlo", barrio
La Teja (Montevideo)
Juan Ramón Cabrera - Coordinador
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