-
I -
El
Movimiento de los Coaligados de Casa Blanca, como debería destacarlo la historiografía no ya nacional, sino también regional y americana con la más absoluta justicia, generado en la bisagra del año ochocientos diez al once, fue un formidable como inigualable foco insurreccional. Verdadero antes y después, de las intenciones al estallido revolucionario en la Banda Oriental, repercutiendo a la vez, en su vecina occidental del río Uruguay. Sin la muy decidida acción de los hombres agrupados en
Casa Blanca, no se explican, ni hubieran sido posibles la temprana liberación de Villa Belén y el posterior
Grito de Asencio. Aquellos que avivan la “admirable alarma”, que convergen en la toma de San José el 25 de abril del once tienen un insigne origen: el
Establecimiento de Paysandú o la Estancia de Vera, según los documentos de esos años. En una palabra:
Casa Blanca.
“Allí no hubo jefes que dispusiesen –afirma Miguel del Cerro, factotum de ese movimiento-;
cada uno proponía, y lo que parecía mejor se adoptaba y se emprendía, de manera que al empezar las acciones, obedecían ciegamente a aquel que se aprestaba a dirigirnos... cuando pasó a esta plaza el señor Rondeau y Artigas con algunos auxilios,
todo... se hallaba consumado, por nuestra enérgica resolución patriótica”. La “mesa estaba servida” cuando Belgrano se instala cómodamente en la
Capilla de Mercedes para organizar “las operaciones”.
José Gervasio Artigas, por su parte, ingresa por primera vez a la Banda Oriental, y a la Historia, como líder de la emancipación, por el
Paso de Vera, en Casa Blanca. Don del Cerro le aporta “cuarenta fusiles” y
“cincuenta caballos” para la guerra y “250 cabezas de ganado” de su estancia para el alimento de la tropa. Estaba en todos los detalles. Otro de “los conspiradores” de
Casa Blanca, el muy enérgico Nicolás Delgado, estrenándose como Comandante Militar de Paysandú, anota: “Con estas milicias he proporcionado los auxilios de cabalgaduras y demás, a las divisiones del Teniente Coronel don José Artigas”.
Dando por tierra entonces las versiones nunca debidamente documentadas que Artigas, partió y regresó a la Banda Oriental a la altura de la Calera de las Huérfanas en Colonia. Es no escuchar la voz del propio Artigas: “Desde mi arribo a Paysandú –le escribe a la Junta porteña desde Santa Lucía el 10 de mayo de 1811- dirigí varias cartas a los sujetos más caracterizados de la campaña como de la ciudad de Montevideo... los que ofrecieron con sus bienes y todas sus facultades a impulsarse en obsequio de nuestra sagrada causa”.
- II -
Antonio Pereira, uno de los más ricos hacendados de toda la región del Plata, concuñado de José Artigas y viejo amigo y colega suyo, desde los tiempos de la explotación clandestina del corambre,
“ocho años antes de aquel alzamiento” de mayo de 1810 en Buenos Aires –destaca Carlos Anaya- estuvo
“vaticinando aquel suceso en sus conversaciones privadas”. Más por intereses económicos, quizás, que por nobles ideales, aseguraba que no debía tardar
“una explosión general, constituyéndose en una gran nación emancipada”. Se lo hizo saber a las mismas cortes en un extenso alegato que tituló: “La conveniencia de la absoluta independencia de las antiguas colonias españolas de la metrópolis”.
Entre los años seis y diez, invasión inglesa a las colonias del Plata y francesa a la Ibéria mediante, se trastoca fuertemente “el orden establecido”. Otra cosmovisión del mundo rompe también el molde y el de la mentalidad imperante, acentuando además la brecha
entre godos y criollos.
Josefa Artigas, sobrina de don José, “recuerda –entrevistada muchos años después por Justo Maeso-
haber asistido a banquetes que se dieron en la estancia de don Manuel Pérez... así como a otros festejos que se hacían en la casa-habitación de don Fernando Torgués... concurrían el Presbítero Doctor Larrañaga, don Miguel Barreiro, el señor Larrobla, el Padre Monterroso, algunos de los hermanos de Artigas –sin dudas Manuel Francisco y toda su familia de Casupá-,
dos hermanos Galais... Como en la reconquista de Buenos Aires –tras la primer intentona británica del ochocientos seis-
habían muerto o quedado heridos gravemente, algunos miembros de las familias de Pérez y Torgués, y como las noticias que venían de España eran tan desastrosas para los españoles, por las victorias sucesivas de las fuerzas de Napoleón, el Padre Monterroso insistía frecuentemente... en la necesidad de adelantar los trabajos revolucionarios, y
de ir preparando los ánimos de los vecinos rurales sobre todo, para el sacudimiento que preveía muy
próximo; designando desde entonces a... don José Artigas como el caudillo patriota más indicado para dirigir esos trabajos... pronunciabase en algunas fiestas íntimas, calurosos brindis que arrebataban a los concurrentes, y los hacían prorrumpir en estruendosas aclamaciones”.
Joaquín Suárez confiesa en sus Apuntes Biográficos que “reunidos en 1809 con don Pedro Celestino Bauzá, el Padre Figueredo y don Francisco Melo,
acordamos trabajar por la Independencia, para cuyo fin teníamos de agente en Buenos Aires a don Francisco Javier Viana y en la capital a don Mateo Gallegos”, lo que les costó cierta persecución y huida a los pagos del
Pintado del cura Figueredo.
Breves, pero elocuentes manifestaciones previas a la aguardada “explosión general” que tiene lugar en Buenos Aires, la irreversible
Revolución de Mayo. Monterroso, Barreiro, primos y luego secretarios de Artigas; Otorgués, otro pariente de aquél y demás referentes del clero, hablan ya de cierto
artiguismo en ciernes.
Resuelta la –ríspida y muy discutida- no adhesión montevideana a la Junta de Mayo, aplastada la rebelión allí de los Vallejo y Murguiondo el 12 de julio; frustradas similares intenciones por parte del siempre fiel amigo de Artigas, don Felipe Cardozo en Colonia, sumada la sumisión
“bajo protesta” de Maldonado: era la hora de los pueblos del litoral del Uruguay.
Desde la “Grasiada y Costa del Uruguay. Agosto 18 de 1810” quien firma
“Soy su Cruz pesada”, probablemente el Teniente Cura de Víboras, Fray Mariano Cruz, anota en su Diario:
“Al paisano don Mariano Cháves, de la Capilla de Mercedes, lo llevaron preso a Montevideo, y así van llevando a los principales de esta banda y mañana dicen que vienen por mí, por lo que me apuro a escribirle... pero la gloria de padecer por mi amada patria quién no me la envidiará. ¡Qué sabe lo que es el honor! Yo me desquito con escribirles su vida y desde
mi mesa desafío a todos los que intentan contra nuestro sagrado empeño”.
Por allí nomás, no faltan sacerdotes entonando la polca del espiante: “El día 20 del presente mes de Octubre me vi en la dolorosa necesidad de abandonar mi Parroquia huyendo de las persecuciones de los déspotas de Montevideo... y por aviso que se me dio en la Capilla de Mercedes, mi ayudantía, que salía de allí... una partida en busca mía de orden del
indecente Michelena”. Se trata de Tomás de Gomensoro, aquél que estampó en el Libro de Defunciones de la Parroquia de Soriano que
“El día 25 de este mes de Mayo expiró en esta Provincia del Río de la Plata, la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación déspota de la Península Española y el escandaloso influjo de todos los españoles”. Como para quejarse que lo anden corriendo.
- III -
A esa generación excepcional de curas, totalmente jugada a la Revolución pertenecían
Silverio Martínez e Ignacio Maestre. Ambos habían nacido en Buenos Aires en 1768 y fueron sólidamente formados en los mejores colegios de su época como San Carlos y la Universidad de Córdoba, la misma que fuera hondamente impactada por el artiguismo. Estos dos grandes amigos se reencuentran en la Parroquia de Paysandú. El primero estaba allí desde el año cinco, el segundo llega desde Asunción del Paraguay dos años después. Juntos serían dinamita.
Ellos, y algunos más: Tomás Paredes, mayordomo de la más grande estancia de Paysandú, la del realista Almagro -borrado tras “el cariz de los acontecimientos del diez”- cuyo casco no era otro que el de
Casa Blanca; Francisco Bicudo, el inmortal Comandante de Blandengues; el hacendado
Nicolás Delgado; el alcalde José Arbide y el muy eficaz entrerriano
Francisco Ramírez. De igual manera el pulpero Mariño; Iglesias y como suele pasar unos cuantos anónimos. Se les agregan, provenientes directamente de Buenos Aires con toda la efervescencia de los sucesos de mayo a cuestas y con un fin claramente conspirador,
Miguel del Cerro en octubre del diez, disimulando ocuparse de su estancia de San Francisco en manos de su hermano Saturnino, y en diciembre, el temible militar
Jorge Pacheco que se instala en una chacra de Casa Blanca. Mediante influencias y coimas había escapado de la prisión en la Ciudadela montevideana por su abierta adhesión a la Junta porteña.
Tal, los hombres de Casa Blanca. Ya en “Casa (del)
Cura de dicho Establecimiento” como en fincas afines, al decir del vecino Romero,
“tenían Sus Conversaciones Ocultas... Sus juntas”.
El proceso de interrogatorios en “las Barranqueras de Fray Bentos y a bordo de la Lancha... La Victoria a once días del mes de marzo”, juicio sumarial entablado a Tomás Paredes
-a la luz de los documentos, el único detenido de Casa Blanca- da una mera idea de la entrega a la causa:
_Tomás Paredes solía decir que “Sería voluntario verdugo para ahorcar a todo Español Europeo y que si tuviese Seis mil pesos lo pondría en práctica: Que Don Baltasar Mariño era uno de
los Coaligados y de iguales pensamientos... Y que en Caso de haber fuerzas europeas trataría de quitarse la vida antes que ceder a su auxilio... aun cuando hayan tratado de manejarse con toda reserva no han podido ocultar Sus Sentimientos... Siendo estos mismos Confidentes y Tertulianos de Don Jorge Pacheco, el Religioso Dominico Maestre y el Cura Don Silverio Martínez”.
Lo declara el Sargento Pedro Ardaris que lo escuchó de Carlos Rivera.
_Tomás Paredes deseaba “tener mucho Dinero para Conchavar gentes y acabar con todos los Europeos... Así mismo... que... Silverio Martínez y... Maestre decían que la España se vería libre de franceses cuando el cielo lo estuviese de estrellas”. Los curas se mofaban abiertamente. Lo declara el marinero de la lancha
Sapiola, Cipriano Romero, que lo escuchó del Isleño Flores y Antonio el Portugués –conocido contrabandista de ganado de los años mozos de Artigas, residente ahora en
Casa Blanca- y “otros muchos de dicho Establecimiento”. Seguramente parroquianos de las pulperías emborrachándose de ideas revolucionarias.
_Intimado por “unos Documentos de orden del Alcalde... Tomás Paredes le contestó a este... como al Gobierno de Montevideo
(que) no los reconocía para nada y que Si algo Se tenía que Repetir contra él se hiciese derechamente acá Junta de Buenos Aires donde castigaría al Maturrango -¡el alcalde!-... pues... no es la primera (vez) que lo hacía con esta Clase de gente”... Es voz Común y Notoria la aversión que (Paredes)
profesa a Todo Europeo”. Conclusión que estaría de más, a juzgar por el verdadero ultraje que se tuvo que bancar el comedido, versión de un marino de la balandra de Nicolás Calao,
“avecinado en el Establecimiento de Paysandú”.
-Antonio de Rivera, Capitán de Milicias de Buenos Aires, se despacha a gusto: que Martínez, Maestre y Pacheco
“Son Contrarios Declarados del Gobierno de Montevideo y adictos a la Junta de Buenos Aires con quienes diariamente tertuliaba en Casa del dicho Cura el mencionado Don Tomás Paredes...”.
Que Pacheco ha dicho “con bastante Escándalo en Distintas Ocasiones y (en)
presencia del Alcalde Don Roberto Pereyra de que aun cuando volviese Fernando Séptimo a su Trono y (resuciten)
todos los Españoles muertos ya estas Américas no Volverían a Ser de
España, y que cuando La Junta de Buenos Aires estuviese más reforzada pondría Sobre las armas un Ejército que Conquistase la mayor parte del Brasil”.
Que Martínez manifestó la expresión “nada religiosa de alegrarse en la muerte de Don Manuel Saenz y (el )
Sargento Lamela Solo por Ser Europeos”. ¡Y en la cara! “del mismo Alcalde Pereyra en un Día Domingo y como a las once del día”. O sea ¡antes de la misa!.
Los coaligados de Casa Blanca tenían todo el pago alborotado y al alcalde de gil. Eran terribles patoteros y ya le tomaban el pelo a todo el mundo. Obsérvese la siguiente deposición de Ramón Romero, patrón de la lancha del ricachón de Manuel Almagro en el mencionado juicio:
”A Su llegada a la Estancia de Vera y Teniendo carga para la ciudad de Montevideo”, Paredes y Pacheco, imagínense a esos dos tremendos espíritus irascibles juntos,
“le dijeron que Suspendiese su viaje y que no se expusiese con la licencia que traía de aquel destino pues... era de ningún valor y no le Servía para nada Sobre cuyo particular le refirieron otras palabras impropias... indecentes...
Que se limpiase el trasero con la licencia...”.
- IV -
El
Movimiento de los Coaligados de Casa Blanca ha “sido parte de la Conmoción de los Pueblos de Santo Domingo Soriano y Mercedes
contaminando a los demás, los expuestos Cura Martínez, Religioso Maestre, Pacheco, Paredes y Don Nicolás Delgado...
Tres días antes de la expuesta Conmoción –se refiere lisa y llanamente AL GRITO DE ASENCIO-
llegó a Paysandú de la Capilla de Mercedes Don Mariano Chávez a fin de arreglar y Combinar con los Otros las Ideas de sus planes”; según se desprende de la documentación anterior.
Igualmente de un pujante entretejido de relaciones y escenarios. El aludido Chávez, por ejemplo, hacendado en armas para variar, mantenía correspondencia directa nada menos que con el juntista porteño Cornelio Saavedra.
En Villa Soriano –pago naturalmente indómito- habían vivido el cura Silverio Martínez, tres años antes de su residencia sanducera y más largamente el bravo guerrero Bicudo, que previamente lo había hecho en San Salvador; pueblo en el que a su vez, pasó muchos años, hasta 1804, el calentón incorregible de Tomás Paredes. La hermana de este último era la esposa de José Patricio Gadea, ex cabildante, pero por sobre todas las cosas, tío consanguíneo de José Artigas, en cuya estancia éste trabajaba y residía largas temporadas de su juventud. A la altura de las
conmociones revolucionarias, el veinteañero Juan Manuel y la pequeñita María Vicenta, hijos de Artigas e Isabel Velásquez eran parte de aquel vecindario.
A nadie debería extrañarle que fuera este pueblo y en propiedad de Celedonio Escalada, que hiciera su primer parada don Miguel del Cerro, en su acelerado periplo levantisco. Inmediatamente embarcado, el siguiente contacto ya es en
Casa Blanca donde lo reciben Pacheco, Martínez y Maestre. “Tuvimos el placer –ha testimoniado el último-
de tener una persona que nos instruyese del estado de la causa de la Patria... entregándonos una colección de Gacetas... convinimos hacerlas circular por los pueblos y la campaña, las que
incendiaron los corazones de los habitantes”. Aquella prensa subversiva fue llegando entonces a
“todos los pueblos de aquella campaña –ha confesado el propio del Cerro en sus memorias del año veinticinco-,
de suerte que... se extendieron hasta la frontera limítrofe, produciendo tan buen
efecto, como después se cosechó en el movimiento general”. Fungiendo como Administrador de Correos de Paysandú, repartió cartas –y gacetas escondidas- en
Arroyo de la China y La Bajada, entre los mismos soldados del insaciable Michelena, reclutando dieciséis de ellos. En esas vueltas entrerrianas, del Cerro planifica con Francisco Doblas el ataque a Gualeguaychú.
Del Cerro era un viejo conocido de José Rondeau cuando en 1800, revistiendo a las órdenes de Pacheco, acampó en su estancia. Al cura Martínez le profesaba sumo aprecio desde lejanos tiempos compartidos en Buenos Aires.
Casa Blanca –el lugar, sus hombres- también sería la puerta de entrada a la Revolución de Rondeau. Cuenta éste, en sus memorias, que el
“Cura de Paysandú, Presbítero Martínez, era patriota antiguo, conocido mío, y a él comuniqué mi proyecto de evasión -en noviembre del diez-...
al embarcarme le dejé una valija con mi ropa para que me la mandase cuando estuviese... en Buenos Aires”. Su
“evasión -dirá luego del Cerro- me la comunicó en Paysandú, desde donde le avisamos a don Jorge Pacheco para que destinase una partida de veintiún hombres hasta el Paso del Sauce del Daymán para proteger al señor General y su familia”. Pacheco que el 8 de noviembre estaba refugiado,
“para librarme de tan cruel peregrinación”, dice, -Michelena le respiraba en la nuca-
fui a la Villa de Belén, pueblo que yo había fundado y allí recibí cartas de Rondeau y Del Cerro”.
Finalizando enero del once y apenas parte Michelena para Colonia, “pude conseguir –dice Rondeau-
me dejase en la Villa (de Arroyo de la China) por 24 horas más, para arreglar mi viaje con mi familia... Me embarqué en un bote que atravesaba el río y desembarqué en la hacienda de Almagro, situada en la costa oriental... A los cuatro días –exactamente el 31 de enero-
llegué a la Villa de Belén, único punto que por entonces en la Banda Oriental había entrado en la revolución. Su Comandante Militar, Don Francisco (Redruello),
me facilitó una escolta de ocho milicianos armados...para la continuación de mi viaje al Paraná”.
Le pesa a Rondeau “el sentimiento de que no me había podido reunir al Capitán Don Rafael Hortiguera con el que hacía tiempo habíamos concertado incorporarnos a los independientes”. No importa. Él se había descansado entre los mejores y más decididos y don Rafael lo haría -el 15 de febrero- desde Colonia del Sacramento en la misma partida que José Artigas. Hortiguera era otro seguro hombre de confianza y buen amigo del inminente Jefe de los Orientales, y como lo hacía del Cerro, distribuía casi más gacetas que galletas:
“un confidente mío –indica el Comandante Martín Rodríguez enviado por la Junta a Concepción-
había mandado las Gazetas del 3, 6 y 8 (de diciembre) que logró poner en manos del Capitán Rafael Hortiguera... que se halla decidido a pasar a nuestras Tropas luego que pueda verificarse sin riesgo”.
“¿Quién es ese confidente? –se pregunta el eminente historiador entrerriano Facundo Arce en 1961- Francisco Ramírez... Desde (el) 6 de noviembre de 1810, se anda jugando la vida por los caminos que conducen a la Bajada del Paraná... se convierte en el vínculo de unión entre los patriotas de su pago, el Arroyo de la China... y los que en las costas del Paraná, Bajada y Santa Fe, sostenían el ideal emancipador. Chasquero de la Patria fue su primer grado...”. A este
“mozo del pueblo llamado Ramírez” es a quien se confía Rondeau, en el interregno en que deja su ropa en
Casa Blanca y vuelve luego para dirigirse a Belén, con el fin de “entablar una correspondencia que pudiese convenir al adelantamiento del plan de insurrección... casi semanalmente iba a la Bajada mi chasquero con mis cartas y regresaba al Uruguay con las contestaciones y papeles públicos que recibidos esparcía yo mismo... entre las tropas y el vecindario cuando contenían noticias desfavorables a los realistas”. El chasque fue descubierto justamente, operando en
Casa Blanca.
Este Pancho Ramírez, lamentablemente desde 1820 en adelante, pasará a la historia como uno de los más grandes traidores de Artigas.
Es, a todas luces evidente, que si Villa Belén fue el primer reducto liberado de España en la Banda Oriental, a más de las condicionantes geográficas -Salto Chico impedía el paso de la flota demoledora de Michelena- fue obra, si bien no de todos
los coaligados de Casa Blanca, por lo menos de uno de ellos. A Pacheco no le había resultado fácil llegar al punto con la expedición fundadora en 1801, ese pueblo era su gente y él gozaba de una autoridad mayor a cualquier otra. Allí se sentía seguro. Machado de Bitancourt, comerciante brasilero y espía barato, le escribe a los suyos -el 2 de febrero en esta villa- que nueve días atrás estuvo el duro cincuentón oficial de Blandengues -en indudable gira conspiradora a un lado y otro del río de los pájaros-:
“pasó el 31 a la villa de Mandisoví y quedó de volver. Habló... largamente en contra de los portugueses... que no tardaría Buenos Aires en ponerse en guerra porque ya estaban todas las provincias de arriba a su favor”. Su discurso favorito.
No es menos cierto que si Belén fue el primer pueblo oriental emancipado, Paysandú debió ser el segundo.
“Cuando se embarcó Juan Ángel de Michelena con las tropas de Su mando para la Villa de la Concepción del Uruguay en el Puerto de Paysandú -indica el Capitán de Milicias de Buenos Aires ya citado-
Paredes hizo en la chacra que tiene (en Casa Blanca) a distancia de una legua de Paysandú unas grandes fogatas como por Seña para que se retirasen o hiciesen resistencia las Tropas... al mando del Doctor Díaz Vélez”. Se conspiraba y se actuaba en consecuencia bastante antes de Asencio. Este testigo acota que el Mayordomo de Estancia
“Julián Arroyo... llegó el día tres del corriente (o sea marzo)
a Paysandú y Conminó al Alcalde Pereyra a que Reconociese... la Junta de Buenos Aires cuyo acto libertaría la Efusión de Sangre y -menudo detalle-
de que entrasen Cincuenta Indios... distante Ocho leguas para pasar a Cuchillo todo Maturrango”. En seguida llega
“Nicolás Delgado intimándole se declarase y resolviese dentro de seis a ocho horas... observándoles la citación de todos los vecinos a la Casa del Juez”.
Hacía mucho que el Alcalde daba pena, las riendas del poder la tenían los coaligados de Casa
Blanca. El muy desgraciado Pereyra termina por reconocerlo. El 5 de marzo Delgado asume sin más miramientos la Comandancia Militar de Paysandú. Al otro día, desde Mercedes, Ramón Fernández le exige a la autoridad sanducera que oficialice
“el sometimiento”. El 8, responde el maltrecho Alcalde: “He recibido el oficio de Usted, y en él veo y observo cuanto en él me ordena. Habiendo reconocido este Pueblo,
antes ya, a la Excma. Junta de Buenos Aires, y yo, para la defensa de esta Causa, tengo prontos mis intereses”. Más claro imposible.
Poco faltaría para que Francisco Bicudo se tomara revancha de las constantes acechanzas de Michelena a su grupo de amigos y su reducto de
Casa Blanca, cuando el sanguinario Capitán de Navío del reino de España pretende retomar Villa Soriano. El parte de Soler del cinco de abril se detiene en
“el denuedo... y entusiasmo con que intrépidamente atropellaron estos valerosos paisanos... al mando de sus bravos capitanes Don Francisco Bicudo y Don Bartolo Quinteros con sus subalternos: esta División la mandó el primero”. Los miembros de la otrora flota en
“guerra a todos los patricios y que había jurado su exterminio”, según
la Gazeta de Buenos Ayres, ahora huía “vergonzosamente... sin atreverse a descargarnos por no detener su veloz carrera”. En
“la retirada que hicieron -agrega Perico Viera- el Capitán Don Francisco Bicudo les atropelló hiriéndoles a bala un Soldado de Marina” con buena parte de lo saqueado en el pueblo que así se pudo recuperar. Y Venancio Benavides destacará entre
“los señores oficiales que hasta el último me acompañaron, y manifestaron su gran valor y patriotismo” en la toma de San José -último gran hito de las armas emancipadas previo a la emblemática Batalla de Las Piedras- a
“Don Francisco Bicudo, Capitán de Blandengues” en una lista encabezada por
“el Señor Don Manuel Artigas, quien vino por comisión de Don José Artigas de Comandante de una División; le tocó a este Comandante una bala en pie, y aunque no esta de peligro, se halla bastante malo”.
Bicudo había nacido en 1774 en Río Pardo, y si bien su padre era de Curitiba, su madre María Taperovu fue una india guaraní-misionera de San Lorenzo. Por las mismas venas del Blandengue de Paysandú corrían las razones de tanto arrojo en la pelea, en honor a sus ancestros avasallados en la Provincia Jesuita, bandera que retomaría en la corriente artiguista Andresito Guacurarí.
En la victoria de San José confluyen nombres y emprendimientos tan añorados. Está Bicudo, uno de los
coaligados de Casa Blanca, la gente de Asencio y Manuel, el primo hermano de Artigas, que junto a Felipe Cardozo, participó de las asambleas de mayo en Buenos Aires.
Y si bien don Manuel no sale de su herida en San José, allí fallece; igualmente caerá en agosto en la primer heroica resistencia de Paysandú, Bicudo Taperovu,
la obra del Movimiento de los Coaligados de Casa Blanca estaba hecha. A pesar de contratiempos varios, cumplió su objetivo y todos sus cometidos sin ser abortada por nada ni por nadie.
En el archivo caratulado de Juan José Castelli, uno de los referentes más puros y firmes de la inicial Junta de Mayo, figura esta misiva del primero de marzo de 1811, enviada desde Paysandú y firmada por el Padre Silverio Antonio Martínez en la que informa a un amigo sobre la
“insurrección en Mercedes y Soriano”:
“Se necesita pues sostener a estos héroes, y al mismo tiempo un hombre que los
dirija... Haga Usted un chasque a todo costo, que yo lo pago a Buenos Aires manifestando la insurrección que hay en esta Campaña y la necesidad de una cabeza con 100, o 200 hombres... No se necesita otra cosa para acorralarlos dentro de las Murallas de Montevideo”.
Pocos lugares del mundo ostentan tantos mojones tan cargados de raíces culturales, históricas y de identidad como Paysandú. Las primigenias
tribus indígenas litoraleñas, la remota posta de la inabarcable estancia misionera de Yapeyú, Villa Purificación, Salsipuedes, “La Heroica” capital, se imponen rápidamente sin mayor esfuerzo evocativo. Y en tiempos de honda identificación con “el rico patrimonio de los orientales”pocos son también, los sitios que, como Casa Blanca, lo reúnen en forma completa. Le sobra patrimonio histórico, como acabamos de ver. Y en la medida que aquel primitivo saladero del ochocientos doce, va dando paso al muy industrioso charque promediando el mismo siglo, hasta concluir cuando la sal deja su lugar al frío en el siguiente, de las ruinas del primer casco brotan decenas de casitas blancas, casi tangibles como cuando fueron construidas. El patrimonio arquitectónico está de fiesta.
Las leyendas de fogones y tesoros, brujos y misterios de mujeres envenenadas, conspiradores sorprendidos, cuentos de ancianos, mientras se miran en el espejo de la isla Almería, coloca a estas Casas Blancas en lo más encumbrado del patrimonio inmaterial, el último grito de la moda dado por la UNESCO .
Y qué jamás dejamos para cuando todos los patrimonios se mezclan en uno, como esos cañones perdidos entre talas y espinillos, y un teatro local represente estas historias en la Pulpería, impertérrita en la misma esquina y avanzando por el tercer siglo que la ve pasar,
Hace algunos años, de la mano de José Ribero, hicimos una amplia recorrida por el lugar y recién ahí me enteré que la imponente, como antigua Casona de los Cuatro Vientos no era la casa blanca que le daba el nombre al pueblo. No me avergüenza.
Es profuso lo que aprendo de investigadores de su localidad o simples lugareños cargando cestos de tanta sabiduría. Muchas veces milenaria.
A veces me pregunto qué sería de tanta memoria acumulada sin la extraordinaria tarea de búsqueda impenitente de quienes, como la perceptiva y merecidamente laureada Carmen Borda y su Taller del Asombro – como antes con el Taller Literario de Guichón _ encarándola desde múltiples disciplinas para colectivizarla. Más en momentos en que ciertas tendencias de corporativismo académico han perdido la sensibilidad necesaria para hacerlo.
Y en tiempos donde un exagerado racionalismo descuida lo emocional, como lo global arrasa lo local, bienvenida sea la creatividad y la poesía. Otra manera de rescatar, redescubrir valores muy lejanos que nos pertenecen: Los Mbya Guaraní le rezan cantando y danzando a la cosecha del maíz.. Festejan el dar vida mientras disfrutan la musicalidad de su lengua. Hacen poesía.
Vaya si es necesaria en los tiempos que corren. |